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martes, 13 de mayo de 2014

El toro que mató a Pepe-Hillo

Joseph-Hillo, Joseph-Hillo,
el de la peineta grana,
que a marquesas enamoras
y en los cosos toros matas.
(Fernando Villalón)
 
 
El matador de toros sevillano José Delgado Guerra, llamado Pepe-Hillo (1754-1801), además de ser uno de los diestros principales de su época, por su fragilidad y gracia, también fue uno de los personajes más populares de su sociedad, muy admirado tanto por el pueblo llano como por la más alta aristocracia. Publicó en 1796 el primer tratado sobre el toreo, titulado La Tauromaquia o Arte de Torear, obra de referencia en la bibliografía taurina histórica. Sin embargo, pasó a la leyenda tras morir entre las astas del toro Barbudo, un negro zaíno procedente de la ganadería salmantina de don José Gabriel Rodríguez Sanjuán, de Peñaranda de Bracamonte. Tal día como hoy, un 13 de mayo, pero de hace 213 años, Pepe-Hillo era enterrado en la iglesia madrileña de San Ginés.
 

La cogida mortal de Pepe-Hillo en Madrid fue presenciada por la reina María Luisa, según se desprende de una carta que le envió a Manuel Godoy, y tal acontecimiento resultó tan impactante en todos los ámbitos, que el propio Goya, probablemente testigo presencial, le dedicó algunos grabados en su serie de La Tauromaquia. Menos conocido es el óleo titulado El toro que mató a Pepe-Hillo, también del pintor de Fuendetodos.
 
 
¡Huir!
Pero quedarse para ver,
para morirse sin morir.
¡Oh luz de enfermería!
Ruedo tuerto de la alegría.
Aspavientos de la agonía.
Cuando todo se cae
y en adefesio España se desvae
y una escoba se aleja.
Volar.
El demonio, senos de vieja.
Y el torero,
Pedro Romero.
Y el desangrado en amarillo,
Pepe-Hillo.
Y el anverso
de la duquesa con reverso.   
(Rafael Alberti)


El suceso de la cogida mortal de Pepe-Hillo fue difundido por el pueblo mediante pliegos de cordel en este romance compuesto por un tal Pimentel:
 
O Desgraciado Mancebo!
O desgracia tan proterva!
O! Quién le dixera a él
de que en esa tarde mesma
había de ser fragmento,
ó víctima de una fiera
de un Toro, que Castellano
es de Castilla la Vieja,
la divisa era morada,
y del toro su amo era
Peñaranda Bracamonte,
y el color la carta expresa,
que era de color muy negro,
como lo explican sus letras;
y á el tiempo de ir a matarlo,
tanto se arrestó, que á fuerza
de meterle bien la espada
(como acostumbraba) queda
la espada á el toro metida,
y el toro con gran fiereza
lo ha agarrado de tal suerte,
que por un bacio le entra
el cuerno, y por el pescuezo
de Hillo lo saca, el qual queda
por el tiempo de dos Credos
colgado de su cabeza,
y después lo despidió
cadáver; o qué tristeza.
 

Como decimos, Pepe-Hillo fue un personaje tan popular que, de los pliegos de cordel, saltó a la gran pantalla en 1929. Posteriormente, en 1943, se rodó La maja del capote, dirigida por Fernando Delgado, donde se narraban los escarceos amorosos entre el diestro sevillano y la maja Mari Blanca, interpretada por la inconfundible Estrellita Castro.

 
Actualmente, el nombre de Pepe-Hillo sigue en los labios de los sevillanos gracias a una popular taberna sita en El Arenal.
 
 

sábado, 1 de febrero de 2014

Yo quiero casarme, abuela


Al pie de la carretera
hay una casita blanca,
doce gallinas y un gallo
y una muchacha muy guapa.
 
Una abuela que a Espartero
(el General) recordaba,
con su caballo bermejo,
su morrión y su espada,
 
y su nieto, que a la viña
desarmienta, poda y cava,
hermano de las gallinas,
del gallo y de la muchacha.
 
