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lunes, 27 de marzo de 2017

Y eso no se sabrá nunca

Un poema de César González Ruano empieza con estos versos:

"Fue o no fue
y eso no se sabrá nunca.

Pasó o se quiso que pasara
y eso no se sabrá nunca".


Fue o no fue. Tras el toque de los clarines tempraneros, salió el toro -el novillo, en este domingo de finales de marzo-, sobrevino un aviso, una advertencia, casi inapreciable, en el primer tercio, después una buena faena, con coraje y cabeza, dos tandas notables, por el pitón derecho y por el izquierdo, los primeros olés, un error ínfimo al final de la faena de muleta, casi sacando al novillo para entrar a matar, un arreón, un golpe seco, un grito; y lo que pudo haber sido, no se sabrá nunca. Sólo quedó la imagen -que sacudía con violencia la memoria de otras cogidas- de un hombre, un torero, boca abajo e inerte sobre la arena; los brazos en cruz, las manos muertas. La cuadrilla que corría en su auxilio hasta el tercio, por un ruedo inacabable, el de Madrid, donde todos los terrenos están siempre tan lejos, de los burladeros, del resto del mundo. La mandíbula que se cerraba obstinada a causa del impacto contra el albero y el aire que no entraba en los pulmones. 

"Como yo me iba hiriendo al respirar y no sangraba
como todo era sorpresa de muerte y de deseo
como toda tiniebla así brillaba
eso no se podrá saber".


La congoja mientras la procesión, con el novillero en brazos, se dirigía hacia la puerta enrejada de la enfermería de Las Ventas, que se abría, demasiado madrugadora esta vez, en el primer festejo y el primer toro de la temporada. Como en el poema de González Ruano, no fue; porque Pablo Aguado no volvió a salir al ruedo. Tuvo que ser trasladado de urgencia al hospital por un traumatismo craneoencefálico con pérdida de consciencia y herida en la región parietal. Pronóstico grave que le impedía continuar la lidia. Pasó o se quiso que pasara y eso no se sabrá nunca.


La verdad contumaz del toro. La chaquetilla, como un pelele triste, regresó sin dueño al callejón mientras la lidia continuaba con cinco Fuente Ymbros excelentes. Puerta Grande o enfermería. Tocó lo segundo a pesar de la disposición de los hombres. Horas de entrenamiento en el campo, de miedos asumidos, de desvelo eligiendo los mejores novillos -los de Gallardo, lo eran-, de conversaciones en los despachos, y que un golpe fugaz de mala suerte se llevó por delante. Como un mar que parecía tranquilo, incluso luminoso, haciendo que no sabía nada, alimentando esperanzas de gloria que nunca llegaron. Así es el toro, pero también la vida, donde una balanza imaginaria pasa factura de los triunfos, las ambiciones y los sueños. Nada nuevo, aunque sí inclemente y fatigoso, hasta con los más jóvenes. En esta ocasión, el novillero Pablo Aguado podía abandonar Las Ventas por dos puertas: quizás, la próxima vez, el 22 de mayo, en San Isidro, el destino le depare la que desemboca en la calle Alcalá. Este domingo dejó motivos para creerlo así.

"Por mucho que lo hablen
eso no se podrá saber.

Por mucho que lo sepan".

Fotos: Julián López

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Después se olvida el fuego, pero nunca la llama


"Con una cerilla, esto es, con la llama peligrosa, enciende uno un cigarrillo que arde y que se apaga después por la consunción de todos los peligros agotados, saboreados, arrojándolo aún vivo, cuando por el humo se sabe donde está el fuego. Todavía. Después se olvida el fuego, pero nunca la llama" (César González-Ruano).  

Fotografía: Santana de Yepes

Antiguamente, solía decirse que "los listos salían de la caja de mixtos" puesto que, en los laterales de las cajas de fósforos, venían dibujados retratos de todo tipo de personalidades: políticos, artistas, escritores y, por supuesto, toreros. Y es que los españoles, con su natural alegría, siempre supieron que es mejor encender una cerilla que maldecir en la oscuridad.


A mediados de los años 60, Ochaíta, Valerio y Solano compusieron La lumbre de tu cigarro, una rumba picarona acorde con la apertura social que atravesaba el país.

Ay, cógeme, cógeme,
cógeme en tus brazos,
creí que era una estrellita
la lumbre de tu cigarro.


