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viernes, 3 de julio de 2015

Belmonte y Manolete, dos genios a su manera

Existen pocas fotos donde posen juntos, por eso, ésta de El Ruedo puede considerarse una joya de archivo. Belmonte y Manolete no se camelaban... Con 25 años de diferencia, ambos eran "peculiares" a su manera. En cambio, tenían en común la percha literaria: sus vidas han dado para varias novelas, algo que no ocurrió con Joselito "El Gallo". Otra similitud entre Belmonte y Manolete era su parquedad de palabras: hablaban poco y sentenciaban mucho, sobre todo "El Pasmo". Más allá de la escasa simpatía que se profesaban, una conversación entre los dos debía de resultar escueta. No obstante, sin necesitad de hablar, en Manolete se materializó la profecía de Belmonte: "Saldrá un torero que toree bien el 90% de los toros...".


Hablando de libros y de genios, una tarde de corrida, Belmonte le dijo a su mozo de espadas que no se molestara en vestirle porque estaba embebido con una novela y no pensaba parar hasta acabarla. Efectivamente, mandó un parte facultativo y la terminó de una sentada. 

lunes, 13 de abril de 2015

En el pajar de Juan Belmonte


Antonio Ruiz Rodríguez nació el 29 de marzo de 1943 en el pueblo sevillano de Espartinas. Aunque en su familia no había antecedentes taurinos, cuando cumplió los 14 años, se marchó de casa para trabajar en la mítica finca de los Guardiola, El Toruño. Allí, Antonio era el encargado de echar el pienso a los toros y, de vez en cuando, pegaba algún capotazo a las vacas. Cuando terminó aquella etapa, el chaval de Espartinas se trasladó al pajar de Gómez Cardeña. Pronto Belmonte se percató de su presencia y preguntó a los vaqueros quién era aquel muchacho que se había instalado en el pajar. Le respondieron que un espartinero que pretendía ser torero y se negaba a irse de la finca. "El Pasmo" le hizo llamar para hablar con él, bautizándole desde entonces "El Remendao", por los muchos cosidos que poblaban su viejo pantalón. Con la generosidad de los grandes señores, Belmonte le regaló ropa nueva y le adecentó una habitación en Gómez Cardeña. A cambio, "El Remendao", profundamente agradecido, cuidaba los caballos y las monturas en el guadarnés del maestro.


Sobra decir que aquel muchacho con pantalones remendados era "Espartaco padre", quien llegó a tomar la alternativa en 1966, en la plaza de toros de Huelva. Años después, declaraba en una entrevista realizada por Francisco Mateos: "Hay muchos toreros, pero figuras sólo pueden ser unos pocos elegidos, porque se tienen que reunir una serie de cualidades muy importantes, y por eso todo el mundo no puede ser figura. A mí, Belmonte me puso en el camino para ser figura, y si no llegué a serlo es porque algo fallaba. De mí, los que me han visto, siempre han dicho que tenía mucho valor, pero que me faltaba cabeza. Hay una anécdota de Belmonte, que, después de verme en una plaza, me dijo que nada más saliera el toro me pusiera detrás del burladero y me agachara para que viera que tenía los cojones más grandes que los míos. Con ello quería decirme que en el toreo no todo se basa en el valor".


Hace poco más de una semana, Antonio Ruiz le cortó la coleta a su hijo en La Maestranza. Tras el triunfo, y huyendo de la algarabía que se había formado en el hotel, los Espartacos se reunieron, como tantas noches, en la casa familiar para cenar una tortilla de patatas.


