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viernes, 6 de marzo de 2015

Hotel, dulce hotel


Me dijo que le gustaba vivir en los hoteles de categoría intermedia. Amaba, con perverso e inalterable amor de hombre solo, la moqueta beige de los corredores, las puertas cerradas, la sucesiva exageración de los números de las habitaciones, los ascensores casi nunca compartidos con nadie en los que sin embargo hallaba señales de huéspedes tan desconocidos y solos como él, quemaduras de cigarrillos en el suelo, arañazos o iniciales en el aluminio de la puerta automática, ese olor del aire fatigado por la respiración de gente invisible. Solía regresar del trabajo y de las copas nocturnas cuando ya estaba muy próximo el amanecer, incluso en pleno día, si la noche, como a veces sucede, se prolongaba irrazonablemente más allá de sí misma: me dijo que le gustaba sobre todo esa hora extraña de la mañana en que le parecía ser el único habitante de los corredores y del hotel entero, el rumor de las aspiradoras tras las puertas entornadas, la soledad, siempre, la sensación como de propietario despojado que lo enaltecía cuando a las nueve de la mañana caminaba hacia su habitación volteando la pesada llave, palpando su lastre en el bolsillo como una culata de revólver. En un hotel, me dijo, nadie lo engañaba a uno, ni siquiera uno mismo tiene coartada alguna para engañarse acerca de su vida.

Antonio Muñoz Molina (fragmento de "El invierno en Lisboa")


Escucha Escucha Escucha
la voz de los hoteles, de los cuartos aún sin arreglar,
los diálogos en los oscuros pasillos que adorna
una raída alfombra escarlata
por donde se apresuran los sirvientes que salen
al amanecer como espantados murciélagos.
Escucha Escucha Escucha
los murmullos en la escalera;
las voces que  vienen de la cocina,
donde se fragua un
agrio olor a comida que muy pronto
estará en todas partes, el ronroneo de los            
ascensores.
Escucha Escucha Escucha
a la hermosa inquilina del «204», que
despereza sus miembros y se queja y
ectiende su viuda desnudez sobre la cama.
De su cuerpo sale un vaho tibio de campo
recién llovido.
¡Ay qué tránsito el de sus noches tremolantes
como las banderas en los estadios!
Escucha Escucha Escucha
el agua que gotea en los lavatorios, en las
gradas que invade un resbaloso y
maloliente verdín. Nada hay sino una
sombra, una tibia y espesa sombra que   
todo lo cubre.
Sobre esas losas —cuando el mediodía siembre
de monedas el mugriento piso—
su cuerpo inmenso y blanco sabrá
moverse, dócil para las lides del tálamo y
conocedor de los más variados caminos.
El agua lavará la impureza y renovará las
fuentes del deseo.
Escucha Escucha Escucha
a la incansable viajera, ella abre las ventanas
y aspira el aire que viene de la calle.
Un  desocupado la silba desde la acera del frente
y ella estremece sus flancos en respuesta
al incógnito llamado. 

(Álvaro Mutis)

jueves, 18 de septiembre de 2014

La ventana abierta


La ciudad duerme o despierta. Es lo mismo. La ciudad está desierta o no notamos otra presencia que la de nuestros pasos que ni van ni vuelven. Todo es oscuridad en torno. Hasta el sol. Si alguien nos llamara no le oiríamos .Si llamáramos a alguien no nos oiría tampoco. Estamos tumultuariamente rodeados de nuestra terrible soledad. No sabrías, alma mía patética, poblar esta desesperada patria sin nadie.
 
No importa la ciudad. No importa la casa. Pero de pronto, allá junto al tejado, vemos una ventanita entreabierta. ¿Quién, cuándo, cómo, para qué han entreabierto esa ventanita? ¿Se asfixiaba un alma? ¿Acaba de asomar por ella un brazo desnudo diciendo adiós? ¿Qué ocurre dentro? ¿Muere o nace alguien en ese instante? ¿Contemplan dos enamorados el techo de su alcoba? ¿Cuenta sus monedas un avaro? ¿Estudia un hombre? ¿Lavan unas manos tiernas, vulgares, una ropa triste?

