A contraquerencia de los tiempos. Este es un lugar pasado de moda, irremediablemente demodé; como una taberna aislada en la era de los pubs y las discotecas: vacía, silenciosa, sombría, con el dueño acodado en la barra, ataviado con su mandil, entre el olor a madera y vino. Este blog es como esa taberna, condenado a desaparecer.
Décadas antes de que el maestro Salvador Guerrero compusiera El cordón de mi corpiño y de que Antoñita Moreno ofreciera unas tijeras para cortar el lazo que ataba su sostén, el francés Paul Poiret le declaró la guerra al corsé. Lo consideraba una moda ridícula que sólo servía para resaltar el busto y el trasero de las señoras. Por ello, en 1906 diseñó un vestido de líneas sencillas, entallado en el pecho y con caída recta y sutil hasta los pies. Este traje permitía a la mujer de la Belle Époque moverse con mayor libertad, ya que eliminaba la vieja costumbre de embutir el torso dentro de un maquiavélico corsé. Poiret fue, además, el impulsor de las medias color carne -en vez de negras-, los pantalones bombachos y el caftán de inspiración musulmana.
Apenas un año necesitó el granadino Mariano Fortuny y Madrazo (pintor, fotógrafo, escenógrafo, modisto...) para tomar el relevo de Poiret en España. Inspirado en la Antigua Grecia, en 1907, diseñó un vestido de cóctel que pasó a la historia: el Delphos, característico por sus finísimos pliegues de seda que resaltaban la belleza natural del cuerpo. Otra de sus peculiaridades era el color, ya que el plisado variaba según el reflejo de la luz sobre telas naranjas, rojo carmín, violetas, verdes esmeraldas, añiles... Tonos todos de enorme viveza. Estos tintes naturales fueron elaborados mediante una fórmula secreta -procedente posiblemente de la región del Véneto-, que jamás se descubrió.
Ayer domingo, la diseñadora Agatha Ruiz de la Prada mostró sus últimas creaciones en la Madrid Fashion Week. Quedé tan horrorizada por sus extravagancias que, a los pocos minutos, tuve que buscar la fotografía de un Delphos de Fortuny para que no me diera un infarto cromático causado por el mal gusto.
En el toreo, que es una tragedia clásica, la nota romántica la pone la mujer. Recordemos la copla:
La novia de Reverte,
borda un pañuelo
con cuatro picadores:
Reverte en medio.
La novia de Reverte era una dulce muchachita de Alcalá, ese pueblo sevillano, claro y limpio como un diamante.
Lo amó cuando era muchacho, lo adoró luego, cuando ya en sus ojos de hombre brillaban las luces de la ambición.
Lo esperó siempre...
Vida agitada la de Reverte.
Paseó bajo todos los cielos de España su poderío y su majeza.
Gastó y gastó dinero a raudales.
Amó y fue amado mil veces, mientras la novia de Reverte, olvidada en su pueblecillo de Alcalá, bordaba su pañuelo, con cuatro picadores, Reverte en medio...
Son famosos los amores de Reverte, aunque fue triste el final de su historia de amor. Triste como ninguna.
Reverte murió solo, abandonado e inválido, en un hospital, lejos del pueblo que le vio nacer, mientras la muchachita bordaba y bordaba el pañuelo de la espera, ese pañuelo que hizo inmortal la imaginación popular.
(Fragmento del libro "La voz de otros días", de Pedro Garfías)
Antonio Reverte era natural de Alcalá. Bien plantado, elegante, de facciones y porte atrayentes, cuentan sus biógrafos que ejerció desde la adolescencia una atracción visible sobre las masas, singularmente entre las mujeres, y se asegura que tuvo amores con varias damas ilustres [...] Hay una [copla] que fue muy repetida a finales del siglo XIX y que poco a poco se fue hundiendo en el olvido. En los corros infantiles se Sevilla se solía cantar:
Cuando anuncian los carteles
que Reverte va a matar,
se escandaliza Sevilla
y "to" el pueblo de Alcalá.
O aquella sevillana de júbilo erótico que terminaba con un ruego que era a la vez prometedor:
No te tires, Reverte...