viernes, 23 de enero de 2015

Lenin y Belmonte

En la céntrica plaza del Molard, de Ginebra, se puede entrar si se quiere por un pasadizo ojival en la base de una torre. La torre tiene en lo alto, a uno de sus lados, un reloj y en otro, un bajorrelieve en la línea expresionista y heroica de los años 30. El bajorrelieve representa a una matrona alegórica con el escudo del cantón bajo un brazo, la cual, bajo el lema Genève, cité de refuge, tiende el otro brazo hacia un señor reclinado, calvo y de barba puntiaguda, que si no es Lenin se le parece mucho. Si el personaje figurado en el bajorrelieve fuera en efecto Lenin, la cosa no tendría nada de particular, pues Lenin gozó en Ginebra de la condición de refugiado político. El ambiente de los estudiantes y refugiados y conspiradores rusos en torno a la Universidad lo describió por cierto maravillosa y románticamente Baroja en La vida es ansí. En ese barrio, entre el Conservatorio y los jardines de la Universidad, existe aún, aunque reformado últimamente, el antiguo Café Landolt, donde paraba Lenin, y en él se conserva, colgada de la pared, entre cuadros de estudiantes de uniforme en duelos de esgrima, la tapa ahumada y barnizada de una mesa en la que Lenin grabó su nombre con una navaja.
 
 
En Higuera de la Sierra, provincia de Huelva, hubo una taberna en la que comió Juan Belmonte cuando era novillero, y en ella se conservaba también la mesa en que, después de comer, dejó el torero su nombre grabado con una navaja. Cuando yo tuve noticia de ello, hace ya muchos años, ya no existía ni la mesa ni la taberna, y es que los españoles somos bastante menos conservadores que los suizos.
 
 
Si se piensa que Belmonte tomó la alternativa allá por el año 13, nada de particular tiene que su ocurrencia y la de Lenin fueran rigurosamente contemporáneas. Tal vez el mismo día del mismo año, quién sabe si a la misma hora, dos hombres que no sabían nada del otro y de quienes el mundo sabía aún muy poco más, hacían la misma operación, uno en la cosmopolita ciudad de Ginebra, otro en el corchotaponero pueblo de Higuera de la Sierra. Un revolucionario fracasado y un novillero introvertido hacían de aquella manera tosca un acto de fe en su destino respectivo; se entretenían silenciosos, entre el humo y las palabras de la sobremesa, en grabar en una mesa de taberna unos oscuros nombres que ellos sabían ya inscritos en los astros.
 
Ginebra e Higuera de la Sierra
 
Cuando don Fernando de los Ríos fue a Rusia después de la Revolución, a ver a Lenin, en lugar de perder el tiempo hablándole de la libertad, debía haberle hablado de Juan Belmonte.
 
Aquilino Duque (Ginebra, agosto de 1981)

miércoles, 22 de octubre de 2014

La cerámica en Triana (II)

"Oficio noble y bizarro, de entre todos el primero,
pues, siendo el hombre de barro,
Dios fue el primer alfarero y el hombre el primer cacharro".


El barro usado en Triana se formaba con tierras de dos tipos que eran transportadas hasta el alfar a lomos de un burro. La primera era llamada por los artesanos "antilla" o "barro azul", muy orgánico, maleable y extraído a orillas del Guadalquivir. El otro tipo era el que denominaban barro "alagartao", es decir, del color de la piel de lagarto. Solía extraerse este último en la cuesta del Aljarafe, donde las vetas profundas quedan al descubierto por el corte del terreno.


Al llegar al alfar, las tierras eran trituradas, echadas en balsas, mezcladas con agua, batidas, tamizadas y dejadas reposar hasta que perdían por evaporación gran parte de su humedad. Con ese grado de consistencia, la arcilla era extraída de los depósitos y amasadas con los pies para formar las pellas, que se almacenaban en un lugar húmedo para que se destruyeran lentamente sus restos orgánicos. Antes de usar la arcilla, se amasaba de nuevo, esta vez con las manos, sobre el sobadero, y con ella se creaban las piezas.

