Mostrando entradas con la etiqueta Miguel de Cervantes. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Miguel de Cervantes. Mostrar todas las entradas

miércoles, 17 de febrero de 2016

Y tu corazón caliente, nada más

Sólo tu corazón caliente, 
y nada más. 


Así arrancaba un poema de Lorca titulado "Deseo", donde también se hablaba sobre un río discreto, un campo de miradas rotas, y la "espuela del viento", como la que nos azuza en estos días de febrero. 

Sólo tu corazón caliente, 
y nada más. 

Mi paraíso, un campo 
sin ruiseñor 
ni liras, 
con un río discreto 
y una fuentecilla. 

Sin la espuela del viento 
sobre la fronda, 
ni la estrella que quiere 
ser hoja [...]


Rousseau explicó perfectamente la diferencia entre "desear" -como el "deseo" lorquiano- y "querer". El filósofo francés decía así: "Desear no es querer. Se desea lo que se sabe que dura poco; se quiere lo que se sabe que es eterno". Por ello, el hombre vive lleno de deseos y más pobre de quereres. Viejo asunto sobre el que también ahondó Cervantes: "Amor y deseo son dos cosas diferentes; que no todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama". 


A Benedetti, en cambio, se le pasó por alto la observación de Rousseau -le sucede a muchos- y en su libro "Vivir adrede" confundió amar con desear: "Lo imposible es una burla de los dioses. Cuando tomamos conciencia de que el imposible es eso: un imposible, es ya tarde para refugiarnos en la sensatez [...] Todos queremos lo que no se puede, somos fanáticos de lo prohibido". Matización: todos DESEAMOS lo que no se puede, como un antojo, un capricho que, al final, acaba pasando. Los deseos se los lleva el temporal... hasta que llegan otros nuevos. 


Precisamente ése, saltar de deseo en deseo, es el secreto para mantener el corazón caliente en estos días en los que aprieta la espuela del norte.

viernes, 24 de abril de 2015

"El Quijote" en un tuit


Paradójicamente, cuando los españoles leemos menos que nunca, nos partimos la crisma por encontrar los restos óseos de Cervantes. El insigne escritor, gloria de nuestras malversadas letras, decía: "El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho". Es una cita de El Quijote, novela llena de soberbios "tuits".


"La pluma es lengua del alma: cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos".

“No hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas".

“Si a los oídos de los príncipes llegase la verdad desnuda, sin los vestidos de la lisonja, otros siglos correrían...”.

"—Muchos son los andantes —dijo Sancho. —Muchos —respondió don Quijote—, pero pocos los que merecen nombre de caballeros".

"Ya sabe el buen Sancho que lo que una vez promete un caballero procura cumplirlo, aunque le cueste la vida".

"Pero... ¡Ay de mí, desdichada! ¿Qué locura o qué desatino me lleva a contar las ajenas faltas, teniendo tanto que decir de las mías?”.

"No pueden las tinieblas de la malicia ni de la ignorancia encubrir y escurecer la luz del valor y de la virtud".

"Y es querer atar las lenguas de los maldicientes lo mesmo que querer poner puertas al campo".

"Aquí esperaré intrépido y fuerte, si me viniese a embestir todo el infierno".

"—Antes creo, Sancho —dijo don Quijote—, que te quieres encaramar y subir en andamio por ver sin peligro los toros".

"Que las tierras que de suyo son estériles y secas, estercolándolas y cultivándolas vienen a dar buenos frutos".

"Habían llegado a aquella venta, que para él era haber llegado al cielo, donde se rematan y tienen fin todas las desventuras de la tierra".

