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lunes, 17 de octubre de 2016

Y su sangre ya viene cantando

"Y su sangre ya viene cantando: 
cantando por marismas y praderas, 
resbalando por cuernos ateridos 
vacilando sin alma por la niebla"

(Federico García Lorca)

Foto de Laure Crespy

Se terminó el hilo de la temporada taurina; una temporada que, como una madeja con demasiados nudos, no resultó continua, sino cortada por la mitad, dejando en uno de los cabos, el tremendo desorden de la muerte.

Comenzaron a tejerse las corridas allá por el mes de febrero, con la feliz noticia de una resurrección. David Mora y Jiménez Fortes volvían a vestirse de luces en Vistalegre, retomando una vieja senda: la de los hombres que deben seguir su destino hasta las últimas consecuencias. No satisfecho con este renacer, en San Isidro, hiló Mora otra historia épica, además de unas trincherillas que ni el implacable viento de Las Ventas ha sido capaz de llevarse. Este capítulo, cuyo prólogo fue un emocionante brindis al doctor García Padrós, también contó con la aparición de un excelente Alcurrucén, de nombre "Malagueño"; pero no fue el único toro de bandera al principio de este embrollo que llamamos temporada: inolvidables "Cobradiezmos" de Victorino Martín, indultado por Manuel Escribano en La Maestranza, o el fiero "Camarín", de Baltasar Iban, al que Alberto Aguilar trasteó un inicio de faena de torero que se viste por los pies. Y de las mieles, al abismo necesario, con aquella corrida de Saltillo que llevaba la muerte en la imaginación, a la que tres matadores valientes, junto a sus cuadrillas, le hicieron frente en las postrimerías de mayo. 

Foto de Juan Pelegrín

De la primavera al verano, y cuando Pamplona ardía en mitad del jolgorio de San Fermín, apareció, sin avisar, como de costumbre, la muerte. La tarde del 9 de julio, un pitón atravesó el pecho de Víctor Barrio, trastocándolo todo. La parca se llevó por delante las resurrecciones de invierno y los triunfos primaverales, el brillo y la alegría cosidos a esta vieja fiesta. Un ataud portado por toreros descendió las calles empedradas de Sepúlveda, los crespones negros comenzaron a brotar en las chaquetillas, y nada volvió a ser como antes. El 10 de julio, horas después del fallecimiento de Víctor Barrio, a la hora del paseíllo, en Pamplona sonó un desasogante silencio poco antes de que, sin tregua, una inmensa corrida de Pedraza de Yeltes saliera de los chiqueros de La Misericordia. Se lloró entonces en el ruedo y en los tendidos, no sólo por el héroe muerto, sino por todos sus compañeros que tenían que continuar la temporada con la muerte a cuestas. El traje de luces jamás pesó tanto. 

Foto de André Viard

El sol no volvió a brillar hasta el descorche de agosto, en Azpeitia, donde, a orillas del Urola, Curro Díaz trenzó una faena de oro a un toro de Pedraza llamado "Sombreto". Porque el de Linares, testigo silente de la cornada de Víctor Barrio, está tocado por la varita, y ni la muerte ha podido apagar su toreo este año. Él y Talavante han dispendiado personalidad, gusto y clase, con toro y sin él. Y aunque Manzanares se llevó merecidamente la Puerta Grande en Madrid por una bellísima faena, la genialidad, por el momento, está reservada para Curro y Alejandro, un mano a mano que revolucionaría cualquier plaza el próximo año.

Soberbia también la temporada de Juan Bautista, amo absoluto de los anfiteatros romanos de Arles y Nîmes, donde estuvo majestuoso; apabullante Roca Rey, que ha pagado muy caro su valor, pero a quien su determinación lo hará figura; y algún nombre más, que se pierde en la maraña de tantas tardes de toros.


En estos días de mediados de octumbre, ha ido terminando la temporada, apagándose lentamente, desatando sus últimos nudos, en Zaragoza, en Jaén, en Madrid. Igual que cada año, los toreros y las cuadrillas -los afortunados- festejan el seguir vivos. Se suceden las celebraciones, las cenas, los brindis, los bailes; un epílogo feliz y amargo, a veces excesivo, a veces socavado por un silencio. Porque, aunque ya nadie desea volver a ver la sangre derramada en la arena, ésta surge, como un relámpago, en mitad de la despedida. Ciertas tardes de verano seguirán quemando varios inviernos.

martes, 6 de septiembre de 2016

El silencio


Hay "silencios" que no se olvidan. Éste fue interpretado por las peñas en Pamplona el pasado 10 de julio, tras el paseíllo en recuerdo a Víctor Barrio. Una ofrenda tan espontánea, tan humilde, tan desnuda, tan desgarradora. La plaza brillaba blanca, con los aficionados en pie, los matadores y las cuadrillas inmóviles, los crespones negros cosidos a las chaquetillas, la muerte caliente sobre todos nosotros, y aquella trompeta que rompió el minuto de silencio y se nos clavó en la memoria para siempre.


