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sábado, 17 de enero de 2015

Buen viaje, Alvite

"Y si no vuelvo, por favor, piensa que fue sólo porque me empeñé en el estúpido sueño de llegar por ferrocarril a una ciudad sin tren".

jueves, 16 de enero de 2014

La espalda más perfecta de la creación

"El tiempo se nos fue echando encima mientras yo conducía pensando en ella, sin fijarme en la carretera, orientado apenas por el astigmatismo del arcén mordido por la hierba, con la misma precisión con la que en la espalda de una mujer se arrastra el tirador a lo largo de la cremallera de su vestido"
(José Luis Alvite).
 

¿No le suena esta chica? Se llama Vikki Dougan, aunque el nombre quizás le diga poco. Modelo y aspirante a actriz, nació en 1929 y alcanzó su mayor popularidad en la década de los cincuenta tras varios posados donde dejaba ver una interminable columna vertebral hasta el lugar donde la espalda pierde su casto nombre. Una inteligente estrategia publicitaria, ya que le permitía competir con las modelos de pechos grandes, un atributo del que no podía presumir. A pesar de ello, en 1957 y 1962, llegó a ser chica Playboy y entre sus numerosas conquistas figuró Frank Sinatra. Además, en Hollywood se ganó el nada despreciable apodo de "The Back" ("La Espalda"), gracias a sus vestidos endiabladamente provocativos.

 
Sin embargo, ¿sigue sin recordar exactamente dónde ha visto a Vikki y su derrière? En 1988, Disney rescató a esta pin-up como la musa de Roger Rabbit, la sensual Jessica Rabbit, sin duda, su "papel" más popular.
 
 
Últimamente, muchas actrices han intentado copiar burdamente a Vikki pero, desde ella, no ha vuelto a crearse una espalda tan perfecta.
 
 
Nota: Desde la publicación de este post, he recibido numerosos comentarios. Un caballero, por ejemplo, se siente defraudado al ver que no menciono a Kim Novak. "El sitio justo es lo que distingue el refinado erotismo de la ordinariez. La mejor espalda es la de Novak". Hitchcock también quedó prendado de ella porque "enseñaba la espalda para dejar claro que no usaba sujetador".
 

Por otro lado, Josephine Douet aporta un toque francés con la película Le grand blond avec une chaussure noire (1975), donde la actriz Mireille Darc popularizó el vestido de noche "Clair-de-Fesses" (ojo al dato), del diseñador Guy Laroche.
 
 

martes, 11 de junio de 2013

Los titulares en tinta roja

"No sé cómo los periódicos pueden hacerse sin café de verdad -no de máquina-, sin tabaco y sin whisky. Los de ahora están peor escritos y con demasiados comunicados de prensa. Mi gran fuente de inspiración para mis artículos es Mercadona, adonde me iré en cuanto acabe esta entrevista" (entrevista a Antonio Burgos en el ABC de este martes).


A Antonio Burgos -uno de mis periodistas de cabecera- acaban de concederle el premio Luca de Tena. Olé. Sus "recuadros" mantienen viva la más brillante literatura costumbrista española y, por si fuera poco, además de aficionado a los toros, es uno de los mayores conocedores de la canción popular andaluza. Su libro "Rapsodia española", una deliciosa antología de la poesía nacida del pueblo, se ha convertido en la Biblia de todos los que amamos la copla y la "cultura rancia". 


Tiene razón el señor Burgos cuando afirma que las redacciones de los periódicos cada día se asemejan más a la sala de espera de un hospital: perfectamente esterilizadas e higiénicas, sin una voluta de humo, pero frías y sin alma.
 