"Cuántas veces nos quemamos los dedos, ambiciosos, viciosos, afilados como silbidos de la noche oscura..." (CGR).

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Anunciación

 

Por esquinas del aire mal dormido,
nubes con intención de telegramas,
algodón inflamado por las llamas
de un día apenas en la luz crecido.
 
Herida va una voz, casi gemido,
buscando a San Gabriel entre las camas,
y el nardo ya lo sabe y las retamas
y el topo que aún sin verlo lo ha creído.
 
Pisando tiernos rizos de madera
San Gabriel presuroso como el día
trae un clamor sin sobre entre las manos,
 
y en Roma no sospechan los romanos
que una palma de sol rubia y entera
se borda sobre el vientre de María.
 
(César González-Ruano)

jueves, 18 de septiembre de 2014

La ventana abierta


La ciudad duerme o despierta. Es lo mismo. La ciudad está desierta o no notamos otra presencia que la de nuestros pasos que ni van ni vuelven. Todo es oscuridad en torno. Hasta el sol. Si alguien nos llamara no le oiríamos .Si llamáramos a alguien no nos oiría tampoco. Estamos tumultuariamente rodeados de nuestra terrible soledad. No sabrías, alma mía patética, poblar esta desesperada patria sin nadie.
 
No importa la ciudad. No importa la casa. Pero de pronto, allá junto al tejado, vemos una ventanita entreabierta. ¿Quién, cuándo, cómo, para qué han entreabierto esa ventanita? ¿Se asfixiaba un alma? ¿Acaba de asomar por ella un brazo desnudo diciendo adiós? ¿Qué ocurre dentro? ¿Muere o nace alguien en ese instante? ¿Contemplan dos enamorados el techo de su alcoba? ¿Cuenta sus monedas un avaro? ¿Estudia un hombre? ¿Lavan unas manos tiernas, vulgares, una ropa triste?

 
[...] ¿Por qué, a qué, abrió alguien esa ventanita más hermética ahora que cerrada? ¿Qué está ocurriendo que no se nos ocurre? La ciudad, la calle, la casa, la geografía entera importan poco. Sólo nos araña los ojos esa ventanita entreabierta al universo mundo. Nos hemos detenido. Contemplamos con una, como trágica curiosidad, esa herida en la noche, en la mañana, al atardecer o cuando los gallos cantan a la dudosa luz.
 

No sabemos proseguir nuestro paseo. Algo nos clava allí, sobre la piedra. Como si algo nos estuviera ocurriendo a nosotros mismos. Nada nos movería a asombro. Nada. Ni que apareciera uno mismo asomándose a la ventana. Porque, ¿es de verdad uno el que está en la calle?
 
Algo nos pesa y duele en el corazón. Nos estamos olvidando de nosotros. ¿Estaremos arriba, en esa habitación desconocida llorando o riendo, amando, naciendo,muriendo? ¿Hemos abierto nosotros la ventanita? [...] No importa la ciudad. Ni la casa. Importa sólo esa ventanita que permanece a un día o a una noche cualquiera.
(César González-Ruano)

 
Escucha Escucha Escucha
la voz de los hoteles,
de los cuartos aún sin arreglar,
los diálogos en los oscuros pasillos que adorna una raída alfombra escarlata,
por donde se apresuran los sirvientes que salen al amanecer como espantados murciélagos

Escucha Escucha Escucha
los murmullos en la escalera; las voces que vienen de la cocina,
donde se fragua un agrio olor a comida, que muy pronto estará en todas partes,
el ronroneo de los ascensores

Escucha Escucha Escucha
a la hermosa inquilina del "204" que despereza sus miembros
y se queja y extiende su viuda desnudez sobre la cama. De su cuerpo
sale un vaho tibio de campo recién llovido.
 

[…] Escucha Escucha Escucha
la incansable viajera, ella abre las ventanas y aspira el aire que viene de la calle. Un desocupado
la silba desde la acera del frente y ella estremece sus flancos en respuesta al incógnito llamado.
 
(Álvaro Mutis)
 

lunes, 30 de junio de 2014

Princesas de la media almendra y un oporto

"Tu sombra sin tacones vi, sin verte,
sobre vidrios del alba y en el pecho
caliente aún mi medalla sin camisa".


Él, tan noble, tan entero, se había acostumbrado a mirar la vida de perfil. Son cosas de los hombres. Cosas de la vida misma. Cosas.
 