 
[...] ¿Por qué, a qué, abrió alguien esa ventanita más hermética ahora que cerrada? ¿Qué está ocurriendo que no se nos ocurre? La ciudad, la calle, la casa, la geografía entera importan poco. Sólo nos araña los ojos esa ventanita entreabierta al universo mundo. Nos hemos detenido. Contemplamos con una, como trágica curiosidad, esa herida en la noche, en la mañana, al atardecer o cuando los gallos cantan a la dudosa luz.
 

No sabemos proseguir nuestro paseo. Algo nos clava allí, sobre la piedra. Como si algo nos estuviera ocurriendo a nosotros mismos. Nada nos movería a asombro. Nada. Ni que apareciera uno mismo asomándose a la ventana. Porque, ¿es de verdad uno el que está en la calle?
 
Algo nos pesa y duele en el corazón. Nos estamos olvidando de nosotros. ¿Estaremos arriba, en esa habitación desconocida llorando o riendo, amando, naciendo,muriendo? ¿Hemos abierto nosotros la ventanita? [...] No importa la ciudad. Ni la casa. Importa sólo esa ventanita que permanece a un día o a una noche cualquiera.
(César González-Ruano)

 
Escucha Escucha Escucha
la voz de los hoteles,
de los cuartos aún sin arreglar,
los diálogos en los oscuros pasillos que adorna una raída alfombra escarlata,
por donde se apresuran los sirvientes que salen al amanecer como espantados murciélagos

Escucha Escucha Escucha
los murmullos en la escalera; las voces que vienen de la cocina,
donde se fragua un agrio olor a comida, que muy pronto estará en todas partes,
el ronroneo de los ascensores

Escucha Escucha Escucha
a la hermosa inquilina del "204" que despereza sus miembros
y se queja y extiende su viuda desnudez sobre la cama. De su cuerpo
sale un vaho tibio de campo recién llovido.
 

[…] Escucha Escucha Escucha
la incansable viajera, ella abre las ventanas y aspira el aire que viene de la calle. Un desocupado
la silba desde la acera del frente y ella estremece sus flancos en respuesta al incógnito llamado.
 
(Álvaro Mutis)
 

lunes, 23 de septiembre de 2013

Por lo que serás en el desorden de la muerte

Por el recuerdo de esa breve felicidad ya olvidada
y que fuera alimento de tantos años sin nombre.
Por tu voz de ronca madreperla.
Por tus noches por las que pasa la vida
en un galope de sangre y sueño
Por lo que eres ahora para mí.
Por lo que serás en el desorden de la muerte.
Por eso te guardo a mi lado
como la sombra de una ilusoria esperanza.
 

Para Álvaro Mutis, el otoño era la estación preferida de los conversos: "Detrás del cobrizo manto de las hojas, bajo el oro que comienzan a taladrar invisibles gusanos, mensajeros del invierno y el olvido, es más fácil sobrevivir a las nuevas obligaciones que agobian a los recién llegados a una fresca teología. Hay que desconfiar de la serenidad con que estas hojas esperan su inevitable caída, su vocación de polvo y nada. Ellas pueden permanecer aún unos instantes para testimoniar la inconmovible condición del tiempo; la derrota final de los más altos destinos de verdura y sazón".
 
 
El creador de Maqroll el Gaviero nos dejó a las puertas del otoño. Estaba escrito como un presagio inexorable.  Recuerdo cuando mi padre llegó a casa una mañana de verano y colocó encima de la mesa un libro de Mutis para que lo leyera durante las vacaciones. Yo aún iba al colegio y, desde entonces, Maqroll se convirtió en un leal y errante compañero de viaje.
 
