Mostrando entradas con la etiqueta bandas sonoras. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta bandas sonoras. Mostrar todas las entradas

jueves, 21 de febrero de 2013

Cabalga lejos

"Dos de las cosas más bellas del mundo son un caballo galopando y una pareja bailando un vals".
(John Ford)

 
"Centauros del desierto" (John Ford, 1956) contiene, por supuesto, ambas imágenes. Reconozco que, a pesar de ser una apasionada del Cine del Oeste, cuando la vi por primera vez, no me gustó. No entendía por qué esa película coronaba todos los escalafones del género cuando el propio Ford era el director de westerns tan soberbios como "El hombre que mató a Liberty Valance" o "Pasión de los fuertes". ¿Qué tenía de extraordinario "Centauros del desierto"? Sólo lo comprendí cuando, para un trabajo de la Facultad, tuve que analizar la cinta fotograma a fotograma...; y entonces me enamoré de la cruzada de Ethan Edwards, el Ulises del Oeste.

 
Una canción country cantada a coro por The Sons of the Pionners -tema central de la película- resume la epopeya psicógica de Ethan (John Wayne), quien encarna la antítesis del personaje "bueno buenísimo" del western, como eran, por ejemplo, Wyatt Earp en "Pasión de los fuertes" o Ranse Stoddard en "El hombre que mató a Liberty Valance". Ethan es un héroe condenado a la soledad que busca sin la fe de hallar. No le mueve la sed de venganza, sino la necesidad de encontrar la paz.

“¿Qué hace a un hombre vagar?
¿Qué hace a un hombre errar?
¿Qué hace a un hombre dejar cama y mesa
y volver la espalda al hogar?
Cabalga lejos, cabalga lejos, cabalga lejos…”


 
La película comienza con una puerta que se abre ante un Monument Valley dolorosamente luminoso. Los altos contrastes lumínicos y cromáticos recuerdan un expresionismo a color; de esta manera, se contrapone el calor del hogar con la aridez del desierto. El aire, al igual que en el film “El viento” de Victor Sjöström (1928), no deja de soplar: despeina a los personajes, levanta la tierra seca y azota los oídos. Suenan entonces los compases del viejo vals sureño “Lorena”, símbolo del amor, la familia y el deseo de echar raíces en una tierra inhóspita.

Frederic Remington ("The Fall of the Cowboy", 1895)
“El paisaje atrapa y somete al hombre, borra el rastro de su paso y su fuerza y vigor surgen majestuosos e inmutables. Desierto, zonas rocosas, nieve, son las etapas del largo proceso de búsqueda en el que el paso del tiempo se presiente de manera constante […] Captado con toda su luminosidad, el paisaje se halla en todo momento surcado por las figuras vagabundas, cuya fugacidad testimonian las nubes cambiantes. […] Como los grandes dramaturgos, el espacio condiciona la acción” (Rafael Cherta Puig).

“Entre dos puertas, una que se abre y otra que se cierra, transcurre Centauros del Desierto, un hermoso título en español (para variar) que nada tiene que ver con el original The Searchers. Porque, en efecto, todo el filme es una gran búsqueda, materialmente, de dos mujeres raptadas por los indios comanches y, espiritualmente, de la paz, el amor y la comprensión” (Ramiro Cristóbal Múñoz).
La película, efectivamente, acaba con una puerta que se cierra y otro gran interrogante: ¿dónde puede hallar la paz un hombre sin destino como Ethan, condenado a vagar eternamente entre los vientos, sin patria ni esperanzas? ¿Es posible vivir sin una Ítaca?

Itaca (Konstantinos Kavafis)

Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca
pide que tu camino sea largo,
rico en experiencia, en conocimiento.
[….]
Ten siempre a Ítaca en la memoria.
Llegar allí es tu meta.
Más no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años;
y en tu vejez arribes a la isla
con cuanto hayas ganado en el camino,
sin esperar que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te regaló un hermoso viaje.
Sin ella el camino no hubieras emprendido.
Más ninguna otra cosa puede darte.
Aunque pobre la encuentres, no te engañará Ítaca.
Rico en saber y vida, como has vuelto,
comprendes ya qué significan las Ítacas.

Peregrino (Luis Cernuda)

¿Volver? Vuelva el que tenga,
tras largos años, tras un largo viaje,
cansancio del camino y la codicia
de su tierra, su casa, sus amigos,
del amor que al regreso fiel le espere.

Mas ¿tú? ¿volver? Regresar no piensas,
sino seguir libre adelante,
disponible por siempre, mozo o viejo,
sin hijo que te busque, como a Ulises,
sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.

