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domingo, 20 de enero de 2013

Los toreros de Lola


Manolo Caracol "enseña" a torear a Paco Camino

"Un volcán en el escenario y fuera de él, la más grande, la Niña de Fuego, la salvaora, la perdición de los hombres, la que miente cuando besa, según la copla que cantaba Manolo Caracol. Su efímera relación con el torero Manolo González acabó con los tormentos del cantaor".

Este lunes, 21 de enero, Lola habría cumplido 90 años

"Lo cuenta Ignacio García Garzón en El volcán y la brisa. A Lola, torera y genial, tampoco le salió bien ese amor fugaz con el torero de moda, un seductor que la había embelesado con zalamerías y buena labia. «Me dijo palabras tan bonitas al oído que yo estaba como en una nube y comprendí que no podía seguir con Caracol, que tenía que dejarlo». Despechada con Manolo Caracol, que se había acordado de los muertos de Lola, cosa imperdonable en la ley gitana, se lo contó. Y se acabó la historia de Caracol para siempre".

Foto de Martín Santos Yubero (1943)

"A Rafael Ortega, Gallito, sobrino de los Gallos, Lola lo recordaba como un amor iniciático y puro, cuando aún era virgen y el torero un donjuán que quería llevársela al huerto. En sus memorias, dice que se enamoró «hasta los tuétanos; éramos una pareja de cine, el torero triunfante y la gitana bonita». Y luego razona por qué, pese a temblar de deseo cada vez que veía a Gallito, permaneció virgen: «Si doy mi honra a este torero por amor a cambio de nada, ¿qué voy a tener para el día de mañana si me hace falta dar eso a cambio de dinero que puede necesitar mi familia?». Perdido eso en Valladolid, entregado a cambio de nada a Niño Ricardo, genial guitarrista, Lola tuvo menos escrúpulos. Sus grandes amores fueron futbolistas: el vallisoletano Gerardo Coque, un genio que jugaba en el Atlético de Madrid, y Gustavo Biosca, defensa central de la selección y del Barcelona" (fragmento escrito por Javier Villán en su libro "Tauromaquias").


Manolo Caracol -mote que heredó de su padre cuando éste, de crío, entraba en la cocina con una olla de caracoles-  estaba emparentado con los Gallo. Lola Flores también era  gran aficionada  a los toros... y a los toreros. Primero con Rafael Ortega, Gallito, que se despidió de la jerezana un inesperado día, tras confesarle que le aguardaba una señora mayor que ella, dueña de un cochazo de impresión con chófer incluido, abrigo de pieles y joyas a tutiplén. Gallito, de diminutivo, tenía poco.


Después llegó Manolo González, matador zalamero -y posteriormente ganadero y apoderado- que "apuntilló" sentimentalmente a Caracol. Dicen sobre él en el Cossío: "Manolo González ha sido un torero sevillano del más puro estilo. Pertenece a la rama de tal toreo que, sin precedentes en el siglo XIX, cuaja en la figura de Rafael El Gallo a principios del XX, se continúa con el arte excepcional de Chicuelo y llega a su mayor esplendor con Pepe Luis Vázquez. La esencia de tal toreo reside en el garbo de los movimientos, en el garbo y la característica gracia incomunicable del andaluz. Si tal estilo tiene su nombre en Pepe Luis, Manolo González, manteniendo la tendencia, le añade el valor, un valor auténtico que en sus primeros años de matador, y en los de novillero, llegaba a ser lo más destacado de su manera de torear. Habrá habido toreros con más gracia de arte, y los habrá habido con tanto valor; pero el valor informando al arte, no sé de torero alguno de nuestro tiempo que lo haya patentizado como Manolo González".

Manolo González

Éste Manolo González Cabello (Sevilla, 1929-1987) fue el creador de la ganadería homónima, tras comprar, en 1974, una vacada de procedencia Núñez y trasladarla a la sierra de Aracena.  

