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domingo, 11 de septiembre de 2016

De la locura y la personalidad de Esplá a la majestuosidad de Bautista. Apunte a color


¿Y si a la maja desnuda la hubiera raptado el mítico toro blanco que, sediento tras su travesía por Creta y buena parte de Europa, se hubiera detenido a orillas del Vaccarès, en el mismo corazón de La Camarga? ¿Y si la maja, acalorada por tanto trote, hubiera decidido darse un baño en el estanque de los dioses y comprar en Arles un abanico del color de un cielo de Van Gogh? ¿Y si la mujer plasmada por Goya, en un arrebato de enamoramiento, hubiera decidido tatuarse en el vientre la cruz del marqués de Baroncelli? Todo el universo simbólico y mitológico de Luis Francisco Esplá cupo en el lienzo ovalado del anfiteatro de Arles, mas poco duró la fantasía, apenas unas horas, antes de esfumarse con las huellas del paseíllo. Sonaba ya el violín de Paco Montalvo que interpretaba la música de Carmen y el primer toro asomaba por los chiqueros.


Un toro, el de la reaparición de Esplá, que con un certero golpe de realidad, con su violencia y pobre recorrido en el capote, hizo recordar que la tauromaquia es el único arte que juega con la muerte. Emocionante el regreso por un día del maestro después de siete temporadas de ausencia. Esplá demostró que, rozando la sesentena, el temperamento no se pierde y la personalidad aumenta. Ante el cuarto toro, se libró milagrosamente de la cornada y es que, como bien apuntó en el brindis a sus mujeres, “esto ya se acaba”, pero la torería, jamás. La locura goyesca de Esplá acabó felizmente, como él merece, con la frente ensangrentada, la conciencia tranquila y la paz del hombre que ha cumplido. No sólo decoró el anfiteatro Arles: también cortó una oreja de cada uno de sus toros.


Otro hombre que cumplió, como mecenas, empresario y torero, fue Juan Bautista quien, en su cuna, lució un terno goyesco teñido en las aguas grises del Vaccarès. Majestuoso el arlesiano en sus dos faenas. Inteligente a la hora de ver a sus toros, de plantear la lidia que cada uno requería; clásico, templado y elegante en la ejecución; superdotado en el momento de entrar a matar recibiendo. A ratos desmayado, siempre firme. Natural. Impecable. Bautista lo tiene todo para ser profeta, y no sólo en su tierra, en su marisma. Vuelve fácil lo sumamente difícil. Su toreo, cuando fluye así, como una pintura, parece la alucinación de un artista genial, como el viento irrefrenable en un óleo de Van Gogh. Cortó cuatro orejas y un rabo.


Morante de la Puebla es el sol y la sombra en un mismo ser; quien lo quiera, que lo compre. Decidió no torear a su primero, al que mató penosamente, mientras que, con el quinto, dejó ramalazos de su locura, de su originalidad, de su transparencia. Una oreja y el detalle de sacar a hombros a un compañero reaparecido, a Esplá.


La corrida de Zalduendo, bien presentada, rozó el aprobado. Sin resultar extraordinaria, mansa en el caballo, desarrolló, en general, movilidad y varios toros humillaron con clase. El tercero fue premiado con la vuelta al ruedo. Habría sido una corrida vulgar en manos de otros toreros. Pero, cuando hay personalidad, bien escaso, incluso una corrida mediocre se vuelve brillante.

Fotos de Isabelle Dupin

Cuando arrastraron al sexto toro, sobre el ruedo se desdibujaba la silueta de una cruz, de un corazón y de un ancla. Fe, caridad y esperanza. Porque, incluso las mayores obras, las más bellas, son tan emocionantes como efímeras, igual que las fantasías artísticas del maestro Esplá. Que si el sueño de la razón produce monstruos, el sueño de la locura produce toreros majestuosos.

lunes, 21 de septiembre de 2015

La carta taurina de Van Gogh

"À propos ai vu des combats de taureaux dans les arênes ou plutôt des simulacres de combats vu que les taureaux étaient nombreux mais que personne ne les combattait.– Seulement la foule etait magnifique, les grandes foules bariolées. Superposées à 2, 3 étages de gradins avec l’effet de soleil et d’ombre et d’ombre portée de l’immense cercle".