“Y a Sancho le vino en voluntad de dejar caer las compuertas de los ojos, como él decía cuando quería dormir...".

sábado, 30 de noviembre de 2013

La venta de Tajahierro

"No hubo andado una pequeña legua, cuando le deparó el camino en el cual descubrió una venta, que a pesar suyo y gusto de don Quijote había de ser castillo. Porfiaba Sancho que era venta, y su amo que no, sino castillo; y tanto duró la porfía, que tuvieron lugar, sin acabarla, de llegar a ella, en la cual Sancho se entró, sin más averiguación, con toda su recua".
(Miguel de Cervantes Saavedra)

Sobre la palabra "venta", dice la RAE:
"casa establecida en los caminos y despoblados para hospedaje de los pasajeros".

La venta de Tajahierro está emplazada en las primeras brañas de Palombera. Hasta aquí, y un poco más al occidente, hacia Sejos, vienen a pastar las vacas de la umbría y de la solana: las de Santander y las de Palencia. Las de Palencia son corpulentas y veletas: es el ganado de Campóo, de pelo claro. Las de Santander son pequeñas y elegantes, un poco ariscas y altivas: a veces antipáticas; es el ganado de Tudanca, donde también se dan buenos escritores, ¡me valga el cielo! ¡A pares! Los hermanos Francisco y José María de Cossío, sin ir más lejos.


Tajahierro se pierde un poquito en la noche de los tiempos. Según he podido averiguar a través de mis amables informadores, la venta es lo que queda de la hospedería de una antigua abadía llamada Santa María de Hozcaba, del siglo XIII. Arquitectónicamente no tiene importancia, pero tiene algo mejor: gracia. El ventero me ha contado que este invierno la nieve ha llegado "hasta el cumbral" y que ha pasado lo que es más difícil de pasar a estas alturas: miedo. Es un hombre rubio, un visigodo puro, y tiene unos hijos que parecen jóvenes renanos. Me ha contado cosas muy curiosas: soy el primer viajero que llega este año, después del hombre del carro de patatas.


Tajahierro tiene sus personajes propios y hasta sus leyendas. Lo que no tiene son papeles, y esto acaso es una ventaja para la fantasía. Saberse de cierto, se sabe que allí vivió refugiado un prusiano, nadie sabe por qué [...] Pero el personaje más extraordinario de Tajahierro fue uno de los hombres más raros y notables de fines del siglo pasado: D. Ángel de los Ríos y Ríos, a quién se recordará por aquellos valles altos, puros, diamantinos, por mucho tiempo, con su apodo de "el sordo de Proaño".


Proaño era su torre, donde anidaba como un águila real aquel hidalgo mebrudo, recto y absolutista, trueno de la cordillera, y que de pronto caía en ternuras increíbles. Administraba por igual su talento de historiados y sus conocimientos de las lenguas antiguas (tradujo el poema escandinavo "Los Eddas" al castellano y escribió diez o doce libros eruditos) y su parva hacienda, que se iba liquidando en generosidades que parecían extravagantes a los demás. Además administraba justicia por su cuenta como un señor feudal, hasta extremos fabulosos. Por dos veces anduvo a tiros por imponer su ley que, eso sí, siempre coincidía con la Ley de Dios y con la común conveniencia. Una de las veces le descerrajó un tiro a un desalmado en la propia venta de Tajahierro, donde D. Ángel se aislaba de cuando en cuando para escribir, para cazar o para meditar.


Y la otra vez, a su mejor amigo, sordo y voluntarioso como él, le prohibió que cortara un árbol o que pasara con sus vacas por un sendero que no era legal, o algo así. Y como su amigo, que se llamaba Domingo González, no quiso obedecerle, le metió un balazo en una pierna, del que Domingo quedó cojo [...] Era imposible. Pero tan bueno que, Domingo, su víctima le llevaba todos los días a la cama donde el hidalgo agonizaba, años después, arruinado, una hogaza de pan tierno y un pichón. ¡Yo creo que éstos eran dos hombres! Propios de Tajahierro; que todavía tiene en su fachada, abrigado por un gran tejado de dos aguas, un escudo abacial, un letrero de mármol con el nombre de la venta, puesto por D. Ángel. Hay la esperanza de que algún día, en aquel lugar, donde crecen el té y la digital a unos pasos del helecho hembra y de las fresas del monte, alguien abra para los visitantes de un sitio tan bello y conmovedor, frente al dios rupestre del Pico de Tres Mares, donde se puede nacer Ebro o Duero o Deva, un parador donde poder dormir sin guerra.

