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lunes, 24 de abril de 2017

The pain and the bull. El dolor y el toro


"The pain and the bull" ("El dolor y el toro") me decía, excitado, un fotógrafo inglés mientras señalaba con el dedo índice en la pantalla de su cámara de fotos una instantánea de Curro Díaz, destrozado y herido, sentado en el estribo de la plaza de toros de Zaragoza, con sus banderilleros, perfectamente formados, las manos muertas y los capotes anclados en la arena, aguardando a una distancia prudencial, mientras que un toro negro de Luis Algarra, con una estocada en todo lo alto, andaba, sin dar la batalla por perdida, con las moscas ya rondando la sangre que brotaba de la cruz, hacia el centro del ruedo. El extranjero agarró las gafas que llevaba sobre la cabeza y se las colocó para enfocar mejor la imagen, que ya imaginaba virada al blanco y negro. Emitió un sonido parecido a un "Woah!". Me contó, en inglés, porque de español no sabía ni palabra, que era londinense y que su último trabajo había consistido en un libro de fotos sobre el ballet Bolshoi, pero que ahora andaba trabajando en uno de toros, porque era algo "fascinating". Llevaba dos cámaras Nikon colgadas del cuello y varias tarjetas de memoria guardadas en el bolsillo que iba atiborrando toro a toro. "The pain and the bull". El dolor del hombre y la bravura del animal. Del Bolshoi ruso a la corrida de toros.


Lástima que el término "torería" no tenga traducción al inglés, porque la faena de Curro Díaz fue un tributo a la clase y la improvisación. Ante un cuarto noble de Algarra, que en otras telas habría resultado soso, inventó un bello y ajustado trasteo por ambas manos. No sólo toreó bien, sino además bonito. Y a esa estética puso el colofón de una estocada de matar o morir, yendo el cuerpo tras la espada, en perfecta línea recta, hasta ser prendido por el pitón, que destrozó la parte posterior de la casaquilla azul y le infligió al torero una cornada de 15 centímetros en el muslo derecho. En el Bolshoi no suceden estas cosas.


Con razón el humanista fotógrafo inglés -conmocionando por el dolor del hombre y no por el "sufrimiento" del toro-, acostumbrado al sosiego del ballet, no daba crédito al ver un espectáculo tan descarnado y doloroso, tan emocionante y tan épico y, a la vez, tan majestuoso como el protagonizado por el torero de Linares quien, arrastrando la pierna, con la mandíbula contraída, dio la vuelta al ruedo enseñando a los tendidos aquellas dos orejas que le habían concedido como merecido premio la festividad de San Jorge en Zaragoza.

Ya escribió Camus que España, sin tradiciones, no sería más que un bello desierto; tradiciones como la tauromaquia, que fascina a muchos de fuera, y que algunos de dentro, miserablemente, pretenden prohibir.

domingo, 12 de marzo de 2017

Bienvenidos los valientes

Bienvenidos los valientes que regresan, bajo la misma luz del levante que lamió su sangre y sus heridas. De Alicante a Valencia, casi un año, Mediterráneo de ida y vuelta. Enorme el mérito de Manuel Escribano que vuelve a comerse con los ojos una plaza de toros.


De justicia el brindis de su compañero Curro Díaz con Juan José Padilla como testigo. Y éste último bien sabe de qué va el juego. Él también reapareció de donde la mayoría no regresa. La tragedia volvió a rozarle en  Fallas. Espeluznante la cogida del cuarto toro, un nudo en la garganta, una bocanada de aire que ni salía ni entraba, con el hombre como un trapo, casi cosido el cuerpo a los pitones del Fuente Ymbro. El recuerdo de otros toreros prendidos por la espalda de la chaquetilla y elevados al cielo para siempre. Un torniquete con el corbatín y los pulmones que volvían a llenarse. El alivio. Padilla, una vez más, volvió a vivir.


Y de la tragedia al torero excelso de Curro Díaz en apenas unos minutos, en un golpe de viento a las banderas valencianas. Los remates por bajo, especialmente las trincherillas, tan de Curro; los cambios de mano, el desmayo y el temple. Una transición así, del horror a la belleza, sólo está en la mano de algunos toreros. La emoción incontenible. No existe un espectáculo comparable a una tarde de toros.

Fotos: Arjona

Las Fallas continúan, ojalá que con mejor ganado pues, tras los mansos de Alcurrucén, en este domingo, sólo fallaron los toros. Corrida de Fuente Ymbro descastada y mansa, de ejemplares bien presentados, astifinos, con peso y trapío idóneos, pero que no aguantaban cuatro muletazos ligados. Y menos si esos muletazos llevaban dentro todo el oro de Linares.

lunes, 17 de octubre de 2016

Y su sangre ya viene cantando

"Y su sangre ya viene cantando: 
cantando por marismas y praderas, 
resbalando por cuernos ateridos 
vacilando sin alma por la niebla"

(Federico García Lorca)

Foto de Laure Crespy

Se terminó el hilo de la temporada taurina; una temporada que, como una madeja con demasiados nudos, no resultó continua, sino cortada por la mitad, dejando en uno de los cabos, el tremendo desorden de la muerte.