¡Vente conmigo!...
La musa del pueblo no hacía más que recoger, en el envase sencillo de sus coplas de plazuela, un sentimiento [...] La virtuosa esposa que fue del torero alcalaíno guardaba en su serena viudedad en retiro muchos recuerdos del hombre que le dio su amor ante el altar. Incluso creemos recordar haber leído unas declaraciones interesantes de dicha respetada dama, fallecida, con referencia a la famosa, más que archisabida, copla del pañuelo de Reverte, cuya letra se cantó millares y millares de veces bajo el cielo de Sevilla especialmente:
La novia de Reverte
tiene un pañuelo
con cuatro picadores;
Reverte, en medio.
[...] ¿Qué hay de curioso precisamente con relación a esta copla famosa? ¿Existió en realidad ese pañuelo, regalo a la novia del diestro? ¿Fue acaso prenda de alguna damita de alcurnia enamorada más o menos platónicamente del lidiador? ¿Qué dirían nuestros lectores si les hiciéramos ver, llevados de la mano de un escritor ya muerto, que el origen de la célebre copla no tiene nada de romántico, sino al revés? Siempre es triste romper el juguete ideal que es la ilusión; pero también la verdad, la auténtica realidad de los hombres y de las cosas tiene su belleza. Ay, cuántos atardeceres de nuestra niñez recordamos hoy en una plaza sevillana escuchando a las niñas del corro cantando con voz cristalina:
La novia de Reverte
tiene un pañuelo...
[...] El señor Jenaro Cavestany dice: "Esta canción no es original. Se cantaba en Sevilla por los años veinte del pasado siglo...". Resulta, pues, que la simpática canción, erótica y taurina a un tiempo, se cantaba cuando Reverte tardaría aún en nacer nada menos que cincuenta años. Y el origen de la copla era totalmente distinto: su protagonista, en verdad, no era un torero garboso, sino un truhán. La copla del primer cuarto de siglo no hablaba de un Reverte todavía por nacer, sino de un Morales, del que vamos a dar breves noticias. Este Morales era un liberalote de marca mayor, un politiquillo con voluntad de veleta, pues tan pronto como se inclinaron los vientos por el absolutismo de Fernando VII, el muy frescales cambió al instante de librea y se convirtió en el más encarnizado perseguidor de sus antiguos correligionarios. Por todo lo cual el pueblo sevillano, agudo y bromista, creó y cantó una copla que decía textualmente:
La mujer de Morales
tiene un pañuelo
con cuatro sinvergüenzas,
Morales, dentro.
[...] De aquel Morales, saltarín de politiqueos, no perduró nada, ni siquiera la copla que le hicieron para mofa de su falsedad. En cambio, de Reverte no sólo se mantiene la memoria de su vida, sino el aura de su juventud tronchada por la muerte y la poesía romántica de su sombra de Don Juan.
"El estilo de la Princesa siempre es elegante y sofisticado,
pero Doña Letizia se superó con su look en la cena de gala ofrecida para el
príncipe Naruhito de Japón. La princesa, que acudió con un vestido color
maquillaje rosado y adornado con flores, sorprendió, aunque no por su
vestimenta si no por su pelo. Letizia lucía una estilosa trenza deshecha que le
daba un toque desenfadado y moderno" (Europa Press).
Influida por la delicadeza japonesa, Letizia, que suele llevar la melena al viento, ha sucumbido a la belleza eterna de la trenza. La que se hizo en honor de Naruhito, la más grácil de todas, tenía forma de espiga. En otra ocasión, la recuerdo con un moño bajo, bastante cursi, rematado con una trenza que le aportaba un aire medieval. Hace unos años, también se la vio con una trenza que le enmarcaba la frente, como una diadema.
Tradicionalmente, en la copla, las trenzas han sido soga y tormento para los hombres, sobre todo las tejidas con pelo endrino.
"Besó los negros zarcillos finos
que allí dejara cuando se fue.
Y aquellas trenzas de pelo endrino
que en otro tiempo cortó pa' él.
Cuando se marchaba, no intentó ni verla,
ni lanzó un quejío, ni le dijo adiós.