 
Los cacharros, torneados en la rueda de alfarero, eran colocados sobre largas tablas en las que se dejaban "orear" durante un tiempo, antes de ser introducidos en el horno. Cargado el horno, se cerraba con ladrillo y adobe y comenzaba la acción del fuego, al principio más suave, lenta y con humo, y al final, más intensa y limpia. El proceso duraba entre 12 y 15 horas y debía ser controlado para que las cerámicas se cocieran correctamente. El enfriamiento final tenía que ser lento para evitar cambios bruscos de temperatura que pudieran dañar las obras por una contracción repentina. La distribución uniforme del fuego en todas las partes de la cámara se regulaba abriendo o cerrando las lumbreras que hacían de chimeneas. El combustible usado en los hornos de Triana ha ido cambiando con los siglos. En el pasado era la "chamiza" o también la rama de olivo y, para loza dorada, el "borujo", esto es, el desecho de la molienda de la aceituna. Más recientemente ha sido frecuente usar la leña de pino y la de eucalipto.

 
En todo alfar solía haber hornos para "bizcochar" piezas crudas, hornos para cocer piezas decoradas y muflas. Los dos primeros tenían la misma forma y, aunque se les llamaba "morunos", su estructura esencial estaba ya definida desde el mundo antiguo. Construidos a principios del siglo XX, estos hornos eran bautizados con los nombres de famosos toreros de la época, como Gallito y Belmonte.


Cocida la arcilla una primera vez y convertida en "bizcocho" o "juaguete", puede ser cubierta por una capa que la impermeabiliza y que sirve de base a la decoración, como la cubierta de un esmalte opaco (el esmalte, cuando aún está crudo, es llamado en Triana "levadura" por ser un polvo blanco). Finalmente, los colores son óxidos minerales que, al fundirse, producen un tono determinado en cada caso. En el barrio se practicaron muchos procedimientos de pintura cerámica. Una vez decoradas las piezas con el procedimiento elegido (pintura a pincel, pintura sobre esmalte cocido, técnica de la arista, cuerda seca, reflejo metálico...), debían ser cocidas por segunda, y a veces por tercera vez, para lograr el producto definitivo.


La industria cerámica, a causa de la emisión de humos, siempre fue una actividad productiva molesta y por ello solía ser ubicada fuera de las ciudades. En el siglo XII, las alfarerías de Sevilla se establecieron preferiblemente a la otra orilla del río y, desde entonces hasta el XX, Triana ha sido el núcleo de producción cerámica más importante de Andalucía y uno de los más fructíferos de España. En la década de 1920, estaban activas en Sevilla más de veinte fábricas de este ramo, alcanzando su cénit en los años previos a la Exposición Iberoamericana de 1929.

(Fuente: Museo de la Cerámica de Triana, en la calle San Jorge)
 
Selección de azulejos trianeros:
 

jueves, 29 de mayo de 2014

Un dibujante tan popular como Belmonte

"Penagos. Su nombre en aquel Madrid de 1920 era tan popular como el de Belmonte. Fue, creo yo, el primer dibujante popular. Después alternaría con el de Ribas, como con Belmonte alternaba Joselito" (Esplandíu, 1964)
 
 
Cuenta Rafael de Penagos hijo que, en 1953, de camino hacia Cádiz para recibir a su padre, que regresaba de su larga estancia en América, conoció en Sevilla a Juan Belmonte, que había sido un gran amigo del dibujante, y que éste, con su media tartamudez le dijo entonces: "Mira, Rafael si tu padre se llega a morir, cosa que dichosamente no ocurrió, cuando tenía 25 años, hubiera tenido el mismo entierro que tuvo José (Joselito) y el mismo que hubiera tenido yo si me llega a matar un toro" (Mariano Navarro).

 
El 16 de mayo de 1917, Rafael Penagos participó en un "Festival Aristocrático" celebrado en la plaza de toros de Madrid a beneficio de la Asociación Matritense de Caridad. Se lidiaron becerros de la ganadería de Gumersindo Llorente, sita en Barajas, y el festejo estuvo presidido por cuatro "señoritas": Piedad y María Figueroa, Margot Calleja y María Adanero. En el cartel, se rogaba a las damas que asistieran con mantilla.
 
