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lunes, 26 de junio de 2017

Pedazos de memoria


Lo que nos queda de un hombre es la memoria. 

¿Cuándo fue la primera vez que vi a Fandiño? A diferencia de David Mora, a Iván no lo recuerdo de novillero. La primera vez que acudí a una plaza y estaba anunciado fue su confirmación de alternativa en Madrid, en el San Isidro de 2009. Iba de lila y oro, como Antoñete. Tengo el cartel de esa feria colgado en mi dormitorio, al lado de la ventana: Ferrera, Morenito y Fandiño con toros de José Luis Pereda. En mi memoria, Fandiño se doctoró en Las Ventas con un cinqueño basto y silleto en una faena de una fragilidad que no encajaba con el aspecto poderoso y adusto del desconocido confirmante. Con el sexto, monumental, bruto y deslucido, Iván se llevó una descomunal voltereta y después se tiró a matar arrebatado y valiente. Creo que lo ovacionaron en ambos. Lo que sí recuerdo con claridad fue el susto del batacazo.


Le perdí la pista hasta el 2 de mayo de 2011, la goyesca de la Comunidad de Madrid. Una corrida de Carriquiri con Fundi y Robleño. Cortó entonces su primera oreja en Las Ventas (era sobrio hasta para vestir "de pijama": se hizo uno blanco con el bordado en azabache). Ése fue el año de su "descubrimiento" en Madrid y volvió varias tardes. En otoño, mano a mano, por primera vez, con David Mora, rival y amigo. Fandiño, que toreó puro y cargando mucho la suerte, terminó hecho un Cristo y vestido con unos vaqueros. Absoluta entrega de ambos compañeros que, a la postre, habían sido los toreros revelación de la temporada. También como Antoñete, pronto Iván cogió la costumbre de aguardar en aquel rincón sombrío del túnel de cuadrillas de Las Ventas, con la mirada fija en el portón de salida, dispuesto a jugarse la vida a una sola carta: "la suerte o la muerte" de Gerardo Diego.


En junio de 2012, me cogí un autobús Madrid-Bilbao para ver su encerrona con distintas ganaderías con motivo del 50 aniversario de la plaza. El de Orduña no tenía necesidad de estoquear seis toros en Vista Alegre: a fin de cuentas, no lo necesitaba en aquella temporada en la que sumaba el mayor número de contratos de su carrera. Al final, la apuesta personal fue un desastre: tarde desangelada, lluvia y apenas un cuarto de plaza. A pesar de la hombrada, sus paisanos no le arroparon y los toros elegidos tampoco ayudaron en el triunfo. Ahí intuí que la imperturbabilidad de Fandiño tenía grietas y que la fragilidad de su confirmación en Madrid fue algo más que un presentimiento. Nada más hacer el paseíllo y ver las sillas de Vista Alegre vacías, las paredes de su propia casa se le vinieron encima. Con Iván uno aprendía que las gestas no siempre terminaban bien, pero había que rematarlas.


En 2013, volvió a Las Ventas a dentellada limpia con una corrida de Parladé; como aquellos viejos soldados de nuestros tercios de Flandes, con la espada ropera y la vizcaína siempre a mano. Le recuerdo hecho un jabato y sin ponerse bonito: toreó de verdad, desbocado a veces, como un temporal desecho, vehemente y muy ligado. Pegó una de sus estocadas a matar o morir (siempre volcándose entre los pitones, el colofón imprescindible de una lucha noble) y se llevó un cornalón en el muslo.


En 2014, llegó, por fin, la tan meritoria Puerta Grande tras cortar una oreja de cada uno de sus toros de Parladé. Después de esa tarde, llegué a la conclusión que, al lado de Fandiño, el grafeno parecía gomaespuma y que, como dice el refrán, "el buen valor asusta a la mala suerte". Fue cuando se tiró a matar sin muleta allá por el tendido 5, sacando el brazo desde el centro del pecho, sin ventajas, lanzándose entre los pitones con gallardía y clavando arriba. Emoción a espuertas -que no perfección- de un torero luchador y curtido. A esas alturas, que Fandiño no era Curro Romero se sabía, ni falta que hacía.


En marzo de 2015, nueva encerrona fracasada: la de Las Ventas con seis ganaderías legendarias. Apostó y perdió, pero nadie le reconoció el valor de tirar la moneda al aire. Hay hombres que le compran un billete a Caronte sin saber si habrá boleto de vuelta. Y Fandiño lo hacía a menudo. Las gestas del héroe no siempre tienen un final feliz. Eso también lo aprendimos con Fandiño: a superar desilusiones inevitables y a mirar a los ojos a nuestros propios demonios. Semanas después de aquello, indómito y tenaz, Iván regresó a San Isidro yendo a porta gayola. Esa redención en la misma puerta de toriles tampoco la olvido.