Un martes del mes de abril de 1888, desde la ciudad de Arles, Van Gogh escribió una carta a su colega y amigo Emile Bernard. En la misiva, Van Gogh narraba que había visto espectáculos taurinos en el anfiteatro romano: "Solamente la muchedumbre ya era magnífica, la gran multitud de colores. Superpuesta en dos y tres pisos de gradería bajo el efecto del sol y la sombra, y la sombra transportada del inmenso círculo". 


El cuadro Les Arènes fue finalizado en diciembre de 1888, mientras Paul Gauguin vivía con Van Gogh en La Casa Amarilla de Arles. Aquel año, la temporada taurina en el anfiteatro comenzó el Domingo de Pascua y terminó a finales de octubre, por lo que el óleo se realizó "de memoria", y no al natural. 


Aquella carta dirigida a Bernard comenzaba con una confesión: "La imaginación es una capacidad que hay que desarrollar; sólo ella puede hacernos crear una naturaleza más exultante y consoladora que el guiño de la realidad (la cual percibimos cambiante, pasando como un relámpago)". En la cabeza de Van Gogh ya se dibujaban los trazos de la noche estrellada sobre el río Ródano.

viernes, 18 de septiembre de 2015

Historia de una cruz


Una cruz, colgada en la pared de cada casa de piedra, vela sobre el pueblo costero de Saintes Maries de la Mer, en el delta del Ródano. El emblema de hierro fue forjado por primera vez en 1926, ideado por el marqués de Baroncelli, quien deseaba plasmar en él las tres virtudes básicas: la Fe (simbolizada a través del tridente y el trabajo de cada día), la Caridad (el corazón) y la Esperanza (el ancla). A su vez, la cruz congrega a los personajes fundamentales de la villa: los pastores de La Camarga, los pescadores de la desembocadura del Ródano y las "Santas Marías", es decir, María Salomé y María Jacobé -junto a la esclava Sara, patrona de los gitanos-, quienes recalaron en la ciudad procedentes de Tierra Santa, tratando de huir de los ataques contra los cristianos. La iglesia fortificada de Nôtre Dame de la Mer conserva las reliquias de las santas.


En 1888, Van Gogh pintó los barcos varados en la playa de Saintes.


A pocos kilómetros de aquella playa inmortalizada por Van Gogh, se despliegan las marismas de La Camarga, con sus plantaciones de arroz, sus flamencos rosas, sus toros y caballos salvajes, y sus masías blancas, donde la cruz de Baroncelli siempre está presente, dando la bienvenida a los forasteros y velando sobre los nativos, orgullosos de sus símbolos y costumbres.

La Cruz Camarguesa, bordada en el vestido de Juan Bautista

(Goyesca de Arles, 2014)


domingo, 1 de marzo de 2015

Sol de marzo

Dice el refranero que el sol de marzo conmueve, pero no resuelve, es decir, que promete más que da. Marzo también es el tiempo en que llegan las golondrinas y se siembra el garbanzo. Si recordamos Cien años de soledad, cada mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea de Macondo, y con un gran alboroto de pitos y timbales, daban a conocer los nuevos inventos: "El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señarlarlas con el dedo". Al igual que Gabriel García Márquez -que vino al mundo el 6 de marzo de 1928-, Aureliano Buendía nació en el tercer mes del año... y con los ojos abiertos.


"Muchos años más tarde, un segundo antes de que el oficial de los ejércitos regulares diera la orden de fuego al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía volvió a vivir la tibia tarde de marzo en que su padre interrumpió la lección de física, y se quedó fascinado, con la mano en el aire y los ojos inmóviles, oyendo a la distancia los pífanos y tambores y sonajas de los gitanos que una vez más llegaban a la aldea, pregonando el último y asombroso descubrimiento de los sabios de Memphis".


Mi manzano 
tiene ya sombra y pájaros. 

¡Qué brinco da mi sueño
de la luna al viento! 

Mi manzano
da a lo verde sus brazos. 

¡Desde marzo, cómo veo
la frente blanca de enero! 

Mi manzano... 
(viento bajo). 

Mi manzano... 
(cielo alto).