Caricatura de Sacha (1925) donde, en segundo término,
aparecen Belmonte y Penagos

lunes, 7 de abril de 2014

El primer selfie taurino, Trending Topic

Recibo la siguiente nota de prensa: "El primer selfie taurino, Trending Topic". ¡¡Madre María Santísima!! Continúo leyendo:


Selfie: autorretrato realizado con una cámara de fotos

Madrid, Teatros del Canal. Entrega de premios del Foro de la Juventud Taurina. Eran las 21.18h. de este martes cuando el periodista Marco Rocha, presentador del evento, se quedaba con la concurrencia y para sorpresa de todos sacaba su teléfono móvil y tomaba la que, sin duda, es la imagen de la noche. Si los Oscars tuvieron su selfie, el mundo de los toros también tiene el suyo. Los protagonistas de la autofoto: Miguel Ángel Perera, Antonio Ferrera, Miguel Abellán, Manuel Caballero, Cristina Sánchez, José Pedro Prados “El Fundi” y Juan del Álamo. 

 
Realizo una segunda lectura de la juvenil nota de prensa. Hay mucho que digerir. Luego, reflexiono. Pensar, de vez en cuando, tiene efectos positivos para la salud. No muchos, en realidad. ¿Joselito y Belmonte se hubieran hecho un selfie? Pues anda que uno de Camino, Viti y Puerta habría sido colosal. ¿Se imaginan un selfie de Chenel con el sempiterno cigarrillo en los labios?
 
"Selfie" de Juan Belmonte
 
Otra duda más preocupante: ¿por qué nuestros toreros actuales quieren parecerse a Julia Roberts? ¿Qué tiene Brad Pitt que no tenga Antonio Ferrera? ¿Quién debería imitar a quién? ¿Por qué la Tauromaquia Juvenil desea asemejarse a lo más kitsh y hortera de Hollywood? ¿Piensan, quizás, que así salvarán a la Fiesta de su decadencia?

¿Quién es el héroe? ¿Quién se juega la vida? Realidad vs Ficción
 
Si la Tauromaquia pretende subsistir, tendrá que fortalecer su singularidad, su misterio y esencia épica al margen de la cotidianidad de la vida. El día en que los toreros se parezcan a las estrellas de Hollywood, cuando se conviertan en simples mortales, la Fiesta desaparecerá, y ningún Trending Topic podrá ya resucitarla.

jueves, 6 de marzo de 2014

Los gustos de Belmonte

Viendo reír a Belmonte cuando se habla de supersticiones, y oyéndole exponer sus gustos, nadie diría que este muchacho es sevillano, y además torero. Más bien parece un yankee práctico y escéptico.
 
- La prueba de que no creo en esas cosas -contesta cuando se le pregunta si es supersticioso- está en que la vez primera de toreé en Madrid, que era un día en que se iba a decidir mi porvenir, llevé un mozo de espadas que era tuerto... El que yo tengo, que es además un buen amigo mío, estaba enfermo; el tuerto se me ofreció, y yo le dije: "Sí, hombre, sí: echa p´alante pá que traguen paquete todos estos...". Y no me fue mal con él, gracias a Dios.
 

En otras cosas, los gustos de Juanito, son también "escépticos". La lotería, por ejemplo, no le gusta. La cree, según afirma, un mal, causa de muchos males.
 
- Y por eso -añade firme en su juicio- tengo hacia ella aborrecimiento.
 
Al extremo, es verdad, que alguna vez que, en su último tiempo, le obsequiaron con participaciones, las rechazó si tenía confianza, o las regaló apenas las hubo recibido.
 
En la mesa, sus gustos son también delicados.
 
- Como de todo -dice- porque de todo tengo costumbre de comer; pero si puedo elegir, tomo cosas ligeras, generalmente que no sean de carne. Los calamares, por ejemplo, son, entre todos, mi plato favorito.
 
 
[...] - Y los toros, ¿cómo te gusta verlos cuando eres tú en ellos espectador?
 
Juan Belmonte responde:
 
- Al sol. Si yo no temiera que mi gesto se comentase y se me dijera cursi y tonto, los vería siempre desde un tendido de sol. Porque, yo no sé explicarlo bien, pero desde la sombra me parece que se ven de otra manera menos artística, menos castiza, menos española... ¡Yo no sé, no sé!...
 