La temporada sigue su curso como cada verano. Las corridas en homenaje a Víctor Barrio se suceden. Tras el luto, vuelven, como siempre, los excesos.

martes, 12 de julio de 2016

Sacrificio a una religión pagana

Sabio aquél que sabe escapar pronto
allí donde la gloria no perdura.
Pues aunque pronto crece el laurel
mucho antes que la rosa se marchita.

La muerte es una vieja historia y, sin embargo, siempre resulta nueva para alguien [Ivan Turgueniev]; incluso para los que conviven con ella. Tras el funeral de Víctor Barrio, un amigo, un torero, me reconocía: "La frase de nos jugamos la vida es real pero, a veces, nosotros mismos no le damos importancia". A propósito de esta confesión, Stefan Zweig escribió que no bastaba con pensar en la muerte, sino que se debía tener siempre delante: "Entonces la vida se hace más solemne, más importante, más fecunda y alegre".


Después del fallecimiento de Paquirri, Yiyo, Manolo Montoliú o Soto Vargas, la muerte ha vuelto a visitar el ruedo para poner las cosas en su sitio. Todas las religiones a lo largo de los tiempos han exigido sacrificios a los dioses y, el toreo -que es una religión pagana- también cumple esta imposición universal. Es un mecanismo tan fácil como antiguo. Una cornada certera se lleva por delante, no sólo la vida de un hombre, sino, además, todo lo excesivo y dionisíaco que encierra la Fiesta.  

El toreo siempre ha sido una aventura en la que se puede perder la vida o ganar la gloria. No obstante, como ya apuntaba Antonio Díaz Cañabate en 1970: "Los riesgos de la profesión taurina, por los avances de la cirugía […], son mucho menores que los de antaño y por consecuencia la aureola heroica del torero ha empalidecido con pérdida de sus vivos fulgores". Y otra frase del mismo libro: "Una corrida de toros es un espectáculo cruel y, por lo tanto, serio y fuera de alegrías, aunque sólo sean superficiales y fugaces".


La súbita muerte de Víctor Barrio en la arena nos ha hecho reflexionar sobre el valor de la vida y, si tenemos fe, devolverá los fulgores a aquellos que se visten de luces y calmará la sed de los dioses por varias temporadas. La parca ha venido a ajustar un viejo reloj que iba perdiendo precisión... Y por las gradas ya sube Víctor con toda su muerte a cuestas. "Buscaba su hermoso cuerpo y encontró su sangre abierta".

Ante esa jóven cabeza laureada
contemplarán tu cuerpo inerte
y descubrirán entre los rizos de tu pelo
una guirnalda aún sin marchitar.

(Alfred E. Housman)

Fotos de Pablo Alonso

domingo, 10 de julio de 2016

Que la vida va en serio

"El toreo es el único arte que juega con la muerte" (Montherland)


Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde. Generalmente, demasiado tarde. "Como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante", que escribió el poeta; aunque, a veces, la vida, incluso siendo joven, puede llevarte por delante a ti. 

En mitad del jolgorio, de la vitalidad de las fiestas de San Fermín, la noche del 9 de julio, a las once, como de costumbre, sobre la ciudad sonó el estallido de los fuegos artificiales. En los bulevares, en los parques y en las explanadas, la gente se congregó para ver las luces. Nadie, o casi nadie, sabía que, pocas horas antes, un toro había matado a Víctor Barrio en la plaza de Teruel. La universalmente llamada "Fiesta del Toro" continuaba sin rastro de dolor o luto. Y nadie era culpable ni de la reciente desgracia ni de la irrefrenable alegría que desbordaba Pamplona. Nadie. Porque morir en el ruedo es una clausula ineludible en el oficio del torero.


La certeza de que todo puede cambiar demasiado deprisa, y de que hasta los bienes aparentemente más sólidos pueden agotarse o desaparecer, se adquiere la tarde en la que se descubre el significado de una corrida de toros. Es entonces cuando se comprende que la vida va en serio y que los días felices no son un maná celestial, como los fuegos artificiales en verano. Víctor Barrio moría en Teruel de una cornada en el pecho mientras en Pamplona otros toreros se jugaban la vida bajo los cánticos de las peñas. En una plaza, la moneda caía de cara; en la otra, de cruz. Y hasta que esa realidad no nos golpea, seguimos pensando que la muerte sólo es una dimensión más del teatro. "Sabemos que esto puede pasar pero, en el fondo, nunca esperamos que pase. La muerte nos sigue sorprendiendo, incluso vistiéndonos de torero", fueron las palabras anoche de un amigo.