Comenzaron a tejerse las corridas allá por el mes de febrero, con la feliz noticia de una resurrección. David Mora y Jiménez Fortes volvían a vestirse de luces en Vistalegre, retomando una vieja senda: la de los hombres que deben seguir su destino hasta las últimas consecuencias. No satisfecho con este renacer, en San Isidro, hiló Mora otra historia épica, además de unas trincherillas que ni el implacable viento de Las Ventas ha sido capaz de llevarse. Este capítulo, cuyo prólogo fue un emocionante brindis al doctor García Padrós, también contó con la aparición de un excelente Alcurrucén, de nombre "Malagueño"; pero no fue el único toro de bandera al principio de este embrollo que llamamos temporada: inolvidables "Cobradiezmos" de Victorino Martín, indultado por Manuel Escribano en La Maestranza, o el fiero "Camarín", de Baltasar Iban, al que Alberto Aguilar trasteó un inicio de faena de torero que se viste por los pies. Y de las mieles, al abismo necesario, con aquella corrida de Saltillo que llevaba la muerte en la imaginación, a la que tres matadores valientes, junto a sus cuadrillas, le hicieron frente en las postrimerías de mayo. 

Foto de Juan Pelegrín

De la primavera al verano, y cuando Pamplona ardía en mitad del jolgorio de San Fermín, apareció, sin avisar, como de costumbre, la muerte. La tarde del 9 de julio, un pitón atravesó el pecho de Víctor Barrio, trastocándolo todo. La parca se llevó por delante las resurrecciones de invierno y los triunfos primaverales, el brillo y la alegría cosidos a esta vieja fiesta. Un ataud portado por toreros descendió las calles empedradas de Sepúlveda, los crespones negros comenzaron a brotar en las chaquetillas, y nada volvió a ser como antes. El 10 de julio, horas después del fallecimiento de Víctor Barrio, a la hora del paseíllo, en Pamplona sonó un desasogante silencio poco antes de que, sin tregua, una inmensa corrida de Pedraza de Yeltes saliera de los chiqueros de La Misericordia. Se lloró entonces en el ruedo y en los tendidos, no sólo por el héroe muerto, sino por todos sus compañeros que tenían que continuar la temporada con la muerte a cuestas. El traje de luces jamás pesó tanto. 

Foto de André Viard

El sol no volvió a brillar hasta el descorche de agosto, en Azpeitia, donde, a orillas del Urola, Curro Díaz trenzó una faena de oro a un toro de Pedraza llamado "Sombreto". Porque el de Linares, testigo silente de la cornada de Víctor Barrio, está tocado por la varita, y ni la muerte ha podido apagar su toreo este año. Él y Talavante han dispendiado personalidad, gusto y clase, con toro y sin él. Y aunque Manzanares se llevó merecidamente la Puerta Grande en Madrid por una bellísima faena, la genialidad, por el momento, está reservada para Curro y Alejandro, un mano a mano que revolucionaría cualquier plaza el próximo año.

Soberbia también la temporada de Juan Bautista, amo absoluto de los anfiteatros romanos de Arles y Nîmes, donde estuvo majestuoso; apabullante Roca Rey, que ha pagado muy caro su valor, pero a quien su determinación lo hará figura; y algún nombre más, que se pierde en la maraña de tantas tardes de toros.


En estos días de mediados de octumbre, ha ido terminando la temporada, apagándose lentamente, desatando sus últimos nudos, en Zaragoza, en Jaén, en Madrid. Igual que cada año, los toreros y las cuadrillas -los afortunados- festejan el seguir vivos. Se suceden las celebraciones, las cenas, los brindis, los bailes; un epílogo feliz y amargo, a veces excesivo, a veces socavado por un silencio. Porque, aunque ya nadie desea volver a ver la sangre derramada en la arena, ésta surge, como un relámpago, en mitad de la despedida. Ciertas tardes de verano seguirán quemando varios inviernos.

martes, 2 de agosto de 2016

Hilo de seda

Con hilo de seda, Curro Díaz bordó el toreo en una faena de las que quedan grabadas en la memoria bajo luz de oro; la luz de las tardes de Azpeitia cuando el sol despunta sobre el valle del Urola. Muñecas de goma para ligar, sin transición, el natural con el de pecho; la muleta hasta la hombrera contraria, en un movimiento eterno, excelso, pura clase de toreo macizo.

Los adornos y remates fueron bordados con las yemas de los dedos, las trincherillas y trincheras, un cambio de mano,  tan de Curro, tan sutiles, tan naturales, tan llenos. El desmayo en el corazón de Guipúzcoa, en una de las cumbres toristas.