En los últimos años, Fandiño, en Madrid, se convirtió en un proscrito. Pero incluso eso casaba con su carácter. Yo siempre acudía a la plaza esperando que volviera a triunfar en cualquier momento. La fe en los toreros de uno resulta inquebrantable... La última vez que lo vi fue, de nuevo, en Las Ventas, el pasado 29 de mayo. En esa tarde ventosa, clavó las zapatillas en los medios e hilvanó varios pases cambiados; después, dos buenas series de naturales, atando el pitón a la tela, unas bernardinas y una ovación -quién imaginaba de despedida- que aún me parece escuchar tendido abajo.


Y después de tantas estocadas cabales, acabó muriendo de una cornada durante un quite a un toro que no era el suyo, muy lejos de Las Ventas, la que fue su plaza; porque "la vida es sombra, y el toreo sueño"... y la muerte no llega igual para todos. El verdadero conocimiento de los toreros, de las personas, es póstumo; y la memoria de Fandiño conduce a la ejemplaridad de una vida sin concesiones. Yo lo recuerdo así.

viernes, 23 de junio de 2017

Aprender a ser mortal

Leí recientemente una reflexión de Javier Gomá que es perfectamente extrapolable al mundo del toro. Decía que asumir nuestra mortalidad es la condición indispensable para que seamos heroicos en nuestra vida cotidiana, y ponía como ejemplo el mito de Aquiles. Gomá se preguntaba los motivos por los que Aquiles (hijo de un hombre y una diosa) eligió entregar su propia vida luchando en la guerra de Troya en vez de conservar su naturaleza inmortal dentro del gineceo. Aquiles madura, se hace hombre, cuando asume su mortalidad, se enfrenta al exterior y acude a la batalla. Un niño aún no tiene conciencia de su muerte, por lo que no puede comportarse de manera heroica.


Todos los toreros llevan un Aquiles dentro. Cada tarde de corrida, todos acuden al ruedo asumiendo las consecuencias y peligros que puede desencadenar la lucha contra un toro bravo. Ellos nos enseñan a "ser mortales". Estremece ahora leer aquellas palabras de Iván Fandiño días antes de lidiar seis toros en Las Ventas, cuando declaró: "Tengo una cita con la historia, y si he de morir, moriré libre".


La tarde de la tragedia, en el callejón de la plaza francesa de Aire Sur L'Adour había un niño, un niño a quien Fandiño regaló la última oreja que cortó en su vida. El torero se acercó hasta la barrera, abrazó al muchacho por la espalda y, cariñoso, le entregó el trofeo aún caliente. Terminada la feliz vuelta al ruedo, apenas unos minutos más tarde, durante un quite, un toro mató a Iván de una cornada en el costado, igual que Aquiles cayó en Troya por una herida de flecha. Sacrificando una vida larga y tranquila -es decir, abandonando la protección del gineceo-, ambos héroes alcanzaron la gloria.


Unos pocos días más tarde, ese mismo niño, testigo mudo de la fatalidad, regresó al ruedo de Aire, donde una foto en blanco y negro recordaba la efigie del torero ya muerto. El crío observó, serio pero sereno, la imagen del héroe mientras posaba sobre el cristal su palma derecha, la misma mano que recogió el último laurel de una batalla anunciada perdida de antemano por el oráculo. El niño anónimo de pantalones cortos, sin saberlo, en ese instante, estaba abandonando prematuramente la protección del gineceo para mirar, por primera vez, a la muerte cara a cara. Quizá, el día de mañana, él también será un héroe.


"Lo que nos hace individuales es precisamente la mortalidad. El precio de morir es un precio digno de pagarse si el premio es ser individuales. Lo más alto que alguien puede ser es ser individual, ser ejemplo y tener un nombre. Aquiles se convirtió en Aquiles en el momento en que aceptó morir. Dio como barato la inmortalidad, la eternidad, algo que en mi planteamiento es siempre algo magmático, amorfo, sin identidad, sin personalidad, sin individualidad, característico del estadio adolescente. El gineceo representa esta adolescencia, el estadio estético, y Troya representa el estadio ético, el maduro. Allí encontré la clave de la verdad del destino del hombre" (Javier Gomá).


No volverá a nacer otro "Fandiño", ni siquiera uno con un parecido más o menos superficial. Fandiño llegó a la muerte agotando su "cupo de individualidad": perseguía la gloria del toreo -la cumbre- con el fracaso asumido desde las primeras pendientes. La individualidad absoluta, total y completa de Fandiño no habría permitido otra muerte más que ésta, a orillas del Adour (que en vasco significa "suerte" o "tendencia"), por un toro que no era el suyo y que no podía dejar pasar. Fandiño agotaba cada tarde el toro de la muerte, el toro de su propia muerte, hasta la última gota. Eso le hacía único, y de ahí, el vacío y el abismo ante ferias y carteles que no volverán a llevar su nombre. Acaba de irse y ya se le extraña.