Entornó la puerta y, pa' no llamarla,
se clavó las uñas,
se clavó las uñas, en el corazón".
(La falsa monea)
"No sé que tiene mi pelo,
que a ti te lleva cautivo,
y es una soga en el cuello,
que no te deja vivir tranquilo.
Desde el día que tu a mi me vistes,
no hubo reposo para tu vida,
porque dices que tengo la cara,
como la madre que tanto querías.
Con las trenzas de mi pelo negro,
poquito a poquito te voy sujetando,
con las trenzas de mi pelo negro,
porque yo en silencio te voy despreciando.
Me camelas con ansia y locura,
por las noches me ves en tus sueños,
y enredando vas en la locura,
y en la amargura,
de las trenzas de mi pelo negro".
(Salvador Guerrero - Mis trenzas)
"Caminito de las Indias
un barco se va perdiendo.
La Lirio corta sus trenzas
con tijeritas de acero,
llenando el mar de suspiros
y el aire de juramentos,
mientras que, roto, en la playa
-veleta de amores muertos-,
clavando su desengaño
en la Rosa de los Vientos,
moreno de sal y luna,
llora y llora un marinero".
(Rafael de León - Romance de La Lirio)
Cada vez que la bruja quería subir a lo alto de la torre, se
paraba bajo la ventana y gritaba: "¡Rapunzel, Rapunzel, lanza tu trenza!
Rapunzel tenía un abundante cabello largo, dorado como el sol. Siempre que
escuchaba el llamado de la bruja se soltaba el cabello, lo ataba en trenzas y
lo dejaba caer al piso. Entonces la bruja trepaba por la trenza y se subía
hasta la ventana.
Un bonaerense criado en Sevilla, Salvador Valverde (1895-1975), es autor de una de las coplas más hermosas de las que discurren en Triana: "La Cruz de Mayo" (1921). Para musicarla, se cruzó en su camino el genial Manuel Font de Anta, de quien ya hemos hablado aquí con motivo de sus marchas procesionales. De inmediato, todas las estrellas de la época se disputaron aquella Cruz de Mayo: Pastora Imperio, Amalia Molina, Paquita Escribano... Apenas diez años después, rozando la década de los treinta, Valverde unió su destino a Manuel López Quiroga. Y a continuación, al joven poeta Rafael de León.
El mocito parose tras la cancela,
contemplando la hermosa fiesta gitana,
preguntole a mi madre: ¿Qué es eso, abuela?
La mejor Cruz de Mayo que hay en Triana.
Derramó en la batea cuanto tenía,
en el patio metiose muy decidío,
y, aunque toditos los ojos le sonreían,
se fijaron sus ojos solo en los míos.
Lucerito de la noche,
me dijo al verme bailar,
tú eres de luz un derroche,
quién te pudiera robar,
lucerito de la noche.
Cruz de Mayo sevillana,
Cruz de Mayo
que en mi patio levanté,
te echaré muchas más flores,
si consigo su querer,
Cruz de Mayo sevillana.
Se pasaron los años en un segundo,
Y se hundieron mis sueños de chavalilla.
Me sentí el alma rota, cansada del mundo,
y, una noche de mayo, volví a Sevilla.
Se escuchaban las coplas en la plazuela,
Me acerqué a mi casita limpia y galana,
y quedé contemplando, tras la cancela,
la mejor Cruz de Mayo que hay en Triana.
En la Cruz de la alegría
yo sólo vine a rezar,
por el dolor de mi vida,
y nadie me vio llorar,
donde todo el mundo reía.
En 1958, el mismo año del maravilloso y sensual "Cordón de mi corpiño", Antoñita Moreno grabó la copla "Al pie de la cruz de mayo", obra del letrista gaditano Salvador Guerrero y del cordobés Carlos Castellano.
Se paró ante mi puerta, casi temblando
diciéndome serrana, yo quiero hablarte
y junto a los jazmines, me fue jurando
quererme pa´los restos, sin olvidarme.
Me sentí la mujer más feliz de España
su palabra marchosa, yo le creí
y a la sombra morena de sus pestañas
en el patio florío, le oí decir...