Sin embargo, aunque nadie es responsable de la muerte de Víctor Barrio salvo el propio Víctor Barrio, aunque cada 9 de julio Pamplona reverbera con su San Fermín, la fría noticia de la muerte de un torero que venía a llevarse la vida por delante, resultó demasiado triste, demasiado descarnada. Y llorar, en mitad de la gente y la alegría de la fiesta, se volvió inevitable; lágrimas por él y por todos los toreros, por pena y por gratitud, porque ellos nos enseñan lo en serio que va la vida.

domingo, 24 de mayo de 2015

El Cartel de la Juventud

Para este domingo electoral, Taurodelta decidió programar "El Cartel de la Juventud": ninguno de los toreros  -David Galván, Víctor Barrio y López Simón- llegaba a los 30 años. La juventud, divino tesoro, es uno de los "valores" de la sociedad del siglo XXI: hay que ser eternamente joven y dejar que los jóvenes tomen las riendas... Aunque imbéciles los hay jóvenes y viejos (sólo hay que echar un vistazo a los resultados de los comicios locales y autonómicos). Tampoco todos los jóvenes vienen arreando de igual manera: unos se los pasan más cerca de la barriga que otros. Los toros, digo. 


López Simón se arrima a base de bien. El torero de Barajas volvía a Las Ventas tras la goyesca del 2 de mayo, donde vivió el haz y el envés de la Fiesta: Puerta Grande y enfermería. Y regresaba con mala carita, bastante pálido, pero dispuesto a aprobar la reválida. En primer lugar lidió un bicho de Las Ramblas llamado "Diablo" -¡menudo sosiego que te salga un nombre así en el sorteo!-, con un pitón izquierdo que parecía un garfio. Como de costumbre, no es oro todo lo que reluce y, a pesar de su apelativo y la siniestra ganzúa, "Diablo" resultó bastante noble y mansote. López Simón le cogió pronto el aire, destacando especialmente en los pases de pecho. Casi al final de la faena, tras un cambio de mano, el toro le hizo hilo hasta derribarlo tontamente. Pero como "Diablo" no quería mandar a nadie al averno, le pasó por encima sin encelarse. El torero, algo molido, cogió el estoque entrando a matar muy de verdad y llevándose de propina otro golpe seco en el vientre. La paliza tuvo su recompensa: una justa oreja. 


El sexto, "Hojaldrero", era un toro sin la menor codicia, pero López Simón decidió que aquel animal desaborido podía servirle para abrir de nuevo la Puerta Grande. Y lo logró a base de corazón y tesón, de meterse entre los pitones y de cerrar el trasteo con manoletinas. Tras matar de pinchazo y estocada, le concedieron otra oreja que descarrajaba la puerta de los sueños. Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Igual que la perdida exigencia de Las Ventas... Se notaba que hoy, además del Cartel de la Juventud, se celebraba Pentecostés. Cincuenta días después de la Pascua, los judíos organizaban una fiesta para agradecer los bienes de la cosecha: era una jornada de regocijo y gratitud en la que se ofrecían las primicias de lo producido por la tierra. Siendo la fiesta de la recolección, la Presidencia venteña ha decidido no quedarse corta y segar dos orejas en vez de una.


David Galván y Víctor Barrio, aunque jóvenes y en Pentecostés, no cosecharon nada, a diferencia de Roberto Martín "Jarocho", quien se desmonteró por sus excelentes pares al quinto. 

domingo, 8 de febrero de 2015

Víctor Barrio, líbranos del mal

Cuando un torero viene con hambre, le vale tanto el toro bueno como el malo. A Víctor Barrio la empresa le dio la oportunidad de Valdemorillo y se agarró a ella como clavo ardiendo. El de Grajera estaba tocado por la gracia: todo le salió bien. Bordó el toreo fundamental, y también los adornos, sobre todo en el capote, con el que estuvo variadísimo, ejecutando tafalleras, crinolinas, faroles, chicuelinas... Tan espigado y serio como siempre, pero desbordando voluntad. Desde que comenzó el paseíllo desmonterado, Barrio hizo todo lo que sabía hacer, aquello que los viejos aficionados denominaban "estar en novillero", pero con el aplomo de un matador de toros en sazón.


Brindó el deslucido y blando tercero a su abuelo, fallecido recientemente, por quien lucía un discreto crespón negro en la manga del vestido grana y oro. Estuvo muy por encima de aquel Cebada, al que despachó de media estocada arriba, cortándole una oreja. El sexto fue un buen toro, con clase y galope, aunque justo de fuerzas. A pesar de sus virtudes, Barrio tapó sus defectos, y el público, entusiasmado por la faena del segoviano, pidió la vuelta al ruedo del Cebada, de nombre "Cachondito", muerto de una eficaz estocada algo desprendida. Dos orejas preámbulo de una triunfal salida a hombros del coso de La Candelaria.


Fotos de Paloma Aguilar

Qué alegría produce ver un torero al margen del "sota, caballo y rey" con el que nos empachan, feria tras feria, las creativas empresas taurinas del siglo XXI. Miren que buen cartel sale para el 2015: Pepe Moral, Juan del Álamo y Víctor Barrio. Tres matadores jóvenes con deseos de sacar la goma de borrar y capacidad para anular a "reaparecedores" oportunistas, como Fran Rivera, Jesulín y compañía. Víctor, con tus ganas y determinación, a estos "viejos conocidos", no les dejes caer en la tentación de la vuelta a los ruedos y, a los aficionados, líbranos del mal. De Valdemorillo, sales bendecido. Amén y mucha suerte.