Otro de los diestros de Lola, al menos en la ficción: el mítico Juncal

Casualmente, hubo más toreros que rodearon a Lola: un antiguo banderillero de Antonio Márquez y Domingo Ortega, Palmita, fue su representante durante algunos años, al principio de su carrera. En esa época cantaba con frecuencia "Los niños de la Gabriela", el pasodoble "Angustias Sánchez" dedicado a la madre de Manolete, "¡Ay, mi abanico torero!" y "Olé mi torero", que decía:
"Señor duque de Veragua
no mande usté ese ganao
que me tiemblan las enaguas
de verle tan bien plantao".

 
Lola tenía casta para regenerar toda la cabaña brava.
En 90 años no ha vuelto a nacer otra como ella.

lunes, 15 de octubre de 2012

Torero enamorado, torero acabado

«Porque el toreo también es tan bonito como un amor imposible, ése que a lo mejor ya no vuelve o puede volver mañana mismo».
(Alfonso Navalón)
Jóvenes con mantilla en el palco de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla
(Atín Aya)

«La mujer, engranaje esencial del universo, tiene un lugar especial en el mundo del torero, solicitado como héroe. A veces tiene un aura maldita, como una especie de aniquiladora del valor. Un dicho popular afirma: "Torero enamorado, torero acabado". Pero es refranero, a veces, es de una sabiduría mostrenca refutable. Más bien se refiere a cierto desorden orgiástico que puede marcar la sentimentalidad del torero cuando alcanza el triunfo y se le abren puertas cerradas hasta entonces. Ejemplos hay de amadores incontinentes que, en vez de acabarse con las mujeres, con ellas alcanzaron prez y fama. Hay toreros escépticos ante ese fenómeno de seducción que consideran una leyenda. Roberto Domínguez afirmaba que un torero en pijama pierde mucho. Manili, cuando triunfó en Madrid y accedió a la riqueza, decía que, de seguir así, las mujeres acabarían por encontrarle guapo. Pepe Dominguín, un gran seductor, dejó escrito: "No sé qué significa tener éxito con las mujeres. Éxito es elegir la que te gusta, la que te va y la que te dure mucho. Lo otro, lo que se considera éxito, son muchos pequeños fracasos".

Manili dando la vuelta al ruedo (1988)

La mujer, en el toreo como en cualquier aspecto de la vida, puede ser de plomo o de corcho. Si de plomo, hunde a quien a ella se aficiona, si de corcho, ayuda a flotar incluso en las peores tormentas. Para muchos toreros el sexo la noche antes de la corrida es una maldición y la mujer una especie de mantis devoradora. Para Manuel Benítez, el Cordobés, no había miedo ni mantis. Es fama que momentos antes de vestirse para ir a la plaza su ritual favorito era la fornicación. En cambio, Espartaco, torero de recio corazón, declaraba en una entrevista hace años que "si has estado con una mujer, el toro se da cuenta y te echa mano". En la expresión "te echa mano", Juan Antonio Ruiz, Espartaco, coincide con José Gómez Ortega. José consideraba las relaciones femeninas dulces y hermosas pero peligrosas durante la temporada. A veces empeñaba una medalla mellada por el pitonazo de un toro que "le echó mano". "La noche anterior la había pasado mirándome en los ojos de una mujer". Parece ser que fue Rafael el Guerra el precursor de la abstinencia, incluso conyugal, hasta el extremo de no pernoctar en casa para no caer en la tentación. Julián García Candau, en su libro Celos, amor y muerte, le atribuye la siguiente frase: "Para ser figura del toreo no se puede pensar más que en el toro". Y otra más expresiva: "A los toreros se les va el valor por la picha".

