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miércoles, 21 de enero de 2015

Baños de sol en invierno (I)


El baño de sol de la mujer es un cuadro de nuestros días. Ese éxtasis de un desnudo que antes no tenía explicación, que era una pose que conseguía un artista de su modelo, ahora es un hecho de la vida real y es un gesto espaciado, largo, de una o dos horas todos los días, bajo la terrible falta de rubor de la luz del día.
 
Mujeres discretas, vírgenes muy metiditas en casa, se desnudan con desparpajo frente al más varonil de los astros y frente a la terrible expectación de la luz. En ese nuevo y desfachado paganismo existen las vírgenes que desconfían y se visten ante cualquier indecisión del sol y las que esperan siempre, las que no se impacientan ante los cendales que pasen y esperan desnudas a que se desvele de nuevo.
 
Es penoso, triste, estéril, ese desnudarse a solar frente a la consagración del sol. Ese cinismo que tiene la joven moderna de haberlo hecho todo y de no querer hacer, sin embargo, nada con el hombre, esa invención de la plenitud solitaria, eso se refuerza con el baño de sol [...] El que descubra el agujero para ver bañarse a la mujer pura que se da baños de sol, será el que vea un desnudo en una exaltación que, ni si se le entregase, esa mujer obtendría. ¡Ah, el que sorprenda a una mujer en su largo, tendido, abierto, baño de sol, habrá visto lo indecible, lo que antes, a veces, se descubría siempre en cierta penumbra, en esa luz llena de rincones y de veladuras, de las habitaciones en que ellas se desnudan! [...] Sólo el baño de sol muestra, saca a la superficie los trazos hondos del desnudo, establece la verdad, prueba hasta la saciedad lo que se está viendo.

 
(Ramón Gómez de la Serna, El Gran Hotel, 1942)

lunes, 30 de junio de 2014

Princesas de la media almendra y un oporto

"Tu sombra sin tacones vi, sin verte,
sobre vidrios del alba y en el pecho
caliente aún mi medalla sin camisa".


Él, tan noble, tan entero, se había acostumbrado a mirar la vida de perfil. Son cosas de los hombres. Cosas de la vida misma. Cosas.
 

Mirar la vida de perfil, como hacían los ojos claros, irónicos, buenos, de Rafael de Penagos es cuestión de tiempo, de prisa, de acostarse tarde y levantarse tarde, del vino, del tronío, del desvío, del taco y del tabaco. Como os decía: cosas de hombres.

 
En aquel Madrid del veintitantos, que su nombre en triunfo evoca, Europa entera estaba de perfil. Y a través de su persiana verde -como loro Alfonsino y precipitación cariñosa de geranios-, una persiana para evitar la "inlunación", ya que el sol ni siquiera se había descubierto, Penagos, como un griego de Madrid, por vocación de hombre y por vocación de su apellido montañés que suena a griego, miraba, donde casi no había eso, unas mujeres elegantísimas, como galgos rusos que parecían haber dejado su mantoncillo, castizales en un guardarropa de transición, para ejercer de falsas y deliciosas princesas de la media almendra -media almendra y un oporto- en la barra de un bar con música sincopada y negro con librea en la puerta.

 
[...] Y las mujeres, que no eran así, nuestras mujeres, empiezan a parecerse a las mujeres de Penagos; pierden cadera, se les alargan los dedos para coger bien un "murati" o un "kedive", leen Blanco y Negro o La Esfera, juegan su amor a la ruleta o en los "caballitos" de San Sebastián, oyen los tangos de Spaventa y se pintan las uñas de rojo como si vinieran de buscar algo en las entrañas del "Soldado Desconocido".
 
Era así.

César González-Ruano (1954)
 

Me acompaña la noche de tus ojos,
ojos claros de noche y no de cielo.
Das soledad en compañía, acento
de gravedad sonora y en silencio.
Clásico de un amor limpio de idioma,
con tus ojos mirando, el mundo sueño.