Sigue, sigue adelante y no regreses,
fiel hasta el fin del camino y tu vida,
no eches de menos un destino más fácil,
tus pies sobre la tierra antes no hollada,
tus ojos frente a lo antes nunca visto.

Ilusos los Ulises (Ángel González)

Siempre, después de un viaje,
una mirada terca se aferra a lo que busca,
y es un hueco sombrío, una luz pavorosa
tan sólo lo que tocan los ojos del que vuelve.
Fidelidad, afán inútil.
¿Quién tuvo la arrogancia de intentarte?
Nadie ha sido capaz
-ni aún los que han muerto-
de destejer la trama de los días.
 

jueves, 25 de octubre de 2012

Lara: homenaje a la belleza


Si el otoño huele a castañas asadas, el invierno lleva grabado la melodía de Lara. Me refiero a la célebre banda sonora que Maurice Jarre compuso para la película "Doctor Zhivago" (David Lean, 1965).


En la creación de esta obra maestra estuvo presente, cómo no, el azar. Lo explicaba el propio Jarre en una interesante entrevista realizada en su apartamento de Londres en abril de 1984. Al principio, Lean se enamoró de una supuesta canción popular rusa, "una pieza realmente bonita", reconocía el francés. Sin embargo, cuando los responsables de MGM investigaron los derechos de autor de aquella melodía, descubrieron que no era una composición tradicional y que, por problemas legislativos, no podían utilizarla en la película. Cuando Jarre conoció está vicisitud, tuvo que empezar a componer algo completamente nuevo en un plazo de escasas semanas.


"Hasta ese momento, había estado relajado porque sabía que íbamos a usar la canción tradicional como tema principal. Al componer la nueva pieza, subconscientemente o no, traté de darle la vuelta a aquella melodía que había escuchado tantas veces con anterioridad para captar su sentido y expresión. Cada vez que le presentaba un nuevo tema a David, él lo rechazaba y decía que podía hacerlo mejor. Escribí cuatro canciones diferentes en ese tiempo, pero ninguna terminó de convencerle. En aquella época yo no sólo estaba deprimido, sino también muerto de miedo, porque el tiempo se agotaba... Entonces, un viernes, David me ordenó que parase el trabajo, que dejase de pensar en la película o en su banda sonora y que me fuera el fin de semana a la playa o a la montaña, con el fin de aclarar la mente y retomar la tarea el lunes. Le hice caso, lo que fue muy difícil a causa de la presión por los días que corrían. En cualquier caso, el lunes regresé e intenté escribir algo totalmente diferente, y compuse una especie de vals. Tras aquellos dos días con la mente en blanco, en una hora el lunes por la mañana, había creado el Tema de Lara, que era absolutamente opuesto a la melodía original".



La composición de Jarre, la interpretación de la bellísima Julie Christie, la iluminación de Lean y, por supuesto, el personaje de Lara ideado por Pasternak, forjan una de las creaciones más mágicas, hipnóticas y sublimes de la Historia del Cine. ¿Qué representa Lara? La fuerza, la vitalidad, la salud, el espíritu de supervivencia, el amor y la luz en mitad del caos, la guerra, la muerte, el hambre, la incertidumbre y la desesperanza. Cerca de Lara, ya sea en el frente o en un palacio de hielo, siempre hay un jarrón con flores amarillas, girasoles o narcisos, que se marchitan cada vez ella parte.


Muy pocos personajes femeninos, en la literatura o en el cine, han sido tan arrebatadores como Lara Antipova. La composición de Jarre conmueve tanto como ella misma.


"Al día siguiente vio a Antipova. La encontró en el cuarto de plancha. Tenía delante un montón de ropa y planchaba. […] Las ventanas que daban al jardín estaban abiertas. El cuarto se había llenado con el perfume de las flores de tilo, el amargo aroma del comino seco, como en los parques de otros tiempos, y el ligero vaho de las dos planchas, con las cuales Larisa Fiodorovna planchaba alternativamente, poniendo una u otra a calentar sobre el hornillo".
Fuera del cine y los libros, existió una auténtica Lara...:
fue el gran amor imposible de Pasternak.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Moon River

"Desayuno con diamantes" (Blake Edwards, 1961) es una película ramplona con una música tan maravillosa que resiste y mejora con el paso de los años. No en vano, Henry Mancini se llevo los "óscars" a la mejor banda sonora y a la mejor canción por "Moon River", cuya letra, de Johny Merced, fue escrita expresamente para Audrey Hepburn, que no tenía nociones de canto -su voz de grillo era inversamente proporcional a su encanto-. No en vano, la escena de Holly cantando en el alfeizar de la ventana casi fue eliminada, aunque en el último momento, y gracias al empeño de la actriz, se mantuvo. Curiosamente, se convirtió en un éxito y hasta la fecha ha sido versionada por múltiples cantantes como Frank Sinatra, Andy Williams o Louis Armstrong.


