
A contraquerencia de los tiempos. Este es un lugar pasado de moda, irremediablemente demodé; como una taberna aislada en la era de los pubs y las discotecas: vacía, silenciosa, sombría, con el dueño acodado en la barra, ataviado con su mandil, entre el olor a madera y vino. Este blog es como esa taberna, condenado a desaparecer.
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lunes, 7 de septiembre de 2015
Ciudad con olor a cloro
lunes, 13 de julio de 2015
Soliloquio del solterón
Me miro el dedo gordo del pie, y gozo.
Gozo porque nadie me molesta. Igual que una tortuga, a la mañana, saco la
cabeza debajo la caparazón de mis colchas y me digo, sabrosamente, moviendo el
dedo gordo del pie:
-Nadie me molesta. Vivo solo, tranquilo y gordo como un archipreste glotón.
Mi camita es honesta, de una plaza y gracias. Podría usarla sin reparo ninguno
el Papa o el arzobispo.
A las ocho de la mañana entra a mi cuarto la patrona de la pensión, una señora
gorda, sosegada y maternal. Me da dos palmaditas en la espalda y me pone junto
al velador la taza de café con leche y pan con manteca. Mi patrona me respeta y
considera. Mi patrona tiene un loro que dice: "¡Ajuá! ¿Te fuiste? Que te
vaya bien", y el loro y la patrona me consuelan de que la vida sea ingrata
para otros, que tienen mujer y, además de mujer, una caterva de hijos.
Soy dulcemente egoísta y no me parece mal.
Trabajo lo indispensable para vivir, sin tener que gorrear a nadie, y soy
pacífico, tímido y solitario. No creo en los hombres, y menos en las mujeres,
mas esta convicción no me impide buscar a veces el trato de ellas, porque la
experiencia se afina en su roce, y además no hay mujer, por mala que sea, que
no nos haga indirectamente algún bien.
Me gustan las muchachitas que se ganan la vida. Son las únicas mujeres que
provocan en mí un respeto extraordinario, a pesar de que no siempre son un
encanto. Pero me gustan porque afirman un sentimiento de independencia, que es
el sentido interior que rige mi vida.
Más me gustan todavía las mujeres que no se pintan. Las que se lavan la cara, y
con el cabello húmedo, salen a la calle, causando una sensación de limpieza
interior y exterior que haría que uno, sin escrúpulos de ninguna clase, les
besara encantado los pies.
No me gustan los chicos, sino excepcionalmente. En todo chiquillo, casi siempre
se descubren fisonómicamente los rastros de las pillerías de los padres, de
manera que sólo me agradan a la distancia y cuando pienso artificialmente con el
pensamiento de los demás que coinciden en decir: "¡Qué chicos, son un
encanto!", aunque es mentira.
Me baño todos los días en invierno y verano. Tener el cuerpo limpio me parece
que es el comienzo de la higiene mental.
Creo en el amor cuando estoy triste, cuando estoy contento miro a ciertas mujeres como si fueran mis hermanas, y me agradaría tener el poder de hacerlas felices, aunque no se me oculta que tal pensamiento es un disparate, pues si es imposible que un hombre haga feliz a una sola mujer, menos todavía a todas.
He tenido varias novias, y en ellas descubrí únicamente el interés de casarse,
cierto es que dijeron quererme, pero luego quisieron también a otros, lo cual
demuestra que la naturaleza humana es sumamente inestable, aunque sus actos quieran
inspirarse en sentimientos eternos. Y por eso no me casé con ninguna.
Personas que me conocen poco dicen que soy un cínico; en verdad, soy un hombre
tímido y tranquilo, que en vez de atenerse a las apariencias busca la verdad,
porque la verdad puede ser la única guía del vivir honrado.
Mucha gente ha tratado de convencerme de que formara un hogar; al final
descubrí que ellos serían muy felices si pudieran no tener hogar.