VÍCTOR DE LA SERNA
Venta de Tajahierro, 25 de abril de 1953

jueves, 6 de junio de 2013

Caravanas en camino

 
"Lo que cuenta no es el destino, sino el camino que se recorre..."

 
"Somos señores de los campos, de los sembrados, de las selvas, de los montes, de las fuentes y de los ríos. Los montes nos ofrecen leña de balde; los árboles, frutas; las viñas, uvas; las huertas, hortaliza; las fuentes, agua; los ríos, peces, y los vedados, caza; sombra, las peñas; aire fresco, las quiebras; y casas, las cuevas. Para nosotros las inclemencias del cielo son oreos, refrigerio las nieves, baños la lluvia, músicas los truenos y hachas los relámpagos. Para nosotros son los duros terreros colchones de blandas plumas: el cuero curtido de nuestros cuerpos nos sirve de arnés impenetrable que nos defiende; a nuestra ligereza no la impiden grillos, ni la detienen barrancos, ni la contrastan paredes; a nuestro ánimo no le tuercen cordeles, ni le menoscaban garruchas, ni le ahogan tocas, ni le doman potros" (Miguel de Cervantes, fragmento de La Gitanilla).
 
 
"La tribu profética, de pupilas ardientes
Ayer se ha puesto en marcha, cargando sus pequeños
Sobre sus espaldas, o entregando a sus fieros apetitos
El tesoro siempre listo de sus senos pendientes.

Los hombres van a pie bajo sus armas lucientes
A lo largo de los carromatos, donde los suyos se acurrucan,
Paseando por el cielo sus ojos apesadumbrados
Por el nostálgico pesar de las quimeras ausentes.

Desde el fondo de su reducto arenoso, el grillo,
Mirándolos pasar, redobla su canción;
Cibeles, que los ama, aumenta sus verdores,

Hace brotar el manantial y florecer el desierto
Ante estos viajeros, para los que está abierto
El imperio familiar de las tinieblas futuras".
 
(CHARLES BAUDELAIRE)




"Vengo del norte,
donde forjan el hierro, trabajan las rejas,
hacen las cerraduras, los arados,
las armas incansables,
donde las grandes pieles de oso
cubren paredes y lechos,
donde la leche espera la señal de los astros,
del norte donde toda voz es una orden,
donde los trineos se detienen
bajo el cielo sin sombra de tormenta.
Voy hacia el este,
hacia los más tibios cauces
de la arcilla y el limo
hacia el insomnio vegetal y paciente
que alimentan las lluvias sin medida;
hacia los esteros voy, hacia el delta
donde la luz descansa absorta
en las magnolias de la muerte
y el calor inaugura vastas regiones
donde los frutos se descomponen
en una densa siesta
mecida por los élitros
de insectos incansables.
(ÁLVARO MUTIS)


"Me iba, con los puños en mis bolsillos rotos...
mi chaleco también se volvía ideal,
andando, al cielo raso…
[…] Y rimando, perdido, por las sombras fantásticas,
tensaba los cordones, como si fueran liras,
de mis zapatos rotos, junto a mi corazón".
(ARTHUR RIMBAUD)

Pinturas de Van Gogh, Manet, Singer Sargent y Nonell
 

martes, 25 de diciembre de 2012

La leyenda del turronero

"Hay conejo empanado
por mil partes traspasado
con saetas de tocino
blanco el pan, aloque el vino
y hay turrón alicantino".
(Miguel de Cervantes)
Puesto de turrón en la Plaza Mayor