Yo comencé a trabajar en una redacción donde se fumaba mucho. Entré de becaria en septiembre de 2007. Mi jefe era el clásico periodista vividor, con el pitillo en los labios y múltiples corruptelas, de mucho nervio, camisa entallada, y al que le sentaba mal envejecer. Digo clásico pero ya quedan pocos así. Algunas madrugadas, en una grieta de debilidad, tras una sobredosis de mentiras que le reportaban un sobre lleno de billetes, le martilleaba, levemente, la mala conciencia. Decía que un buen periodista jamás se apoyaba en el respaldo de la silla: debía estar siempre en tensión, siempre en el filo, siempre alerta.
Cuando quería una entrevista, nos soltaba como perros de presa, a la yugular, y pobre de nosotros si escapaba iba vivo. Aprendí mucho de él. A pesar del hambre -cenar en esa redacción era misión imposible-, guardo buenos recuerdos de aquella época.
 

Ahora, como dice José Luis Alvite, otro periodista que debería leerse en todas las Facultades de Comunicación, queremos tener vicios que sean virtuosos.
 

"Lo malo es que nos hemos mezclado con el poder y con las finanzas y hemos olvidado a quienes esperaban nuestras noticias en el quiosco con el sueño en los ojos y una moneda en la mano. Curiosamente, las redacciones tienen ahora un aspecto más aséptico que cuando yo me senté por primera vez en una y lo primero que hice fue aplastar una cucaracha con el mazo de la baraja. En cualquier redacción hay ahora más limpieza que en la mejor perfumería de la ciudad y más higiene que en cualquier hospital. Pero, ¿y el entusiasmo? ¿Y aquella sagrada sensación de que la gente esperaría a primera hora por nuestro trabajo en el quiosco de la esquina? ¿Y qué ha ocurrido para que nos demos cuenta de que lo que las nuevas generaciones aprenden en las facultades no es en absoluto mejor que lo que habían aprendido aquellos otros periodistas sentados en el sillón del peluquero?" (Alvite).
 
 

lunes, 10 de junio de 2013

La bola de cristal de Choperita y el regreso al puticlub

"Antes no había corrupción. Había hepatitis, cirrosis... porque el periodista tenía vicios. Ahora, corruptelas" (José Luis Alvite).
 

La pasada madrugada, ya en la cama, en vez de enchufarme unos tangos del Cabrero, Le Meteque de Moustaki o unas rancheras de José Alfredo, tuve la desafortunada idea de poner en la radio el programa de Molés. Para abrir plaza, entrevistaron a José Antonio Martínez Uranga, Choperita, que tenía la noche llorica y soltó perlas como que al mundo taurino no le quedaba mucho tiempo de vida, una generación a lo sumo. Lo suficiente, pues, para cubrir los gastos de su jubilación y poco más. Como remate a su visión apocalíptica, afirmó que su hijo Manuel (Martínez Erice) y Toño Matilla estaban "condenados a entenderse de por vida". En el pack también metió a Luisma Lozano, probablemente para ignorar, una vez más, a sus primos los Chopera y, de paso, despreciar a su socio Simón Casas. 
 
Choperita anuncia el cartel del siglo XXI
(Fuente: el gran Juan Medina, un genio de los números taurinos)
 
"Esto está mal porque los taurinos no nos unimos. Los taurinos tenemos el 99% de culpa de lo que está pasando", afirmó el padrino Choperita, usando la siempre socorrida fórmula de la primera persona del plural. ¿Acaso no se unieron "los taurinos" para boicotear la corrida de Valdefresno la tarde de la Beneficencia? Para rematar el discurso, el bueno de Molés dijo: "Tenemos que hacer algo para que esto [el toreo] no se venga abajo". Déjalo, Manuel... Mejor no enredes. Pío, pío, que yo no he sido.
 
 
Total, que me fui a la cama con pesadillas de triunviratos: Martínez Erice-Toño Matilla-Luisma Lozano, César-Pompeyo-Craso, Octavio-Marco Antonio-Lépido... Alea iacta est por la mano Choperita. Los demás mortales, abstenerse.
 