Soy servicial en la medida de lo posible y cuando mi egoísmo no se resiente mucho,
aunque me he dado cuenta que el alma de los hombres está constituida de tal
manera, que más pronto olvidan el bien que se les ha hecho que el mal que no se
les causó.
Como todos los seres humanos he localizado muchas mezquindades en mí y más me
agradaría no tener ninguna, mas al final me he convencido que un hombre sin
defectos sería inaguantable, porque jamás le daría motivo a sus prójimos para
hablar mal de él, y lo único que nunca se le perdona a un hombre, es su
perfección.
Hay días que me despierto con un sentimiento de dulzura floreciendo en mi corazón. Entonces me hago escrupulosamente el nudo de la corbata y salgo a la calle, y miro amorosamente las curvas de las mujeres. Y doy las gracias a Dios por haber fabricado un bicho tan lindo, que con su sola presencia nos enternece los sentidos y nos hace olvidar todo lo que hemos aprendido a costa del dolor.
Si estoy de buen humor, compro un diario y me entero de lo que pasa en el
mundo, y siempre me convenzo de que es inútil que progrese la ciencia de los
hombres si continúan manteniendo duro y agrio su corazón como era el corazón de
los seres humanos hace mil años.
Al anochecer vuelvo a mi cuartujo de cenobita, y mientras espero que la
sirvienta -una chica muy bruta y muy irritable- ponga la mesa, "sotto
voce" canturreo Una furtiva lágrima, o sino Addio del passato o Bei giorni
ridenti... Y mi corazón se anega de una paz maravillosa, y no me arrepiento de
haber nacido.
No tengo parientes, y como respeto la belleza y detesto la descomposición, me he
inscripto en la sociedad de cremaciones para que el día que yo muera el fuego
me consuma y quede de mí, como único rastro de mi limpio paso sobre la tierra,
unas puras cenizas.
Roberto Arlt (1900-1942) fue un escritor y periodista argentino.
En sus columnas, describía la vida cotidiana de Buenos Aires.
sábado, 19 de julio de 2014
Con vistas al mar
En 1891, con sólo 9 años, un prodigioso Edward Hopper dibujó Little boy looking at the sea. El solitario crío de pantalones cortos que, de espaldas a nosotros, contempla el mar con los pies dentro del agua bien pudiera ser un autorretrato del artista. Este apunte demuestra que, desde la infancia, Hopper se sintió profundamente atraído por el mar.
A partir de entonces, el mar, los veleros y los faros fueron temas recurrentes en sus obras, transmitiendo una inusual serenidad. Son cuadros silenciosos, inmóviles, apresados en el tiempo.
Habitaciones junto al mar, de 1951, representa un interior sin gente, con los muros adornados con retazos de la luz solar. Escribe Mark Strand: "Una alegre extrañeza invade sus espacios. El paisaje al que se abre la puerta, a la derecha del cuadro, aunque agreste, no resulta intimidatorio. El mar parece allegarse hasta el mismo umbral de la puerta, como si no hubiese tierra u orilla de por medio, como si, de hecho, hubiese sido robado a Magritte. Se trata de un paisaje natural crudo y extremo. En la parte izquierda del cuadro hay un estrecho y atestado panorama de lo opuesto a la naturaleza: un cuarto amueblado con lo que parece un sillón o una silla, un buró y una pintura; los selectos enseres de la vida doméstica. El cuadro nos urge a movernos de derecha a izquierda, como si el panorama que quisiera mostrarnos no fuese el mar, sino el de la habitación semioculta del fondo. Incluso el mar parece dirigir su mirada hacia allí, y la luz parece estar señalando, indicándonos en qué dirección debemos mirar".
Contemplando este cuadro, se entiende aquella frase de Hopper: "Quizá yo no sea muy humano. Mi deseo era pintar la luz del sol en una pared". No existe un azul más perfecto que el de los mares de Hopper.
No sabe el mar que es domingo.