Todo lo diste sin saber que dabas
más que tu pierna, tu desdén, tu aliento,
el mordisco, el desmayo y la premura
de los amores sin amor al Tiempo.
Pero eras el espacio de mi límite
capaz de hacerme en una noche eterno
.

jueves, 29 de mayo de 2014

Un dibujante tan popular como Belmonte

"Penagos. Su nombre en aquel Madrid de 1920 era tan popular como el de Belmonte. Fue, creo yo, el primer dibujante popular. Después alternaría con el de Ribas, como con Belmonte alternaba Joselito" (Esplandíu, 1964)
 
 
Cuenta Rafael de Penagos hijo que, en 1953, de camino hacia Cádiz para recibir a su padre, que regresaba de su larga estancia en América, conoció en Sevilla a Juan Belmonte, que había sido un gran amigo del dibujante, y que éste, con su media tartamudez le dijo entonces: "Mira, Rafael si tu padre se llega a morir, cosa que dichosamente no ocurrió, cuando tenía 25 años, hubiera tenido el mismo entierro que tuvo José (Joselito) y el mismo que hubiera tenido yo si me llega a matar un toro" (Mariano Navarro).

 
El 16 de mayo de 1917, Rafael Penagos participó en un "Festival Aristocrático" celebrado en la plaza de toros de Madrid a beneficio de la Asociación Matritense de Caridad. Se lidiaron becerros de la ganadería de Gumersindo Llorente, sita en Barajas, y el festejo estuvo presidido por cuatro "señoritas": Piedad y María Figueroa, Margot Calleja y María Adanero. En el cartel, se rogaba a las damas que asistieran con mantilla.
 
Caricatura de Sacha (1925) donde, en segundo término,
aparecen Belmonte y Penagos

lunes, 19 de mayo de 2014

Algo más que mujeres o modelos para amar


"A los hombres españoles se les pasó la manía de asesinar a sus adúlteras; se convencieron de que el beber un vaso de leche fría no era de afeminados y fueron dejando el culto que sentían por toda una serie de ordinarieces y que eran fruto del lugar común. Penagos contribuyó de un modo sobresaliente en ese movimiento hacia lo refinado con sus mujercitas preciosas, delicadas, que muchos llamaban decadentes, por reverencia al tópico" (Edgar Neville, 1964)


Las mujeres de Penagos -Louise Brooks, Clara Bow- viajan en trasatlánticos o en el Berlín Express, siempre con muchos baúles que llevan pegadas etiquetas del Plaza de Nueva York o el Negresco de Niza. Las mujeres de Penagos -Myrna Loy, Irene Dunne- tienen escritorios de caoba en amplios pisos de Antonio Maura o en apartamentos dúplex de Madison Avenue; escritorios que dan al Retiro o Central Park y desde donde escriben con estilográfica cortas y precipitadas notas de amor. Las mujeres de Penagos -Margaret Sullavan, Claudette Colbert- toman cócteles a las ocho en punto y a las ocho y media se detienen un segundo bajo la lluvia antes de acudir a la cita con un hombre casado que siempre viste smoking.

 
Las mujeres de Penagos -Kate Hepburn, Ginger Rogers- juegan al tenis en pistas inglesas de yerba alta, esquían en los Alpes, nadan crawl y se tumban al sol del Pacífico en bañadores de tinta china. Las mujeres de Penagos -Gloria Grahame, Barbara Stanwyck- huelen a prohibición y abril parisino por la mañana y a futuro y verano de Salzburgo por la tarde, que es cuando acuden con su mejor amiga, la mujer de un embajador europeo, a desfiles de moda chez Pertegaz o chez Coco. Las mujeres de Penagos -Jean Arthur, Carole Lombard- se desvisten a esa hora incierta en que la madrugada se detiene, y es entonces cuando sus muslos tienen el color de los sueños cuando sueñas despierto y sus pechos duros se te escapan de las manos como las bolitas de mercurio de la infancia.

 
Ver las mujeres de Penagos -Loretta Young, Joan Crawford- era para mí como ir al cine, como mirar las carteleras de las películas de Lubitsch, La Cava, McCarey, Preston Sturges, Stevens o Howard Hawks. Eran algo más que mujeres o modelos para amar. Eran la magia, la aventura, la ilusión en estado puro. Ahora que soy mayor, me parece que las mujeres de Penagos -Jane Greer, Joan Bennett- son tan independientes que nunca van a necesitar casarse. Cada año son las mujeres del año. Una desencuadernada sociología del tercer milenio, de la vida que viene.
 