Cruz de Mayo que a tus plantas, rompe el silencio Sevilla.
Cruz de Mayo pura y blanca, retablo de maravilla.
La persona que yo quiero, me lo tiene que jurar
al llegar el mes de Mayo, que pa´mí sola será.
Cruz de Mayo cancionera, de mis sueños y penillas.
Dios te puso pa´que fueras sí... que sí
Cruz de Mayo sí... que si... retablo de maravilla.
De Sevilla el mocito se fue cantando
prometiendo escribirme todos los días
y al pie de la Esperanza quede rezando
esperando su vuelta con alegría.
Pero el tiempo pasaba y aquella carta
que en mis noches soñaba... nunca llegó
y entre risas y coplas con voz amarga
otra noche de Mayo cantaba yo.
Gracias a un artículo de Juan Carlos de la Cal del año 2002, sabemos que Julio Romero de Torres no respetó tanto a su "chiquita piconera". María Teresa López tan sólo tenía 16 años cuando el cordobés la retrató en su último cuadro, donde posa calentándose los pies al abrigo de un brasero de carbón. La belleza racial de María Teresa, morena, delgada, huesuda, con una silueta que empezaba a despuntar y de grandes ojos negros como el cordobán, llamó profundamente la atención de Romero de Torres, un mujeriego consumado.
Retrato de María Teresa López
"¡Ay, chiquita piconera
mi piconera chiquita!
Esa carita de cera
a mí el sentío me quita.
Te voy pintando, pintando
al laíto del brasero
y a la vez me voy quemando
de lo mucho que te quiero.
¡Válgame San Rafael,
tener el agua tan cerca
y no poderla beber!"
Escribe Juan Carlos de la Cal: "Una
tarde de invierno, a los pocos meses de llegar a Córdoba, Margarita, la
mandadera que servía en casa de los Romero, cogió a Teresa de la mano y se la llevó
directamente al estudio de Julio. “Vamos niña, que te voy a presentar a un
señor muy importante amigo de tu padre que te quiere conocer”, le dijo a modo
de introducción. “Eres muy guapa. Ven las tardes que puedas si quieres que te
pinte”, le dijo él sin más preámbulos. Le pagaba tres pesetas por sesión, por
quedarse inmóvil durante horas […] “Un verano noté que estaba nervioso.
Entonces llegaba hasta mí y me estrujaba tanto que me hacía daño. Yo no me
encontraba a gusto a pesar de que todavía era una niña y no sospechaba la razón
de esos extraños abrazos. De repente, un día me propuso que me fuese a Madrid y
que él me colocaría como modelo fija o de corista en algunas compañías de esas
de variedades que tanto gustaban en la época. Como no sabía de lo que me
hablaba no le hice caso. Pero empecé a tomarle miedo. Cuando nos quedábamos
solos yo temblaba y estaba deseando que llegase alguien de la familia. No sabía
por qué, pero no me gustaba...”, cuenta la propia María Teresa en unas memorias
manuscritas".
"Ella
rompió aquel cariño
y le dio un cambio a su vía,
y el pintor, igual que un niño,
lloró al mirarla perdía.
Y cambió hasta la línea de su pintura
y por calles y plazas lo vio la gente,
deshojando la rosa de su amargura,
como si en este mundo fuera un ausente".
Romero de Torres terminó el cuadro de "La Chiquita Piconera" tres meses antes de morir, el 10 de mayo de 1930, sin haber conseguido el amor de María Teresa.
"Dime,
dime, puentecito,
puente de San Rafael.
Dime por qué caminito,
se lo han llevaíto,
para no volver.
¿Dónde está Julio Romero?
¿dónde está, por qué se fue?
Dímelo tú, puentecito,
puente de San Rafael.
Cordobesa,
cordobesa,
quítate ese traje negro,
y mata en flor tu tristeza,
que vive Julio Romero.
Que duerme, que está durmiendo,
no llores que lo despiertas.
Y está velando su sueño,
su chiquita piconera".