Se rebelan, inmortales,
las olas a cuerpo limpio.
Cada vez que muere alguna
la misma ocupa su sitio.
No sabe el mar que es un náufrago.
Sin reloj y sin amigos,
el mar flota sobre el mar,
ni cómplice ni testigo,
ensimismado en su azul
y ajeno, como Dios mismo.
Mientras va y viene en la orilla
no sabe el mar que lo miro.
(Manuel Alcántara)
martes, 24 de junio de 2014
La noche más corta
Entre San Luis Gonzaga y San Juan, se encadenan las noches más cortas del año. El sol se retira rozando las diez.
Cuando despunta el estío, me gusta recordar a Hopper. Este cuadro suyo, pintado en 1947, lleva por título Summer Evening, traducido como Anochecer de verano. En él, una joven pareja conversa en un porche. Sus miradas no se cruzan, pero el chico se lleva la mano izquierda al pecho, intentado explicar algo. Ella, pensativa y ausente, viste a la moda de los 50. La puerta verde se encuentra cerrada, mientras que las cortinas de la ventana ondulan, dejando pasar el aire. ¿Están en el campo o en la ciudad? Imposible saberlo, pues la luz que desprende la casa contrasta poderosamente con la oscuridad exterior. El cuadro sugiere que, independientemente de cuál sea el problema que tiene la pareja, no llegará a una feliz resolución. Quizá eso explica la impenetrable negrura que abraza al porche.
Se incendia el árbol de la noche
y sus astillas son estrellas,
son pupilas, son pájaros.
(Octavio Paz)
y sus astillas son estrellas,
son pupilas, son pájaros.
(Octavio Paz)
Sostenía el canadiense Mark Strand que en los cuadros de Hopper asistimos a las escenas más familiares con la sensación de que para nosotros son esencialmente remotas, incluso desconocidas. La chica de Summer Evening mira al vacío: parece estar en cualquier parte menos en donde efectivamente se encuentra, perdida en un misterio que la pintura no puede revelarnos y que sólo intentamos adivinar. "Es como si fuésemos testigos de un acontecimiento que somos incapaces de nombrar", explicaba Strand. Sentimos la presencia de lo que permanece oculto, de lo que sin duda existe, como las sombras de una noche de verano, pero sin llegar a mostrarse. "Hopper ejerce su poder sobre nosotros con extraordinario tacto: dándole forma a la privacidad, otorgándole un espacio donde pueda ser atestiguada sin ser violada".
[...] Una noche de verano
cuando el cielo es más azul
y más dulzón el canto del barco italiano.
Con su luz mortecina, un farol
con las sombras gambetea,
y en un zaguán está un galán
hablando con su amor.
[...] Y cruza el cielo un aullido
de algún perro vagabundo,
y un reo meditabundo va silbando esta canción:
una calle, un farol, ella y él.
sábado, 19 de abril de 2014
Siempre nos quedará Macondo
"Leí que ella viajó en su juventud por muchos pueblos donde fue recolectando recuerdos gratos. Pero cuando volvió a su pueblo, mucho tiempo después, ya no pudo reconocerlo tal como fue su hogar, por lo que cuando tuvo que pasar por los pueblos por donde fue feliz, decidió eludir y evitar mirar, para guardar sus recuerdos tal y como los veía en sus nostalgias" (El amor en los tiempos del cólera).
Decía Gabriel García Márquez que la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla. Tras leer la vida contada por García Márquez, el olor de las almendras amargas nos recuerda siempre el destino de los amores contrariados. Es inevitable.