Abuela, con un chofeur
me casaba,
que me hiciera guú guú
por la carretera blanca.
 
No quiero abuela, a un gañán
de los que la tierra cavan,
quiero que vista de gris
y que calce unas polainas,
una gorra de visera
muy echadita a la cara
como el que vino aquel día
con aquellas dos muchachas.
 
Abuela, con un chofeur
me casaba,
que me hiciera guú guú
por la carretera blanca.
 
Que me lleve en automóvil,
no en una burra montada,
una mano en el volante
y otra abrazando mi espalda;
que a la capital me lleve
y me paseé por la plaza
y que todas mis amigas
al verme lloren de rabia.
 
Abuela, con un chofeur
me casaba,
que me hiciera guú guú
por la carretera blanca.
 
FERNANDO VILLALÓN

domingo, 27 de octubre de 2013

Un hombre de campo que necesitaba la ciudad


Al concepto que del amor tenía Fernando habría que ponerle serreta y una cijada como a un potro: “¡A mí me gustan las mujeres que se quitan las medias a patadas!”. Esas palabras producían en su casa el mismo efecto que si dentro de las tapias de una cartuja cayera un blasfemo. […] Eran los días de su juventud desbordada en que con frecuencia se le oía: “Me gustan las mujeres que crujan”.

[…] Podía soportar horas y horas una silla de palo, pero no la de una conversación. Se iba. Fernando vivió marchándose siempre allí donde su habla no podía desarrollarse en su peculiar estilo e insobornable libertad.


Menos mal que su misión en este mundo no fue ganar dinero y, por tanto, no quedó incumplida con este desbarajuste que le llevó al cabo a la ruina. Se equivocó pensando que para trazar un surco hondo en la tierra tenía que hacerlo con una reja distinta a las demás, supliendo con inteligencia el tesón y el sacrificio ordenado de los otros.

[…] Pero Fernando seguía cabalgando, sintiéndose dueño de lo suyo. Para él, el dinero, mientras menos rodado viniese al bolsillo, mientras más trabajado y a contrapelo, más valor tenía. Sus toros acabarían por imponerse. Cuando comencé a darme cuenta de todo aquello nació en mí una admiración por Fernando ganadero que no hizo sino aumentar con su ruina.

Sólo él frente a los toreros, sometidos al gusto de los públicos, que exigían el toreo preociosista, dejándose rozar las taleguillas, moviéndose en el terreno del toro y mejor no moviéndose.

Sólo él frente a las Empresas, que, sujetas a los toreros, no compraban toros broncos y difíciles.


[…] El hombre del campo, por serlo, necesita de una ciudad que por un tiempo le borre la visión del campo, pero que le hable de él a través de sus transformaciones. Necesita una ciudad donde el montañés le eche vino sobre la caoba macerada del mostrador, mil veces curada con manzanilla.

Fernando necesitaba una ciudad con colmados despidiendo olores fuertes que a él no molestaban, pues todos sus sentidos estaban muy despiertos, pero muy endurecidos […] Necesitaba en verano el horno sin bóveda de las calles sevillanas por las que seguir a una desconocida, guapa o fea, cortejada por el misterio.


[…] En el campo, ante el paisaje estático, la inteligencia del hombre de imaginación, a fuerza de girar sobre sí misma, sin asidero y sin algarabía sensoria, se fatiga y se echa como los bueyes.

Villalón, como buen campesino, se aburría en el campo, aunque se avergonzaba de permanecer en la ciudad. Se sentía tan obligado al campo, que necesitaba disculparse en la ciudad. En el saludo callejero al amigo o al simple conocido siempre intercalaba: “Vine del campo ayer, vuelvo mañana”.
 
MANUEL HALCÓN
"Recuerdos de Fernando Villalón"

miércoles, 16 de octubre de 2013

Aquella corrida que había de ir por tierra hasta Cádiz...