Con razón, no hace mucho, oí decir a un picador, completamente asqueado por las corruptelas del sistema, que, cuanto más se subía en el escalafón, más turbia resultaba la panorámica. Por eso, estaba deseando volver a las plazas del Valle del Terror, con sus novilladas de 650 kilos, y sus putas al final del festejo.
 
 

sábado, 3 de noviembre de 2012

"Es difícil decir cómo está hecha mi penumbra"


Los atardeceres siempre son melancólicos y más aún los invernales. Desde que cambiaron la hora el pasado fin de semana -maldita costumbre que, según dicen, nos hace más europeos-, anochece a las seis. ¿Qué tenemos en común con los londinenses, berlineses o parisinos, que cenan cuando nosotros merendamos y se van a dormir cuando salimos a tomar una caña? La receta del euro-pudding, consistente en homogeneizarlo todo en una pasta amorfa e insípida, detiene hasta las manecillas del reloj: a las tres son las dos y a las cinco de la tarde termina el día por orden del Parlamento Europeo. Hace años descubrí que el ocaso es menos triste si nos sorprende en la calle; cuando las nubes comienzan a teñirse de magenta, es hora de cruzar el umbral de la puerta. Como escribió el gran Alvite: "En la ciudad en donde vivo, sólo algunas aceras pasan en la calle más tiempo que yo".


"La noche, en estas latitudes, cae de improviso, con un crepúsculo efímero que dura un soplo, y después, la oscuridad. Yo debo vivir únicamente en este breve período, y por lo demás no existo. O mejor, estoy, pero es como si no estuviese, porque estoy en cualquier sitio, incluso allí, donde te he dejado, y además en todas partes, en todos los lugares de la tierra, en los mares, en el viento que hincha las velas de los veleros, en los viajeros que atraviesan las llanuras, en las plazas de las ciudades, con sus mercaderes y sus voces y el flujo anónimo del gentío. Es difícil decir cómo está hecha mi penumbra y qué significa. Es como un sueño que sabes que estás soñando, y en eso consiste su verdad: en ser real fuera de lo real. Su morfología es la del iris, o mejor, la de las gradaciones lábiles que dejan de ser mientras están siendo, como el tiempo de nuestra vida. Me es posible recorrerlo, este tiempo que ya no es mío y que ha sido nuestro, y que corre ligero en el interior de mis ojos, tan rápido que yo entreveo paisajes y lugares que hemos habitado, momentos que hemos compartido e incluso nuestras conversaciones de entonces, ¿recuerdas?, hablábamos de los parques de Madrid y de una casa de pescadores donde hubiéramos querido vivir y de los molinos de viento, y de los acantilados en el mar en una noche de invierno, cuando comimos gachas, y de la capilla con los exvotos de los pescadores, vírgenes de rostro popular y náufragos como marionetas que se salvan del oleaje agarrándose a un rayo de luz llovida del cielo. Mas todo esto que me pasa por dentro de los ojos, pero que descifro con exactitud minuciosa, es tan rápido en su irrefrenable carrera que es sólo un color: es el malva de la mañana sobre la meseta, es el azafrán de los campos, es el añil de una noche de septiembre con la luna colgada del árbol en la explanada delante de la vieja casa, el olor fuerte de la tierra y tu seno izquierdo, que yo amaba con mayor intensidad; y la vida estaba allí, aplacada y escondida por el grillo que vivía al lado, y aquélla era la mejor noche de todas las noches, porque era una noche líquida, como la pulpa del albaricoque.