FRANCISCO GÓMEZ HIDALGO
(abril de 1913)

martes, 18 de febrero de 2014

La tarde en que Belmonte le brindó un toro a mademoiselle Charlotte

Plaza de toros de Toulouse
 
En el mes de enero de este año [1913] Belmonte y Posada fueron contratados para torear en la plaza de Toulouse. La tarde en que salieron de Sevilla, hacia la población francesa, un gentío enorme acudió a la estación a despedirlos:
 
- ¡Ánimo!
- ¡A ver cómo queais! -decíanles.
 
Un viejo extorero, amigo de Juanito, llevándole aparte, le dijo misteriosamente:
 
- No zeá primache, Juan. En Madrí, en Zevilla, en Birbao mizmo, güeno; en laz plaza de tronío, paze que te la juegues; pero toos los días y en toas partes, ez coza de penzarlo. Créeme a mí, Juan, ande no ze va a zacar gloria, hay que juirles.
 
Pensando en este consejo, un poco práctico, un poco filosófico, que era en definitiva el resumen de la experiencia de un viejo torero, Juan Belmonte salió al ruedo la tarde de su debut en Toulouse. Mas, ¡ay!, que ante el primer toro que le tocó en suerte, lo olvidó. Bravuconcillo el bicho, arremetió, y jugando con él, el trianero, se arrimó, se ciñó; hizo tanta cosa y tan bien hecha, que el público aplaudía, gritaba, rugía casi... Y...
 
Una mujer bonita, que presenciaba la fiesta desde una barrera, aplaudía tan entusiasmada, que Belmonte, galante, le brindó la muerte de su segundo toro.
 

Cuando la corrida concluyó, y los bravos lidiadores hallábanse en la fonda descansando, dos o tres muchachos de Toulouse fueron a visitarles y, en francés, que hubo que traducirles, les invitaron a un baile de máscaras que se celebraría aquella noche.
 
Francisco Posada y Juan Belmonte aceptaron, es claro, y a la hora convenida se dirigieron a la fiesta. Su entrada fue triunfal. Desde todas partes les miraban. Todos rivalizaban en amabilidad para con ellos y se disputaban el gusto de orientales. Alguien propuso que la banda entonase en su honor la Marcha Real, y así se hizo. Luego les llevaron al palco presidencial que llenaban varias muchachas muy bonitas. Una a una, fuéronlas presentando a los toreros.
 
- Mademoiselle Susanne.
 
- Mademoiselle Margot.
 
Belmonte y Posada se inclinaban, muy ceremoniosos, y contestaban invariablemente:
 
- Mucho gusto.
 
Al fin uno de los organizadores de la fiesta, presentando a Belmonte una chiquilla muy bonita, rubia, delgada, gentilísima, muy elegante, díjole:
 
- C´est mademoiselle Charlotte, a qui vous offert la mort de´un toreau ce soir et qui desire vous feliciter.
 
Juanillo le estrechó la mano, y se inclinó con soltura mundana. Mas ella, llamándole "bravo toreador" en un chapurrado comprensible, invitóle a bailar.
 
- Si vous...
 
Bailaron, y aunque ni él hablaba francés ni ella español, parece ser que se entendieron. Y el caso fue que al concluir el baile y despedirse, ella, ofreciéndole la cara, invitóle a que la besara:
 
- Embrasse-moi, donc.
 
Al llegar al hotel para acostarse, algún compañero de Juanito, díjole:
 
- Gachó, tú que no haz dezperdiciao er tiempo.
 
Juan Belmonte negó:
 
- No digáis tonterías.
 
Y como alguno insistiera todavía, llegó a decirles enfadado:
 
- Os he dicho que me molesta eso. Callaros si queréis...
 
Nadie volvió a recordar más el suceso en alta voz; pero después se supo que a los pocos días una francesita rubia y muy gentil, que estaba en Sevilla instalada en el hotel Simón, había enviado con un criado de la casa un billetito perfumado al torero más bravo y más artista que ha tenido, para su honor, Triana...

