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jueves, 27 de junio de 2013

Pobres, pero perfumados

"Sólo duermo con unas gotas de Chanel Nº5" (Marilyn Monroe).


Tras la confesión de la actriz, que ya empezaba a despuntar como bomba sexual, los hombres norteamericanos hicieron cola en las tiendas para regalarle a sus novias un frasco del aroma creado por Ernest Beaux, perfumista de la familia real rusa, quien, según cuentan, se inspiró en el sol de medianoche del Círculo Polar Ártico. ¿Y eso a qué huele? Según parece a rosa, jazmín, azahar, sándalo y vainilla. Aún hoy, corre la leyenda de que se vende un frasco de Chanel Nº5 cada 30 segundos.


Precisamente, hace unas semanas leí que, el año pasado, el 61% de los españoles ha mantenido su gasto (entre 30 y 80 euros) en perfumes, mientras que sólo un 17% lo ha reducido. Incluso, un 10% de la población invierte más de 80 euros anuales en oler bien. Además, el 73% se declara "fiel" a su aroma habitual. Quizás por eso, la diseñadora Coco Chanel llegó a afirmar en una ocasión: "una mujer sin perfume es una mujer sin futuro". Es decir: somos un país de tiesos, pero bien perfumados.


Los hombres también se han apuntado al carro. Los perfumes siempre han sido un arma de seducción y, según la web Ashley Madison, los infieles los compran como estrategia clave para buscar amantes.

“En tus manos, un aroma,
que trasminaba como el clavel,
pero yo lo echaba broma,
porque era esclava de tu querer…”


A otros caballeros, menos inquietos, simplemente les gusta oler bien. Era el caso, por ejemplo, del Príncipe de Salina, que se aromatizaba con Lemon Juice de Atkinson cada vez que salía del baño, y después impregnaba su pañuelo con tres gotas de esencia de bergamota.

 
“El príncipe aun no había acabado de arreglarse, ordenó que le rogaran al señor alcalde que esperara un momento en el despacho y con toda tranquilidad continuó acicalándose. Se untó el cabello con el "lemo-liscio", el Lime-Juice de Atkinson, esa densa loción blancuzca que llegaba en cajas desde Londres…” (El Gatopardo).

Mi propio padre también es muy partidario de rociarse con cantidades ingentes de agua de colonia que mi madre y yo, previamente, le regalamos. Desgraciadamente, un verano, nos atormentó con un bote de lavanda que regalaban en el supermercado de la playa. Era el único miembro de la familia que ahuyentaba a los mosquitos de forma natural. Últimamente, mi madre le regala un perfume que huele a madera. Él parece contento: sólo desea que se trate de alguna madera noble y no pino. Lo de oler a pino le da mal fario.

 

martes, 11 de septiembre de 2012

Ejercicios de erotismo, insinuación y sensualidad

El domingo pasado, sobre las cinco de la tarde, cruzaba andando Chamberí camino de Las Ventas. Iba delante mía una muchacha de no más de dieciocho años que, a cada paso, tenía que sujetarse la camiseta que dejaba al descubierto tres cuartas partes de su espalda y, por supuesto, la ropa interior. No sé adónde se dirigía, pero seguro que llegaría desnuda. Hasta que la adelanté en un semáforo en Ríos Rosas, me preguntaba: ¿qué ha sido de la insinuación (dar a entender algo sin más que indicarlo o apuntarlo ligeramente), del arte de dejar ver sin enseñar? ¿Desde cuándo nos hemos convertido en una civilización tan soez?
Hace poco, leía este artículo de Vargas Llosa: "El erotismo ha desaparecido, al mismo tiempo que la crítica y la alta cultura. ¿Por qué? Porque el erotismo, que convierte el acto sexual en obra de arte, en un ritual al que la literatura, las artes plásticas, la música y una refinada sensibilidad impregnan de imágenes de elevado virtuosismo estético, es la negación misma de ese sexo fácil, expeditivo y promiscuo en el que paradójicamente ha desembocado la libertad conquistada por las nuevas generaciones. El erotismo existe como contrapartida o desacato a la norma, es una actitud de desafío a las costumbres entronizadas y, por lo mismo, implica secreto y clandestinidad. Sacado a la luz pública, vulgarizado, se degrada y eclipsa, no lleva a cabo esa desanimalización y humanización espiritual y artística del quehacer sexual que permitió antaño. Produce pornografía, abaratamiento procaz y canalla de ese erotismo que irrigó, en el pasado, una corriente riquísima de obras en la literatura y las artes plásticas, que, inspiradas en las fantasías del deseo sexual, producían memorables creaciones estéticas, desafiaban el statu quo político y moral, combatían por el derecho de los seres humanos al placer y dignificaban un instito animal transformándolo en obra de arte".

Las películas del Hollywood clásico reflejaban esta "refinada sensibilidad" a la que hacía referencia Vargas Llosa. Los hombres se enamoraban de Rita Hayworth sólo con aflojarse un guante o entonar una canción a medianoche sobre una mesa.


En aquellas películas de cine negro, la seducción era un arte dentro y fuera de la pantalla. Bogart se enamoró de Lauren Bacall, "La Mirada de Hollywood", en el rodaje de "Tener y no tener". Ella tenía 19 años. La frase: "si me necesitas, silba", se hizo mundiamente famosa tras la película.


En el verano de 2010 fallecía Patricia Neal, la actriz que se enamoró locamente de Gary Cooper. "Es una de las cosas más maravillosas que me ha sucedido en la vida. Le sigo amando, incluso ahora", escribió en su autobiografía. Cooper estaba casado y el romance con Neal terminó cuando su mujer rechazó concederle el divorcio.



Su actuación en "El cartero siempre llama dos veces" lanzó al estrellano a Lana Turner y a sus infinitas piernas. Fuera del restaurante-gasolinera donde trabajaba Turner colgaba un cartel: "Se necesita hombre" ("Man wanted"), un juego de palabras que encerraba un doble sentido: la necesidad de un hombre para trabajar, pero también para amar.


Continúa Vargas: "Hacer el amor en nuestros días, en el mundo occidental, está mucho más cerca de la pornografía que del erotismo y, paradójicamente, ello ha resultado como una deriva degradada y perversa de la libertad [...] Por ello, si queremos que el amor físico contribuya a enriquecer la vida de las gentes, liberémoslo de los prejuicios, pero no de las formas y los ritos que lo embellecen y civilizan, y, en vez de exhibirlo a plena luz y por las calles, preservemos esa privacidad y discreción que permiten a los amantes jugar a ser dioses y sentir que lo son en esos instantes intensos y únicos de la pasión y el deseo compartidos".

Burt Lancaster y Deborah Kerr en "De aquí a la eternidad"