Selvática oración la de los toros
al Sol, que sus caballos
huellan ya el borde de la tierra yerta;
y ocultando a la noche sus tesoros
-y a sus vasallos huestes de luceros,
mandando retirar-; a la despierta
por sus besos Aurora
en plata viste ahora;
los valles y riberas
en neblinas emboza, y la desierta
marisma riza en brisas mañaneras.
 

"¡Aquella corrida que había de ir por tierra hasta Cádiz! Yo los vi pasar por la vereda real subido en un árbol. En medio, siete toros, negros, sometidos a los cabestros, que, a su vez, aceptaban, resignados, los broncíneos atributos de sus enormes cencerros a cambio de los que el hombre les quitara.

Delante, Fernando, con la garrocha atravesada en la silla, formando una cruz con el caballo. Pasaron justo por debajo de mi rama, que estremeció conmigo. El cortejo de jinetes estaba compuesto por aficionados, a quienes yo sólo conocía por el nombre de sus caballos y por los vaqueros de la casa, cuyas historias y hazañas sabía yo de memoria.



[…] El mal tiempo obligó a aplazar la fecha de aquella corrida. Fernando esperó en Cádiz con sus amigos. Recuerdo su carta, que mis tíos leyeron entre risas, donde hablaba con su gracia inigualada de las peripecias del viaje y de la expectación que despertaba por las estrechas calles de la ciudad marinera aquel grupo de caballistas a pie.

Y, al fin, nunca olvidaré aquella noche, el telegrama azul. Su padre lo desplegó, nervioso, sobre el plato. La ansiedad en los ojos de la madre. Yo me levanté, impaciente, y me puse detrás de mi tío, que buscaba las lentes para ver de cerca, y leí, sin atreverme a despegar los labios: Corrida celebrada hoy. Tres toros fogueados. Uno al corral. Público pide cabeza de ganadero. Dime qué hago. Fernando”.

MANUEL HALCÓN, de su libro "Recuerdos de Fernando Villalón"



Vertiendo su oración por los juncares
heridos -que no hollados-,
por navajas sus plantas cortadoras;
el grito de las garzas previsoras
-que su nidos y sus lares,
amenazados vieron y pisados-;
desconcierto sembró, en la que galopa
asustadiza tropa,
que las tímidas aves descarrían;
y huyen desconcertados
por la pradera despertada y fría.
 
¡Oh valle moteado,
de toros negros y fieros!
¡Oh ribera en carrizos bigotada!
¡Oh trebal agobiado de rocío!
¡Vega asaeteada,
por los dardos que Sol quebró en el río!
 
¡Oh despertar de flores,
que su tallo empinando
hálito al calentado y amoroso,
del nuevo novio hermoso
que el oriente parió en siete colores;
sus corolas alzando
-del peso de la escarcha ya zafadas-,
hojas abren en polen perfumadas!
 
¡Oh rompimiento célico de nubes!
-donde ríen los Querubes
en sus tronos de añil-; muerto el lucero
de la mañana ya, y al agujero
del opuesto hemisferio despeñado;
solo el Sol con la Tierra entre sus brazos
dormida, sus cabellos
en fuego va peinando y en destellos.
 
Y la príncipe luz del nuevo día,
no bien posada fue, no retenida
en la pupila vívida del toro
aún, cuando invertida
su cerviz sobre el lomo azul y oro;
finalista canción el aire hendía,
que Eco descalza a hombros conducía. 
 
Su valor bicornio -gran tesoro
de las restantes bestias codiciado-,
a prueba pone contra el tronco duro,
-hiriéndolo implacable-; y el maduro
fruto oleoso de morada veste,
entre el espino agreste
rociado quedó, y el asta dura
hincada en carne hasta la empuñadura.
 
[...] Moras caras trigueñas
y cetrinas; las cejas abrazadas
sobre los ojos hondos; avezadas
manos firmes. Curtidas, aguileñas
figuras sobre el lomo
de los tordos caballos piafantes
conduciendo a los bueyes galopantes.
 