Que te acoja la muerte
con todos tus sueños intactos.
Al retorno de una furiosa adolescencia,
al comienzo de las vacaciones que nunca te dieron,
te distinguirá la muerte con su primer aviso.
Te abrirá los ojos a sus grandes aguas,
te iniciará en su constante brisa de otro mundo.
La muerte se confundirá con tus sueños
y en ellos reconocerá los signos
que antaño fuera dejando,
como un cazador que a su regreso
reconoce sus marcas en la brecha.
 
 
Quizás porque se crió en una finca cafetera de Tolima -que en apache significa "nube"-, tan fértil como el imaginario Macondo, los poemas de Mutis huelen a tierra recién mojada.


Esta noche ha vuelto la lluvia sobre los cafetales.
Sobre las hojas de plátano,
sobre las altas ramas de los cámbulos,
ha vuelto a llover esta noche un agua persistente y vastísima
que crece las acequias y comienza a henchir los ríos
que gimen con su nocturna carga de lodos vegetales.
La lluvia sobre el zinc de los tejados
canta su presencia y me aleja del sueño
hasta dejarme en un crecer de las aguas sin sosiego,
en la noche fresquísima que chorrea
por entre la bóveda de los cafetos
y escurre por el enfermo tronco de los balsos gigantes.
Ahora, de repente, en mitad de la noche
ha regresado la lluvia sobre los cafetales
y entre el vocerío vegetal de las aguas
me llega la intacta materia de otros días
salvada del ajeno trabajo de los años.
 

El espíritu de Mutis, que ha muerto con 90 años en México D.F., lejos de los húmedos cañeros colombianos de su infancia, se resumía en la siguiente máxima: "A mayor lucidez, mayor desesperanza y, a mayor desesperanza, mayor posibilidad de ser lúcido". Por ello, cada poema suyo era como un lento naufragio en un océano denso. Si hubo batallas en la playa, desde luego, jamás las ganamos. "El hombre nada sabe de estos callados combates".
 
Vine a llamarte
a los acantilados.
Lancé tu nombre
y sólo el mar me respondió
desde la leche instantánea
y voraz de sus espumas.
Por el desorden recurrente
de las aguas cruza tu nombre
como un pez que se debate y huye
hacia la vasta lejanía.
Hacia un horizonte
de menta y sombra,
viaja tu nombre
rodando por el mar del verano.
Con la noche que llega
regresan la soledad y su cortejo
de sueños funerales.


Todos tuvimos el deseo de llamarte hoy, en esta grieta matinal que fue la noticia de tu muerte, Mutis, pero tú ya no respondiste desde el umbral del otoño. Sólo escuchamos el eco de la desesperanza y, tal vez, muy a lo lejos, el rugido de un mar morado, ciego y desordenado. Descanse en paz, marino con vocación de penumbra.
 
 
Si oyes correr el agua en las acequias,
su manso sueño pasar entre penumbras y musgos,
con el apagado sonido de algo
que tiende a demorarse en la sombra vegetal.
Si tienes suerte y preservas ese instante
con el temblor de los helechos que no cesa,
con el atónito limo que se debate
en el cauce inmutable y siempre en viaje.
Si tienes la paciencia del guijarro,
su voz callada, su gris acento sin aristas,
y aguardas hasta que la luz haga su entrada,
es bueno que sepas que allí van a llamarte
con un nombre nunca antes pronunciado.
Toda la ardua armonía del mundo
es probable que entonces te sea revelada,
pero sólo por esta vez.
¿Sabrás, acaso, descifrarla en el rumor del agua
que se evade sin remedio y para siempre?

lunes, 22 de julio de 2013

Un nacimiento oscuro, sin orillas, nace en la noche de verano

"Los días del verano dormían a tu sombra..." (José Luis Borges)


Hay un pintor que lleva el verano tatuado en su paleta: Edward Hopper. La placidez de las noches estivales, con ventanales abiertos a la gran ciudad y cortinas que bailan tímidamente, los porches durante la madrugada, el sol de la mañana bañando las pieles blancas, vestidos que se ciñen a las sinuosidades de la carne, el olor a mar..., todo está en Hopper.