FRANCISCO GÓMEZ HIDALGO
 

martes, 11 de febrero de 2014

Las mujeres preferidas por Juan Belmonte

El siguiente texto, fue escrito por el periodista Francisco Gómez Hidalgo en abril de 1913, tras mantener un encuentro con Juan Belmonte cuando éste era aún novillero terriblemente popular, que atraía la atención tanto de los aficionados como de los más reputados artistas e intelectuales de la época.


Cuando yo conocí al gran Guerrita, presentado a él en Córdoba por mi padrino Natalio Rivas, el famoso torero me llevó al Club que en la calle de Gondomar sostiene su nombre con prestigio, y después de contarme anécdotas muy curiosas de su vida, concluyó diciéndome:
 
- Mié usté: toó en la vía zon la meza y la mujere... Yo a ezo m´atenío siempre, y ma ido bien...
 
Comiendo en el Pasaje sevillano con el simpático Belmonte, en quien se hallaría si se buscara tanta semejanza en tanta cosa con el ex torero cordobés, yo recuerdo su frase filosófica. Y como se lo diga al bravo trianero, él me dice:
 
- Lo de la meza, zí. Pero en ezo otro de las mujeres, casi no me atrevo a decir ná... Porque me han dado por ahí tan gran fama de fenómeno, en el sentido de mi figura, claro está, que no sé, pero me supongo que si hablo de eso la gente se va a reír de mí...
 
Es verdad. Al hablar del aspecto exterior de Belmonte se ha fantaseado un poco. Y por mi fe que ello es injusto. Porque si, en efecto, no tiene en la calle la arrogancia heroica que frente al toro, es, sin embargo, un gentil muchacho, en quien se sorprende, además, un gesto muy simpático.
 
Pero dejemos esto, ya que no se trata de descubrir si Belmonte gusta a las mujeres, sino, en todo caso, de cómo le gustan a él. El gusto femenino de un torero famoso, del que acaso depende el porvenir de la clínica para adelgazar que ha instalado recientemente el sabio Marañón. Cuando yo se lo he preguntado, él me ha dicho:
 
- Las que no sean gordas, y además, que sepan sentir...
 
Sobre todo, que sepan sentir. Para Juan Belmonte, una mujer medianamente guapa, que sepa sentir y expresar sus sentimientos con palabras bellas, es, sin duda, preferible a una hermosa que no sepa hablar. La belleza se extingue, mientras que el corazón o la cabeza queda. ¡Oh, sí! El gusto de Belmonte en la materia femenina es muy plausible. Porque ved y comparad lo que gustaban los toreros de hace ocho o diez años. Si a mi amigo Saleri, por ejemplo, se le preguntara, yo estoy seguro de oírle contestar:
 
- A mí gordas; con cuanta más carne mejor...

FRANCISCO GÓMEZ HIDALGO
 

Enriqueta Pérez Lora (en la foto de arriba) fue el último gran amor de Belmonte. Cuenta sobre ella Jesús Cuesta Arana: "Es cierto que Juan Belmonte tuvo un amor otoñal, que nadie desmiente o prefiere ignorar o callar. Era un secreto con altavoces, toda Sevilla lo sabía: Juan Belmonte, a pesar de sus años, se ve con una mujer joven. Aquel amor oscuro, sin duda iluminó, en la paradoja, los últimos días de Juan. Se amaban de verdad".
 
Y remata Andrés Amorós: "Estamos en 1942, Enriqueta tiene 22 años; Belmonte, retirado de los ruedos, 50. Ella no le conoce ni sabe nada del mundo taurino. La ve Juan y pregunta: «¿De dónde ha salido este bicho tan feo?». Pero la joven no se corta: «¡Anda que usté! ¡Como que no es feo! ¿Cuánto hace que no se mira al espejo?». Tienen que avisarla de que es el señor de la casa, el que se ríe a carcajadas".
 

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Los cojones de Belmonte

La vanidad de un torero es ilimitada. Desde la época de Bombita, los matadores adoran que les hagan fotografías con el fin de pasar horas observándolas, algunos en la intimidad y otros rodeados por sus partidarios. Se fijan hasta en los detalles más inverosímiles.
 