Sobre la barba el barbuquejo atado
partiendo en dos su faz; el inclinado
sombrero cordobés majestuoso,
los zahones buridos
y por la lezna de su dueño heridos,
bajo el álamo umbroso,
en las cálidas siestas estivales,
con sus manos copiando los breñales.
 
[...] Marchan cantando en coro los cautivos
-de los centauros presa-,
plañideras canciones de camino
-al son del esquilaje (entre la espesa
nube de polvo)-; y en el remolino
de monstruos fugitivos,
sus voces se entrecruzan discordantes
con aires de clarín desconcertantes.
 
(FERNANDO VILLALÓN)



miércoles, 9 de octubre de 2013

Campiña de Utrera

En la vega, junto al pozo de junqueras rodeado,
el cortijo en la campiña aparece como echado...
Una tropa de gigantes almiares le hacen guardia.
En la puerta hay una palma.
¡Sola mancha de verdor...!
Un mastín encadenado ladra fiero jadeante de calor.
 
(FERNANDO VILLALÓN)
 
 
"Aquella casa, aquel corral, aquellas cuadras donde yo pasaba las horas acariciando los caballos y mis esperanzas de jinete; aquellos mozos de cuadra tan listos que tenían para mí entonces proporciones científicas de catedráticos, tan escrupulosos en sus funciones que, por tener las cuadras siempre limpias, estaban avizores, sentados en sus banquetas de madera, y cuando un caballo alzaba la cola para hacer su gracia daban un salto y le presentaban el cubo para recogerla.

Aquella cal de las paredes, el eco del aljibe, la perra chata, que atacaba a las ratas grandes y respetaba a las pequeñas para que creciesen. Aquel olor de guarniciones limpias -sidol, limón y arena-. Era aquel mi mundo, adonde subía a avisarme el mozo del comedor poniéndose ya los guantes blancos para servir la mesa y me recomendaba que me lavase las manos. Lo hacía en la pila de los caballos para aprovechar mi estancia allí hasta el último minuto.

Mi tía, tan fina, se quejaba benévolamente de que alguna vez oliese a caballo. Pero mi tío fomentaba mi afición. Eran estos señores los padres de Fernando Villalón.

 
[...] Junto al olivar, dominando todo el llano con gran golpe de vista, se asomaba el caserío donde los padres de Fernando pasaban temporada. Ante la puerta había una gran explanada circular que antiguamente sirvió de era. Desde allí se comprobaba en mayo que la amapola, a pesar de la fuerza de su color, no le gana en profusión al jaramago blanco ni al amarillo, al nardo, a la cañahela y la biznaga. La toba, que desarrolla dos metros de altura y logra el grueso de una muñeca, dice mucho en los manchones. La malva pone zócalo verde a los caseríos.

La morta como el cardo, el cardillo y el espárrago, llaman al paladar del hombre.

Recatados en los arroyos florecen el taraje, la zarzaparrilla, la zarzamora, la adelfa, el rosal silvestre y el mimbre. Algún oculto manantial es delatado por el junco y la nea, la juncia (alfombra del Corpus) y la hierba del té".
 
RECUERDOS DE FERNANDO VILLALÓN
por MANUEL HALCÓN
 
 
En la puerta del cortijo para un Ford.
Es el amo. Ya no llega en su jaca como antes...
Es un nieto de los viejos labradores caminantes
y jinetes atrevidos que murieron. Va vestido de milord...

miércoles, 17 de abril de 2013

La mañana de feria

Quisiera llevarte, mujer, a la feria de Sevilla, porque si es verdad que estuve muchas veces, no sabré decirte cómo es. Para escribir de la feria de abril no es suficiente ser escritor; es necesario saber pintar, saber montar a caballo como un garrochista, y quizás también saber tocar la guitarra. Y después de todo esto tampoco te haría sentir lo que los andaluces llaman duende, que es algo así como el espíritu de las cosas que nos rodean y que al parecer vive en la feria. La feria de Sevilla hay que verla. Si no la has visto, si no la has vivido, por mucho que leas de la feria, nunca sabrás cómo es la feria de Sevilla.