"En algún sitio del verano estamos juntos
acechando con labios que la sed ha invadido".

(Pablo Neruda)

"Pulsas, palpas el cuerpo de la noche,
verano que te bañas en los ríos,
soplo en el que se ahogan las estrellas,
aliento de una boca,
de unos labios de tierra.

Tierra de labios, boca
donde un infierno agónico jadea,
labios en donde el cielo llueve
y el agua canta y nacen paraísos.

Se incendia el árbol de la noche
y sus astillas son estrellas,
son pupilas, son pájaros.
Fluyen ríos sonámbulos.
Lenguas de sal incandescente
contra una playa oscura.

Todo respira, vive, fluye:
la luz en su temblor,
el ojo en el espacio,
el corazón en su latido,
la noche en su infinito.

Un nacimiento oscuro, sin orillas,
nace en la noche de verano,
en tu pupila nace todo el cielo".
(Octavio Paz)
 
"Hacia un horizonte
de menta y sombra,
viaja tu nombre
rodando por el mar del verano".


(Álvaro Mutis)


“Viento que la derriba en ola sin espuma
y sustancia sin peso, y fuegos inclinados.
Se rompe y se sumerge su volumen de besos
combatido en la puerta del viento del verano”.
(Pablo Neruda)

jueves, 6 de junio de 2013

Caravanas en camino

 
"Lo que cuenta no es el destino, sino el camino que se recorre..."

 
"Somos señores de los campos, de los sembrados, de las selvas, de los montes, de las fuentes y de los ríos. Los montes nos ofrecen leña de balde; los árboles, frutas; las viñas, uvas; las huertas, hortaliza; las fuentes, agua; los ríos, peces, y los vedados, caza; sombra, las peñas; aire fresco, las quiebras; y casas, las cuevas. Para nosotros las inclemencias del cielo son oreos, refrigerio las nieves, baños la lluvia, músicas los truenos y hachas los relámpagos. Para nosotros son los duros terreros colchones de blandas plumas: el cuero curtido de nuestros cuerpos nos sirve de arnés impenetrable que nos defiende; a nuestra ligereza no la impiden grillos, ni la detienen barrancos, ni la contrastan paredes; a nuestro ánimo no le tuercen cordeles, ni le menoscaban garruchas, ni le ahogan tocas, ni le doman potros" (Miguel de Cervantes, fragmento de La Gitanilla).
 
 
"La tribu profética, de pupilas ardientes
Ayer se ha puesto en marcha, cargando sus pequeños
Sobre sus espaldas, o entregando a sus fieros apetitos
El tesoro siempre listo de sus senos pendientes.

Los hombres van a pie bajo sus armas lucientes
A lo largo de los carromatos, donde los suyos se acurrucan,
Paseando por el cielo sus ojos apesadumbrados
Por el nostálgico pesar de las quimeras ausentes.

Desde el fondo de su reducto arenoso, el grillo,
Mirándolos pasar, redobla su canción;
Cibeles, que los ama, aumenta sus verdores,

Hace brotar el manantial y florecer el desierto
Ante estos viajeros, para los que está abierto
El imperio familiar de las tinieblas futuras".
 
(CHARLES BAUDELAIRE)




"Vengo del norte,
donde forjan el hierro, trabajan las rejas,
hacen las cerraduras, los arados,
las armas incansables,
donde las grandes pieles de oso
cubren paredes y lechos,
donde la leche espera la señal de los astros,
del norte donde toda voz es una orden,
donde los trineos se detienen
bajo el cielo sin sombra de tormenta.
Voy hacia el este,
hacia los más tibios cauces
de la arcilla y el limo
hacia el insomnio vegetal y paciente
que alimentan las lluvias sin medida;
hacia los esteros voy, hacia el delta
donde la luz descansa absorta
en las magnolias de la muerte
y el calor inaugura vastas regiones
donde los frutos se descomponen
en una densa siesta
mecida por los élitros
de insectos incansables.
(ÁLVARO MUTIS)