Seis años después de El coronel no tiene quien le escriba (1961), la mejor obra de Gabo fue la que publicó en 1967, Cien años de soledad. En esto consistió parte de su grandeza y de su desgracia. No superar aquella tarde remota en la que el padre de Aureliano Buendía lo llevó a conocer el hielo. Bastante tiempo después llegó El amor en los tiempos del cólera (1985) y, al final, otras novelas con más pena que gloria. Me atrevería a afirmar que la carrera de García Márquez se resume en estos tres grandes títulos, ni uno más, pero tan colosales que resulta difícil olvidar cuándo y dónde leímos por primera vez la historia de Macondo, reflejo literario de Aracataca. Como aquella mujer de El amor en los tiempos del cólera, que decidió no volver a pasar por los pueblos donde fue feliz, aunque a veces he sentido la tentación de regresar a Macondo, de leer de nuevo su historia, he desistido antes de abrir la solapa del libro. Macondo sobrevive en la imaginación de los lectores, cada uno diferente del otro. No hay que abusar de la magia. Ése es el secreto.
"Con un hisopo entintado marcó cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola. Fue al corral y marcó los animales y las plantas: vaca, chivo, puerca, gallina, yuca, malanga, guineo. Poco a poco, estudiando las infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad. Entonces fue más explícito. El letrero que colgó en la cerviz de la vaca era una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondo estaban dispuestos a luchar contra el olvido: Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche. Así continuaron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita" (Cien años de soledad).
martes, 28 de enero de 2014
Amores de verano
"Penúltima sesión", "Álbum" y "Gran amor". Tres poemas de Javier Bengoechea con sabor a cine de verano y bisoños romances durante el mes de agosto.
PENÚLTIMA SESIÓN
El argumento es éste:
un hombre enamorado
cabalga ensimismado
al frente de su hueste.
Mirada azul celeste,
y labios sin pecado,
mil veces te he besado
en una del Oeste.
De mi papel me quejo
y de mi puntería,
galán cansado y viejo
que rueda todavía.
Mi corazón te dejo
con su filmografía.
ÁLBUM
Alisarse el cabello con las manos.
Sonreir de perfil y no de frente.
Así enamoran infaliblemente
los actores de cine americanos.
En los espejos del ayer lejanos
se mira un presuntuoso adolescente.
Rememoro con él proustianamente
las muchachas en flor de mis veranos.
Pasaron en blanquísimas bandadas.
El sol, su sí, la sombra, su tampoco.
Casta y perversamente deseadas.
A todas en este álbum las evoco.
A las completamente enamoradas
y a las que no me amaron por muy poco.

GRAN AMOR
¿Recuerdas, gran amor, a tu vecino
de aquel verano, aquel del todo o nada,
con tu nombre tatuado en la mirada
y la voz de color azul marino?
Verano al sol y a un trágico destino.
Último amor a la desesperada.
¿Recibiste una carta no enviada
que firmaba tu amante clandestino?
Yo pedía tu amor, pedía en vano,
ya no recuerdo si inexperto o ducho,
a los hermosos dioses del verano.
Mis peticiones, siempre las escucho.
Hasta recuerdo que pedí tu mano.
A los diez años, te quería mucho.
lunes, 22 de julio de 2013
Un nacimiento oscuro, sin orillas, nace en la noche de verano
"Los días del verano dormían a tu sombra..." (José Luis Borges)
Hay un pintor que lleva el verano tatuado en su paleta: Edward Hopper. La placidez de las noches estivales, con ventanales abiertos a la gran ciudad y cortinas que bailan tímidamente, los porches durante la madrugada, el sol de la mañana bañando las pieles blancas, vestidos que se ciñen a las sinuosidades de la carne, el olor a mar..., todo está en Hopper.
"En algún sitio del verano estamos juntos
acechando con labios que la sed ha invadido".
(Pablo Neruda)
"Pulsas, palpas el cuerpo de la noche,
verano que te bañas en los ríos,
soplo en el que se ahogan las estrellas,
aliento de una boca,
de unos labios de tierra.
Tierra de labios, boca
donde un infierno agónico jadea,
labios en donde el cielo llueve
y el agua canta y nacen paraísos.
donde un infierno agónico jadea,
labios en donde el cielo llueve
y el agua canta y nacen paraísos.