 
LA MAÑANA
 
Tiene la mañana de la feria un aire especial, y no me refiero al aire que se respira, filtrado por campos verdes y parques (María Luisa) florecidos, sino a su aire, a su gracia, a su movimiento, a su empaque, a su estilo.
 
Ese caballo de cuello arqueado, con la cara metida, en doma de garrochistas. Ese jinete, que en el brazo derecho de mano entreabierta, se adivina, se ve la garrocha. Al pasar huele a marisma.

 
Esa mujer que cabalga, vestida de chaqueta corta y falda negra, sombrero ancho, muy encajado en la frente, dándole sombra a los ojos de sombra, moño bajo y sin flores en el pelo. Las flores tienen su hora, su sitio y su atuendo: el palco de la plaza de toros, el coche por la tarde. A caballo, no. A la feria, ni mujer a la grupa con flores en el pelo, ni vestido de lunares. Esta es la estampa de la romería, del Quintillo o del Rocío. No digo que no se vean: lo que digo es que no debieran verse. El señorío de la feria debiera cuidarse más.
 
La feria por la mañana tiene una tradición de campo, estilizada, que no desvirtuada. Es el campo vestido de limpio, acaso estrenando traje de día de fiesta; más bruzado el caballo, más nuevos los atalajes del coche, y más pulcro el cochero; pero todo al estilo del campo andaluz, que huele a toro bravo, y a rodeo de ganado, y a caballo sudoroso en el acoso, y a hierba pisoteada en el galope.

 
Vamos hasta la Venta de Antequera a ver las corridas. Antes se presentaban en la Venta Vieja, cantada por Villalón, al final de la Palmera. Estaba todo más a mano; de una galopada llegabas. Hacían parada los toros en el Cortijo de Cuarto. Este nombre de cortijo y la ganadería de Miura tienen el mismo eco, el mismo apartado en el recuerdo. Todos los días del año, con agua o con sol, venía don Eduardo, el ganadero, en su coche de mulas, al Cortijo de Cuarto. Aquí tenía los toros de salida y aquí apartaba sus famosas y temidas corridas. Apartaba el ganadero. En el Cortijo de Cuarto, no pasaba la alambrada del cercado de los toros ningún hombre de chaqueta larga.

 
La víspera de la feria iban llegando las corridas conducidas por garrochistas que venían del Cortijo de Cuarto. ¡Qué garrochistas aquéllos! Ni un sombrero mal puesto, ni una garrocha mal cogida, ni un caballo mal llevado. Era el cuadro de Las Lanzas.

 
Con la del Conde de Santa Coloma, venían a caballo el Duque Mauricio Gort y doña Sol, nombre con que Sevilla conocía con respetuoso cariño popular a la Duquesa de Santoña. Toros de aristocracia. Toros de frac y guante blanco -les llamó "Don Modesto"-, y la metáfora es muy acertada, si el toro es negro, botinero, de larga y sedosa cola. Joselito mató seis en una corrida de feria de San Miguel, y cortó la primera oreja que se dio en Sevilla [...] Cerraban la corrida de Miura los hijos de don Eduardo, Antonio y Pepe, con Naranjito y Aurelio y otros garrochistas. ¡Ay, cuánta garrocha partida!