"Me iba, con los puños en mis bolsillos rotos...
mi chaleco también se volvía ideal,
andando, al cielo raso…
[…] Y rimando, perdido, por las sombras fantásticas,
tensaba los cordones, como si fueran liras,
de mis zapatos rotos, junto a mi corazón".
(ARTHUR RIMBAUD)

Pinturas de Van Gogh, Manet, Singer Sargent y Nonell
 

sábado, 3 de noviembre de 2012

"Es difícil decir cómo está hecha mi penumbra"


Los atardeceres siempre son melancólicos y más aún los invernales. Desde que cambiaron la hora el pasado fin de semana -maldita costumbre que, según dicen, nos hace más europeos-, anochece a las seis. ¿Qué tenemos en común con los londinenses, berlineses o parisinos, que cenan cuando nosotros merendamos y se van a dormir cuando salimos a tomar una caña? La receta del euro-pudding, consistente en homogeneizarlo todo en una pasta amorfa e insípida, detiene hasta las manecillas del reloj: a las tres son las dos y a las cinco de la tarde termina el día por orden del Parlamento Europeo. Hace años descubrí que el ocaso es menos triste si nos sorprende en la calle; cuando las nubes comienzan a teñirse de magenta, es hora de cruzar el umbral de la puerta. Como escribió el gran Alvite: "En la ciudad en donde vivo, sólo algunas aceras pasan en la calle más tiempo que yo".


"La noche, en estas latitudes, cae de improviso, con un crepúsculo efímero que dura un soplo, y después, la oscuridad. Yo debo vivir únicamente en este breve período, y por lo demás no existo. O mejor, estoy, pero es como si no estuviese, porque estoy en cualquier sitio, incluso allí, donde te he dejado, y además en todas partes, en todos los lugares de la tierra, en los mares, en el viento que hincha las velas de los veleros, en los viajeros que atraviesan las llanuras, en las plazas de las ciudades, con sus mercaderes y sus voces y el flujo anónimo del gentío. Es difícil decir cómo está hecha mi penumbra y qué significa. Es como un sueño que sabes que estás soñando, y en eso consiste su verdad: en ser real fuera de lo real. Su morfología es la del iris, o mejor, la de las gradaciones lábiles que dejan de ser mientras están siendo, como el tiempo de nuestra vida. Me es posible recorrerlo, este tiempo que ya no es mío y que ha sido nuestro, y que corre ligero en el interior de mis ojos, tan rápido que yo entreveo paisajes y lugares que hemos habitado, momentos que hemos compartido e incluso nuestras conversaciones de entonces, ¿recuerdas?, hablábamos de los parques de Madrid y de una casa de pescadores donde hubiéramos querido vivir y de los molinos de viento, y de los acantilados en el mar en una noche de invierno, cuando comimos gachas, y de la capilla con los exvotos de los pescadores, vírgenes de rostro popular y náufragos como marionetas que se salvan del oleaje agarrándose a un rayo de luz llovida del cielo. Mas todo esto que me pasa por dentro de los ojos, pero que descifro con exactitud minuciosa, es tan rápido en su irrefrenable carrera que es sólo un color: es el malva de la mañana sobre la meseta, es el azafrán de los campos, es el añil de una noche de septiembre con la luna colgada del árbol en la explanada delante de la vieja casa, el olor fuerte de la tierra y tu seno izquierdo, que yo amaba con mayor intensidad; y la vida estaba allí, aplacada y escondida por el grillo que vivía al lado, y aquélla era la mejor noche de todas las noches, porque era una noche líquida, como la pulpa del albaricoque.