(Federico García Lorca)

viernes, 11 de julio de 2014

Se cae la aceituna

¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!
Miguel Hernández
 

Siempre, por este mes, al solano último de agosto, a la lluvia temprana, al calor postrero y apretado, comienza a caerse la aceituna. De buenas a primeras, una mañana, aparecen inexplicablemente los primeros puntillos verdes sobre el suelo del olivo, tersos al principio, encogiéndose rápidamente,  hasta quedar el hueso mondo y lirondo.
 
La caída de la aceituna siempre llega por los mismos días, repicando a otoño, entreabriendo molinos, empujando a los calores finales, a las tórtolas y golondrinas atrasadas, dejando el aire vacante para tordos y estorninos, avisando con el cobre primero a las hojas, para la partida. Sabe a lluvia que no va a tardar, a neblina primera, a sol pálido. Las últimas moras están a punto. El vallado las ofrece a cientos. Ya no queda un maizal en pie, y el viento barre los últimos melonares.
 
Surco a surco, el braván va borrando el amarillo del campo, vistiéndolo de colores severos, blanquecino en los alberos, rojizo en los polvillares, grisáceo en los riquísimos bujeos. Ya nadie duerme al raso y los primeros escalofríos comienzan a pedir las primeras candelas.

José Antonio Muñoz Rojas


[...] Verdes,
innumerables,
purísimos
pezones
de la naturaleza,
y allí
en
los secos
olivares
donde
tan sólo
cielo azul con cigarras,
y tierra dura
existen,
allí
el prodigio,
la cápsula
perfecta
de la oliva
llenando
con sus constelaciones el follaje:
más tarde
las vasijas,
el milagro,
el aceite.
 
Pablo Neruda
 
 
Mare, yo tengo un novio aceitunero,
Que tiene vareando mucho salero...

jueves, 21 de noviembre de 2013

Los vagabundos

"Si pierdes dinero, pierdes poco.
Si has perdido el honor, pierdes mucho.
Si pierdes el corazón, lo pierdes todo".
(Vincent Van Gogh)
 

¡Esos pobres por los caminos del campo!... No parecen de carne; más bien de tierra o de sarmientos renegridos... ¿Adónde van? No piden, ni escuchan, ni se paran ni hablan... Los atrae ese sendero que sólo sabemos que existe cuando los vemos a ellos caminar por allí, con una rara decisión en su pereza de horizontes... Andrajosos, vestidos a retazos, semidesnudos, caminan solitarios o en grupos familiares, con un perrillo escuálido que, a veces, ya no puede seguir de hambre y fatiga, y sube a los hombros del vagabundo, uniendo roñas con lacerías y arestines... ¿De dónde vienen? ¿Qué final de camino persiguen?


Siempre que nos encontramos a los vagabundos por los caminos del campos, nos quedábamos en el umbral de una incertidumbre característica, que la vida, luego, nunca ha borrado. La gente los temía o los evitaba. A nosotros nos inspiraban respeto y simpática inquietud. Vivían tan pegados al barro y a la basura de la tierra, que les costaba trabajo alzar la vista hasta la altura de sus semejantes. Y cuando desaparecían por los caminos, la soledad se abría nuevamente gozosa, porque ellos, sin querer, la lastimaban con su tragedia de silencios.

JOAQUIN ROMERO MURUBE
 
 
Hoy vagabundo y perdido
alzo mis brazos en cruz
para enterrar al olvido
toda una vida sin luz.
 
(Final del tango "Vagabundo" de Emilio y Agustín Magaldi)
 


jueves, 6 de junio de 2013

Caravanas en camino

 
"Lo que cuenta no es el destino, sino el camino que se recorre..."

 
"Somos señores de los campos, de los sembrados, de las selvas, de los montes, de las fuentes y de los ríos. Los montes nos ofrecen leña de balde; los árboles, frutas; las viñas, uvas; las huertas, hortaliza; las fuentes, agua; los ríos, peces, y los vedados, caza; sombra, las peñas; aire fresco, las quiebras; y casas, las cuevas. Para nosotros las inclemencias del cielo son oreos, refrigerio las nieves, baños la lluvia, músicas los truenos y hachas los relámpagos. Para nosotros son los duros terreros colchones de blandas plumas: el cuero curtido de nuestros cuerpos nos sirve de arnés impenetrable que nos defiende; a nuestra ligereza no la impiden grillos, ni la detienen barrancos, ni la contrastan paredes; a nuestro ánimo no le tuercen cordeles, ni le menoscaban garruchas, ni le ahogan tocas, ni le doman potros" (Miguel de Cervantes, fragmento de La Gitanilla).
 