lunes, 19 de junio de 2017

El sol que apenas nos dejó llorarte


Fuiste a morir en uno de los días más largos del año, cuando el sol inmisericorde de mediados de junio no daba tregua ni a los ojos ni a la piel ni a la esperanza. La tristeza y el calor se nos pegaron al cuerpo como una losa. Estando lejos, supimos, Iván, que un toro te había matado a orillas del Adour; ese río que nace en los Pirineos franceses y va a desembocar en el golfo de Vizcaya, casi el mismo recorrido que siguió tu sangre libre, Iván, la que derramaste sobre la arena caliente de Las Landas, a 30 kilómetros de Mont de Marsan, y que, con demora, acabó en el dique de tu tierra, en Orduña, mezclada ya con lágrimas.

Un sol sacrílego y voraz que nunca se escondía tras el horizonte apenas nos dejó llorarte. Apenas una tregua de oscuridad; la de una madrugada fugaz, coronada por una luna que ya iba menguando. Horas antes, en esa maldita enfermería, tú mismo dijiste que las fuerzas se te escapaban por el costado a causa de una cornada negra que te rompió por dentro. Eras consciente de todo. Pusiste tus manos sobre el fajín y el vientre para evitar que la vida se te escapara tan deprisa, para evitar que fuera tan corta como las letras de tu propio nombre, Iván. Pero el destino no pudo salvarte y ahora nosotros, aquí todavía y tan lejos, no terminamos de creerlo.

Te mató un toro que ni siquiera te correspondía; en un país que no era el tuyo. ¿Pero cuál era tu verdadera patria, Iván? ¿Acaso la tuviste? Siempre solo, solo contra el mundo, con una voluntad férrea, por la vereda de un camino que te marcaste a golpe de fragua hasta sus últimas consecuencias. Te recuerdo en el ruedo estoico, marcial y vibrante; sin embargo, no te concedieron la clemencia que merecen los valientes. Fuiste un hombre sin tierra, pero sí con bandera, la tuya, la del individuo que no se doblega ante reyes ni dioses. ¿Cómo un sol envidioso y henchido por San Juan iba a dejarnos llorar a un hombre como tú, tan insurrecto y tan soberano de sus principios y acciones?   


Moriste, Iván, con el mismo vestido de la Puerta Grande de Madrid. Con el mismo vestido que un pueblo te arrancaba a borbotones como a un semidiós, como a un Sísifo que, al menos una vez, alcanzó la cima con su enorme piedra a cuestas. Con tu muerte, tan inevitable, tan trágica, tan inútil, tú también te has convertido en un héroe absurdo.

Cuando el sol de la mañana siguiente a tu muerte despuntó sobre las dunas, el mar y el mundo, todos nos secamos las lágrimas; pero aún se nos humedecen los ojos al pensar en tus padres, en tu hija, en tus amigos, en tu cuadrilla, en los que siguen vivos y se vuelven a vestir de luces; en los que pasaron la noche contemplando sus vestidos de torear asomando por un extremo de la bolsa del sastre; en los que también pensaron en sus hijos y en lo que podía pasar, o no, porque en esta profesión, la suerte y la muerte se suceden con la rapidez de una marea; y en los que se levantaron de la cama, y volvieron a salir hacia un nuevo desembarque, un nuevo sorteo, un nuevo paseíllo, un nuevo minuto de silencio.

Descansa en paz, Iván.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Los "sísifos" del toreo


Dice Antonio Ferrera que quiere matar seis victorinos en la Feria de Abril. Con semejante apuesta sobre el tapete, vuelve el guerrero de las 36 cornadas. Todo o nada. Acaba de recibir el alta definitiva tras fracturarse el brazo derecho el pasado mes de junio -lo que le obligó a cortar la temporada- y es consciente de que la partida comienza desde cero. Durante su convalecencia, otros matadores le han tomado la delantera en la ruleta de los carteles. Rafaelillo, sin ir más lejos. El toreo es implacable -a veces injusto- y el menor tropiezo se paga con el ostracismo o el olvido. De hecho, Ferrera no es el único "exiliado" de la temporada 2015. 

A causa de una mala tarde -la desafortunada encerrona del Domingo de Ramos en Las Ventas-, tanto detractores como partidarios hicieron de Fandiño un auténtico proscrito. Él, que encarna mejor que nadie el mito de Sísifo, también vuelve a empujar su pesada carga desde el pie de la montaña. Por otros motivos -dos espeluznantes cornadas a las que sobrevivió milagrosamente-, Jiménez Fortes es otro diestro que "renace" en 2016; sin olvidar a David Mora, quien, a partir de Fallas, retoma una lucha que quedó truncada en el San Isidro de 2014. 