Fotografía tomada del blog de Julio Domínguez Arjona
 
Era un espectáculo ver entrar a los toros, con las paradas de bueyes iguales, como de ganaderos de rumbo y buen gusto. Los capirotes de Santa Coloma, los berrendos de Miura, con sus cencerros sonoros, como para que no oyeran otro ruido los negros toros que arropaban en la carreta. El campo llegaba hasta la Venta de Antequera, que es la puerta taurina de Sevilla, y aquí sale a recibirles la ciudad. Ya no son los toros del ganadero, ya son del público que se agolpa en los tapiales y los mira desde todos los ángulos. El ganadero se ha alejado; sus afanes, sus desvelos, terminaron en la Venta. Su preocupación por la lluvia, por la falta de piensos, por las epizootias, aquí se quedaron, porque aquí acabó la vida del toro. Ahora, ¡qué Dios nos dé suerte el día que se lidien! Todo esto lo piensa el ganadero, y disuelve la pena de apartarse de sus toros en una copa de vino, que es el agua de azahar de los hombres que tienen callo de garrocha. Es muy bonito ver entrar los toros, como es muy bonita la corrida. Pero todo lo de los toros, con ser muy bonito, tiene su reflejo triste, que, afortunadamente, no se ve.
 
GREGORIO CORROCHANO
"Cuando suena el clarín" (1961)

sábado, 30 de marzo de 2013

De cuajo va a caer la Catedral


"En la apacible noche resuenan cien trompetas
y la hueste morada
de los encapuchados irrumpe ya en la Plaza".

Las locas campanas atruenan el viento...
Después de la muerte de Cristo, el Sábado Santo llegó.
...Ya vienen andando hacia el Templo
las viejas piadosas y pardas...
Ya el Altar su velo morado rompió...

El órgano, el cura, el bajo, el sochantre...
gritan a porfia y ahuecan la voz.
...Suenan estentóreos Hosannas, Hosannas,
Gloria, Gloria, Pascua de Resurrección...

Las locas campanas atruenan el aire.
Después de la muerte de Cristo, el Sábado Santo llegó;
las rampas que escalan la torre briosa y esbelta
subamos a prisa... Ya zumba el Repique Mayor.


Las cuerdas se entrecruzan...: la torre es un bajel.
Suspendidos de ellas los campaneros suben
a besar las campanas en confuso tropel...

... Al paroxismo llega la barahúnda infernal...
Parece que de cuajo va a caer la Catedral...

Y... en el navío de piedra por locos tripulado
y a la campana gorda con fervor abrazado,
... se lanzó el campanero mayor hacia el abismo...
en un vértigo extraño de cruel misticismo...
Aaaaaaaeeé, aaaeeeé
¿...Volteó...?
Ya está aquí...
Nada fue...
De una muerte horrorosa le ha salvado su Fe...

FERNANDO VILLALÓN
Patio de los Naranjos, Sábado de Gloria


lunes, 25 de marzo de 2013

El Imperio Romano de Sevilla


¿Quién hará la recluta
de los armados de la Macarena?
Yo tuve una disputa
y no vale la pena
contar lo que pasó; pero es el caso
que callando los hechos, al fracaso
de nuestra historia ayudo.
¡No quiero que el cronista por mí se quede mudo!

¿Por qué son tan enanos
estos seudo-romanos?,
le pregunté a un hermano
que venía encapuchado y cirio en mano.
—No sé, no sé, me dijo,
mas no creo que lo sepa aquí ninguno,
galante, me predijo.
Y fui uno por uno
interrogando a la fila nazarena
sin que ni uno tan sólo
lograra darme una respuesta buena.


¿Y el suave contoneo
que usan en el paseo ... ?
Los soldados de Augusto,
según la Historia el verlos daba susto...
Luego el gentil meneo
de aquestos macarenos, no es copiado,
que nunca fue condición de aquel soldado
semejante pasito,
y menos debe serlo de un armado mocito
que se precie de tal.
Francamente, ese paso me parece muy mal...

Y he aquí la discusión
que sostuve en plena procesión.
Porque yo le decía
al que conmigo a voces discutía:
—Siempre tuve entendido
que un mozo se engalana y va lucido
llevando a Eva fija en su pensamiento.
Y si tal esperpento
un miércoles cualquiera
marcando el paso a la ventana fuera
de su novia, la risa
sería la premisa
de un rompimiento pronto...
No por armado... pero sí por tonto...