Se incendia el árbol de la noche
y sus astillas son estrellas,
son pupilas, son pájaros.
Fluyen ríos sonámbulos.
Lenguas de sal incandescente
contra una playa oscura.
y sus astillas son estrellas,
son pupilas, son pájaros.
Fluyen ríos sonámbulos.
Lenguas de sal incandescente
contra una playa oscura.
Todo respira, vive, fluye:
la luz en su temblor,
el ojo en el espacio,
el corazón en su latido,
la noche en su infinito.
la luz en su temblor,
el ojo en el espacio,
el corazón en su latido,
la noche en su infinito.
Un nacimiento oscuro, sin orillas,
nace en la noche de verano,
en tu pupila nace todo el cielo".
nace en la noche de verano,
en tu pupila nace todo el cielo".
(Octavio Paz)
“Viento que la derriba en ola sin espuma
y sustancia sin peso, y fuegos inclinados.
Se rompe y se sumerge su volumen de besos
combatido en la puerta del viento del verano”.
(Pablo Neruda)
sábado, 6 de julio de 2013
Un "enfant terrible" en el cine de verano
Tan cierto como que después de la tempestad llega la calma, en Madrid, incluso durante los días más calurosos, al llegar la madrugada, se levanta una brisa que barre todas las miserias acumuladas durante las horas de luz. Como aquel cuadro de Hopper en el que un hombre, ya sin americana, acaba de regresar a casa después del trabajo y se dispone a rastrillar una pequeña parcela a la puerta de su vivienda. Durante el verano, el ocaso en Madrid se comporta igual que este personaje de Hopper.
Además de la brisa, proliferan otros bálsamos, como los cines de verano. El que organiza el Institut Français (C/Marqués de la Ensenada) en mitad de su bucólico patio resulta especialmente charmant. Este jueves, al abrigo de la silueta de las Torres de Colón, proyectaron la vida de Gainsbourg, "Vie héroïque", de Joann Sfar. En la invitación se incluía una advertencia que, por supuesto, nadie cumplió, pues hacía una noche merveilleuse: "En caso de lluvia o viento fuerte, la proyección se cancelará. Si es friolero, no olvide traer su mantita".
Para contarlo todo, la agitada vida de Gainsbourg tampoco casaba bien con aquellas primorosas mantas de ganchillo que tejían nuestras abuelas. Probablemente, de su desenfreno vital tenía parte de culpa su ascendencia rusa y, por supuesto, la época que devoró: la Francia de los 60-70. A pesar de su rotundo perfil judío de ojos saltones, prominente nariz, orejas superlativas y extrema delgadez -solía decir que la fealdad era superior a la belleza porque duraba más-, de voz cadenciosa, fumador y bebedor empedernido, enfant terrible, provocador, irreverente, libertino, violento y amante de los excesos, fue también un seductor infatigable que conquistó a las mujeres más deseadas de la época: Brigitte Bardot, Jane Birkin, Juliette Grecó, Vanessa Paradis, Isabelle Adjani... Vivió obsesionado con la Lolita de Nabokov y se propuso "pervertir" a la juventud. Su caos interno quedó reflejado en su obra: empezó con la chanson, rivalizando con Brassens o Brel, y terminó componiendo una versión reggae de La Marsellesa.
Su tema más conocido es el que grabó a dúo con la Birkin, "Je t´aime... moi non plus" (1969), que Franco, por supuesto, censuró de inmediato. En aquel año, la canción del verano en España fue "María Isabel", cantada por Los Payos. También en 1969, Marifé de Triana estrenó la copla "Compañero". Comparen ustedes mismos.