Por cornadas físicas o morales, estos cuatro matadores reciben al próximo año bajo los sones de Begin the Beguine. Volver a empezar. Su mérito es inconmensurable y su cometido, aún mayor: encarnar la grandeza  -y la crudeza- del toreo como recientemente hizo Padilla. Por justicia, la afición no debe mostrarse cicatera con su inminente destino, pues incluso los valientes merecen magnanimidad de vez en cuando. Ya lo escribió Camus: "No hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza". Suerte y gratitud, pues, para los "sísifos" del toreo. 


"Se ha comprendido ya que Sísifo es el héroe absurdo. Lo es tanto por sus pasiones como por su tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento por la vida le valieron ese suplicio indecible en el que todo el ser se dedica a no acabar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta tierra. No se nos dice nada sobre Sísifo en los infiernos. Los mitos están hechos para que la imaginación los anime. Con respecto a éste, lo único que se ve es todo el esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, hacerla rodar y ayudarla a subir una pendiente cien veces recorrida; se ve el rostro crispado, la mejilla pegada a la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de arcilla, de un pie que la calza, la tensión de los brazos, la seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final de ese largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se alcanza la meta. Sísifo ve entonces cómo la piedra desciende en algunos instantes hacia ese mundo inferior desde el que habrá de volver a subirla hasta las cimas, y baja de nuevo a la llanura" (Albert Camus, El mito de Sísifo).

martes, 24 de noviembre de 2015

La sangre no se enseña... o sí


Desde el pasado sábado, algo me quita el sueño. Aún trato de digerir una noticia publicada por Fernando Carrasco en ABC, titulada "Un cordobés encuentra el estoque perfecto". La nueva -maligna, como digo- comienza así: "Al igual que se innovó con las banderillas, llega ahora algo que puede cambiar, radicalmente, la suerte suprema del toreo, tanto en el aspecto visual como a la hora de entrar a matar los diestros. Y es que un cordobés, Rafael de Lara, ha creado (ya está además patentado) un estoque que evitará la sangre y el sufrimiento del animal y que podrá propiciar, además, mayor índice de triunfos […] Técnicamente, la forma triangular de la parte de abajo permite el drenado, por medio de un canalillo, de la sangre, que llega hasta un depósito en una cápsula superior -situada debajo de la empuñadura-, con lo que la que se ve es mínima".

Paco Camino

Durante la suerte suprema, el torero pierde de vista la cara del toro, volcándose sobre él, jugándose la vida a carta cabal. Por ello, constituye uno de los momentos más emocionantes y puros de la faena. Antes de convertirnos en unos mojigatos hipócritas, inventores de "estoques incruentos", las espadas Luna, empleadas por todas las figuras del toreo, eran consideradas como las mejores... y las que más mataban. Porque una estocada certera porta en su empuñadura la llave del triunfo. 

Iván Fandiño

Si la suerte se ejecuta correctamente, la muerte de algunos toros resulta memorable, aguantando en el ruedo sin doblar las manos y con la boca cerrada, cara a cara ante el hombre que ha logrado introducir la hoja hasta los gavilanes. No se trata de una exhibición sanguinaria, sino del colofón imprescindible de una lucha noble donde, al final, uno de los dos combatientes tiene que morir, el toro o el torero. El hallazgo de un estoque que drena la sangre sólo demuestra nuestra imbecilidad, nuestra incomprensión y nuestros complejos ante un espectáculo tan honesto y conmovedor como la suerte suprema.

Bataclán tras los atentados

Vivimos en una sociedad hipócrita donde hay que ocultar la muerte y la sangre de un animal mientras, en todas las televisiones, nos bombardean con imágenes de atentados, de terroristas inmolándose, de civiles fallecidos. Escenas que no pertenecen al mundo de la ficción, sino de la realidad, y que las emiten constantemente, hasta insensibilizarnos. ¿Acaso las espadas Luna hieren más la susceptibilidad del público que las víctimas amontonadas sobre el suelo de la Sala Bataclán? ¿Se oculta la sangre vertida por el toro mientras, a todas horas, se exhibe la humana?

sábado, 16 de mayo de 2015

Madrid, la cuna del requiebro, el chotis y el ventarrón

Eolo y San Isidro Labrador andan este año enojados y, para el día del patrón de Madrid, el vendaval azotaba Las Ventas. Los damnificados colaterales por esta disputa entre dioses y santos fueron los toreros que trenzaban el cartel del 15 de mayo, Miguel Abellán, Miguel Ángel Perera e Iván Fandiño, quienes tuvieron que desarrollar sus faenas al relativo abrigo de las tablas del tendido 5. 


