Fuiste a morir en uno de los días más largos del año, cuando
el sol inmisericorde de mediados de junio no daba tregua ni a los ojos ni a la
piel ni a la esperanza. La tristeza y el calor se nos pegaron al cuerpo como
una losa. Estando lejos, supimos, Iván, que un toro te había matado a orillas
del Adour; ese río que nace en los Pirineos franceses y va a desembocar en el
golfo de Vizcaya, casi el mismo recorrido que siguió tu sangre libre, Iván, la
que derramaste sobre la arena caliente de Las Landas, a 30 kilómetros de Mont
de Marsan, y que, con demora, acabó en el dique de tu tierra, en Orduña,
mezclada ya con lágrimas.
Un sol sacrílego y voraz que nunca se escondía tras el
horizonte apenas nos dejó llorarte. Apenas una tregua de oscuridad; la de una
madrugada fugaz, coronada por una luna que ya iba menguando. Horas antes, en esa maldita enfermería, tú
mismo dijiste que las fuerzas se te escapaban por el costado a causa de una cornada negra
que te rompió por dentro. Eras consciente de todo. Pusiste tus manos sobre el
fajín y el vientre para evitar que la vida se te escapara tan deprisa, para
evitar que fuera tan corta como las letras de tu propio nombre, Iván. Pero el
destino no pudo salvarte y ahora nosotros, aquí todavía y tan lejos, no
terminamos de creerlo.
Te mató un toro que ni siquiera te correspondía; en un país
que no era el tuyo. ¿Pero cuál era tu verdadera patria, Iván? ¿Acaso la
tuviste? Siempre solo, solo contra el mundo, con una voluntad férrea, por la
vereda de un camino que te marcaste a golpe de fragua hasta sus últimas
consecuencias. Te recuerdo en el ruedo estoico, marcial y vibrante; sin
embargo, no te concedieron la clemencia que merecen los valientes. Fuiste un
hombre sin tierra, pero sí con bandera, la tuya, la del individuo que no se
doblega ante reyes ni dioses. ¿Cómo un sol envidioso y henchido por San Juan
iba a dejarnos llorar a un hombre como tú, tan insurrecto y tan soberano de sus
principios y acciones?
Moriste, Iván, con el mismo vestido de la Puerta Grande de
Madrid. Con el mismo vestido que un pueblo te arrancaba a borbotones como a un semidiós,
como a un Sísifo que, al menos una vez, alcanzó la cima con su enorme piedra a
cuestas. Con tu muerte, tan inevitable, tan trágica, tan inútil, tú también te
has convertido en un héroe absurdo.
Cuando el sol de la mañana siguiente a tu muerte despuntó
sobre las dunas, el mar y el mundo, todos nos secamos las lágrimas; pero aún se
nos humedecen los ojos al pensar en tus padres, en tu hija, en tus amigos, en
tu cuadrilla, en los que siguen vivos y se vuelven a vestir de luces; en los
que pasaron la noche contemplando sus vestidos de torear asomando por un extremo
de la bolsa del sastre; en los que también pensaron en sus hijos y en lo que
podía pasar, o no, porque en esta profesión, la suerte y la muerte se suceden
con la rapidez de una marea; y en los que se levantaron de la cama, y volvieron
a salir hacia un nuevo desembarque, un nuevo sorteo, un nuevo paseíllo, un
nuevo minuto de silencio.
Ese vestido de torear Oro y Plomo de la encerrona en Las Ventas en 2015 nunca me gustó, siempre lo dije, con ese vestido no se puede triunfar. Esa tarde marco su vida y su carrera, de ser un Torero sonriente se volvió un Torero triste. Ese vestido maldito, gris plomo, lo odio.
ResponderEliminarDescansa en Paz Torero
Por cierto, que bien escribes Gloria.