La actual clase política europea, la del progreso y las libertades, es hija, culturalmente, de Gainsbourg y compañía. Pero aquí, en España, tras más de treinta años de dictadura, hemos desembocado en la misma moral chusca donde "todo vale", a la vez que se penaliza la responsabilidad individual y la búsqueda de la excelencia. Distintos ríos -uno llamado "Je t´aime... moi non plus" y otro "María Isabel"- que convergen en el mismo lodazal. Al menos, aún refresca de madrugada para no morir de asfixia.
sábado, 13 de octubre de 2012
Hopper: alegoría de la soledad
Josephine Nivison dijo sobre su marido, el pintor Edward Hopper: "Hablar con él es como tirar una piedra a un pozo, solo que no suena un golpe cuando llega al fondo". En silencio, fueron un matrimonio feliz durante más de 40 años, hasta que él falleció en 1967. Parecían incompatibles, cuando, en realidad, eran inseparables. Ciertos silencios hacen más y mejor compañía que multitudinarias tertulias.
"Una pareja descansa en el salón de su casa. Se trata de una escena de tranquilidad doméstica en la cual un hombre y una mujer se dejan absorber por sus propios pensamientos y parecen cómodos en el encierro de su pequeño apartamento. Pero ¿están realmente cómodos? Se trata de uno de esos momentos muertos que son más característicos de nuestras vidas de lo que estamos dispuestos a reconocer. El aislamiento puede florecer en compañía de otro. El hombre y la mujer están atrapados, fijos en un equilibrio triste. Nuestra mirada se dirige a un punto entre los dos, a la puerta, que no se ha cerrado para cada uno, sino para ambos a la vez".
Duke Ellington interpreta "Solitude" (1934)
"Una pareja descansa en el salón de su casa. Se trata de una escena de tranquilidad doméstica en la cual un hombre y una mujer se dejan absorber por sus propios pensamientos y parecen cómodos en el encierro de su pequeño apartamento. Pero ¿están realmente cómodos? Se trata de uno de esos momentos muertos que son más característicos de nuestras vidas de lo que estamos dispuestos a reconocer. El aislamiento puede florecer en compañía de otro. El hombre y la mujer están atrapados, fijos en un equilibrio triste. Nuestra mirada se dirige a un punto entre los dos, a la puerta, que no se ha cerrado para cada uno, sino para ambos a la vez".
"En los cuadros de Hopper se encuentra el cuestionamiento de nuestro modo de afrontar el tiempo: qué hacemos con él y qué hace él de nosotros. En muchos cuadros de Hopper hay una espera aconteciendo. La gente a la que Hopper pinta parece no tener nada que hacer. Son como personajes que se hubiesen quedado sin un papel que desempeñar, y ahora, atrapados en el espacio de su espera, deben hacerse compañía, sin lugar adonde ir, sin futuro".
"La gente mira al vacío: parecen estar en cualquier parte menos en donde efectivamente se encuentran, perdidos en un misterio que los cuadros no pueden revelarnos y que solo podemos intentar adivinar. Es como si fuésemos testigos de un acontecimiento que somos incapaces de nombrar. Sentimos la presencia de lo que permanece oculto [...] Hopper ejerce su poder sobre nosotros con extraordinario tacto: dándole forma a la privacidad, otorgándole un espacio donde pueda ser atestiguada sin ser violada. Las habiaciones de Hopper son tristes refugios del deseo".
"Cine de Nueva York. En uno de los lados del cuadro vemos a una acomodadora sumergida en sus pensamientos. En el otro, a unos cuantos espectadores viendo una película. La elección de la acomodadora, la privacidad en lugar de la pantalla iluminada, su introversión, se gana nuestra simpatía... ¿No es cierto que sólo somos capaces de mirar realmente cuando apartamos la mirada de lo que está frente a nosotros y la dirigimos a nuestro interior? Es en la intimidad de nuestros pensamientos donde retenemos las imágenes, y donde éstas, eventualmente, pasan a formar parte de nuestro conocimiento del mundo".