Bella espectadora en la antigua plaza de toros de Cádiz

Mujeres con mantilla en los toros

Belmonte, gran amador, prefería correr el riesgo de una noche tumultuosa, aunque luego no se tuviera en pie en el ruedo por los excesos amatorios y la mala alimentación. Chaves Nogales refiere en la fantástica biografía del trianero cómo el amor maldito a punto estuvo de truncar una carrera que si siquiera había empezado. "Yo era un torerito valiente y me enamoré de una mujer casada, guapa, con mucho temperamento y muy experta en lides amatorias; arriesgaba su bienestar y su crédito por el amor de un torerillo sin nombre y sin dinero y me entusiasmé hasta el punto de que mi vida cambió radicalmente. Los toros dejaron de ser una obsesión para mí". A tal extremo dejaron de interesarle que una tarde no pudo matar un novillo, mejor dicho, un toraco: entró cien veces a matar, fue cogido quince o veinte, sonaron los tres avisos y le echaron los cabestros. Pero se recuperó y siguió engolfado en aquel amor. A fin de cuentas, no debió de ser tan malo, pues Belmonte llegó a ser lo que fue. Hay diferentes tipos de mujer, no obstante, en la vida de los diestros...» (fragmento del último libro de Javier Villán).

Ava Gardner y Luis Miguel Dominguín
en la plaza de toros de Toledo

Un torero me dijo en una ocasión que a las mujeres deberían prohibirnos la entrada de barrera: desconcentramos una barbaridad, me confesó.

«Por culpa de una sonrisa que echaste a unos ojos que había en barrera,
un toro de mi divisa manchó de amapolas tu estampa torera».

¿No desconcentra más tener a Arrabal en el callejón?

La teoría de las mujeres de plomo y la mantis devoradora no es tan descabellada. Algunas señoras tienen peores ideas que un Saltillo resabiado. Y cuando se torea, se está a setas o a Rólex. Viene como anillo al dedo aquel pasodoble, poco conocido, compuesto por el linense Ignacio Román y titulado "Ojalá", que cuenta la historia de una mujer, enamorada de un torero que, tras echarle todas las maldiciones habidas y por haber, se arrepiente porque termina matándolo un toro. El "ahojalá" llegó un poco tarde.


«
Torero de cuerpo entero.
Su sino, cómo me duele.
Lo quiero de compañero
sin verlo por los carteles.

Me dice: “Deja los cantes”.
“Deja los toros”, le digo yo.
Nos vamos con un desplante,
pero el despecho llora en mi voz.

Ojalá te coja el toro
sin gloria y en tierra extraña.
Ojalá que en sangre y oro,
tu historia no llegue a España.

Ay, mi cariño bravío.
Ay, tu locura torera.
¡Qué mano a mano, Dios mío,
pa´verlo desde barrera!

Ojalá tus ojos moros,
con pena me suplicaran.
Ojalá no hubiera toros ni arena
y mis besos te bastaran.

La plaza gritó en la tarde
el aire quedó empañao.
El toro sembró, cobarde,
claveles en su costado.

Corrí hasta la enfermería
y entre mis brazos lo vi morir.
De luto desde aquel día
con mi palabra me revestí.

Ojalá te coja el toro.
Qué historia la de mi duelo.
Ojalá que, en sangre y oro,
la gloria te den los cielos.

Ay, mi cariño bravío.
Ay, qué veneno en mi boca.
¡Ay, qué castigo, Dios mío,
que voy a volverme loca!

Ojalá te coja el toro.
¡Qué historia de mala suerte!
Ojalá con un te adoro pudiera
arrancarte de los brazos de la muerte».
Eduardo Gallo, evidentemente a setas, besa a sus partidarias a su llegada a Las Ventas
(Juan Pelegrín)

jueves, 13 de septiembre de 2012

Las madres de los toreros

Escribe Javier Villán: "La madre ha nutrido fecundamente la biografía de los toreros y la literatura taurina. Hay casos excepcionales, como la madre de José Miguel Arroyo, totalmente ajena a la vida de su hijo, adoptado por la familia Martín Arranz, a la que Joselito considera sus verdaderos padres. O la de Sebastián Castella, algo lejano y acaso también doloroso. La tradición y la liturgia sitúan a la madre y a la novia o esposa recluidas en casa durante la corrida, rezándoles a todas las vírgenes y a todos los santos, para que nada le suceda al héroe de su corazón. La primera llamada al terminar la corrida, si no ha habido contratiempo, es para ellas; y si lo hay, también, para disimular la gravedad del percance [...] La modernidad no ha dado figuras tan importantes como doña Angustias o la señá Gabriela".