Mirar la vida de perfil, como hacían los ojos claros, irónicos, buenos, de Rafael de Penagos es cuestión de tiempo, de prisa, de acostarse tarde y levantarse tarde, del vino, del tronío, del desvío, del taco y del tabaco. Como os decía: cosas de hombres.

 
En aquel Madrid del veintitantos, que su nombre en triunfo evoca, Europa entera estaba de perfil. Y a través de su persiana verde -como loro Alfonsino y precipitación cariñosa de geranios-, una persiana para evitar la "inlunación", ya que el sol ni siquiera se había descubierto, Penagos, como un griego de Madrid, por vocación de hombre y por vocación de su apellido montañés que suena a griego, miraba, donde casi no había eso, unas mujeres elegantísimas, como galgos rusos que parecían haber dejado su mantoncillo, castizales en un guardarropa de transición, para ejercer de falsas y deliciosas princesas de la media almendra -media almendra y un oporto- en la barra de un bar con música sincopada y negro con librea en la puerta.

 
[...] Y las mujeres, que no eran así, nuestras mujeres, empiezan a parecerse a las mujeres de Penagos; pierden cadera, se les alargan los dedos para coger bien un "murati" o un "kedive", leen Blanco y Negro o La Esfera, juegan su amor a la ruleta o en los "caballitos" de San Sebastián, oyen los tangos de Spaventa y se pintan las uñas de rojo como si vinieran de buscar algo en las entrañas del "Soldado Desconocido".
 
Era así.

César González-Ruano (1954)
 

Me acompaña la noche de tus ojos,
ojos claros de noche y no de cielo.
Das soledad en compañía, acento
de gravedad sonora y en silencio.
Clásico de un amor limpio de idioma,
con tus ojos mirando, el mundo sueño.

Todo lo diste sin saber que dabas
más que tu pierna, tu desdén, tu aliento,
el mordisco, el desmayo y la premura
de los amores sin amor al Tiempo.
Pero eras el espacio de mi límite
capaz de hacerme en una noche eterno
.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Las cinco farolas


Faltó muy poco para que la vereíta verde de Juanita Reina se cuajara de yerba. Quizás por este motivo, su padre nunca le dio permiso para que grabara el tema de Las cinco farolas, de Ochaíta, Valerio y Solano. La historia que contaba aquella copla se parecía demasiado a los amores entre su hija y el bailaor gaditano Caracolillo, ocho años menor que ella y eternos novios hasta el último minuto, porque la familia de la Reina no aprobaba la relación. Finalmente, la coplera pasó triunfal por el altar a los 39 años en la basílica de La Macarena.



Cinco luceros azules
alumbran cinco farolas
desde su casa a mi casa,
desde su boca a mi boca.

Cinco añitos que le quiero
cinco añitos que me adora,
la mala gente qué sabe
qué sabe de nuestras cosas.

Si yo sé que me quieres, como le quiero
pa qué darle tres cuartos al pregonero
desde su puerta misma hasta mi puerta
la vereíta verde, no cría yerba, no cría yerba
.

Aunque Las cinco farolas había sido compuesta para Juanita Reina, a causa de su indecisión, Concha Piquer tomó la delantera y la grabó en 1963. Celosa de que una compañera llevara en su repertorio una de sus coplas favoritas, la Reina la interpretó más adelante, convirtiéndola en una obra maestra.


"Estaba allí, en mitad del paseo de Recoletos, largo y ancho punteado de gente, entre el verde de los árboles y el negro claro y lírico de la sombra caliente y perezosa, al margen de los veladores de café --lápidas sepulcrales de cabezas de gamba y puntas de pitillos-- estaba allí el farol loco, digno en su locura, como un cirio grande y alto, sin llamar la atención con su espectáculo hermoso, impar y ebrio de sugerencias del mejor estilo.
 
Pues nadie se fijaba en él. Nadie.
A lo más, alguno le miraba y se echaba a reír.
 
¿Es que no se veía, claramente, como aquel farol mantenía, ni más ni menos que todo un criterio, que todo un concepto disconforme con la humanidad madrileña? Estaba allí representando la creencia de que era de noche, negando la luz del sol; o reenganchado al día como un girón de la noche que se hubiera cogido la capa y fuera un prisionero patético y conmovedor del día.

El farol loco permanecía encendido con toda su razón incomprendida.

También tenía algo de árbol seco con fruto único y espectral, con un fruto surgido contra la naturaleza, o simplemente de farol desvelado que no se ha podido dormir cuando el cielo aclara y entra a los faroles el desayuno del alba.
 
