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lunes, 15 de junio de 2015

Echar el anzuelo

La vida de Paquita Rico es un folletín. A los diez años ya trabajaba para ganarse el sustento; a los veinte, era cancionista folklórica y a los treinta, estrella del cine. Y siempre bellísima. Natural que más de uno quisiera echarle el azuelo...


En 1956, Ochaíta, Valerio y Solano compusieron varias coplas para la película Curra Veleta, dirigida por Ramón Torrado y protagonizada por Paquita Rico, quien interpreta el papel de una guapa muchacha que vive con sus tíos en Ayamonte. La cinta arranca con unos espectaculares planos generales de la dársena de Ayamonte, donde los pescadores acuden camino de la lonja, para vender su mercancía. Paquita sale a escena en la parte más alta del pueblo, La Villa, con una cesta al brazo, cantando una simpática coplilla titulada El Anzuelo

El anzuelo,
el anzuelo procura afinarlo,
que no haya camelo
pa que luego,
si en la iglesia 
te ponen el yugo
al irte a casar,
no te larguen
un besugo...
¡qué bar... que barbaridad!

Mocita que en tu ventana,
te dan de pares y nones, 
ten cuidado que no te piquen
los malos y los tiburones.

Y cuando la pesca llegue,
procura con tu gracejo, 
que no caigan en tus redes
langostinos ni cangrejos.

Son pescaítos de plata
las niñas en buen estado, 
en cambio son las gambonas
y las raspas del bacalao.

Mocitos de veinte años,
filetes de pescaílla,
merluzos los solterones 
pa asarlos en la parrilla.


Paquita Rico vino al mundo en una modesta casa del barrio de Triana, en 1929. Mucho antes de rodar Curra Vetela, aprendió a distinguir un besugo de un filete de pescadilla: su padre era vendedor de cucuruchos de marisco por las calles de Sevilla. En 1960, se casó con Juan Ordóñez Araújo, hijo de El Niño de la Palma y hermano del famoso torero Antonio Ordóñez. Cinco años después de la boda, Juan, que en el mundillo sólo llegó a banderillero, teniendo que vivir a expensas de su mujer, se suicidó, dejando muerta de tristeza a La trianera de bronce. A su funeral, acudió el director de cine Orson Welles, quien besó la mano de la hermosa viuda.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Ladrones de besos (altamente azucarado)


"¿Qué es un beso?
Hablábamos de un beso
La palabra es dulce.
En realidad un beso, ¿qué expresa?
Un juramento cercano,
Una promesa sellada,
Un amor que se quiere confirmar,
Un acento invisible sobre el verbo amar,
Un secreto que confunde la boca con las orejas,
Un instante infinito, un murmullo de abejas,
Un sabor dulcísimo, una comunión,
Una nueva forma de abrir el corazón,
De circuncidar el borde de los labios,
Hasta llegar al alma".
(Fragmento de Cyrano de Bergerac)


Si algún lector tiene el azúcar alta, le recomiendo que vuelva mañana. El artículo de hoy chorrea almíbar: de vez en cuando, sobre todo en fechas próximas a la Navidad, conviene cambiar las trincheras por la vie en rose.


La capitulación de Japón puso punto final a la Segunda Guerra Mundial. Alfred Eisenstaedt, alemán de origen judío y reportero de la revista Life, retrató mejor que nadie la alegría por la paz recién conquistada. La foto que lo hizo famoso fue tomada con una Leica M3 en la plaza neoyorkina de Times Square el 14 de agosto de 1945 (existe otra versión, desde un ángulo peor, de Víctor Jorgensen). En ella, un marinero besa apasionadamente a una joven enfermera a la que agarra por el talle. Al fondo, varias personas que observan la escena, sonríen. Ella, sorprendida por el gesto espontáneo de él, pierde el equilibrio y carga su peso sobre los brazos del joven, que representa la fuerza y el poder del hombre. Si los besos pudieran clasificarse, éste probablemente sería más eufórico que amoroso. Eisenstaedt, un auténtico obseso de los besos, fotografió muchos otros, sobre todo de despedida o reencuentro en estaciones de tren.

"I was running ahead of him with my Leica looking back over my shoulder... Then suddenly, in a flash, I saw something white being grabbed. I turned around and clicked the moment the sailor kissed the nurse" (Eisenstaedt).


El segundo beso más conocido de la historia de la fotografía lleva la firma del francés Robert Doisneau. Normalmente, en sus fotos intentaba pasar inadvertido, pero en "El beso del Hotel de Ville" -un emblema de París, la ville de l´amour (1950)- se acercó más de lo acostumbrado. Al final de su vida se demostró que sus imágenes estaban programadas, es decir, eran grandes escenas organizadas por él mismo con la colaboración de actores profesionales. En esta ocasión, una pareja de jóvenes pasea por una calle concurrida. Él, de aspecto bohemio, viste una bufanda clara que lleva remetida de cualquier manera entre las solapas de una chaqueta cruzada. Ella, con rebeca oscura, también parece sorprendida por el beso de su amante. A diferencia de la foto de Eisenstaedt, los viandantes hacen caso omiso a esta manifestación pública de cariño.

“The world that I was trying to present was one where I could feel good, where people were friendly, where I could find the love I wanted. My photos were proof that this world could exist.” (Doisneau).


Y, para rematar el empacho, ¿qué me dicen del beso patrio? Tengo la impresión de que en España somos menos dulces y más... salaos.


"La española cuando besa
es que besa de verdad,
y a ninguna le interesa
besar con frivolidad.
El beso, el beso, el beso en España
lo lleva la hembra muy dentro del alma".