¿Quién era la señá Gabriela? Pues Gabriela Ortega Feria, nacida en Cádiz, en la calle Santo Domingo, el 30 de julio de 1862, bailaora de tronío y notable cantaora -trabajaba en el famoso Café del Burrero-, que contrajo matrimonio con el diestro Fernando Gómez "El Gallo" y dejó su profesión para ser  madre de tres toreros -Rafael, Joselito y Fernando, los Gallo- y suegra de otros tres, casados con sus hijas Gabriela, Trini y Dolores. Nadie cuenta y recita mejor la vida de Gabriela Ortega Feria que su nieta, Gabriela Ortega Gómez:


Los días de corrida, la casa de la señá Gabriela -nombre que en hebreo significa Fuerza de Dios- se llenaba de oraciones, estampas y velás enrizás. Una imagen de la Virgen de la Macarena presidía una de las habitaciones de la vivienda sevillana. Allí, la madre de los Gallo, sentada en su mecedora, con el sonido del reloj rompiendo el silencio de las calurosas tardes de verano, esperaba a que llegaran los temidos y anhelados telegramas. A partir de esta imagen, Rafael de León compuso la copla "Los niños de la Gabriela" que estrenó Lola Flores en 1947.

"Rafaé ya está en Er Puerto,
Fernandose fué a Jeré,
los dos hermanos, por sierto,
con toros de Guadalé.
Pero tengo un cuchillito
que me ronda la sintura;
en Córdoba, Joselito
con seis toros de Miura.
La mare está dormivela...
son tres clavos de amargura
los niños de la Gabriela".


Doña Gabriela falleció en 1919, un año antes de la trágica muerte de su hijo Joselito en la plaza de Talavera de la Reina, cuando el toro Bailaor, de la ganadería de la Viuda de Ortega, le asestó una cornada mortal en el viente tiñiendo el Gelves con sangre de los Ortega.


Continúa así Villán su repaso materno: "A la madre de El Fundi, Ana Martín, se la ve y se la escucha en los tendidos de Las Ventas preferentemente. Un día la tuve detrás de mí. Era una tigresa que defendía al cachorro sin pararse en razones, con las garras del corazón. Yo quedé fascinado por una dialéctica del agravio que me remitió a las grandes heroínas clásicas. Cuando aparecía por el callejón cierto afamado radiofonista le increpaba a voz en grito para que la escuchara no sólo el aludido, sino cualquiera que no se tapara los oídos en cien metros a la redonda. "¿Qué pasa, que mi hijo no te paga y por eso lo pones mal? Somos pobres y no pagamos a periodistas trincones". Gran aplauso. Y luego, encarándose con los del 7, los llamaba "hijos de víbora y alacrán". Eso me pareció un hallazgo de tal calibre lingüístico que cada vez que tengo que insultar a alguien me apropio de esa joya de doña Ana. Y quedo como Dios: fino y original sin ofender a la madre. Hijo de víbora y alacrán, o sea, la maldad suprema".

jueves, 6 de septiembre de 2012

Maletillas (II)

Decíamos ayer que la figura del maletilla resulta impensable en las sociedades regidas por el AMPA (Asociación de Madres y Padres de Alumnos). En su defecto, el sistema ha creado una perversión: las escuelas taurinas. Una vez más, recurro a Díaz-Cañabate: "En estos tiempos que vivimos -él vivía en los años 60 cuando escribió este fragmento- se prepararan los niños que aspiran a ganar una fortuna toreando, de la misma manera que si fueran a seguir la carrera de Filosofía y Letras. Lo primero que estudian es una asignatura llamada administración. Después, aprenden a torear, muy científicamente, a saber: pasitos que hay que dar para llegar a la cara del toro; teoría de los veintisiete naturales unos detrás de otros. Inmediatamente, otra asignatura muy importante. Vengan derechazos. Luego otra, verdaderamente trascendental: de cómo mirar al tendido sin cara de susto. La capa no interesa. La espada tampoco. Resumen: administración, mucha administración".