Superviviente, juerguista de su deber, obcecado, abstraído o loco, con voluntad genialoide. ¿Qué hacías tú, farol inadvertido, trágica espiga quemada nacida del asfalto?
 
Pasé otra vez de madrugada y en la noche cerrada sobre sí misma, el farol estaba apagado.
¿Habría muerto o simplemente nos querría decir que era de día?
Apagarse a la hora de deber lucir. Cosas son de españoles".
 
CÉSAR GONZÁLEZ-RUANO

 
Un arrabal con casas
que reflejan su dolor de lata...
Un arrabal humano
con leyendas que se cantan como tangos...
Y allá un reloj que lejos da
las dos de la mañana...
Un arrabal obrero,
una esquina de recuerdos y un farol...

Farol,
las cosas que ahora se ven...
Farol ya no es lo mismo que ayer...
La sombra,
hoy se escapa a tu mirada,
y me deja más tristona
la mitad de mi cortada.
Tu luz,
con el tango en el bolsillo
fue perdiendo luz y brillo
y es una cruz...
 

jueves, 20 de marzo de 2014

Sótano de muñecas


"Las muñecas, sobre todo las muñecas grandes, los maniquíes, saben que no son de carne y saben también que no son de materia noble, como las estatuas. Pero, ¿qué saben? Sin duda, están cansadas, humilladas de no cumplir más que con una misión comercial, entristecidas de su obligación de estar siempre con una carita de estúpida felicidad. Nada pueden reivindicar para ellas. Hasta el traje es prestado. Y envejecen y mueren como las criaturas humanas, pero sin lograr, ni siquiera entonces, un respeto. Yo he visto, no sin horror, en los sótanos de unos grandes almacenes, una morgue de maniquíes jubilados, destrozados, amontonados sin piedad, unos revueltos con otros, esperando no sé qué juicio final esperpéntico. Había mostrado deseo de tener un maniquí, y la escasa generosidad e imaginación del comerciante me dio a elegir entre los que había en aquel monstruoso depósito de cadáveres.

- ¿De mujer?
- ¡Hombre, claro!

 

Empezó a revolver en aquel montón de novela de Poe o de Kafka. Con una naturalidad que a mí me hería, tiraba de un brazo o de una pierna, cogía cabezas que habían llegado a la vejez con una sonrisa adolescente. Hasta que dio con una muchacha casi entera. No le faltaba más que un pie.
 
- ¿Le gusta ésta?
 
Yo me quedé temblando y azorado. Todo, de pronto, adquiría un clima pobretón, inconfesable, surrealista.
 
- Bueno.
 
Me la trajeron a casa. Envuelta en unos trapos, la llevé a Cuenca. Y la enterré en el jardín, con ternura y respeto. No pude cerrarle los ojos porque tenía una azul mirada fija, absorta; pero le puse un pañuelo en la cara para que no la hiriese la tierra".
 
CÉSAR GONZÁLEZ-RUANO
 

Quién creyera, milonguera, vos que siempre te reíste,
y que siempre te burlaste de la pena y del dolor,
ibas a mostrar la hilacha poniéndote seria y triste
ante una pobre muñeca modestita, y sin valor.
Yo te guardaré el secreto, no te aflijas, milonguita,
por mí nunca sabrá nadie que has dejado de reír,
y no vuelvas a mirar a la pobre muñequita
que te recuerda una vida que ya no puedes vivir.

Ríe siempre, milonguera, bullanguera, casquivana
para qué quieres amargar tu vida
pensando en esas cosas que no pueden ser.
Corre un velo a tu pasado, sé milonga, sé mundana,
para que así los hombres no descubran
tus amarguras, tus tristezas de mujer.
 
(Letra de Jacinto Font y música de Guillermo Cavazza)
 
 

miércoles, 12 de marzo de 2014

Copla a las seis y media de la mañana

La voz del cante es un poema escrito por el gran César González-Ruano. Las fotos que ilustran el texto pertenecen a otro genio, Lucien Clergue, quien, por cierto, este San Isidro expondrá en Las Ventas.


El toro de la copla en la escalera
su aliento, alcohol y nardo resbalado...

trae a mi corazón, y en el tejado
nubes pintan de azul la primavera.

¿De quién es esta voz? ¿En qué barrera,
fuera de su garganta, hacia el dorado
redondel, de sí misma, fleco airado,
rumbo y grito, la vi, matriz torera?