(FERNANDO VILLALÓN)


Los armados son hombres disfrazados de soldados romanos que acompañan a los pasos durante las procesiones de Semana Santa. En este poema, Fernando Villalón juega pícaramente con el sentido erótico de "armado".


"Los Armaos, con paso marcial al son del mejor redoble de tambor, son la Guardia de Honor del Señor de La Sentencia y anuncian con la vistosidad de su indumentaria, formando un inmenso mar de blancas plumas, la presentida llegada de su Madre. Mucho se ha hablado de la historia, mezclada con la leyenda y tantas veces manipulada hasta alejarla de la una y de la otra, de esta singular tropa romana de nuestros días, tan lejana de dichos y anécdotas que nada tienen que ver con su realidad actual, porque nuestros Armaos de hoy, son un abigarrado grupo de Hermanos macarenos con una heterogénea presencia de las más diversas profesiones y con una larga y curiosísima lista de espera para poder entrar a formar parte de la misma, que sorprendería por la diversidad, procedencia y edad de los que a ello aspiran". (Fernando María Cano-Romero Méndez, pregón de Semana Santa 2011).



[…] Tú, tus milagros callas (como el cristiano viejo sus virtudes),
ni reinas ni avasallas
con las esclavitudes,
de rica nueva en cursis actitudes.

Tu manto de matrona
el pueblo lo bordó con su cariño,
artistas tu corona;
de perlas y de armiño,
y de hilos de oro tu corpiño.

[…] Del Tato y del Gordito,
de Cúchares, Domínguez y Espartero.
De Ygnacio y Joselito
el capote torero
asomó por tu manto pinturero.

Tu cura dice misa
y se sienta a charlar con el barbero
en mangas de camisa.
Echa alpiste al jilguero
y se come tranquilo su puchero.

FERNANDO VILLALÓN
Oda a la Virgen de La Macarena


sábado, 23 de marzo de 2013

Bocadillos para cada orilla

La crisis ha llegado hasta el interior de los bocadillos

"Balcón de artistas; labró
tus encajes el orfebre
trianero, con la fiebre
del beso que te fundió.
 
Betis: sobre ti saltó
Sevilla. Triana: alfil
-que huarda el otro pretil
de la sierpe- tú, pecado
que en el regazo frutado
engendró el puente gentil".
 
(Fernando Villalón)


Hay ciudades rotas por un río y ni los puentes son capaces de unir ambas mitades. El Danubio, por ejemplo, a su paso por la capital de Hungría, fractura irremediablemente a Buda y a Pest. El Sena también impide el idilio total entre las dos riberas de París. En Madrid, superaron la ruptura gracias al marchitamiento del Manzanares. El verde Guadalquivir divide a Sevilla en dos orillas: la correcta y la incorrecta. Según dónde se haya nacido, la fortuna cae de un lado o de otro. Para los trianeros, la orilla correcta es la que tiene vistas hacia La Giralda. Para los macarenos, la que permite contemplar la torre de Santa Ana. Esta desunión se refleja hasta en los más mínimos detalles, incluso, en la elaboración de los bocadillos.
 
Sevilla desde la orilla correcta, según los trianeros

"Paréntesis de pan, de fiambre lleno...
Contenedor a veces de tortilla,
que asoma, delicada y amarilla,
de los crujientes panes en el seno.

De niño te quería de Nocilla,
emplasto avellanado, dulce cieno...
Ya mozo, te encontré mucho más bueno
relleno de sabrosa paletilla.

Contigo, bocadillo, compañero...
no habrá de darme el hambre malos ratos,
aún yendo siempre corto de dinero.