La "poncina" (con micrófono)

¿Cuál es el producto más logrado de esta administración taurina? La "lopecina" (dícese del lance inventado por El Juli que consiste en ejecutar un arabesco imposible con el capote con dudosa finalidad y vistoso resultado). La "lopecina", la "poncina", la "luquesina" o la "talavantina" se expanden en las escuelas taurinas donde cientos de chavales formados en fila india ensayan los pases de sus ídolos, los importantes "toreros-artistas". Toreo en serie, al fin y al cabo, especializado en  "gurripinas". Según Villán, un pase superficial, que sería imposible con toros encastados y fuertes: "Eso parece indicar Vicente Zabala Portolés: en torno al toro de verdad no pueden andar más que los toreros de verdad. La gurripina, la espaldina, el banderazo y demás microbios hijos del utrero sin casta se mueren como por arte de magia".

Escribía Juan Pelegrín, autor de la foto:
"Es imposible fotografiar una lopecina y que parezca algo"

No quepa la menor duda: en las escuelas taurinas nacen Julis, Manzanares, Talavantes, Morantes, Pereras y Castellas en miniatura que, al igual que los originales, sólo juegan con media docena de ganaderías (no nos echemos, por tanto, las manos a la cabeza cuando salta al ruedo algún novillo que no responde al comportamiento "standard" y sucumbe el caos). El colmo sobrevino cuando el propio Juli abrió su propia escuela taurina en Arganda del Rey. De ahí procede el insigne novillero Fernando Adrián, una versión del Juli "en malo".

En el último opus de Terres Taurines publicado en Francia, el diestro sanluqueño Paco Ojeda reconoce en una entrevista: "On n´apprend pas à toréer. On aprend à donner des passes, mais pas à sentir le toreo. Il faui torèer comme l´on est. Aujourd´hui les toreros se copient les uns les autres". En resumen: no se aprende a torear, sino a dar pases. Hay que torear como se siente, como uno es; no crear calcomanías de toreros. Los jóvenes ya no sorprenden, sólo ejecutan pases técnicamente irreprochables. Hay cosas que no se pueden enseñar... También en Tierras Taurinas (en el opus dedicado a Cuadri), pero con otras palabras, lo explicaba su paisano Pepe Limeño: "Ya no existe el embrujo ni la incógnita... se han destapado tanto las cosas que ya no hay misterio. No queda romanticismo. Ya no hay vuelta atrás".


Menos escuelas taurinas de toreros en serie y, a cambio, que vuelvan la canina y los maletillas.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Maletillas (I)

Esta noche me ha dado por escribir sobre los maletillas. Y alguno pensará: "Ya son ganas de tocar los costados ponerse a hablar de maletillas justo el día triunfal en que los toros han vuelto a la televisión pública tras seis años en el exilio". Pues sí. El asunto televisivo no me inspira, para qué andar con paños calientes. Ya advertí que en este blog se viene a remar a contracorriente y a picar en la contraquerencia. Demos, pues, ejemplo de ello. De cualquier manera, al final de esta reflexión también habrá unas líneas para Juli, Manzanares y Talavante, por lo que el descarrilamiento no será total.

