Mostrando entradas con la etiqueta Orson Welles. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Orson Welles. Mostrar todas las entradas

martes, 21 de abril de 2015

Olor a sardinas asadas en el Hotel Waldorf Astoria de Nueva York

En el año 1940, mientras España se sumía en la miseria de la postguerra, Carmen Amaya y parte de su familia desembarcaron en Nueva York, con el apoyo del empresario Sol Hurok, quien consiguió que la compañía debutase en el cabaret Beachcomber. Carmen, aquella niña criada en las barracas del Somorrostro barcelonés, había puesto un pie en Estados Unidos y, desde entonces, su leyenda no haría más que crecer. Eclipsados por el talento de la bailaora, la prestigiosa revista Life le dedicó un extenso reportaje con fotografías de Gyon Mili. 

Reportaje para la revista "Life" (1940)

El año de su consagración americana fue 1942, cuando fue contratada en el Carnegie Hall de Nueva York con un espectáculo de trece números donde bailaba sinfonías de Albéniz, Turina o Falla combinadas con los palos flamencos más tradicionales. Un año después, en 1943, Carmen Amaya fue invitada a actuar en la Casa Blanca en el cumpleaños del presidente Roosevelt quien, en agradecimiento, le regaló una chaquetilla bolera bordada en brillantes. Cuando regresa al hotel, Carmen empuña unas tijeras y corta la chaquetilla en tantas partes como mujeres formaban parte de su compañía.


Grandes estrellas del cine también se entusiasmaron con la gitana. Orson Welles, quien quiso contratarla en una de sus películas, dijo: "Es la más artista de las bailarinas y la más genial de las artistas"; Charles Chaplin: "Es un volcán alumbrado por soberbios resplandores de música española"; y el bailarín Fred Astaire: "De Carmen hay mucho que ver, mucho que admirar... y mucho que aprender".

Carmen junto al actor Marlon Brando

Una anécdota, cuenta que, añorando la cocina española, el "volcán" Amaya y su gente decidieron asar unas sardinas en una suite del Hotel Waldorf Astoria, el más lujoso de Nueva York. Alguien de la compañía, utilizó como parrilla un somier metálico y, para prender el fuego, se rompieron un par de mesillas de noche. Dicen que todo el hotel olía a sardinas asadas y nadie comprendía lo que estaba sucediendo... Anteriormente, su madre, la Micaela, ya había utilizado la bañera de algún hotel para montar un infiernillo y cocinar cocido para la saga Amaya. 

El Waldorf Astoria, en la Quinta Avenida

Anécdotas aparte, Carmen eclipsó los Estados Unidos, llegando a grabar varias películas en la Meca del Cine. Regresó a España en 1947, convertida ya en una artista mundialmente consagrada.

jueves, 18 de septiembre de 2014

La ventana abierta


La ciudad duerme o despierta. Es lo mismo. La ciudad está desierta o no notamos otra presencia que la de nuestros pasos que ni van ni vuelven. Todo es oscuridad en torno. Hasta el sol. Si alguien nos llamara no le oiríamos .Si llamáramos a alguien no nos oiría tampoco. Estamos tumultuariamente rodeados de nuestra terrible soledad. No sabrías, alma mía patética, poblar esta desesperada patria sin nadie.
 
No importa la ciudad. No importa la casa. Pero de pronto, allá junto al tejado, vemos una ventanita entreabierta. ¿Quién, cuándo, cómo, para qué han entreabierto esa ventanita? ¿Se asfixiaba un alma? ¿Acaba de asomar por ella un brazo desnudo diciendo adiós? ¿Qué ocurre dentro? ¿Muere o nace alguien en ese instante? ¿Contemplan dos enamorados el techo de su alcoba? ¿Cuenta sus monedas un avaro? ¿Estudia un hombre? ¿Lavan unas manos tiernas, vulgares, una ropa triste?

 
[...] ¿Por qué, a qué, abrió alguien esa ventanita más hermética ahora que cerrada? ¿Qué está ocurriendo que no se nos ocurre? La ciudad, la calle, la casa, la geografía entera importan poco. Sólo nos araña los ojos esa ventanita entreabierta al universo mundo. Nos hemos detenido. Contemplamos con una, como trágica curiosidad, esa herida en la noche, en la mañana, al atardecer o cuando los gallos cantan a la dudosa luz.
 

No sabemos proseguir nuestro paseo. Algo nos clava allí, sobre la piedra. Como si algo nos estuviera ocurriendo a nosotros mismos. Nada nos movería a asombro. Nada. Ni que apareciera uno mismo asomándose a la ventana. Porque, ¿es de verdad uno el que está en la calle?
 