“Al
pintor se le atribuyen innumerables romances con todo tipo de mujeres:
actrices, cantantes, sus propias modelos y hasta con alguna que otra dama de
alta alcurnia. Sus biógrafos lo describen como un hombre de gallarda apostura
que rayaba lo extraordinario cuando vestía la airosa capa y el sombrero
cordobés; con gesto entre pensativo y desdeñoso, y ademán reposado. Los ojos
maduros de mirar hondo, y la boca de finos labios sobre la cual se dibujaba un
cuidado bigote. La frente despejada rematada por el cabello peinado a raya...
"Julio
Romero de Torres pintó a la mujer morena
con los ojos de misterio y el alma llena de pena.
Puso en sus manos de bronce la guitarra cantaora
y en su bordón hay suspiros y en su capa una dolora".
Entre
sus conquistas más famosas figura la actriz Elena Pardo –que posó para otro
cuadro inacabado, precursor de La Chiquita piconera–, la bella modelo Carmen
Serna, de la que se dice que murió de dolor pocos días después del
fallecimiento del pintor; la cantante Dolores Castro, conocida como Dora, la
cordobesita, y que acabó ilustrando la etiqueta de anís La Cordobesa; la
bailarina sevillana Elisa Muñiz, Amarantina, que aparece reiteradamente en sus
cuadros abrazada a una guitarra o recostada en un cojín con esa perturbadora
belleza andaluza... En su estudio fue encontrado un cojín relleno con un montón
de mechas de cabello de diferentes mujeres que el pintor coleccionaba como
fetiches de sus amoríos o producto de los regalos inocentes de sus admiradoras".
"Morena,
la de los rojos claveles,
la de la reja florida,
la reina de las mujeres.
Morena, la del bordado mantón,
la de la alegre guitarra, la del clavel español".
Sobre la chiquita piconera, ser la musa adolescente de Julio Romero de Torres tuvo la amargura del tizón: “Ser
la modelo del pintor ma amargó la vida”, afirma María Teresa. “Hasta mi padre
me pegó un día al llegar a casa harto ya de tantas murmuraciones y poco menos
que acusándome de haberme acostado con él. ¡Pero si yo no hice nada! Al poco
tiempo me eché un novio y ni él mismo confiaba en mi virginidad. Estaba tan
seguro de que me había acostado con el pintor que me obligó a hacer el amor
antes de casarnos para comprobarlo. Cuando vio la sangre se quedó tranquilo”.
"Como
escapada de un cuadro y en el sentir de una copla
toda España la venera y toda España la adora.
prenda con su taconeo la seguirilla de España
y en sus cantares morunos en la venta de Eritaña".
Escaparate de una tienda de lencería en noviembre de 2012
La mujer del cuadro se llama Naná. Para pintarla, Manet se inspiró en un personaje que aparecía en varias novelas de su amigo Zola ("La Taberna" y "Naná"). En la historia, Naná -una especie de don Juan femenino- era una joven prostituta que, gracias a diversos avatares, acaba convirtiéndose en una personalidad dentro de la sociedad parisina de mediados del XIX. La modelo que eligió para este cuadro se llamaba Henriette Hauser, amante del príncipe de Orange y asidua del café Tortoni. La imagen de esta mujer retocándose en el estudio del artista mientras un hombre la contempla de espaldas ofendió a las clases pudientes de la época, que rechazaron que la pintura fuera expuesta en el Salón de París en el año 1877.
Otro cuadro que recuerda a Naná es "Mujer ante el espejo", donde una joven de espaldas a nosotros contempla su reflejo. Al igual que el personaje de Zola, viste un corpiño de satén azul cielo.
Si la imagen de Naná con su sostén celeste ha venido hoy a mi memoria ha sido porque, mientras pasaba ante un escaparate de lencería, iba escuchando en el MP3 a Antoñita Moreno cantar "El cordón de mi corpiño", arma de seducción desde tiempo inmemorial y que no pasa de moda. Hablemos en plata: "El cordón de mi corpiño" es un temazo por el que no transcurren los años. Lo escuché por primera vez en el verano de 2005, en un programa de RNE que dirigía José María de Juana y que se llamaba "Tal como éramos". Flipé en colores, como dicen los modernos. Desde entonces, es una de las perlas imprescindibles de mi repertorio.