 
"La tribu profética, de pupilas ardientes
Ayer se ha puesto en marcha, cargando sus pequeños
Sobre sus espaldas, o entregando a sus fieros apetitos
El tesoro siempre listo de sus senos pendientes.

Los hombres van a pie bajo sus armas lucientes
A lo largo de los carromatos, donde los suyos se acurrucan,
Paseando por el cielo sus ojos apesadumbrados
Por el nostálgico pesar de las quimeras ausentes.

Desde el fondo de su reducto arenoso, el grillo,
Mirándolos pasar, redobla su canción;
Cibeles, que los ama, aumenta sus verdores,

Hace brotar el manantial y florecer el desierto
Ante estos viajeros, para los que está abierto
El imperio familiar de las tinieblas futuras".
 
(CHARLES BAUDELAIRE)




"Vengo del norte,
donde forjan el hierro, trabajan las rejas,
hacen las cerraduras, los arados,
las armas incansables,
donde las grandes pieles de oso
cubren paredes y lechos,
donde la leche espera la señal de los astros,
del norte donde toda voz es una orden,
donde los trineos se detienen
bajo el cielo sin sombra de tormenta.
Voy hacia el este,
hacia los más tibios cauces
de la arcilla y el limo
hacia el insomnio vegetal y paciente
que alimentan las lluvias sin medida;
hacia los esteros voy, hacia el delta
donde la luz descansa absorta
en las magnolias de la muerte
y el calor inaugura vastas regiones
donde los frutos se descomponen
en una densa siesta
mecida por los élitros
de insectos incansables.
(ÁLVARO MUTIS)


"Me iba, con los puños en mis bolsillos rotos...
mi chaleco también se volvía ideal,
andando, al cielo raso…
[…] Y rimando, perdido, por las sombras fantásticas,
tensaba los cordones, como si fueran liras,
de mis zapatos rotos, junto a mi corazón".
(ARTHUR RIMBAUD)

Pinturas de Van Gogh, Manet, Singer Sargent y Nonell
 

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Triana, puente y aparte... sobre el Sena


Parece el Puente de Triana, pero se trata de París; y el río no es el Guadalquivir, sino el Sena. El puente de la foto se llama del Carrousel y fue inagurado trece años antes que el sevillano (1834 y 1852, respectivamente). Puede considerarse un "padre" arquitectónico. Su construcción fue encargada a Antoine-Rémy Polonceau, quien diseñó un puente en arco sustentado sobre una compleja estructura de hierro y madera.


A sus colegas parisinos -amantes de los puentes colgantes- no les convenció el resultado y, con guasa digna de Andalucía, llamaron a los círculos metálicos que adornaban su estructura ronds de serviette (aros de servilleta). Sin embargo, muchos artistas impresionistas se sintieron atraídos por su gracia y esbeltez, incluido Van Gogh, que lo plasmó en 1886, o Camille Pissarro, en 1903.


A causa de su escasa anchura (menos de 12 metros) e inestabilidad desde que aparecieron los primeros automóviles, el puente del Carrusel acabó siendo demolido en 1930. Ahora es una moderna y funcional construcción de hormigón sin encanto.


En Sevilla, donde también tienen una extraña habilidad para arrasar con las joyas de su patrimonio (sólo hay que recordar las setas de la Encarnación o la Torre Pelli), se antoja un milagro que el puente de Isabel II, conocido como de Triana, siga en pie. Para aumentar su solidez, los ingenieros franceses responsables del diseño -preveyendo, seguramente, el peso de las hermandades de La Esperanza de Triana, La Estrella, El Cachorro, La O y San Gonzalo- eliminaron la madera y emplearon exclusivamente hierro y piedra. Pero, a buen seguro, si el puente de Triana continúa en pie no ha sido gracias al material utilizado, sino por la protección de don Juan Belmonte, que vigila desde el Altozano, y de la pintoresca capilla del Carmen, El Mechero, construida por Aníbal González en 1928.


A falta de cuadros impresionistas, el puente de Triana ha sido motivo de incontables coplas y sevillanas. Una de mis favoritas es "La rosa del Altozano", obra poco conocida de Rafael de León y Arturo Pavón, marido de su primera intérprete, Luisa Ortega.

