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martes, 26 de mayo de 2015

El último cartucho


El último cartucho es decisivo, en la paz y en la guerra, y por supuesto, también en los toros. No hay cosa más desangelada que una faena que va de más a menos o un faenón emborronado por culpa de la espada. La gente se queda con el último bocado. Daniel Luque, por ejemplo, ha empezado toreando bien al último toro de tarde, un sobrero de José Luis Pereda. Lo ha visto pronto, muy firme y dominador con la muleta; primoroso antes a la verónica. Sin embargo, en el ecuador del trasteo, cuando se ha echado la pañosa a la izquierda engarzando varios enganchones, ha cambiado el toreo fundamental por fruslerías modernas. Lo hace a menudo. Y la pólvora, así, no estalla (conclusión: vuelta al ruedo).

A los ganaderos de El Puerto de San Lorenzo les salen interesantes los "Cartucheros". El del San Isidro pasado fue uno de los toros de la feria. El de este año (4º) ha resultado un manso encastado de mucha emoción. Ferrera le ha clavado un tremendo par de banderillas, el segundo, dándole todas las ventajas al negrito, que se ha arrancado con violencia. El extremeño ha llegado con dificultad a ganarle la cara y el derrote le ha lamido el corbatín. Luego, en el tercer par al quiebro, Ferrera se ha hecho daño en la pierna y ha quedado cojo. Mal asunto ir renco al frente, sobre todo porque "Cartuchero" pedía los papeles: en los terrenos del 2, el del Puerto se ha hecho el amo.

A Abellán, que suele venir a Madrid con la escopeta cargada, también se le han humedecido algunos cartuchos. En su última tarde isidril, le ha faltado su habitual entrega, si bien es cierto que no ha sorteado un lote de tirar cohetes y que ha entrado a matar como un león. Otro que se ha jugado el tipo ha sido el banderillero "El Algabeño", de la cuadrilla de Luque.

La corrida de El Puerto de San Lorenzo -procedencia Atanasio-Lisardo- ha sido mansa, lidiada al completo en las cercanías del tendido 2 y "Cartuchero", uno de esos famosos "mansos encastados" que da esta casa. 

sábado, 16 de mayo de 2015

Madrid, la cuna del requiebro, el chotis y el ventarrón

Eolo y San Isidro Labrador andan este año enojados y, para el día del patrón de Madrid, el vendaval azotaba Las Ventas. Los damnificados colaterales por esta disputa entre dioses y santos fueron los toreros que trenzaban el cartel del 15 de mayo, Miguel Abellán, Miguel Ángel Perera e Iván Fandiño, quienes tuvieron que desarrollar sus faenas al relativo abrigo de las tablas del tendido 5. 


Enorme decisión y casta la de Abellán y Fandiño, recibiendo sus toros a porta gayola e intentando agradar constantemente al público, a veces con mayor fortuna que otras. Lo que resulta indudable es que ambos fueron a Madrid llenos de voluntad. Curiosamente, Abellán toreó mejor al peor de su lote, un castaño de Parladé que abrió plaza y que brindó al doctor García Padrós, al que consiguió exprimirle algunos naturales muy puros y enfrontilados. Como premio a su esfuerzo, los tendidos, dadivosos y festivos, pidieron una oreja que le fue concedida. Con el noble cuarto, Abellán no acabó de acoplarse -excesivamente al hilo del pitón- y la faena, que empezó bien, se desinfló. En el ojo del huracán venteño, Fandiño recuperó la moral perdida tras su truncada encerrona del Domingo de Ramos. Fandiño vuelve a ser Fandiño, un torero indómito y tenaz, a veces cegado por las ansias de triunfo. Sorteó un buen toro que cerró plaza, Jirivilla, pronto y encastado, de pavorosa cornamenta, que habría merecido ser toreado en los medios sin el azote del viento. Lo recibió con un pase cambiado y lo despidió con unas ajustadas bernardinas; entre medias, el trasteo tuvo altibajos compensados con mucha voluntad. Recibió una voltereta entrando a matar, pero ni eso le sirvió para que el Presidente, Javier Cano, le diera la oreja. Pelúas a un lado, Fandiño se ha reconciliado con Madrid y esto es una gratísima noticia. A Perera, en cambio, le faltó un buen lote y afán, dos motivos que le impidieron cruzar la raya que exige el público de Las Ventas. 


La corrida de Parladé -bien presentada y cinqueña- escaseó de casta salvo los únicos toros negros, los citados cuarto y sexto -ovacionados en el arrastre- y el primero, que desarrolló clase por el pitón izquierdo. Sin el aire, la lidia habría permitido otro lucimiento... porque, si bien es cierto que Dios hizo de Madrid la cuna del requiebro y del chotis, en esta festividad de San Isidro también fue el reinado del ventarrón. Con esas condiciones, ni se puede ver lo que es canela fina, ni mucho menos, armar la tremolina. Demasiado que los toreros abandonaron el ruedo por su propio pie.


domingo, 5 de octubre de 2014

El jugador

 
La plaza de Madrid da y quita todo. A veces, en la misma tarde, como esos viejos y elegantes casinos europeos de finales del siglo XIX donde los nobles salían siendo pordioseros, y los pobres, burgueses. Los toreros no se convierten en figuras hasta que no entran en Madrid, en el corazón de la antojadiza afición de Madrid. Miguel Abellán tomó la decisión de sentarse solo en la mesa de la ruleta, apostó y, milagrosamente, no ganó, pero tampoco perdió. Cuando pisó el ruedo envuelto en un capote de paseo negro y oro, se santiguó y elevó la mirada hacia los tendidos, recibió una ovación reluciente, tan clamorosa como la que le tributaron terminada la tarde y abandonaba Las Ventas, a pie, por el patio de caballos. El jugador quedó en tablas.
 