José Luis Garci (1989)

Carole Lombard
 
Clara Bow
 
Ginger Rogers
 
Gloria Grahame
 
Jean Arthur
 
Kate Hepburn
 
Louise Brooks
 
Margaret Sullavan
 

lunes, 5 de mayo de 2014

La transformación de las "señoritas" madrileñas

"Una función del arte es legar un ilusorio ayer a la memoria de los hombres"
(Jorge Luis Borges)
 

El 10 de diciembre de 1923 debuta Carlos Gardel en Madrid, y las muchachitas y los chicos de Rafael de Penagos cantan, al salir del Palace y del Ritz, las melodías de arrabal que escenifica Alfredo Le Pera. Decía Octavio de Romeu que nadie sabe lo que hay dentro de un minué. Nadie sabe, tampoco, lo que hay dentro de un tango: en esa pareja de Penagos que se tanguea, percanta y bacán, en la noche mágica del bandoneón desencanallado, que cambia el cuchillo del conventillo de Palermo por el cubo plateado que enfría el champagne en el tango de Penagos. Una vez que Penagos traduce a madrileño el ritmo melódico de Gardel y Razzano, el tango pueden bailarlo ya las burguesitas de falda rodillera. No hay pecado. Hay, en todo caso, picardía, gracia noctámbula, fru-fru de ligas de seda. Seguro que cuando Jorge Luis Borges (escapándose de la tertulia ultraísta de Cansinos Asséns) ve bailar el tango a las muchachitas de Penagos podrá justificarlo como no supo hacer en Valvanera.

Antonio M. Campoy


A Penagos se le conoce, sobre todo, como el creador de un nuevo tipo de mujer, de un modelo en que se concretó nuestra particular Belle Époque. Rafael de Penagos participó intensamente de la ebullición social y cultural de Madrid que, con el cambio de siglo, pugnaba por convertirse en una urbe moderna y abierta [...] Las noticias que desde París traían los viajeros y las revistas ilustradas que circulaban por todas partes influyeron de forma considerable en nuestra sociedad. Pero también es cierto que este Madrid hablador, de café y charla, supo darle un toque particular a la época. Y Rafael de Penagos fue uno de los impulsores de la nueva imagen de aquel Madrid.
 

Como ingredientes, se sirvió del tipo castizo creado por su coetáneo Sancha y por otros dibujantes de la anterior generación, todo ello unido a las novedades francesas y al estilizamiento de la estética rusa -que llegó a Madrid de la mano de los ballet rusos, dejando a su paso una honda impresión-. Con todo ello, Penagos tomó el lápiz y del papel surgió un nuevo modelo de mujer, algo así como el símbolo de esta nueva sociedad, más confortadora y amable, que él mismo deseaba fuera realidad.
 

Y tuvo éxito. De tal forma que las señoritas madrileñas tomaron muy en serio la tarea de asemejarse al máximo a los dibujos de Penagos. Estudiaban con atención los modos y ademanes de esas mujeres que, desde las páginas de Blanco y Negro, Nuevo Mundo, La Esfera y ABC, provocaron todo un impacto en la sociedad madrileña, aprisionada hasta entonces en un provincianismo del que no conseguía salir.

 
Una nueva estética, una nueva forma de desenvolvimiento social era lo que Penagos proponía a través de sus creaciones. Mujeres de mirada penetrante al tiempo que ensoñadora, observando de frente, sin rubor, a veces con un toque de sensualidad que, en sus oscuros y grandes ojos, y en la mantilla que a menudo visten, les devuelve a su raíz mediterránea, sureña. Y las finas manos arqueadas, los labios que nunca pierden la compostura en risas exageradas, el conjunto de accesorios que siempre las rodean, todo ello fue en aquel momento el arquetipo perfecto de la mujer, que todas anhelaban ser.

Ramón Herrero Martín
 

[...] Así es como comenzó a inventarse mujeres que no existían: llegaban oliendo a perfumes franceses; fumaban ¡santo Dios! cigarrillos turcos y egipcios; bebían cocktails; llevaban en la mano, en lugar de barreños, raquetas de tennis (así, con dos enes se escribía); se reunían para tomar el the (así, con h intermedia, a la francesa); les deshinchó la tetas y las convirtió en senos; les cortó el pelo a lo garçon (así se escribía); las enseñó a utilizar el cuarto de baño en lugar de la jofaina. Penagos salía, cada día, a la calle, dando la noticia de otro mundo, otros seres, predicando su bella buena nueva, hasta que las mujeres reales comenzaron a parecerse a las soñadas por él.
 
José Hierro