En el tiempo de este infinito mínimo, que es el intervalo entre mi ahora y nuestro entonces, te digo adiós y silbo Yesterday y Guaglione. He dejado mi jersey en la butaca de al lado, como cuando íbamos al cine y esperaba que tú volvieras con los cacahuates".
(Antonio Tabucchi, Los volátiles del Beato Angélico)

"Y, de repente,
llega la noche
como un aceite
de silencio y pena.
A su corriente me rindo
armado apenas
con la precaria red
de truncados recuerdos y nostalgias
que siguen insistiendo
en recobrar el perdido
territorio de su reino.
Como ebrios anzuelos
giran en la noche
nombres, quintas,
ciertas esquinas y plazas,
alcobas de la infancia,
rostros del colegio,
potreros, ríos
y muchachas
giran en vano
en el fresco silencio de la noche
y nadie acude a su reclamo.
Quebrantado y vencido
me rescatan los primeros
ruidos del alba,
cotidianos e insípidos
como la rutina de los días
que no serán ya
la febril primavera
que un día nos prometimos".
(Álvaro Mutis, Lied de la noche)

" [...] Le soleil, las de voir ce spectacle barbare,
précipite sa course, et, passant sous les eaux,
va porter la clarté chez des peuples nouveaux:
l'horreur de ces déserts s'accroît par son absence.
La Nuit vient sur un char conduit par le silence:
Il amène avec lui la crainte en l'univers".
(La Fontaine, Les Amours de Psyché et de Cupidon)
Pinturas de Vincent Van Gogh

lunes, 1 de octubre de 2012

La evolución masculina: de tipo duro a oso de peluche

Un amigo se lamenta porque no tiene éxito con las mujeres. Entre copa y copa suele preguntarme: «¿por qué todas me veis como un oso de peluche?». Para explicar los motivos por los que nos atraen los tipos duros habría que remontarse a la noche de los tiempos, con el cavernícola cazador y su corte de trogloditas esperándole en la caverna. La modernidad, en cambio, produce hombres blanditos, muy bien afeitados o directamente barbilampiños, que han pasado de los Boy Scouts a la Sociedad Protectora de Mascotas Indefensas. Y, por si fuera poco, cocinan sushi. Antropológicamente, estos hombres -muy bien vistos por la sociedad- están en las antípodas del centro gravitatorio femenino. Las mujeres nos sentimos visceralmente atraídas por hombres indomables, caballerosos pero nunca edulcorados, con cierta dósis de egolatría, rebeldes, misteriosos y poco habladores. Existe la creencia popular -fomentada, sin duda, por los osos de peluche- de que las mujeres que buscan tipos duros tienen baja la autoestima y así se rebelan contra la figura paterna. Chorradas de frustrados. Todo es mucho más sencillo y primitivo. Los hombres se diferencian hasta por la mirada: unos, la mayoría, la tienen ajuampedrada y otros, cada vez menos, santacolomeña.

Vuelvo a recurrir a la estantería de auto-ayuda, donde lo explican todo magistralmente. Escribe una tal Carole Liebermann, autora del libro "Tipos malos: ¿por qué los queremos y por qué los dejamos": «Ellos son impredecibles, deshonestos, o incluso groseros, pero estos sinvergüenzas tienen un enorme atractivo para nosotras: un extremo erótico peligroso que es difícil de resistir». Lo aseguran hasta en las revistas científicas: los tipos malos consiguen más mujeres que los "pelucheros".

«A las mujeres lo que les gusta de mí es que, en mi boca, incluso es ilegal el Padre Nuestro. En mí las mujeres ven una mezcla de perversidad e higiene. Les vuelve locas la idea de complicarse la vida con un tipo en cuyas manos huelen juntos el jabón de tocador y el tufo de la baraja. Para algunas mujeres, los tipos como yo somos como un incendio en el que sólo valiese la pena jugarse la vida para salvar el fuego» (José Luis Alvite).

Si bien a mis amigos les recomiendo que se conviertan en tipos duros, a mis amigas les desaconsejo que se enamoren de ellos. Ya lo advertía Rafael de León en su segundo soneto de amor:


«Me avisaron a tiempo: ten cuidado,
mira que miente más que parpadea,
que no le va a tu modo su ralea,
que es de lo peorcito del mercado.