"Tu quieres que yo te dé,
lo que no te debo dar,
el cordón de mi corpiño, mi niño,
que no lo puedo cortar..."
¡Cuánta sal y pimienta, y a la vez clase, derrochaba Antoñita Moreno cantando esta copla! La hizo suya aunque, como recuerda Antonio Burgos, su autor fue el maestro Guerrero:
«Un día, en Cádiz, en la calle Columela esquina a la plaza de las Flores, Salvador Guerrero me hizo su mejor autorretrato. Le presenté a Isabel mi mujer, que no lo conocía. Le dijo el poeta:
- ¿Te suena "el cordón de mi corpiño"? Pues yo soy el de "El cordón de mi corpiño", cariño...
El cordón del corpiño de Antoñita Moreno, cariño, admirado Salvador Guerrero, es el que anuda, como un balduque, el legajo de sus Coplas Completas, que si me pongo ahora a poner sus títulos, llegamos desde mi escritorio hasta la calle Columela en su Cádiz de usted, maestro. […] Aparte de Cádiz, Andalucía tenía que darle a Salvador Guerrero el cordón de su corpiño. Y con ese cordón, la medalla de Andalucía».
Salvador Guerrero, que a los 14 años, viajó de su Tacita de Plata natal hasta Elorrio, en la fría Vizcaya, para hacerse cura, terminó escribiendo "El cordón de mi corpiño"... ¡y 7.000 canciones más que tiene registradas en la Sociedad General de Autores! Surrealismo ibérico. Para que luego vengan unos progres indocumentados y huelguistas a hablar sobre la censura en el franquismo: a Manet los propios parisinos le prohibieron exponer a su encorsetada "Naná" y, en cambio, Salvador Guerrero se hizo una celebridad en España con "El cordón de mi corpiño". Si bien es cierto que, oficialmente, está copla fue prohibida por su "moral contraproducente", no dejaba de sonar por la radio. Tampoco extraña tanto si tenemos en cuenta que una de las canciones favoritas de Franco era "El emigrante".
Portada con dibujo de Toulouse-Lautrec
Al final, Naná se soltó la melena... y se cortó hasta el cordón del corpiño
En 1946, John Ford, un genio que dirigía películas, rodó "My darling Clementine", que en España se tituló de forma rimbombante "Pasión de los Fuertes". Estaba protagonizada por Henry Fonda, que encarnaba al legendario Wyatt Earp. "A Ford le gustaba su forma de caminar -escribió Winston Miller refiriéndose a Fonda-. Hubiera sido capaz de mirarle recorrer una calle entera. Su forma de andar era única".
En estos tiempos en los que todo el mundo acude al psicólogo/psicoanalista/psicopedagogo y que desde nuestra más tierna infancia nos enseñan a expresar nuestros sentimientos a través de una incontenible verborrea bajo riesgo de quedar traumatizados de por vida, recuerdo un memorable diálogo entre Fonda (Earp) y el barman del Saloon de Tombstone.
- Barman: ¿Un whisky, sheriff?
- Fonda: ¿Tiene inconveniente en que le haga una pregunta personal?
- Barman: No sheriff. Pregunte lo que quiera.
- Fonda: Mac, ¿Ha estado usted enamorado alguna vez?
- Barman: No, sheriff. Yo siempre he sido camarero.
Antes, nadie acudía al psicólogo. Los creyentes se desahogaban con el cura y los ateos con el camarero. Creo que eran tiempos más cuerdos (y silenciosos). Actualmente, la vida se resume en un gran problema de "falta de comunicación": con la pareja, con los amigos, con los hijos, con la familia, con uno mismo... El hombre moderno habla una barbaridad, casi más que las mujeres. Es insoportable. Desde pequeños, en los colegios (yo pertenecí a la funesta LOGSE), nos están metiendo en la cabeza que debemos ser "empáticos" y no reprimir nuestros sentimientos. Me imagino que la cosa ahora estará aún peor. Estos son los nuevos mandamientos del "macho" del siglo XXI:
- La charla femenina cohesiona el mundo (Louann Brizendine, neuropsiquiatra estadounidense. Para Brizendine, educar a un niño era más difícil que educar a una niña).