Un toro de Pedraza de Yeltes, llamado "Sombreto", colorado, alto, huesudo y algo silleto, en el tipo de Aldeanueva, fue el que se encontró con la aguja fina de Curro. Toro también de clase, que embestía humillado ante la muleta poderosa del de Linares. Toro y torero habrían merecido coronar aquel recital con una estocada impecable, como las que suele propinar Curro Díaz, pero el fallo con los aceros desembocó en rendida vuelta al ruedo para el matador y ovación en el arrastre para Sombreto.

Curro Díaz necesitaba que creyeran en él y Joxin Iriarte, presidente de la Comisión Taurina de Azpeitia, lo hizo este invierno. Después vino la Puerta Grande de Madrid, la vuelta a las ferias y a la memoria del aficionado, que seguía esperándole. En agradecimiento, el de Linares vino a Guipúzcoa con una faena de hilo de seda. Imborrable.

domingo, 3 de mayo de 2015

Movimiento de Aficionados Indignados (M.A.I.)


Ahora que está tan de moda soliviantarse y salen encolerizados hasta de debajo de las piedras, propongo crear un movimiento de indignados por la ausencia de toreros como Curro Díaz y Sergio Aguilar en las ferias. Resulta desesperante la cantidad de morralla que nos tragamos a lo largo de la bendita temporada mientras dos matadores como los anteriormente citados, con su clase y pureza, están esperando en casa a que suene el teléfono. Estos son los números: Curro Díaz hizo el paseíllo en trece ocasiones el año pasado; Sergio Aguilar, una. ¡Tiene bemoles el asunto!


Y los pobres tienen tan mala estrella que, cuando por fin los anuncian en Las Ventas, les sale una corrida mala que, a perro flaco, todo son pulgas. De cualquier manera, tanto Curro como Sergio, estuvieron por encima de sus descastados Carriquiris, firmando algunos muletazos sueltos de auténtica categoría, como un natural de Curro Díaz al cuarto. Ambos saludaron dos cariñosas ovaciones que, con toda justicia, les brindó el público de Madrid. Sin embargo, de poco les va a servir, pues la empresa no ha tenido a bien acartelarlos durante San Isidro. Parias en los despachos y olvidados de las grandes ferias, van desgranando su exquisito toreo de higos a brevas, cuando les dan la oportunidad de vestirse de luces. Sergio Aguilar ha venido a Las Ventas sin apoderado... ¡clama al cielo!


En cambio, un tal Leonardo San Sebastián ha confirmado alternativa este 3 de mayo, sin tener otro mérito que ser hijo de uno de los presidentes de la plaza, Justo Polo. El capricho de colgar una foto en su salón haciendo el paseíllo en Las Ventas le ha salido caro: una cornada en el muslo derecho. 


¡Aficionados, indignaos! ¡Por más ferias con Curro Díaz y Sergio Aguilar! ¡Basta ya de morralla, Matilla´s boys e intercambios de cromos!

lunes, 13 de mayo de 2013

Ay, trece de mayo, cuando me encontré contigo


La tarde de toros en Las Ventas, otra ruina (ya van tres). Pero estaba Curro Díaz, al que entran ganas de cantarle: "ay, trece, trece de mayo, cuando me encontré contigo". Bendita sea la mare, la mare que te ha parío, tan bien vestío, de rosa y oro. Incluso los Palmosillos y las banderillas del Fandi ganan ante su presencia. Desde luego, con una corrida como la de este lunes, se agradece que suene un clarín de olvido...


Un poema de Rafael de León titulado "¡Así te quiero!", y dedicado a Concha Piquer en 1941, fue el origen de la canción "Trece de mayo", musicada por Juan Solano. La copla adelantó el almanaque dos meses (en el soneto, la acción transcurre un trece de julio), pero incrementó, si cabe, la intensidad de la letra del sevillano.

El día trece de julio
yo me tropecé contigo.

Las campanas de mi frente,
amargas de bronce antiguo,
dieron al viento tu nombre
en repique de delirio.
Mi corazón de madera
muerto de flor y de nidos,
floreció en un verde nuevo
de naranjos y de gritos,
y por mi sangre corrió
un toro de escalofrío,
que me dejó traspasado
en la plaza del suspiro.

¡Ay trece, trece de julio,
cuando me encontré contigo!


El 13 de mayo, además de la corrida Palmosilla en Las Ventas, es el día de la portuguesa Virgen de Fátima. En esa fecha del año 1917, la Virgen María se apareció por primera vez ante una terna de pastorcitos: Francisco, Lucía y Jacinta. Tuvo lugar entonces el siguiente diálogo:
- ¿De dónde es su merced? -preguntaron los niños.
- Mi patria es el cielo.
- ¿Y qué desea de nosotros?
- Vengo a pedirles que vengan el 13 de cada mes a esta hora. En octubre les diré quién soy y qué es lo que quiero...

Ay trece, trece de mayo
cuando me encontré contigo.
Ay, tus ojos de manzana
y tus labios de cuchillo
y las nueve, nueve letras
de tu nombre sobre el mío
que borraron diferencias
De linaje y apellido.


Apuesto a que la Virgen de Fátima, en su aparición de octubre,
no pidió una corrida de la Palmosilla


Trece de mayo: momento de escalofrío