Que son muchas las bocas que ha besado
y a lo mejor te arrastra en su marea
y después no te arriendo la tarea
de borrar el presente y el pasado.

Pero yo me perdí por tus jardines
dejando que ladraran los mastines,
y ya bajo la zarpa de tus besos

me colgué de tu boca con locura
sin miedo de morir en la aventura,
y me caló tu amor hasta los huesos».

Los tipos duros soportan especialmente mal el paso de los años y, obsesionados con no envejecer, suelen caer en el rídiculo. La vida no entiende de sexos y pasa factura por igual a las mujeres fatales y a los muchachos calavera, sea en la copla o en el tango (éste, por cierto, compuesto por Carlos Viván).


«Berretines locos de muchacho rana
me arrastraron ciego en mi juventud,
en milongas, timbas y en otras macanas
donde fui palmando toda mi salud.
Mi copa bohemia de rubia champaña
brindando amoríos borracho la alcé.
Mi vida fue un barco cargado de hazañas
que junto a las playas del mal lo encallé.

¡Cómo se pianta la vida!
¡Cómo rezongan los años
cuando fieros desengaños
nos van abriendo una herida!
Es triste la primavera
si se vive desteñida...
¡Cómo se pianta la vida
del muchacho calavera!

Los veinte abriles cantaron un día
la milonga triste de mi berretín
y en la contradanza de esa algarabía
al trompo de mi alma le faltó piolín.
Hoy estoy pagando aquellas ranadas,
final de los vivos que siempre se da.
Me encuentro sin chance en esta jugada...
La muerte sin grupo ha entrado a tallar...»

Y para cerrar con los tipos duros, "Ventarrón", con letra de José Horacio Staffolani y música de Pedro Maffia. Canta también, con su voz grave de hombre, pasional, irresistible, el "Polaco" Goyeneche.


«
Por tu fama, por tu estampa,
sos el malevo mentado del hampa;
sos el más taura entre todos los tauras,
sos el mismo Ventarrón.

¿Quién te iguala por tu rango
en las canyengues quebradas del tango,
en la conquista de los corazones,
si se da la ocasión?

Entre el malevaje,
Ventarrón a vos te llaman...
Ventarrón, por tu coraje,
por tus hazañas todos te aclaman...

A pesar de todo,
Ventarrón dejó Pompeya
y se fue tras de la estrella
que su destino le señaló.

Muchos años han pasado
y sus guapezas y sus berretines
los fue dejando por los cafetines
como un castigo de Dios.

Solo y triste, casi enfermo,
con sus derrotas mordiéndole el alma,
volvió el malevo buscando su fama
que otro ya conquistó.

Ya no sos el mismo,
Ventarrón, de aquellos tiempos.
Sos cartón para el amigo
y para el maula un pobre cristo.

Y al sentir un tango
compadrón y retobado,
recordás aquel pasado,
las glorias guapas de Ventarrón»

domingo, 23 de septiembre de 2012

Moon River

"Desayuno con diamantes" (Blake Edwards, 1961) es una película ramplona con una música tan maravillosa que resiste y mejora con el paso de los años. No en vano, Henry Mancini se llevo los "óscars" a la mejor banda sonora y a la mejor canción por "Moon River", cuya letra, de Johny Merced, fue escrita expresamente para Audrey Hepburn, que no tenía nociones de canto -su voz de grillo era inversamente proporcional a su encanto-. No en vano, la escena de Holly cantando en el alfeizar de la ventana casi fue eliminada, aunque en el último momento, y gracias al empeño de la actriz, se mantuvo. Curiosamente, se convirtió en un éxito y hasta la fecha ha sido versionada por múltiples cantantes como Frank Sinatra, Andy Williams o Louis Armstrong.