(Textos: Mark Strand)
lunes, 17 de septiembre de 2012
Las barras de los bares
"El bar Víctor estaba tranquilo y silencioso. Había una mujer sentada en un taburete del mostrador; llevaba un traje sastre color negro que, por la época del año en que nos encontrábamos, no podía ser de otra cosa que de alguna tela sintética como el orlón; estaba bebiendo una bebida de color verdoso pálido y fumaba un cigarrillo en larga boquilla de jade. Tenía una mirada sutil e intensa que a veces evidencia neurosis, a veces ansiedad sexual y otras es simplemente el resultado de una dieta drástica.
Me senté dos taburetes más allá y el barman me saludó con una inclinación de cabeza pero no sonrió.
- Un gimlet- dije-, sin bitter.
[...] El barman se alejó. La mujer de negro me dirigió una mirada rápida y después siguió mirando el vaso.
- Tan poca gente los toma – murmuró tan despacio que al principio no me di cuenta de que me estaba hablando. Volvió a mirarme de nuevo. Tenía ojos oscuros y muy grandes y las uñas más rojas que había visto en mi vida. Pero no tenía el aspecto de ser un programa fácil y en su voz no había ningún indicio de que fuera una buscona.
[...] El barman me sirvió el vaso con la bebida. El jugo de lima le daba el color verde amarillento pálido y parecía como enturbiada. La probé. Era dulce y fuerte al mismo tiempo. La mujer de negro me observaba. Levantó su vaso hacia mí y bebimos juntos. Entonces supe que su bebida era igual a la mía. El próximo paso era cosa de rutina, de modo que no lo di. Simplemente seguí sentado".
El texto pertenece a "El largo adiós" (1954) de Raymond Chandler, uno de los maestros de la novela negra americana junto a Dashiell Hammett. Su protagonista, el detective privado Philip Marlowe, confesaba que sólo disfrutaba con el whisky, las mujeres y el ajedrez. La imagen (1949) lleva la firma de Lisette Model, cuyo consejo más célebre a la hora de fotografiar era "disparar desde el estómago" ("shoot from the gut"). Texto y foto tienen como telón de fondo la barra de un bar, escenario maldito de tantas escenas sublimes. "The Killers" (1946), la adaptación por Robert Siodmak del relato de Hemingway, también comienza en la barra de un bar, cuando dos hombres de aspecto siniestro piden pollo con puré de patatas.
"La puerta del restaurante de Henry se abrió y entraron dos hombres que se sentaron al mostrador.
-¿Qué van a pedir? -les preguntó George.
-No sé -dijo uno de ellos-. ¿Tú qué tienes ganas de comer, Al?
-Qué sé yo -respondió Al-, no sé.
Afuera estaba oscureciendo. Las luces de la calle entraban por la ventana. Los dos hombres leían el menú. Desde el otro extremo del mostrador, Nick Adams, quien había estado conversando con George cuando ellos entraron, los observaba.
-Yo voy a pedir costillitas de cerdo con salsa de manzanas y puré de patatas -dijo el primero.
-Todavía no está listo.
-¿Entonces para qué carajo lo pones en la carta?
-Ésa es la cena -le explicó George-. Puede pedirse a partir de las seis.
George miró el reloj en la pared de atrás del mostrador.
-Son las cinco.
-El reloj marca las cinco y veinte -dijo el segundo hombre.
-Adelanta veinte minutos.
-Bah, a la mierda con el reloj -exclamó el primero-. ¿Qué tienes para comer?
-Puedo ofrecerles cualquier variedad de sándwiches -dijo George-, jamón con huevos, tocino con huevos, hígado y tocino, o un bistec.
-A mí dame suprema de pollo y puré de patatas.
-Ésa es la cena.
-¿Será posible que todo lo que pidamos sea la cena?
-Puedo ofrecerles jamón con huevos, tocino con huevos, hígado...
-Jamón con huevos -dijo el que se llamaba Al. Vestía un sombrero hongo y una gabardina negra abrochada. Su cara era blanca y pequeña, sus labios angostos. Llevaba una bufanda de seda y guantes.