 
Abellán fue, en todo momento, un tahúr sobrio, competente y digno, conocedor de su oficio, con el pulso firme y la cabeza despejada. Durante su apuesta, el azar quiso que le salieran dos tiradas ganadoras, Sospechoso y Burganero, el primer y tercer toro del Puerto de San Lorenzo, ovacionados en el arrastre. Con Sospechoso, que llevaba el hierro de La Ventana del Puerto, el torero realizó, quizá, su faena más profesional, conduciendo las embestidas con facilidad. Mató de una estocada trasera, el de Atanasio-Lisardo tardó en caer y del tapete, por arte de birlibirloque, desapareció una oreja que ya estaba ganada.  

 
La bolita de Burganero salió, en los primeros tercios, fría y abanta, tanto que el varilarguero de la contraquerencia, Tito Sandoval, se quedó sin picar porque el toro se enceló con el que cerraba puerta. En banderillas, aumentó la incertidumbre, sin embargo, Abellán lo vio claro, cogió la montera con determinación y brindó la mano a ese público de Las Ventas que seguía con él. El único brindis de la tarde. Con la muleta en la derecha, el de Usera se acopló de inmediato al tranco de Burganero, un derroche de nobleza y fijeza. Un comienzo de faena con mucha torería y, después, dos grandes series. Con la izquierda, la bolita de la suerte empezó a oscilar, no obstante, el jugador retomó las riendas a tiempo en un final de muletazos genuflexos, muy bellos. La oreja, o quizá las dos, asomaban en el paño del crupier cuando, en mitad de un profundo silencio, Abellán pinchó arriba, truncando así toda la partida. Ovación para Burganero en el arrastre y ovación cerrada para el matador, que debió dar la vuelta al ruedo.

 
Desde entonces, la jugada se puso cuesta arriba. En la bolsa del Puerto de San Lorenzo ya no quedaban más bolitas de la suerte y la fatiga comenzó a asomar en el rostro del jugador. Cuando el casino apagó sus luces con el arrastre del sexto toro, Abellán se levantó de la mesa de la ruleta, decepcionado pero entero, y abandonó el círculo con una única ganancia: un ramo de claveles blancos que le lanzó una partidaria leal.

Fotografías de Juan Pelegrín

sábado, 31 de mayo de 2014

Sellar bocas


Este San Isidro está siendo una feria de toreros machos. Primero llegó Fandiño, la tarde de los Parladés, demostrando que no existe nada más pétreo que la determinación de un hombre. Poco después, la espeluznante corrida en la que David Mora, Antonio Nazaré y Jiménez Fortes dejaron el ruedo de Las Ventas huérfano. Y ayer, otros tres matadores se ganaron, a carta cabal, el respeto de la afición. En particular, uno de ellos: Miguel Abellán.
 
 
Emocionaba ver a aquel hombre conmocionado, con el rostro y el cuerpo ensangrentados, deslizándose entre los pitones del toro, dando el pecho, para que Madrid recordara que, ante todo, es un torero. Probablemente, tras los bailes invernales, Abellán también tenía una deuda consigo mismo, con su conciencia; un cargo profundo que sólo podía liquidar con la muleta. Y tapó bocas por su raza. En Las Ventas, durante mucho tiempo, Abellán se ha ganado el crédito del respeto.
 
 
Igual de épica fue la imagen de Paco Ureña, cruzando solo, de punta a punta, el ruedo de la plaza, camino de la enfermería, con la pierna arrastrando y un cornalón en el muslo. Tuvo el peor lote, el más parado, sin fijeza ni clase. Sin embargo, dibujó algunos muletazos soberbios. La Tauromaquia pura y fría de Ureña, inevitablemente, recuerda a la de Sergio Aguilar. Los aficionados sólo deseamos que los caprichos empresariales sean más justos con él.
 
 
Finalmente, Joselito Adame se las vio, cara a cara, con un auténtico depredador, el tercer toro del festejo, que no perdonaba un titubeo. El mexicano lo macheteó por bajo y salió ileso del trance, que no era "peccata minuta". Para resumir, lo del Montecillo de Paco Medina fue "una corrida de toros", dispar y emocionante, a la que muchos le habrán colocado ya la cruz. Desigual de presentación, resultó una corrida para toreros machos, propicia para acometer heroicidades. Justo lo que necesita la Fiesta.

Fotos de Juan Pelegrín y EFE