En el tiempo de este infinito mínimo, que es el intervalo entre mi ahora y nuestro entonces, te digo adiós y silbo Yesterday y Guaglione. He dejado mi jersey en la butaca de al lado, como cuando íbamos al cine y esperaba que tú volvieras con los cacahuates".
(Antonio Tabucchi, Los volátiles del Beato Angélico)

"Y, de repente,
llega la noche
como un aceite
de silencio y pena.
A su corriente me rindo
armado apenas
con la precaria red
de truncados recuerdos y nostalgias
que siguen insistiendo
en recobrar el perdido
territorio de su reino.
Como ebrios anzuelos
giran en la noche
nombres, quintas,
ciertas esquinas y plazas,
alcobas de la infancia,
rostros del colegio,
potreros, ríos
y muchachas
giran en vano
en el fresco silencio de la noche
y nadie acude a su reclamo.
Quebrantado y vencido
me rescatan los primeros
ruidos del alba,
cotidianos e insípidos
como la rutina de los días
que no serán ya
la febril primavera
que un día nos prometimos".
(Álvaro Mutis, Lied de la noche)

" [...] Le soleil, las de voir ce spectacle barbare,
précipite sa course, et, passant sous les eaux,
va porter la clarté chez des peuples nouveaux:
l'horreur de ces déserts s'accroît par son absence.
La Nuit vient sur un char conduit par le silence:
Il amène avec lui la crainte en l'univers".
(La Fontaine, Les Amours de Psyché et de Cupidon)
Pinturas de Vincent Van Gogh

sábado, 20 de octubre de 2012

Versiones y perversiones tormentosas


La tormenta de Benedetti

"Un perro ladra en la tormenta
y su aullido me alcanza entre relámpagos
y al son de los postigos en la lluvia

yo sé lo que convoca noche adentro
esa clamante voz en la casona
tal vez deshabitada

dice sumariamente el desconcierto
la soledad sin vueltas
un miedo irracional que no se aviene
a enmudecer en paz

y tanto lo comprendo
a oscuras / sin mi sombra
incrustado en mi pánico
pobre anfitrión sin huéspedes

que me pongo a ladrar en la tormenta".


La tormenta de Krahe

"Yo tuve un gran amor
durante un chaparrón
y sentí aquella vez
tan profunda pasión
que ahora el buen tiempo me da asco.
Cuando el cielo está azul
no lo puedo ni ver.
¡Qué se nuble ya el sol!
¡Qué se ponga a llover!
¡Qué caiga pronto otro chubasco!"



"Parlez-moi de la pluie et non pas du beau temps,
Le beau temps me dégoûte et me fait grincer les dents,
Le bel azur me met en rage,
Car le plus grand amour qui me fut donné sur terre
Je le dois au mauvais temps, je le dois à Jupiter,
Il me tomba d'un ciel d'orage".

Jeremy Mann


Y, finalmente, la calma después de la tormenta (Álvaro Mutis)

"Por los árboles quemados después de la tormenta.
Por las lodosas aguas del delta.
Por lo que hay de persistente en cada día.
Por el alba de las oraciones.
Por lo que tienen ciertas hojas
en sus venas color de agua
profunda y en sombra.
Por el recuerdo de esa breve felicidad
ya olvidada
y que fuera alimento de tantos años sin nombre.
Por tu voz de ronca madreperla.
Por tus noches por las que pasa la vida
en un galope de sangre y sueño.
Por lo que eres ahora para mí.
Por lo que serás en el desorden de la muerte.
Por eso te guardo a mi lado
como la sombra de una ilusoria esperanza".

jueves, 20 de septiembre de 2012

Promesas de rebecas y franelas

El otoño llegará a las 16.49 horas (hora peninsular) de este sábado, 22 de septiembre, y durará 89 días y 20 horas. La estación acabará el 21 de diciembre con la llegada del invierno.