"Los ojitos del puente
que están pendientes
de aquellas ducas,
lloran un son de fragua
que lleva el agua hasta Sanlúcar".


Y por cambiar de palo, también son hermosas las sevillanas de Manuel Pareja-Obregón tituladas "Perdónala" y "Cuando paso por el puente".


"Cuando paso por el puente, Triana.
Contigo vida mía, Triana.
Pa´mirarte solamente, Triana.
Me muero de alegría.

Porque tienes unos ojos, Triana.
Igual que dos luceros, Triana.
Y una clase de hechura, Triana.
Que vale el mundo entero.

Si por otro me dejaras, Triana.
De pena moriría, cariño.
Te quiero y te querré.
Eres mi norte y mi guía, Triana.
Triana y olé".

sábado, 17 de noviembre de 2012

Viaje a La Provenza

"Les Bastides Blanches, c´était una paraoisse de cent cinquante habitants, perchée sur la proue de l´un des derniers contreforts du massif de l´Étoile, à deux lieues d´Aubagne... Una route de terre y conduisait par une montéee si abrupte que de loin elle paraissait verticale: mais du côte des collines il n´en sortait qu´un chemin muletier d´où partaient quelques sentiers qui menaient au ciel. Une cinquantaine de bâtisses mitoyennes, dont la blancheur n´était restée que dans leur nom, bordaient cinq ou six rues sans trottoir ni bitume; rues étroites à cause du soleil, tortueuses à cause du mistral.

[...] Enfin, une particularité des Bastides, c´était qu´on n´y trouvait que cinq ou six noms: Anglade, Chabert, Olivier, Cascavel, Soubeyran: pour éviter des confusions possibles, on ajoutait souvent aux prénoms, nom pas le nom de famille, mais le prénom de la mère: Pamphile de Fortunette, Louis d´Etiennette, Clarius de Reine.

[...] Ils vivaient de leur légumes, du lait de leurs chèvres, du cochon maigre que l´on tuait chaque année, de quelques poules, et surtout du gibier qu´ils braconnaient dans l´immensité des collines.

[...] Le boulanger était un gros garçon de trente ans; il avait de belles dents, et des cheveux plats très noirs, mais toujours poudrés de farine. Il riait volontiers , et s´intéressait à toutes les femmes du village, et même á la sienne, une belle fille de vingt ans qui l´adorait. Il s´appelait Martial Chabert, mais à force de l´appeler Boulanger, on avait oublié son nom".

L´EAU DES COLLINES (Marcel Pagnol)


Marcel Pagnol (1895-1974) nació en Aubagne, en la región de la Provenza, el mismo año en que los hermanos Lumiére presentaron su cinematógrafo. En 1962, escribió la novela "El agua de las colinas", al que pertenece el anterior fragmento. Con esta base literaria, Claude Berri adaptó una película, dividida en dos partes, que en España llevaron el título de "El manantial de las colinas" y "La venganza de Manon", un extraordinario melodrama rural con Yves Montand, Daniel Auteuil, Gérard Depardieu y Emmanuelle Beart en el reparto. Ambas se rodaron en las colinas que rodean Aubagne, entre los meses de abril y diciembre de 1985. En sus principios, aún en la época del cine mudo, Pagnol -escritor, pero también realizador y productor- fue acusado por sus contemporáneos de realizar teatro filmado; décadas posteriores, sin embargo, la crítica francesa lo reconoció como un propulsor del neorrealismo italiano y acabó siendo el primer miembro de la Académie Française (1947). Sus personajes son una prolongación de la tierra, los sembrados y el sol de la Provenza.


Hace unas semanas compré en la FNAC las dos adaptaciones de Berri por menos de 20 euros. Jamás podría haber invertido mejor aquel billete. Las recomiendo encarecidamente. Son maravillosas, cuidadas hasta el último detalle, incluyendo el arreglo para la banda sonora de "La fuerza del destino" de Verdi.




Pagnol también llevó al cine las obras de algunos paisanos, como Alphonse Daudet (Nîmes, 1840-1897) o Jean Gionó (Manosque, 1895-1970).