Enorme decisión y casta la de Abellán y Fandiño, recibiendo sus toros a porta gayola e intentando agradar constantemente al público, a veces con mayor fortuna que otras. Lo que resulta indudable es que ambos fueron a Madrid llenos de voluntad. Curiosamente, Abellán toreó mejor al peor de su lote, un castaño de Parladé que abrió plaza y que brindó al doctor García Padrós, al que consiguió exprimirle algunos naturales muy puros y enfrontilados. Como premio a su esfuerzo, los tendidos, dadivosos y festivos, pidieron una oreja que le fue concedida. Con el noble cuarto, Abellán no acabó de acoplarse -excesivamente al hilo del pitón- y la faena, que empezó bien, se desinfló. En el ojo del huracán venteño, Fandiño recuperó la moral perdida tras su truncada encerrona del Domingo de Ramos. Fandiño vuelve a ser Fandiño, un torero indómito y tenaz, a veces cegado por las ansias de triunfo. Sorteó un buen toro que cerró plaza, Jirivilla, pronto y encastado, de pavorosa cornamenta, que habría merecido ser toreado en los medios sin el azote del viento. Lo recibió con un pase cambiado y lo despidió con unas ajustadas bernardinas; entre medias, el trasteo tuvo altibajos compensados con mucha voluntad. Recibió una voltereta entrando a matar, pero ni eso le sirvió para que el Presidente, Javier Cano, le diera la oreja. Pelúas a un lado, Fandiño se ha reconciliado con Madrid y esto es una gratísima noticia. A Perera, en cambio, le faltó un buen lote y afán, dos motivos que le impidieron cruzar la raya que exige el público de Las Ventas. 


La corrida de Parladé -bien presentada y cinqueña- escaseó de casta salvo los únicos toros negros, los citados cuarto y sexto -ovacionados en el arrastre- y el primero, que desarrolló clase por el pitón izquierdo. Sin el aire, la lidia habría permitido otro lucimiento... porque, si bien es cierto que Dios hizo de Madrid la cuna del requiebro y del chotis, en esta festividad de San Isidro también fue el reinado del ventarrón. Con esas condiciones, ni se puede ver lo que es canela fina, ni mucho menos, armar la tremolina. Demasiado que los toreros abandonaron el ruedo por su propio pie.


domingo, 26 de abril de 2015

Aprieten los dientes, que llegan los Miuras

"Matar una corrida de Miura es una medalla que el torero cuelga de la pechera de sus mejores recuerdos" (Vicente Zabala Portolés).
 
 
Este domingo, tres matadores lidian Miuras en Sevilla: Eduardo Dávila, Iván Fandiño y Manuel Escribano. La ganadería lleva anunciándose en La Maestranza 75 años seguidos, sin faltar una sola temporada a la cita desde 1940, cuando terminó la Guerra Civil. Aquel 20 de abril, fueron Pascual Márquez, Juanito Belmonte y "Manolete" los encargados de estoquear los toros de la A con asas. Un año después, Pepe Luis Vázquez puso el kiosco boca abajo cortando dos orejas al Miura que cerraba plaza. En una entrevista publicada por El País en 1985, el torero de San Bernardo contaba: "Que no se dé cuenta de que le tienes miedo. Sobre todo, que no se dé cuenta, porque entonces abusa de su poder y ya no tienes dónde meterte. Estos toros entienden lo que pasa y, sobre todo, ven si eres débil. A mí me ha revolcado algún Miura, pero nunca he tenido una cornada grave. ¿Sabe por qué? Porque, si he tenido miedo, no me lo ha notado. Me he puesto cerca y he apretado los dientes".
 
 
 
En la misma entrevista, Pepe Luis recordaba que, hasta los cincuenta, ningún torero que se preciase cerraba la temporada sin haber lidiado un par de corridas de Miura. "Lo que de verdad diferencia a este toro es su personalidad, una especie de capacidad psicológica para darse cuenta de cuándo es dueño de la situación. Cuando sale el toro bueno, es bueno de verdad, te haces con él, y como son largos, de bonita lámina y bien armados,  la corrida es un lujo. Pero si te achicas, se da cuenta y entonces va por ti".
 
 
Para que este domingo, la corrida de Miura en Sevilla, la septuagésima quinta desde 1940, sea un lujo. Y que nadie se achique.

lunes, 30 de marzo de 2015

Amargura


Un viejo refrán dice que el buen valor asusta a la mala suerte. Y aunque en tardes pasadas Fandiño ha demostrado que tiene las faltriqueras llenas de buen valor, este domingo, el día clave, no fue capaz de espantar su mala estrella. Ninguno de los toros que saltaron al ruedo de Las Ventas (un Partido de Resina, dos Adolfos, un Cebada Gago, un José Escolar y un Palha) era de triunfo: ninguno fue un toro bravo para cortarle las dos orejas. Con una actitud más decidida y tesonera, de matar o morir, Fandiño podría haber arañado una oreja a base de valor seco y sopapos con la espada, pero ni en eso tuvo su tarde. Porque, ¿qué es Fandiño sin su extraordinario valor? Como un Sansón sin pelo de donde extraer su fuerza, el David de Las Ventas se empequeñeció ante sus seis "goliats", algunos de muy feas hechuras, por cierto. Pero éste es el riesgo de quien apuesta. Quien desafía a la fortuna sabe que la moneda puede caer por cualquiera de las dos caras. 