Contigo los consuelos son baratos,
y muchas veces casi te prefiero...
por no fregar yo solo tantos platos".
(Monsieur de Sans-Foy) 

En las calles aledañas a la Plaza Nueva y la Catedral, causan furor los montaditos de pringá y los "piripis". Los oriundos de esta orilla aseguran que la receta del "piripi" es sencillamente deliciosa: pan de baguette crujiente y calentito; queso y baicon, que aportan el sabor principal; lomo de cerdo, que lo dota de consistencia; rodajas de tomate natural para darle un punto de frescura y, finalmente, un toque de mayonesa con un sutil aroma a ajo.
 
El legendario "piripi"

En Triana sostienen que uno es aquello que come. ¿Y ellos que son? Capillitas por encima de todas las cosas, por eso sirven bocadillos cofrades. La Estrella lleva baicon, carne mechada y jamón serrano; la Esperanza, tortilla, queso y jamón de york; el Cachorro, cochinito, bacon y jamón serrano; La O, carne mechada, queso y jamón de york; y las Tres Caídas, carne mechada, queso y lomo adobado. En Triana, realizan estación de penitencia incluso jamando montaditos.



Bocatas cofrades en la Mari

jueves, 14 de marzo de 2013

La saeta


Quejidos en la noche... ¡Alaridos del alma...!
Saetas que ascendéis como incienso de fe
en las noches templadas del abril sevillano...
Decidme lo que sois, porque yo no lo sé...
¿Sois votos o sois quejas... ? ¿Sois llanto... ? ¿Sois canción... ?
¡Sois llagas que desgarran el propio corazón...!

[…] Ya suena la Saeta. El mozo postinero
en sus talones se alza... Ya se quitó el sombrero.
Con la mano en acción se dirige hacia Cristo.
¡En ninguna nación ni en ningún pueblo han visto
cara a cara a un muchacho hablarle así a su Dios...!

Le pide que le salve en la guerra del moro,
que no le olvide mientras la novia que aquí deja,
que al despedirse de ella se ha dejado enredado
los cachos de su alma al hierro de su reja...

(FERNANDO VILLALÓN)


¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!

(ANTONIO MACHADO)

Manolo Caracol le canta una saeta en Triana
(Foto encontrada en la web de Julio Domínguez Arjona)

miércoles, 6 de marzo de 2013

La silueta del jinete


"El sol quema. La campiña es toda calma.
Sobre una espiga dorada
come y chilla destemplada la cigarra.

Y en lo alto de la loma aparece cual fantasma
la silueta del jinete que conduce la manada
de los toros... Su garrocha fina y larga
en hierática postura sobre el hombro atravesada,
es la cruz de un nazareno caballista
en el aire dibujada...

Van sonando acompasados los cencerros,
de los bueyes blanquinegros
de astas largas; y los negros
toros fieros obedientes al guión
en pausada procesión...
El sol quema. La campiña es toda calma.
Sobre una espiga dorada
come y chilla destemplada la cigarra.


Ya la blanca polvareda
llena toda la vereda.
Ya se acercan. Ya se escuchan sus bramidos.
Entre cruces de garrochas conducidos
el cortejo de los toros va a llegar.
Los jinetes majestuosos vinen ya...

El sol quema. La campiña es toda calma.
Sobre una espiga dorada
come y chilla destemplada la cigarra".
 

"Mi caballo se ha cansado.
Mi caballo el marismeño,
que no le teme a los toros
ni a los jinetes de acero.
Por la madrugada,
música de esquila y espuelas,
garrochas cruzadas".




"Ya mis cabestros pasaron
por el puente de Triana,
seis toros negros en medio
y mi novia en la ventana.
¡
Puente de Triana
,
yo he visto un lucero muerto
que se lo llevaba el agua!"

 
(FERNANDO VILLLALÓN)


“Despacio, como planean las águilas seguras de sus presas. Despacio, virtud suprema del toreo. Despacio, como se apartan los toros en el campo. Despacio, como se doma un caballo. Despacio, como se besa y se quiere, como se canta y se bebe, como se reza y se ama. Despacio”.

(ÁLVARO DOMECQ Y DÍEZ)