- Las conversaciones no abordadas son las que generan sufrimiento (Cristina Naughton, psicóloga argentina).
- Que las mujeres dejen de reprimir su talento y los hombres dejen de castrar su vida emocional (Mineke Schipper, antropóloga holandesa. Nació en Holanda, pero descubrió la antropología en el Congo. Investigó refranes machistas en todas las culturas).
- El hombre del siglo XXI es mujer (Pilar Rahola, un aparato).
Así luego pasa lo que pasa
La "inteligencia emocional" también está muy de moda -incluso hay "tests" en Internet para averiguar si eres emocionalmente inteligente-, pero sigo sin saber qué significa. No en vano, con intención de modernizarme, fui a la sección de auto-ayuda de una librería a ver si me enteraba. Salí igual que entré. Hojeé un libro sobre la materia que, según decía en la portada, era un best-seller mundial (por Daniel Goleman). No pasé del índice. Estos eran algunos capítulos:
- ¿Para qué sirven las emociones?
- Anatomía de un secuestro emocional
- Cuando el listo es tonto
- Conócete a ti mismo
- Esclavos de la pasión
- Las raíces de la empatía (sospechaba que la empatía iba a salir por alguna parte)
- Ejecutivos con corazón
- El crisol familiar
- Trauma y reeducación emocional
- El temperamento no es el destino
- El coste del analfabetismo emocional
- La escolarización de las emociones
Tuve que cambiar de libro. Cogí el de la estantería vecina: "Estoy casada pero me siento sola. Como reencontrarse y recuperar la pareja", de Alejandra Stamateas. Lo abrí al azar por el capítulo 10. Empecé a leer:
"Muchas mujeres se preocupan al no percibir ninguna señal de comunicación por parte de sus parejas: ni palabras, ni expresiones faciales significativas, ni ningún contacto visual. A alguien le podría parecer que son dos extraños bajo un mismo techo. Sin embargo, él parece poder comunicarse con todo el mundo, con todos es un hombre encantador; «¡A ti sí que te tocó la lotería, nena!», te dicen. Pero da la sensación de que este hombre tan elogiado ha decidido no hablar ni con su esposa ni con sus hijos. La falta de comunicación es uno de los principales problemas de las parejas de hoy, junto con la falta de proyectos en común, de sueños y de ideas. Y es generalmente la mujer la que comienza a advertir esta carencia [...] Cuando no podemos decir aquello que nos molesta, que nos hiere, nuestro cuerpo será el receptor de todas esas emociones negativas que escondemos y terminará enfermando. Nuestro cuerpo comenzará a dar el mensaje que nuestra boca es incapaz de transmitir. EL SILENCIO NO ES SALUD. Si no hablas, tu cuerpo se volverá más vulnerable a ciertos tipos de síntomas y enfermedades: asma, varices, diabetes, osteoporosis o artritis, dolores permanentes de cabeza, etc.".
Confirmado: en el siglo XXI, el silencio es perjudicial para la salud. Pero, ¿por qué ninguno de estos afamados autores habla sobre la falta de comunicación con el barman? Me parece un asunto crucial. En China, incluso, existen bares donde permiten pegar al camarero para descargar tensiones.
Quino
"Mi psicoanalista me advirtió que no saliera contigo, pero eras tan guapa que cambié de psicoanalista" (Woody Allen).
Cuando salí de la sección de auto-ayuda, no podía sacarme de la cabeza aquella copla-marcha con letra de Rafael de León: "Silencio, cariño mío" (sí, lo sé, soy una antigua para los restos).
"Un torito de locura
va corriendo por mis venas,
el torito de Miura
de un querer que me envenena.
Yo no sé si darle muerte,
Virgen morena del Baratillo,
o quedarme con mi suerte
y que me claven siete cuchillos...
Y sin juez ni tribunales
a morir, yo me sentencio,
con mis duquitas mortales,
en una cruz de silencio".
¡Ay, una cruz de silencio! Qué maravilla... Quién la pillara.