Lo mejor que se ha escrito sobre "Moon river" lleva la firma del inigualable José Luis Alvite en un artículo titulado "Hidra de luz":

"Puede que lo mío por Henry Mancini sea algo más que devoción y que si me gustan sus partituras y sus arreglos sea tal vez porque me producen un placer sencillo, casi elemental, que me permite percibir cierta sofisticación en las circunstancias menos propicias. Sin ser un músico capaz de sustraerte de la realidad, en cambio es uno de los mejores para hacértela más llevadera, hasta el punto de que no hay un martini que no mejore su sabor si en el momento de probarlo suena la melodía que nos recuerda la secuencia de «Charada» en la que el «bateau mouche» se desliza por el Sena como un témpano de flúor, como una hidra de luz. Cualquier conversación resulta más interesante si suena de fondo una de esas melodías de Mancini en las que a mí me parece que, a pesar del frío de la calle y de la lluvia en la ventana, siempre hace buen tiempo. Con el trasfondo de su piano parafraseando lo más agradable de la vida cotidiana, he conseguido a veces parecerle a mis parejas más inteligente de lo que soy. Puede que la suya sea eso que los intelectuales desprecian por considerarla «música de ascensor», pero a mí eso me trae sin cuidado. Yo no administro las emociones en función de su densidad académica, ni me planteo siquiera que Mancini pueda haber compuesto algunas de sus mejores partituras transcribiendo en un pentagrama el ruido de la cubertería del casino de Montecarlo al extenderla sin criterio sobre el teclado del piano.

Me basta con haberme dado cuenta de que si la Audrey Hepburn de «Desayuno con diamantes» resulta hermosa mientras canta «Moon river» en la escena del alfeizar de su ventana es porque su rostro es hermoso aunque se haya maquillado con el agua del lavabo y también porque con la partitura de Henry Mancini cualquier mujer resulta diez años más joven y cinco quilos más delgada. Algo tendrá esa canción, en apariencia tan sencilla, para que haya perdurado como una de las memorables del cine. Aunque estas cosas son siempre opinables, resulta evidente que sin la melodía de Mancini a su favor, ni la belleza de Audrey nos parecería de verdad indiscutible, ni «Desayuno con diamantes» habría superado con tanta dignidad los inevitables estragos del tiempo. Hubo y hay actrices más hermosas que ella, y también las hay que resultan profesionales más brillantes, con la diferencia de que así como uno puede recordar la belleza casi dogmática del rostro de Ava Gardner, gracias al delicioso Henry Mancini podremos estar de acuerdo en que la de Audrey Hepburn es una cara que recordaremos no sólo por sus facciones limpias, por sus gestos tan aseados, casi farmacéuticos, sino, y sobre todo, porque aunque cometiésemos el pecado de olvidar su nombre, podríamos tararear su rostro".


"Moon River, wider than a mile,
I'm crossing you in style some day.
Oh, dream maker, you heart breaker,
wherever you're going I'm going your way.
Two drifters off to see the world.
There's such a lot of world to see.
We're after the same rainbow's end
waiting 'round the bend,
my huckleberry friend,
Moon River and me".


"Me casaría con usted si tuviera dinero, por eso es una suerte que ninguno de los dos seamos ricos", decía una pragmática Hepburn al incauto George Peppard. En la película, ni ella era prostituta de lujo (el personaje se convirtió en una chica alocada que pedía 50 dólares para ir al tocador), ni él un gigoló. Así se resolvió la versión light de la novela de Capote para no contravenir la moral puritana de la época. Peppard era como esos buenos toreros que nunca entraban en los carteles y eran maltratados sistemáticamente por los empresarios. Actuaba bien, tenía clase y, después de Paul Newman, era el hombre más guapo de Hollywood. Sólo protagonizó dos pelis de éxito -"Desayuno con diamantes" y "Con él llegó el escándalo", además de la serie "El equipo A"- y murió, siendo prácticamente un desconocido, a los 65 años de un cáncer de pulmón. Un café con Peppard sí que era un desayuno con diamantes ante un escaparate de ojos azules.