Hace 170 años, cuando se acercaba la Navidad de 1840, Luis Mira, un valiente confitero jijonenco, llenó de turrón las alforjas de sus burras y emprendió el largo camino, de más de 400 kilómetros, hacia Madrid. Sus paisanos se burlaron de él, le dijeron que estaba loco y lo apodaron jocosamente "Luis de la Reina". Sin embargo, cuando llegó a Albacate, Luis de la Reina descubrió que ya había vendido toda la mercancía que portaba en sus zurrones. Sus dulces eran tan exquisitos que los vecinos alicantinos y castellano-manchegos se los quitaban de las manos. El futuro turronero, que apenas tenía 21 años y temía arar la tierra como sus padres, empeñado en probar suerte en la capital, regresó a Jijona y repitió la operación, así hasta en tres ocasiones, cuando, finalmente, en 1842, consiguió llegar a Madrid con las alforjas colmadas. Una vez allí, instaló un puestecillo en la Plaza Mayor, donde desplegó su dulce género varias Navidades.

 
En 1855, su espíritu emprendedor le dio valor para fundar su propia tienda en el número 30 de la Carrera de San Jerónimo, la calle más distinguida por aquel entonces, muy cerca de La Fontana de Oro de Galdós, donde todavía permanece abierta después de 157 años. Antes de comprarle esta propiedad a los Marqueses de Miraflores, alquiló otros dos locales en la misma vía, en los números 18 y 27. Poco después de instalarse, el confitero jijonenco, que jamás se quitaba su delantal blanco manchado con miel y almendras, se convirtió en el proovedor de la Casa Real durante los reinados de Isabel II, Amadeo de Saboya, Alfonso XII, la regencia de María Cristina y Alfonso XIII. Además, fue condecorado con la Real Orden de Isabel la Católica en 1868 y gozaba del privilegio de no destocarse ante el rey. Hoteles y restaurantes de lujo como el Ritz o Zalacaín también se nutrían del turrón de Luis Mira. Y por si fuera poco, obtuvo la Medalla de Oro de la Alimentación y un Grad Prix en la Exposición Universal de París de 1880 y 1899, respectivamente.


Luis Mira tuvo cinco hijos: cuatro hembras y un varón. Este último falleció con 24 años, provocando que el apellido familiar se diluyera entre los sucesivos herederos. Carlota, la mayor, casada con el alicantino Vicente Ibáñez, tomó las riendas del negocio tras la muerte de su padre.


En el siglo XX fue su hijo Carlos Ibáñez y su esposa, Ángela Cremades, quienes se ocuparon de Casa Mira. En una entrevista de 1997, Ángela aseguraba: "Aquí hacemos el turrón como en el siglo pasado, de la única manera que sabemos. La gente sabe que venir aquí es más caro, pero también sabe que compra turrón artesano, hecho aquí mismo, salvo el blando, porque la máquina hace tanto ruido que sería imposible tenerla en el centro. El turrón es una masa a la que se puede añadir de todo, pero nosotros seguimos con diez variedades tradicionales". ¿Y qué sabores son esos? Turrón de Alicante (duro), de Jijona (blando), de mazapán, de avellana, de yema, de coco, de guirlache (¡ay, los toros de don Paco Galache!), de frutas y el Pan de Cádiz. En este mismo artículo, el hijo de Ángela, Carlos Ibáñez Cremades, contaba que en diciembre preparaban 15.000 kilos de turrón, en comparación con los 1.500 que se vendían a lo largo de todo el año. Por eso, para tener abierta Casa Mira en cualquier estación, a partir de la década de los cuarenta, combinaron el turrón, los mazapanes, las peladillas, las yemas y los polvorones con la confitería tradicional: pasteles, pastas de té, bollería, bombones, trufas, pestiños, tejas, rosquillas, lenguas de gato.

 
Precisamente, Carlos Ibáñez Cremades, siguió regentando Casa Mira hasta comienzos de este siglo. Los actuales sucesores de Luis Mira -con su tataranieto Carlos Ibáñez Méndez a la cabeza- encarnan la sexta generación.

Casa Mira hoy, hasta la bandera