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jueves, 20 de marzo de 2014

Sótano de muñecas


"Las muñecas, sobre todo las muñecas grandes, los maniquíes, saben que no son de carne y saben también que no son de materia noble, como las estatuas. Pero, ¿qué saben? Sin duda, están cansadas, humilladas de no cumplir más que con una misión comercial, entristecidas de su obligación de estar siempre con una carita de estúpida felicidad. Nada pueden reivindicar para ellas. Hasta el traje es prestado. Y envejecen y mueren como las criaturas humanas, pero sin lograr, ni siquiera entonces, un respeto. Yo he visto, no sin horror, en los sótanos de unos grandes almacenes, una morgue de maniquíes jubilados, destrozados, amontonados sin piedad, unos revueltos con otros, esperando no sé qué juicio final esperpéntico. Había mostrado deseo de tener un maniquí, y la escasa generosidad e imaginación del comerciante me dio a elegir entre los que había en aquel monstruoso depósito de cadáveres.

- ¿De mujer?
- ¡Hombre, claro!

 

Empezó a revolver en aquel montón de novela de Poe o de Kafka. Con una naturalidad que a mí me hería, tiraba de un brazo o de una pierna, cogía cabezas que habían llegado a la vejez con una sonrisa adolescente. Hasta que dio con una muchacha casi entera. No le faltaba más que un pie.
 
- ¿Le gusta ésta?
 
Yo me quedé temblando y azorado. Todo, de pronto, adquiría un clima pobretón, inconfesable, surrealista.
 
- Bueno.
 
Me la trajeron a casa. Envuelta en unos trapos, la llevé a Cuenca. Y la enterré en el jardín, con ternura y respeto. No pude cerrarle los ojos porque tenía una azul mirada fija, absorta; pero le puse un pañuelo en la cara para que no la hiriese la tierra".
 
CÉSAR GONZÁLEZ-RUANO
 

Quién creyera, milonguera, vos que siempre te reíste,
y que siempre te burlaste de la pena y del dolor,
ibas a mostrar la hilacha poniéndote seria y triste
ante una pobre muñeca modestita, y sin valor.
Yo te guardaré el secreto, no te aflijas, milonguita,
por mí nunca sabrá nadie que has dejado de reír,
y no vuelvas a mirar a la pobre muñequita
que te recuerda una vida que ya no puedes vivir.

Ríe siempre, milonguera, bullanguera, casquivana
para qué quieres amargar tu vida
pensando en esas cosas que no pueden ser.
Corre un velo a tu pasado, sé milonga, sé mundana,
para que así los hombres no descubran
tus amarguras, tus tristezas de mujer.
 
(Letra de Jacinto Font y música de Guillermo Cavazza)
 
 

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Maquillar la ultrajante naturaleza


"La mujer tiene todo el derecho, e incluso cumple una especie de deber, cuando trata de parecer mágica y sobrenatural; tiene que asombrar, que hechizar; como un ídolo, debe dorarse para ser adorada. Debe pues tomar de todas las artes los medios necesarios para elevarse por encima de la naturaleza, para subyugar los corazones y cautivar las mentes con mayor facilidad. Poco importa que todos conozcan los trucos y el artificio, si el éxito está asegurado y el efecto siempre será irresistible. En estas consideraciones el artista filósofo encontrará fácilmente la justificación de todos los usos empleados por las mujeres en todas las épocas para consolidar y divinizar, digámoslo así, su frágil belleza. La enumeración no tendría fin; pero, limitándonos a lo que nuestra época llama vulgarmente maquillaje, ¿quién no se da cuenta de que el uso de los polvos de arroz, anatematizado tan neciamente por los filósofos cándidos, tiene como objetivo y resultado hacer desaparecer de la tez todas las manchas que la naturaleza ultrajante ha sembrado en ella...?".
 
CHARLES BAUDELAIRE ("El pintor de la vida moderna")


Homero Expósito, uno de los autores de tango más brillantes de la Historia, decía que no se podía componer un tango si no se sabía escribir un soneto. Precisamente, a partir de un soneto de los hermanos Argensola -"A una mujer que se afeitaba y estaba hermosa"- compuso su célebre "Maquillaje" en 1956.

"Yo os quiero confesar, don Juan, primero,
que aquel blanco y color de doña Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado su dinero.
Pero tras eso confesaros quiero
que es tanta la beldad de su mentira,
que en vano a competir con ella aspira
belleza igual de rostro verdadero.
Mas, ¿qué mucho que yo perdido ande
por un engaño tal, pues que sabemos
que nos engaña así Naturaleza?
Porque ese cielo azul que todos vemos,
ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande
que no sea verdad tanta belleza!".
Berthe Morisot

El poema de los hermanos Argensola trata sobre el engaño, en este caso de doña Elvira, que gasta su dinero en esconder su verdadero rostro. Al final, el autor, decepcionado, completamente opuesto a las ideas de Baudelaire, comprende que la belleza de la mujer es una farsa.
"Pero antes de que te vistas
coge un poco de agua clara
y afuera los melinotes
que te embadurnan la cara;
ni más carmín, ni más cremas,
ni más tintes en el pelo;
no te aguanto más colores
que los que te puso el cielo".
(Rafael de León)

Georges-Pierre Seurat

"No...
ni es cielo ni es azul,
ni es cierto tu candor,
ni al fin tu juventud.
Tú compras el carmín
y el pote de rubor
que tiembla en tus mejillas,
y ojeras con verdín
para llenar de amor
tu máscara de arcilla.

Tú,
que tímida y fatal
te arreglas el dolor
después de sollozar,
sabrás cómo te amé,
un día al despertar
sin fe ni maquillaje,
ya lista para el viaje
que desciende hasta el color final...

Mentiras...
son mentiras tu virtud,
tu amor y tu bondad
y al fin tu juventud.
Mentiras...
¡te maquillaste el corazón!
¡Mentiras sin piedad!
¡Qué lástima de amor!"
 
Uno de los mayores ridículos en los que puede caer el ser humano consiste en no aceptar el paso del tiempo. Me refiero a esas personas que, incluso en la cincuentena, se empeñan en parecer modernos veinteañeros e intentan, en vano, usar la ropa de sus hijos.