-Dame tocino con huevos -dijo el otro. Era más o menos de la misma talla que Al. Aunque de cara no se parecían, vestían como gemelos. Ambos llevaban gabardinas demasiado ajustadas para ellos. Estaban sentados, inclinados hacia adelante, con los codos sobre el mostrador".
La luz de "The Killers" es dura y expresionista. Sólo al personaje femenino, Ava Gardner, lo iluminan con una técnica suave, resaltando la escala de grises. Ese detalle también destaca su carácter ambiguo: no es buena, no es mala, ni blanco ni negro.
Un mostrador bajo luces de néon también inspira la melancólica pintura de Hopper "Nighthawks" ("Noctámbulos", 1942). Cuatro personajes y ninguno se mira entre sí: cada uno absorto en sus pensamientos, tareas y circunstancias. Porque las barras de los bares, en literatura, fotografía, pintura y cine, casi siempre inspiran soledad... o desasosiego.
sábado, 8 de septiembre de 2012
Últimas mañanas al sol
La mañana de sábado invita sentarse al sol y dejarse acariciar por los últimos rayos del verano: ya no queman, suavizados por la brisa, y son súmamente tibios y agradables (el sol del invierno es limpio y luminoso, pero insensible al calor). Vivir en ciertas latitudes donde el invierno ocupa tres cuartas partes del año y el sol es un bien escaso, sencillamente, no es vivir.
"Hay ciudades tan descabaladas, tan lejanas de un mar o de un río, tan favorecidas por un cielo espléndido que hace olvidar casi todos sus defectos, tan pobladas de un pueblo achulapado; que no tienen catedral. Es preciso, ante estas ciudades, suspender el jucio hasta un día [...] Hasta que llegue ese día, con el juicio suspendido, nos limitaremos a penetrar en las oscuras tabernas donde asoma sobre las botellas una cabeza de toro disecado con los ojos de vidrio...". Así describía Luis Martín Santos la ciudad de Madrid, "con un cielo tan espléndido que hace olvidar casi todos sus defectos".
Si ahora me sentase en un banco al sol, como estas mujeres de Sorolla, sin duda, casi de inmediato, mi padre me preguntaría: "¿Estás parada o estás pensando?". O me animaría con un familiar: "¡¡¡Arranca!!!". Los traperos del tiempo, como los llamaba Gregorio Marañón, aprovechan cualquier retal e idea que salta a las mientes igual que una liebre. En ciertas familias resultan intolerables esas actividades modernas del yoga y el karma cuyo mayor logro consiste en dejar la mente en blanco. Solearse está bien, siempre y cuando las neuronas se encuentren en movimiento. De lo contrario, no tomaríamos el sol: vegetarímos. Oh, fatalidad.
En este cuadro de Hopper, "un pequeño grupo de gente toma el sol en unas sillas colocadas en fila. Pero ¿están ahí con el propósito de solearse? Si es así, ¿por qué están vestidos como si estuvieran en el trabajo, o como si se encontraran en la sala de espera de un médico? ¿Es que están siempre esperando, no importa dónde se encuentren, y el mundo entero es su sala de espera? Quizá [...] La naturaleza y la civilización casi parecen estar mirándose la una a la otra. Esta pintura es tan extraña que en ocasiones pienso que las figuras sentadas están mirando un paisaje pintado, y no el real" (Mark Strand).
Lisette Model
"A plena luz de sol sucede el día,
el día sol, el silencioso sello
extendido en los campos del camino.
Yo soy un hombre luz, con tanta rosa,
con tanta claridad destinada
que llegaré a morirme de fulgor.
Y no divido el mundo en dos mitades,
en dos esferas negras o amarillas
sino que lo mantengo a plena luz
como una sola uva de topacio".
(Pablo Neruda)
Audrey Hepburn durante el rodaje de "Dos en la carretera"
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