Observen este muletazo de Juan Belmonte a un Concha y Sierra. ¿No les parece una foto maravillosa? ¿No creen que tanto la ejecución del torero como la fiereza del toro son, sencillamente, perfectas? Pues, según cuenta una anécdota, el Pasmo de Triana odiaba esta imagen. Cada vez que entraba en un bar de Sevilla y la veía colgada de la pared, le decía al dueño:
 
- Fulanito, me llevo esta foto. Pero no te preocupes, que mañana te traigo otra.
 
Un día, un amigo tuvo el valor de preguntarle:
 
- Juan, ¿es que no te gusta ese muletaso?
 
- No es el muletaso lo que me molesta, sino que el fotógrafo ha cogido justo el momento en el que los cojones del toro están entre los míos. Y no me gusta que en los bares de Sevilla se vea una foto donde parece que me cuelgan los cojones.
 
Ya se conoce aquella frase atribuida a don Miguel de Unamuno: "Cada uno es cada uno y tiene sus cadaunadas". Manías de toreros con cojones.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Cuando Belmonte descubrió su propia muerte en un cuadro de Martínez de León

Patio de caballos por Martínez de León

Gran amigo de Juan Belmonte, con quien no sólo tenía en común el barrio trianero al que ambos arribaron contando con poca edad, el artista sevillano se convirtió en un magnífico captador de la tauromaquia y de la figura de su amigo, el Genio de Triana. El propio Juan Belmonte se refirió con estas afectuosas palabras a su amigo el pintor: "Merecía la pena ser torero, siquiera fuera para verse plasmado por este paisano mío, Martínez de León, un Maestro que quedará para la historia del arte y de la pintura".
 
Belmonte y Rafael El Gallo en Los Corales (Martínez de León)

Belmonte con sombrero, al margen del torero clásico (Martínez de León)

Hay una anécdota que refleja a la perfección la profunda amistad que unía al diestro y al artista de los pinceles y el carboncillo. Juan Belmonte se encontraba observando una pintura de Martínez de León, y éste reparó en que había suscitado en él un significativo interés, por lo que comentó:
 
- ¿Qué te parece el cuadro, Juan...? ¿Me estás escuchando, Juan...?
- Sí, sí, te escucho... Pero dime, ¿de dónde has sacao esa idea, Andrés...?
- No sé... Las ideas a veces vienen solas, Juan. ¿Acaso no te gusta...?
- Sí hombre, claro que me gusta. Precisamente con ella has plasmao en el lienzo un deseo que siempre tuve.
- Explícate un poco mejor, Juan...
- Olvida eso... pero te voy a confesar una cosa que ha de quedar entre tú y yo.
- Descuida, Juan.
- Ya que no se me concedió la gracia de morir en el ruedo como José, hubiera querido hacerlo como ese jinete en el campo de Gómez Cardeña: a caballo, y garrocha en mano.
- ¡Por Dió, Juan...! ¡Nunca pensé que me dirías una cosa así...
- No desearía otra muerte, Andrés. Pero sé que es mucho pedí.
 
Juan Belmonte en Gómez Cardeña visto por Antonio Casero
(Fuente del texto: catálogo de la exposición "Joselito y Belmonte, una revolución complementaria")

Supo torcer el curso de los ríos,
someter a otras leyes a la naturaleza,
decirle al viento: “Tú de aquí no pasas”.
Y del choque surgían
en la punta del asta una flor roja,
tiras de ropa blanca como plumas de ángel,
hilos de sangre, de saliva, de oro,
la zapatilla acaso (un ave negra).

Un periódico abierto baila en la mecedora;
pasa la brisa hojas de aspidistra;
suena y suena el teléfono;
callan a plomo los olivos;
una jaca ensillada espera en vano.

El suelo falta a quien pisaba firme.
Allá abajo los ruedos son volcanes extintos.

Ahogó el disparo el agua que subía.
 
(Epitafio a Juan Belmonte por Aquilino Duque)

Juan Belmonte (1920)