Para el filósofo Gregorio Luri, es mucho más sensato enseñar a los niños a superar las frustraciones inevitables que venderles un mundo eternamente feliz y sin desilusiones. Ciertamente, vivimos en una sociedad donde, los medios de comunicación y los estrategas de marketing, nos hacen creer que las apuestas siempre se ganan y que el triunfo siempre llega. En la vida real, a menudo, las gestas del héroe no tienen un final feliz; sin embargo, seguimos necesitando que David se enfrente a Goliat, que se juegue la vida a carta cabal, que mire a los ojos a sus propios demonios, y después, que salga el sol por Antequera. 

Fotografías de Juan Pelegrín

Unos días antes de su gesta, Fandiño declaró que, en su espada y su muleta, se encontraban su destino y su libertad. A la postre, el cuarto Goliat, un peligroso toro de José Escolar, pegó un puntazo en la mano derecha del torero, una herida por donde se escaparon la fe y la esperanza. No obstante, en eso consiste también la nobleza del héroe: en volver engrandecido al campo arrasado de la batalla y plantar cara de nuevo al azar, sin amargura, porque la moneda, a veces, también cae de cara para los toreros de Orduña.

jueves, 5 de junio de 2014

Un torero sin Dios ni Rey

Procurando evitar los desmanes de esta plaza esquizoide -de "toristas" y "toreristas", de "julistas" y "anti-julistas", de monárquicos y republicanos, de complacientes e indignados-, para La Beneficencia, trepé hasta la última fila de la andanada de 1, el punto más alto de Las Ventas, por encima incluso del Palco Real, cara a cara con el reloj, porque el secreto de la objetividad reside -eso dicen- en saber tomar distancia.
 
 
No sé si porque lo era, o porque desde allí todo se veía pequeño, el primero de Alcurrucén me pareció un torete de plaza de segunda. Salió El Juli a torearlo de capa y recibió las primeras ovaciones y protestas de la tarde, a partes iguales. Un sector de Las Ventas esperaba ayer al madrileño con ganas de soltarle un rapapolvo. Y es que, el abuso de poder en asuntos ajenos a lo que se cuece en el ruedo, desde los tiempos de Guerrita, ha terminado por enojar al aficionado. Con aquel torete, noblón y con poca fuerza, Juli estuvo sobrado. Lo sobó a placer y sólo le faltó montarse encima. Sin embargo, el "julipie", visto en contrapicado, resulta aún más escandaloso que a ras de arena. La estocada cayó, por supuesto, trasera y, en un alarde de esplendidez, el presidente concedió una oreja. Realmente, lo mejor del Juli fue su despliegue capotero al cuarto, al que llevó al caballo con enorme garbo. Luego, en la muleta, el Alcurrucén fue un soso que, desde la primera serie, desmenuzó el sueño de Julián por abrir la Puerta Grande.
 
 
Quizá, más que salir a hombros, la ambición de Juli ayer consistía en quedar mejor que Fandiño, pues bien es sabido que se llevan a matar, pero el de Orduña no es hombre que se aflija al lado de las figuras. Desde el quite por gaoneras al que abrió plaza, se manchó los muslos de sangre. Reconozco que, también desde la última fila de la andanada del 1, me emocionó mucho Fandiño. No su técnica, ni su gusto, sino su actitud. Ese eterno cabreo. Esa lucha que tiene contra el mundo, contra el toro, contra la plaza, contra El Juli y contra él mismo. Y su forma de matar. Parece que, cuando se tira entre los pitones, nos fusila a todos los presentes. No era tarea sencilla domeñar la embestida del quinto Alcurrucén, de nombre Pelucón, que manseó en el caballo; sin embargo, cuando se vio a solas con el matador, dijo: "Allá voy"... y a poco se lo come. Molestaba el aire y aquel Núñez en los medios pesaba como una losa. Más cerrado y acortando los terrenos se entregó al poderío de Fandiño, que le arrancó, casi literalmente, la oreja. 
 
 
Ha sido muy criticado que Fandiño no brindara ninguna de sus faenas a Su Majestad don Juan Carlos. Pero, tras verle en el ruedo, hay que entenderle: Fandiño es un tipo sin Dios ni Rey, un rebelde sin amo y casi sin patria. Un ser ingobernable que no entiende de compadreos. Mientras siga entregando su vida de esa manera, respetaré su desobediencia. Actualmente, de todo el escalafón, es el único hombre que puede permitírselo.
 
 
Finalmente, cerraba la Beneficencia un Talavante espeso de ideas, con una caraja, por otra parte, muy suya. Se fue de vacío mientras la plaza despedía, con emoción y gratitud, al Rey, que presidió la corrida.
 