"Sabrán que en Provenza se acostumbra enviar el ganado a los Alpes cuando llegan los calores. Brutos y personas permanecen allí arriba durante cinco o seis meses, alojados al sereno, con hierba hasta la altura del vientre; después, cuando el otoño empieza a refrescar la atmósfera, vuelven a bajar a la masía, y vuelta a rumiar burguesmente los grises altozanos perfumados por el romero. Quedábamos en que ayer tarde regresaban los rebaños. Desde por la mañana esperaba el zaguán, de par en par abierto, y el suelo de los apriscos había sido alfombrado de paja fresca. De hora en hora exclamaba la gente: «Ahora están en Eyguières, ahora en el Paradón». Luego, repentinamente, a la caída de la tarde, un grito general de ¡ahí están! y allá abajo, en lontananza, veíamos avanzar el rebaño envuelto en una espesa nube de polvo. Todo el camino parece andar con él. Los viejos moruecos vienen a vanguardia, con los cuernos hacia adelante y aspecto montaraz; sigue a éstos el grueso de los carneros, las ovejas algo fatigadas y los corderos entre las patas de sus madres, las mulas con perendengues rojos, llevando en serones los lechales de un día, meciéndolos al andar; en último término, los perros, sudorosos y con la lengua colgante hasta el suelo, y dos rabadanes, grandísimos tunos, envueltos en mantas encarnadas, que les caen a modo de capas hasta los pies.


Desfila este cortejo ante nosotros alegremente y se precipita en el zaguán, pateando con un ruido de chaparrón. Es digno de ver el movimiento de asombro que se produce en toda la casa. Los grandes pavos reales de color verde y oro, de cresta de tul, encaramados en sus perchas han conocido a los que llegan y los reciben con una estridente trompetería. Las aves de corral, recién dormidas, se despiertan sobresaltadas. Todo el mundo está en pie: palomas, patos, pavos, pintadas. El corral anda revuelto: las gallinas hablan de pasar en vela la noche. Diríase que cada carnero ha traído entre la lana, juntamente con un silvestre aroma de los Alpes, un poco de ese aire vivo de las montañas que embriaga y hace bailar. En medio de esa algarabía, el rebaño penetra en su yacija. Nada tan hechicero como esa instalación. Los borregos viejos enternécense al contemplar de nuevo sus pesebres. Los corderos, los lechales, los que nacieron durante el viaje y nunca han visto la granja, miran en derredor con extrañeza.


Pero es mucho más enternecedor el ver los perros, esos valientes perros de pastor, atareadísimos tras de sus bestias y sin atender a otra cosa más que a ellas en la masía. Aunque el perro de guarda los llama desde el fondo de su nicho, y por más que el cubo del pozo, rebosando de agua fresca, les hace señas, ellos se niegan a ver ni a oír nada, mientras el ganado no esté recogido, pasada la tranca tras de la puertecilla con postigo, y los pastores sentados alrededor de la mesa en la sala baja. Sólo entonces consienten en irse a la perrera, y allí, mientras lamen su cazuela de sopa, refieren a sus compañeros de la granja lo que han hecho en lo alto de la montaña: un paisaje tétrico donde hay lobos y grandes plantas digitales purpúreas coronadas de fresco rocío hasta el borde de sus corolas".

CARTAS DESDE MI MOLINO (Alphonse Daudet)


"Cuando inicié mi larga caminata por esas tierras desiertas, a una altura de entre mil doscientos y mil trescientos metros, no había más que llanuras desnudas y monótonas en las que sólo crecían lavandas silvestres. Atravesé el país por su parte más ancha y, después de tres días de camino, me encontré en una desolación sin par. Acampé junto a un esqueleto de pueblo abandonado. No me quedaba agua desde la víspera y necesitaba encontrarla como fuera. Esas casas arracimadas como un viejo panal de avispas, pese a estar en ruinas, me dieron a pensar que ahí, en otro tiempo, tuvo que haber una fuente o un pozo. Y así era; había un pozo, pero seco. Las cinco o seis casas sin tejado, corroídas por el viento y la lluvia, y la pequeña capilla con el campanario derrumbado, se alzaban como las casas y las capillas de los pueblos vivos, pero la vida misma había desaparecido".

EL HOMBRE QUE PLANTABA ÁRBOLES (Jean Gionó)

Pinturas de Van Gogh, Cézanne y Renoir