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miércoles, 28 de noviembre de 2012

Mujeres toreras: una contradicción en términos

Fotografía: Juan Pelegrín

Hace un par de semanas, la peña El Toro y el Madroño celebró en Las Ventas una conferencia que llevaba por título "La mujer en el toro". No me fue posible asistir, pero seguro que nadie de los allí presentes citó al filósofo y prosista alemán Ernst Jünger quien, con más de cien años, hizo la siguiente reflexión tras presenciar una corrida en El Escorial:

"La corrida es un espectáculo interesante porque pone en evidencia la ligazón del hombre con la vida y con la muerte, con los instintos primigenios, con la naturaleza, con la tierra. Me he preguntado por qué en España se mata al toro, en tanto que en Portugal no lo hacen. Tal vez los españoles sean más radicales. Cuando se mata al toro estamos directamente cara a cara con la muerte, que no sólo es pensada e imaginada, sino sentida y percibida de manera inmediata. Tal vez la puesta en escena de este espectáculo es una manera de vencer al miedo a la muerte que todo ser viviente experimenta. Es una catarsis. Pero la corrida es también algo que tiene que ver con el culto a la virilidad -y es un singular indicio de los tiempos que haya actualmente mujeres que ejerzan la profesión de torero. Es una contradicción en términos".


Hace no mucho, hablábamos en este blog de lo anti-erótico. Pues bien, aún a riesgo de que las feministas me envíen a la pira, hoy sostengo que ver torear a una mujer es anti-estético. No es culpa de nadie, sólo de la Madre Naturaleza. La representación de la mujer en nuestra cultura, la mujer ideal, desprende una imagen frágil, a veces indefensa, suave, curvilínea, sin aristas ni aspavientos. ¿En qué consiste torear? Por supuesto, hay que prodigar dulzura, temple y manos de seda, pero también poderío, mando, valor seco, pujanza, señorío, vigor... masculinidad. La mujer torera es un contradiós de fondo y forma. En primer lugar, porque el vestido de torear, paradójicamente, no sienta bien al cuerpo de las féminas. Hace falta ser muy hombre para contrarrestar el amaneramiento del traje de luces. Una amiga fotógrafa me lo reconoció el otro día con estos términos exactos: "el reparto de las masas en una mujer enfundada de torero es horrible".

En segundo lugar, me retuerzo en el tendido cada vez que escucho a una mujer gritarle al toro con su voz aguda o la veo pegar un zapatillazo sobre el albero. El tercer motivo, y volvemos a la Madre Naturaleza: para torear se requiere fuerza, mucha fuerza, y las mujeres, por lo general, somos más débiles que los hombres. Y para rematar la faena anti-feminista, porque lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible.


En tres siglos de Historia de la Tauromaquia, no ha destacado una sóla mujer y, si alguna ha toreado un par de temporadas, sobre todo desde los años 90, ha sido, exclusivamente, por la novedad y el morbo. Podemos ser excelentes ganaderas, empresarias, apoderadas, rejoneadoras, periodistas taurinas, aficionadas..., pero no toreras (en otra ocasión, si sobrevivo a esto, haremos un repaso de las señoras que se han armado de estoque y muleta).


Los dos filósofos predilectos de Jünger eran Platón y Nietzsche: ambos sostenían que lo estético siempre coincide con la bondad, ¿cómo no iba a sentirse atraído, pues, por las corridas de toros?
"Ahora que he superado los cien años, sigo viajando por el mundo de la literatura y por ese pequeño cosmos que es mi jardín. A veces, en los días soleados, me entretengo haciendo pompas de jabón que el viento lleva entre las plantas y las flores. Son para mí una imagen simbólica de la fugacidad, de su inasible belleza".

Jünger falleció en febrero de 1998, con 102 años y todo el siglo XX a sus espaldas. Al año siguiente, en 1999, Cristina Sánchez se cortaba la coleta. Una de las últimas sentencias que escribió el filósofo fue: "Aún tengo la letra presentable. Un viejo guerrero no tiembla". La guerra, como el toro, también es asunto de hombres.

Ernst Jünger