Infanta sin Ravel, blanca de cales
resucita de pie y pide aguardiente
la mañana fantástica española.

Y el sol, llave de oro en los portales,
saca ese toro popular, caliente,
de la flamenca voz que canta sola.
 
 
Antes del inventor del ven y el vete,
y que el cante flamenco y el engaño
de dos por tres más uno fuera siete
y en doce meses nos cupiera el año...

jueves, 27 de febrero de 2014

Un lugar de paso entre dos aguas


Nadie ha descrito mejor la ciudad donde nací -"un tanto disparatada y caótica, bonita y, sobre todo, furiosamente alegre"- que César González-Ruano. Algeciras es, ciertamente, un lugar de paso, menos para aquellos que aprendimos a andar en sus calles. Quizás por eso siempre tengo ganas de volver. Allí, entre dos aguas, con siete años, comenzó a tocar Francisco Sánchez Gómez, Paco de Lucía, cuya guitarra se contagió pronto de esa luminosidad transitoria, breve como una marea. Nos dejó en México, pero mirando al mar. Descanse en paz.
 

Se ha calado muchas veces la piel del alma aquella luz tremenda, graciosa y a la vez terrible, de Algeciras. Siempre causa un efecto previo de disposición saber que se va a pisar la tierra poblada por Augusto con gentes de plurales climas peninsulares y gentes del África vecina que huele ya en la plaza Alta, en la plaza Baja y en la plaza de San Isidro, entre una supuesta palmeranía de siesta.
 
Yo me empapaba de aquella luz de Algeciras, la alegre, perezosa y llena de gracia, la que en realidad nadie ve porque Algeciras es, principalmente, un lugar de paso.
 

Las terrazas de sus descuidados y alegres cafés estaban siempre llenas de gente que esperaba irse. Sobre los veladores el sol, y junto a los veladores alguna maleta de mano.
 
Todo quedaba curioso, vivo, provisional y como erótico. La rodilla rubia de la inglesa sobre los bucles acerados del limpiabotas berberisco. Los organillos acercaban Sevillas y Madriles distantes y aún Parises de "val-musette".
 

¿Qué mucho más podía ser África, al menos el África próxima que aquel delirio policromo y caliente de Algeciras, con gitanas errantes, con niños comidos de roña antigua, con las legiones de vendedores de avellanas, de almendras, de mojama, de quisquillas?
 
Lo que se observa inmediatamente al llegar a Algeciras es que uno está permanentemente observado. Observado por aquellos inverosímiles mirones que se quedan mirando, mirando, y que ni siquiera piden nada y que de hablar no dirán lo que quieren, y que de querer no dirán lo que dicen.
 
¡Pequeños y grandes mirones de Algeciras, cómo os hospedáis, tozudos y alegres en la memoria lejana! ¡Inquietantes mirones, adolescentes o viejos, que si se les llama huyen atolondrados como pájaros, vergonzosos como vírgenes, volviendo la cabeza continuamente y mostrando una sonrisa entre imbécil y tremendamente inteligente!
 

Pero quizá para la primera vez que se va a Algeciras sobren horas de un solo día. Algeciras es acaso demasiado difícil de entender y por eso mismo todo en ella parece demasiado fácil. Recuerdo de esta primera vez que no sabía qué hacer con mi día de Algeciras. Subí dos veces a Correos, a las tres plazas, a mirar de nuevo Santa María de la Palma, a entrar en los mismos cafés... Y la ciudad, un tanto disparatada y caótica, es bonita y, sobre todo, furiosamente alegre. Estalla la vida sobre la cal y el canijo árbol urbano. Nos deslumbra y nos hace guiñar los ojos.
 
Hay, en fin, una Algeciras que con esos ojos entornados apenas se entrevé, una Algeciras seria, acaso voluntariamente triste, burguesa y cerrada.
 
CÉSAR GONZÁLEZ-RUANO
Nuevo descubrimiento del Mediterráneo (1960)
 

sábado, 22 de febrero de 2014

Por aquí pasó la vida

"Como un lobo de hiedra sube el viento
entre ruinas de noche mal dormida
y me llama otra vez como aquel día
tremendo en que la Muerte joven, nueva...

venía envuelta en él.
Corazón mío,
duerme tranquilo por si no despiertas".
(César González-Ruano)
 

Éste es el Madrid de Amalia Avia Peña (1930-2011), a quien Cela llamó "la pintora de las ausencias", la amarga cronista del "por aquí pasó la vida". En sus cuadros plasmó las calles, comercios y fachadas de una ciudad triste por la postguerra. Ella no reflejó al hombre, sino la huella, la terrible huella de lo humano.
 