Fotos de Juan Pelegrín, que ayer,
por cierto, iba muy elegante

miércoles, 14 de mayo de 2014

Desconcierto en el mundo de la Física a causa de Ivan Fandiño

Se dice que el grafeno es el material del futuro, que no existe en la Tierra nada más duro y que su resistencia supera de largo al acero. Craso error. Al lado de Fandiño, el grafeno parece gomaespuma. El orduñés los tiene de platino iridiado, como la barra que se guarda a la derecha del péndulo de Focault. Los últimos Premios Nobel de Física deberían abandonar el grafeno para estudiar la disposición de los átomos en las partes pudendas de Fandiño.
 
 
En palabras de Domingo Delgado de la Cámara, Fandiño encarna perfectamente al torero marcial, es decir, el descendiente de Marte, Dios de la guerra. Por consiguiente, los aficionados que reclaman más integridad, riesgo y lucha en la Fiesta son los partidarios de Marte; enemigos acérrimos de los aficionados venusianos, amantes de la belleza y detractores de la dureza.
 
 
En su regreso a Las Ventas, Fandiño ha estado marcial, vibrante y valiente. Sin esteticismo. En Marte, eso es la Tauromaquia: emoción a puro güevo. Nada de ballet ni pinturerías. Que Fandiño no es Curro Romero, se sabe. Por eso requiere ganaderías encastadas que transmitan sensación de peligro. El segundo toro de Parladé tuvo esa dosis de riesgo: tras mansear en los dos primeros tercios, se puso a embestir con rabia y casta en la muleta. El torero lo citó de largo, no se achicó y, estoicamente, clavó las zapatillas en el albero. Rubricó de una gran estocada con un colosal volapié. Primera oreja. En el quinto toro, después de una faena hilvanada por el pitón izquierdo, se tiró a matar sin muleta. Fue entonces cuando, en este 13 de mayo, por la sangre corrió un toro de escalofrío que dejó el alma clavada en una plaza en vilo. Allí en los terrenos del 6, un hombre acababa de entregar su más valiosa posesión: su propia vida. Cayó la segunda oreja, la anhelada.
 
Fotos de Javier Barbancho
 
A Fandiño ya se le habían escapado demasiadas Puertas Grandes, demasiadas batallas perdidas. Su pundonor no permitía otra salida a pie de Las Ventas. Porque, en realidad, y aquí reside el mayor secreto de la Física, el material más firme de la Naturaleza no es el grafeno, sino la voluntad férrea de Ivan Fandiño.

domingo, 6 de octubre de 2013

Plúmbeos Adolfos sazonados con la improvisación de Ferrera

Cuarto y último festejo de la Feria de Otoño. Con lleno en los tendidos, se ha lidiado una corrida de Adolfo Martín, desigualmente presentada, con algunos ejemplares muy armados y otros justos de remate. Mala en los tres tercios sin paliativos. Antonio Ferrera, palmas y oreja tras aviso; Javier Castaño, silencio en ambos; Iván Fandiño, silencio en ambos. Se desmonteraron David Adalid y Fernando Sánchez. También fue aplaudido en la brega Marco Galán.


Decepcionante, y a ratos desesperante, corrida de Adolfo Martín para rematar la Feria de Otoño. A diferencia del entretenido espectáculo que propiciaron en San Isidro, este domingo, de los seis Albaserradas, no embistió ni uno ante una plaza abarrotada.


Entre los matadores, destacó la improvisación de Antonio Ferrera que, con luces y sombras, pero siempre lleno de torería, salvó, a medias, la tarde. Magnífica su lidia al cuarto Adolfo, ejecutando unos quites colmados de sabor añejo. Durante la faena de muleta, estuvo muy por encima de Madroñito, sacándose de la manga unos inesperados pases finales que le permitieron cortar una oreja protestada por parte del público. Si bien este premio puede considerarse excesivo, no es menos cierto que Ferrera ha vuelto a demostrar el grandioso momento profesional que atraviesa, siendo, con diferencia, el mejor lidiador del escalafón.


Javier Castaño, a quien, con razón, ya le pesa la recta final de la temporada, realizó un infructuoso esfuerzo por exprimir alguna tanda limpia a sus Adolfos, mientras que Iván Fandiño volvió a estrellarse contra un lote que no le dio la más mínima opción de triunfo. Durante la despedida, el de Orduña no pudo ocultar su contrariedad por esta Feria de Otoño que debería haber sido la de su consagración en Madrid. A pesar de cortar una oreja durante la corrida de Victoriano del Río, le ha faltado toro.


Dicen que los mejores comienzos nacen de los peores finales. Esperamos que, con este plúmbeo remate de la Feria de Otoño, se cumpla el refrán.