Para los no iniciados en el planeta de los toros, hay que apuntar que esto de los maletillas no tiene nada que ver con maletas pequeñas. Javier Villán define así a un maletilla: "aprendiz de torero que con la esperanza de pegar unos muletazos en los tentaderos vagaba por caminos y dehesas, con una maletilla en la mano o un hatillo al hombro donde guardaba sus trebejos de torear. Hoy es una figura inexistente, pues las ambiciones del torero se canalizan a través de las escuelas taurinas. El maletilla o capa era una pasión existencial y taurina, producto del subdesarrollo y del hambre, bases sobre las que se asentaba la vocación de torero". Es decir: sólo las sociedades tiesas y caninas han producido grandes toreros.


¿Y por qué me he acordado de los maletillas? ¿Por la sempiterna crisis? Ni mucho menos. La razón ha sido un artículo de Paco Cañamero donde cuenta que varias ganaderías charras han sido asaltadas por "neo-capas" que se dedican a torear camadas completas de añojos dejándolas inservibles para su lidia en la plaza. Además de esta noticia, la otra fuente de iluminación para resucitar el tema de los maletillas ha venido de la gran luna llena del pasado 31 de agosto -la segunda en ese mes- que los modernos han bautizado como "Blue Moon". Y bajo la luz de aquella luna, que era de cualquier manera menos azul, recordé los comienzos de Juan Belmonte, a orillas del Guadalquivir, por la dehesa de La Tablada, con los cardos hasta las rodillas, toreando desnudo y armado con una endeble chaquetilla en plena noche hasta que la Guardia Civil intentaba echarle mano. Estas escenas tenían lugar a comienzos del siglo XX.

Años más tarde, en la década de los 40-50, el aprendizaje seguía siendo duro. Tras entrenarse en el campo, los maletillas se lanzaban al ruedo como espontáneos con el objetivo de llamar la atención o se anunciaban en plazas de carros y talanqueras. Lo explicaba de esta manera Antonio Díaz-Cañabate: "Había que salir en los pueblos, en las capeas, y en estas capeas pueblerinas el publiquito no estaba precisamente formado por socios de la Sociedad Protectora de Animales. Gente ruda. Algunos escritores sentimentales la calificaban de salvaje. Exageración evidente. Total: porque le gustaba la sangre, la sangre de los toros y la sangre de los toreros. Si no había sangre no se divertían. Hay que tener en cuenta que, por entonces, en los pueblos no existían muchas distracciones, y las mozas y los mozos, tenían necesidad de expansionarse una chispita una vez al año con ocasión de la fiesta del Santo Patrono de la localidad; las mozas eran peor que los mozos, más implacables, más chillonas, más crueles. Las pobrecitas gritaban a los toreros con sus voces dulces y acariciadoras, hechas para el arrullo maternal:
-¡Anda, ladrón, cobarde, déjate coger, que para eso te paga el Ayuntamiento!
-¡Ay, ay, ay, no corras, sinvergüenza! ¡Epifanio, dale un garrotazo en la mano a ese maula, pa que se suelte de los palos!
Y Epifanio obedecía y le soltaba al pobre torerillo encaramado en los palos de los tablados de la improvisada plaza dos garrotazos tremendos, y el torerillo se iba en busca del toro, como quien se acoge al mal menor. En las corridas de pueblo, el toro era lo menos peligroso".

En esto consistía la sacrificada vida del maletilla, impensable en nuestros tiempos. En 1958, Ochaíta y Valerio escribieron la letra de una canción en homenaje a estos personajes que, de forma magistral, interpretó Juanito Valderrama, "El Jilguero Torredelcampo":

"Arríen la bandera de la plaza, 
apaguen ese sol que arriba arde, 
que yo no quiero ver qué es lo que pasa 
si sale el tercer toro de la tarde. 
Quisiera no mirarlo y ya le veo, 
oculto entre la gente al chavalillo 
que sueña con la gloria del toreo 
y ciego va a saltar, 
va a saltar hasta el anillo"

¿Y qué tienen que ver en esta historia Juli, Manzanares y Talavante? Eso lo contaré mañana que, al hablar de lunas, me ha entrado sueño.