 
"¿Quién, quiénes, cómo, cuándo, pisaron estas mismas piedras antes que nosotros? ¿Quién huyó por aquí? ¿Quién, por aquí, buscó no sabemos qué encuentro? ¿Qué nieves por estas piedras resbalaron sus blancas, derretidas manos crueles, bondadosas, de ángel o de abstracto criminal de la noche pura, de la infame noche? ¿Qué soles las dieron temperatura humana, luz, color, categoría de oro, circunstancia en promesa? ¿Qué carro cruzó, pesado y lento, arrancando a estas piedras gemidos, desgarrando su piel pulida por mil lunas, quebrando su entraña, marcando fronteras a su unidad antigua? ¿Qué brioso corcel? ¿Qué suave rueda? ¿Qué errante perro de sable heráldico en campo de dudosa luz del día? ¿Qué gato de perdido culto?

Por viejas calles, en dormidas ciudades, nos hemos, piedras, preguntado cosas así a las que sólo contestó el silencio.Y pisamos con respeto, con voluptuosidad, con tanto amor o prisa miedosa vuestro inerte cuerpo, vuestro mudo cuerpo desdeñoso, vuestra confederación de tapa de los sesos de la augusta tierra" (CGR).

 
"Es difícil imaginar las calles desde aquí
verlas con los oídos como ríos poblados,
difícil de pensar que mientras sueño dentro
fuera no duerme nadie todavía....
¿Desde dónde me pones hasta mi horrible noche
el telegrama urgente de tu aliento lejano?
¿Dónde estás ahora mismo, qué voz dura de hombre
te habla mal de tu hombre y me hiere en tu oído?
¿Cómo llevas las uñas desde que no te veo?
¿Malvas, azules, rojas? ¿Descuidadas y tristes
te han crecido en la sombra cerrada de mi ausencia?
¿Rezas en los altares a los santos franceses?
¿Hablas entre los bares con negros policías
para decirles que yo puedo ser útil o ser bueno?
Cuando llega la noche, ¿dejas la puerta abierta
de la casa en que falto o te encierras con llave?
¿Abandonas tu cuerpo desnudo y solitario
entre retratos míos? ¿Oyes misa y te encuentras
a la salida del aire mío, el aire
que viene de mi boca sucia a golpes?
Dime hasta donde llega tu cuerpo estando sola
en la cama del tiempo:
¿te tropiezas más con la Luna cuando andas
o le das la alegría de tu melena al Sol?
¿Habrás crecido ya tres meses justos
de tu anterior tamaño verdadero?
Tu voz es como un hijo nuevo y claro
que me llega al oído cuando duermo.
El color de tus ojos se me olvida
y de repente lo veo en un soldado
puesto sobre sus ojos que me miran
inesperadamente con amor antiguo.
No comprendo qué ocurre, qué le pasa;
este soldado ayer turbio y violento
se turba y no comprende
que el color de sus ojos le convierten
en amor para mí, y enamorado
me da una sopa extraordinaria y tiembla"
(César González-Ruano)
 

jueves, 13 de junio de 2013

Este jueves depende de tu boca


Me embargó la desolación el pasado domingo por la tarde mientras paseaba, en los Jardines del Retiro, entre los puestos de la Feria del Libro de Madrid. Tan sólo bastó una ojeada sobre media docena de los títulos más vendidos para comprender que nuestra cultura hace tiempo que ha tocado fondo: "Infierno" de Dan Brown, "Cincuenta sombras de Grey", "MasterChef, las mejores recetas", "El derecho a la pereza", "Eyaculación precoz: manual de diagnóstico y tratamiento", "Lo que debes saber para que no te roben la pensión", "Hay vida después de la crisis"... No me cabe duda de que sobreviviremos al bache económico, sin embargo, no estoy tan segura de que seamos capaces de sortear esta falla literaria e intelectual.
 

Por si fuera poco, los literatos más progres de nuestra sociedad se encontraban allí, firmando libros y haciéndose fotos con sus partidarios: Almudena Grandes, Juan José Millás, Javier Marías, etc. Estaba incluso el insigne presentador de televisión Jorge Javier Vázquez que, al parecer, también ha parido "una obra".