Lo mejor que se ha escrito sobre "Moon river" lleva la firma del inigualable José Luis Alvite en un artículo titulado "Hidra de luz":

"Puede que lo mío por Henry Mancini sea algo más que devoción y que si me gustan sus partituras y sus arreglos sea tal vez porque me producen un placer sencillo, casi elemental, que me permite percibir cierta sofisticación en las circunstancias menos propicias. Sin ser un músico capaz de sustraerte de la realidad, en cambio es uno de los mejores para hacértela más llevadera, hasta el punto de que no hay un martini que no mejore su sabor si en el momento de probarlo suena la melodía que nos recuerda la secuencia de «Charada» en la que el «bateau mouche» se desliza por el Sena como un témpano de flúor, como una hidra de luz. Cualquier conversación resulta más interesante si suena de fondo una de esas melodías de Mancini en las que a mí me parece que, a pesar del frío de la calle y de la lluvia en la ventana, siempre hace buen tiempo. Con el trasfondo de su piano parafraseando lo más agradable de la vida cotidiana, he conseguido a veces parecerle a mis parejas más inteligente de lo que soy. Puede que la suya sea eso que los intelectuales desprecian por considerarla «música de ascensor», pero a mí eso me trae sin cuidado. Yo no administro las emociones en función de su densidad académica, ni me planteo siquiera que Mancini pueda haber compuesto algunas de sus mejores partituras transcribiendo en un pentagrama el ruido de la cubertería del casino de Montecarlo al extenderla sin criterio sobre el teclado del piano.

Me basta con haberme dado cuenta de que si la Audrey Hepburn de «Desayuno con diamantes» resulta hermosa mientras canta «Moon river» en la escena del alfeizar de su ventana es porque su rostro es hermoso aunque se haya maquillado con el agua del lavabo y también porque con la partitura de Henry Mancini cualquier mujer resulta diez años más joven y cinco quilos más delgada. Algo tendrá esa canción, en apariencia tan sencilla, para que haya perdurado como una de las memorables del cine. Aunque estas cosas son siempre opinables, resulta evidente que sin la melodía de Mancini a su favor, ni la belleza de Audrey nos parecería de verdad indiscutible, ni «Desayuno con diamantes» habría superado con tanta dignidad los inevitables estragos del tiempo. Hubo y hay actrices más hermosas que ella, y también las hay que resultan profesionales más brillantes, con la diferencia de que así como uno puede recordar la belleza casi dogmática del rostro de Ava Gardner, gracias al delicioso Henry Mancini podremos estar de acuerdo en que la de Audrey Hepburn es una cara que recordaremos no sólo por sus facciones limpias, por sus gestos tan aseados, casi farmacéuticos, sino, y sobre todo, porque aunque cometiésemos el pecado de olvidar su nombre, podríamos tararear su rostro".


"Moon River, wider than a mile,
I'm crossing you in style some day.
Oh, dream maker, you heart breaker,
wherever you're going I'm going your way.
Two drifters off to see the world.
There's such a lot of world to see.
We're after the same rainbow's end
waiting 'round the bend,
my huckleberry friend,
Moon River and me".


"Me casaría con usted si tuviera dinero, por eso es una suerte que ninguno de los dos seamos ricos", decía una pragmática Hepburn al incauto George Peppard. En la película, ni ella era prostituta de lujo (el personaje se convirtió en una chica alocada que pedía 50 dólares para ir al tocador), ni él un gigoló. Así se resolvió la versión light de la novela de Capote para no contravenir la moral puritana de la época. Peppard era como esos buenos toreros que nunca entraban en los carteles y eran maltratados sistemáticamente por los empresarios. Actuaba bien, tenía clase y, después de Paul Newman, era el hombre más guapo de Hollywood. Sólo protagonizó dos pelis de éxito -"Desayuno con diamantes" y "Con él llegó el escándalo", además de la serie "El equipo A"- y murió, siendo prácticamente un desconocido, a los 65 años de un cáncer de pulmón. Un café con Peppard sí que era un desayuno con diamantes ante un escaparate de ojos azules.