Coda
: después de tomar varios pelotazos en la Sala Alcalá, las juventudes taurinas han acudido a Las Ventas para continuar la fiesta en las gradas del tendido 5 y 6. Los aficionados hemos salido con dolor de cabeza por el tráfico de cubatas, gritos, charlas de espaldas al ruedo y humeantes puros. Los presidentes de estas asociaciones juveniles deberían expulsar de inmediato a sus miembros que, en una plaza de toros, se comportan como si estuvieran en una discoteca.
 

lunes, 3 de junio de 2013

Palmarés de San Isidro 2013: con estos mimbres, el cesto se desfonda


Este lunes navegamos sobre ese limbo taurino que cada año separa la Feria de San Isidro de la del Arte y la Cultura (antes conocida como del Aniversario). Un eslabón perdido en la cadena que, teóricamente, sirve de comodín tras el ciclo isidril para recuperar alguna corrida suspendida a causa de la lluvia. Este mes de mayo, a pesar de que ha llovido mucho y bien -incluso han caído pedruscos de granizo del tamaño de una canica-, no se ha producido ningún aplazamiento, así que los aficionados tenemos la jornada libre para rumiar quiénes han sido nuestros triunfadores de la feria; unos nombres que, por cierto, casi nunca coinciden con los del jurado oficial de Taurodelta.
 

La empresa de Madrid ha decidido que el torero triunfador de 2013 sea Alejandro Talavante por su actuación durante la corrida de Victoriano del Río, en la que salió a hombros. Como los números nunca han sido mis amigos y suelo sufrir amnesia con el recuento final de orejas, propongo como triunfador de San Isidro a la antítesis extremeña de Talavante: me refiero a Antonio Ferrera. Si durante la encerrona con los Victorinos del pasado 18 de mayo, Talavante dejó al descubierto sus carencias en la lidia y sus dificultades a la hora de torear cualquier animal que no proceda del encaste Domecq, Ferrera -que sorteó una corrida del Cortijillo y otra de Adolfo Martín- ha sentado cátedra como lidiador y conocedor de los terrenos y distancias del toro, provenga de la ganadería que provenga. Si en estos momentos regentase una ganadería, pelearía con uñas y dientes para que Ferrera lidiase mis toros.
 

Coincido, en cambio, plenamente con la decisión del jurado de Taurodelta a la hora de premiar a Ivan Fandiño como el autor de la mejor faena por su lucha cuerpo a cuerpo con "Grosella" de Parladé. Ésta fue una oreja de las que no se olvidan, cortada a fuego, durante un enfrentamiento emocionante que le costó una cornada grave. El de Orduña venía mentalizado este San Isidro para darle la vuelta a la tortilla e impedir que las empresas volvieran a regatearle el pan: "en mi hambre mando sólo yo". Aquella determinación sólo tenía dos finales posibles: Puerta Grande o hule. Tocó lo segundo.
 

En el capítulo ganadero, mientras que el tribunal "oficial" ha premiado a Victoriano del Río, en mi palmarés particular, el premio a la mejor corrida, por presentación y comportamiento, se lo llevaría Adolfo Martín. Supongo que, como en cualquier certamen, estas diferencias se producen por una descoordinación en los criterios evaluadores. En Miss España, por ejemplo, algunos miembros del jurado se fijan en los pies de las concursantes, otros en el vigor de su busto y, los menos, en las facciones del rostro. De igual manera, en los toros, unos nos decantamos por la casta y la bravura, y otros por la toreabilidad, la enganchabilidad y la pulseabilidad. Usando como vara de medir el mismo criterio de la casta y la bravura, me veo obligada a dejar desierto el premio al mejor toro, puesto que ninguno ha cumplido de forma sobresaliente en los tres tercios (el que más se acercó fue "Marinero" de Adolfo y, seguido bastante de lejos, estuvieron "Bustillo" de José Escolar, "Pampero" de Alcurrucén y "Dulcero" de Pedraza de Yeltes).
 

Finalmente, un galardón en el que todos coincidimos, tanto los amantes de los tobillos como los del busto, es el que reconoce la labor de la mejor cuadrilla, que este año, tras su apoteósica vuelta al ruedo la tarde de los Cuadris, ha recaído en la de Javier Castaño: Tito Sandoval (mejor picador), Marco Galán (mejor brega), David Adalid y Fernando Sánchez, ex aequo (mejor par de banderillas). Aunque, un año más, tampoco olvido la torería de Luis Carlos Aranda.
 
 
De cualquier manera, salvando los citados reconocimientos, e incluso sumando detalles de Javier Castaño, Alberto Aguilar, Fernando Robleño, David Mora o Juan Bautista durante la interesante corrida de Fermín Bohórquez, estos mimbres son muy escasos para soportar un abono de treinta tardes. O la cosa cambia o mucho me temo que el cesto se desfonda. Veremos, dijo un ciego, qué nos depara la Feria del Arte y la Cultura. Si salen toros bravos y toreros dispuestos, podemos, incluso, ahorrarnos el arrebato artístico y cultural. Menos pipas y más emoción.