Sólo hubo algo, una especie de señal divina, que evitó que me lanzara al estanque del Retiro con un manual de Paulo Coelho encadenado al tobillo: mi salvación emergió de un libro de poemas del malagueño Manuel Alcántara.

"[...] Tenía que pasar esto. Y el caso
es que estando yo siempre de camino
y estando tú parada, no te vi y no
me ha cogido el amor nunca de paso.
[…] Echa a andar el amor que te he tenido
y se va no sé dónde. Donde estaba.
De donde no debiera haber salido".

"Este jueves depende de tu boca.
[…] Mira este jueves. No lo sabe. Míralo
acercarse a nosotros entre sombras.
y ocupar la ciudad como un ejército
que no pensara nunca en su derrota.
[…] Mira cómo se acerca a la ventana
sin saber que depende de tu boca.
Para pasar un día con nosotros
ha salido este jueves de sus sombras”.

En el mismo puesto, enterrado, ambarino y lleno de polvo, rescaté un libro de sonetos de César González-Ruano. Justo en aquel instante, me reconcilié con la tarde del domingo:

"Entre el odio y el amor que me tienes,
mi pereza.
Hay una tú que se escapa
y otra tú que no me deja.
Y ya no sé si te quiero o te quise. Duda plena.
Que hay un yo que dice: ¡vete!
Y otro yo que dice: ¡espera!"

"Fue o no fue
y eso no se sabrá nunca.
Pasó lo que quiso que pasara
y eso no se sabrá nunca.
[...] Como yo me iba hiriendo al respirar y no sangraba
como todo era sorpresa de muerte y de deseo
como toda tiniebla así brillaba
eso no se podrá saber.
[...] Que amanecí sin darme cuenta
que crucé la calle sin pisarla
que cerré la puerta sin abrirla
eso no se sabrá.
[...] Cómo consentían que a esa hora sonase el gramófono
de donde traían resucitada
muerta de amor aquella sombra
a aquel alma desnuda que aún gritaba mi nombre
eso no se sabrá.
Por mucho que lo hablen
eso no se podrá saber.
Por mucho que lo sepan".
Imagen de la Feria del Libro 2013
(el resto de fotografías pertenecen a Chema Madoz)

martes, 2 de abril de 2013

Se había acostumbrado a mirar la vida de perfil

"Él, tan noble, tan entero, se había acostumbrado a mirar la vida de perfil. Son cosas de los hombres. Cosas de la misma vida. Cosas" (César González-Ruano).


Se llama José Juan Gutiérrez Mora, Juan Mora, hijo del Mirabeleño y nacido en Plasencia. Tomó la alternativa en Sevilla hace exactamente 30 años, el 3 de abril del 83, de manos de Manolo Vázquez y Curro Romero. Lo vi torear por primera vez en Madrid, el 15 de agosto de 2009, en una tarde de calor y zarzuela. Nada en él resultaba impostado; su toreo fluía inspirado, natural e improvisado. A su paso, brotaba la obligación de quitarse el sombrero ante un torero, que no es lo mismo que un figurón o una figurita.
 

En estos 30 años, tengo la impresión de que Juan Mora ya no quiere torear. Al menos, no en las ferias, donde el sistema le obliga a mendigar por anunciarse un par de tardes en la que debiera ser su plaza, Las Ventas. No hay necesidad y tampoco casa con su carácter. Cosas de la misma vida. Después de abrir la Puerta Grande el 2 de octubre de 2010, Juan ya lo demostró todo: su clase, su torería, sus ademanes de torero de otra época, más pura, sin duda. Este San Isidro, de nuevo, nos quedamos sin él. A cambio, sacia su afición al margen del mercantilismo de los despachos, en tentaderos y algún festival. Y el poso de su torería añeja corre de boca en boca entre los aficionados que le ven.

 
Lentamente, se nos van yendo los toreros solemnes con el mentón hundido en el pecho, la verdad por delante y el estoque de matar en la mano: quedan ya pocos espejos para los que comienzan su andadura en el planeta de los toros, tanto aficionados como novilleros. Me ronda la desagradable sensación de que cada vez tenemos más figuras y menos toreros. Quizás este negocio destierra a aquellos que van de frente y, para permanecer en él, sólo caben dos opciones: la ceguera o mirar la vida de perfil.
 
Fotografías: Terres Taurines