"El día es más solemne y más sereno
al declinar la tarde. En el otoño
hay brillos en el cielo, hay armonías
que el ardoroso estío desconoce
como si fueran algo inexistente"
(Shelley)


"El otoño es la estación preferida de los conversos. Detrás del cobrizo manto de las hojas, bajo el oro que comienzan a taladrar invisibles gusanos, mensajeros del invierno y el olvido, es más fácil sobrevivir a las nuevas obligaciones que agobian a los recién llegados a una fresca teología. Hay que desconfiar de la serenidad con que estas hojas esperan su inevitable caída, su vocación de polvo y nada. Ellas pueden permanecer aún unos instantes para testimoniar la inconmovible condición del tiempo; la derrota final de los más altos destinos de verdura y sazón" (Álvaro Mutis).

Les sanglots longs
Des violons
De l'automne
Blessent mon coeur
D'une langueur
Monotone.

(Escuchar la maravillosa versión de "Chanson d´automne" de Charles Trenet)

"Alrededor del seis de octubre, las hojas suelen empezar a caer, en sucesivos chaparrones, tras una lluvia o una helada, pero la principal cosecha de hojas, el súmmun del otoño, suele ser alrededor del dieciséis. Las calles están cubiertas por una capa espesa de trofeos, y las hojas caídas de los olmos crean un pavimento oscuro bajo nuestros pies. Tras uno o varios días especialmente cálidos del veranillo de San Martín, percibo que es el calor inusual lo que provoca, más que nada, la caída de las hojas, quizá cuando no ha habido lluvia ni heladas durante un tiempo. El calor intenso las madura y marchita repentinamente, igual que ablanda y pone a punto a los melocotones y otras frutas y las hace caer" (Henry David Thoreau).


Les feuilles mortes se ramassent à la pelle
Tu vois, je n'ai pas oublié
Les feuilles mortes se ramassent à la pelle
Les souvenirs et les regrets aussi.


"Yo recordaba nebulosamente aquel antiguo jardín donde los mirtos seculares dibujaban los cuatro escudos del fundador, en torno de una fuente abandonada. El jardín y el Palacio tenían esa vejez señorial y melancólica de los lugares por donde en otro tiempo pasó la vida amable de la galantería y del amor. Bajo la fronda de aquel laberinto, sobre las terrazas y en los salones, habían florecido las rosas y los madrigales, cuando las manos blancas que en lo viejos retratos sostienen apenas los pañolitos de encaje, iban deshojando las margaritas que guardan el cándido secreto de los corazones. ¡Hermosos y lejanos recuerdos! Yo también los evoqué un día lejano, cuando la mañana otoñal y dorada envolvía el jardín húmedo y reverdecido por la constante lluvia de la noche. Bajo el cielo límpido, de una azul heráldico, los cipreses venerables parecían tener el ensueño de la vida monástica. La caricia de la luz temblaba sobre las flores como un pájaro de oro, y la brisa trazaba en el terciopelo de la yerba, huellas ideales y quiméricas como si danzasen invisibles hadas" (Valle-Inclán).

Inverno não ainda mas outono
A sonata que bate no meu peito
Poeta distraído cão sem dono
Até na própria cama em que me deito.


"Anteayer mismo, por la ventana abierta a través de la que veía un cielo grisáceo que trileaba con lluvias, entraba un aire que pretendía venderme promesas de rebecas, franelas, haz de luz de una lámpara baja, camilla, taza de té, tortas de aceite de Ochoa y lecturas gustosas. No me creí los grises, ni esperé oír caer la lluvia, ni le eché cuenta al mentiroso vendedor de escalofríos que invitan a recogerse. Hice bien. Ayer, mientras escribía este artículo, a través de esa misma ventana se veía un cielo desafiantemente azul y entraba el sol derramando la melaza caliente de otro día de bochorno. Hagan como yo. No se fíen de estos breves frescores, de estas lluvias impuntuales y perezosas, de estos nublados mentirosos, de estas promesas de otoño. Son tan falsos como las avanzadillas de la primavera que se aparecen, por sorpresa, un medio día de febrero para desvanecerse inmediatamente" (Carlos Colón).


The fundamental things apply
As time goes by...