Algo nos pesa y duele en el corazón. Nos estamos olvidando de nosotros. ¿Estaremos arriba, en esa habitación desconocida llorando o riendo, amando, naciendo,muriendo? ¿Hemos abierto nosotros la ventanita? [...] No importa la ciudad. Ni la casa. Importa sólo esa ventanita que permanece a un día o a una noche cualquiera.
(César González-Ruano)

 
Escucha Escucha Escucha
la voz de los hoteles,
de los cuartos aún sin arreglar,
los diálogos en los oscuros pasillos que adorna una raída alfombra escarlata,
por donde se apresuran los sirvientes que salen al amanecer como espantados murciélagos

Escucha Escucha Escucha
los murmullos en la escalera; las voces que vienen de la cocina,
donde se fragua un agrio olor a comida, que muy pronto estará en todas partes,
el ronroneo de los ascensores

Escucha Escucha Escucha
a la hermosa inquilina del "204" que despereza sus miembros
y se queja y extiende su viuda desnudez sobre la cama. De su cuerpo
sale un vaho tibio de campo recién llovido.
 

[…] Escucha Escucha Escucha
la incansable viajera, ella abre las ventanas y aspira el aire que viene de la calle. Un desocupado
la silba desde la acera del frente y ella estremece sus flancos en respuesta al incógnito llamado.
 
(Álvaro Mutis)
 

miércoles, 25 de junio de 2014

La ciudad que olvida, pero no perdona


París está de cumpleaños: celebra las 125 primaveras de su vecina más esbelta, la Torre Eiffel. La dama de hierro se inauguró oficialmente el 31 de marzo de 1889, para la Exposición Universal. Aunque en su día no entusiasmó a los parisinos -la consideraban un monstruo de metal-, hoy acoge a siete millones de visitantes cada año. Sin embargo, pocos saben que la Torre Eiffel estuvo al pique de un repique de volar por los aires.
 
 
Si París sigue siendo la Ville Lumière se debe, en gran parte, al militar alemán Dietrich von Choltitz. Nombrado por el propio Hitler comandante de las tropas germanas en París en agosto de 1944, tenía la orden precisa de no entregar la ciudad a los Aliados sin arrasarla previamente, minando los 45 puentes que cruzan el Sena y sus principales monumentos: la Torre Eiffel, el Elíseo, el Arco del Triunfo, el edificio de la Ópera, las estaciones... Sin embargo, en el último momento, rodeado por las tropas estadounidenses en su avance por el Frente Occidental, Choltitz desobedeció la instrucción directa de Hitler de dinamitar toda la ciudad y convertirla en un campo de ruinas.
 
 
¿Por qué razón Choltitz corrió un riesgo así? No se sabe con seguridad. Al parecer, en su decisión influyó poderosamente la opinión de Raoul Nordling, un diplomático sueco nacido en París (durante la Segunda Guerra Mundial, Suecia fue neutral). Como curiosidad, en la película ¿Arde París? de René Clément (1966), Orson Welles interpretó el papel del cónsul Nordling quien, tras la guerra, fue nombrado "citoyen d´honneur de Paris" y hoy cuenta con una pequeña plaza al sur de la iglesia de Sainte-Marguerite. En cambio, ninguna calle parisina lleva el nombre de Dietrich von Choltitz. Bajo la larga sombra de la Torre Eiffel, la ciudad olvida, pero no perdona.
 
Choltitz (arriba) y Nordling (abajo)
 

sábado, 17 de mayo de 2014

¿Y a usted no le marea el puro?

Los puros se crían en las plazas de toros, y el verdadero negocio de los empresarios de toros es el cultivo de los puros, ya que los toros se los matan todos los toreros con un sable y no ganan bastante dinero para comprar toros, con lo caros que están.
 
 
Para que salgan buenos puros con sortija, los empresarios llenan su plaza de hombres gordos con una corbata colorada, los tienen allí un rato al sol sentados en el suelo, después los riegan y, al final, sueltan un toro y un torero para disimular. A los pocos minutos empiezan a salir puros de los señores gordos, como si fueran melocotones, y entonces el empresario los coge, ayudado por un acomodador y un monosabio, y los mete en una cajita de madera y se los manda a un amigo que le ha hecho un favor, que a su vez se los manda a otro amigo que también le ha hecho otro favor, pero que, como no fuma puros, se los manda al empresario de toros para que haga el favor de mandarle una entrada de sol y sombra, que es la buena, ya que así se le pone un lado moreno y el otro no.
 
 
El puro, en el fondo, es como un torero mulato con su faja colorada y, como al torero, lo que más le gusta es pasearse por la calle Alcalá para que le salgan las vendedoras de lotería y las gitanas. [...] A los puros, después de sus paseos, les gusta ir al café a tomar café y copa, a hablar de las reales hembras y a beber agua fresca, y el puro, con su flamenquería, influye en los señores que lo fuman, que terminan por ser unos conquistadores irresistibles y echar unos piropos tremendos a todas las señoritas, por feas que sean [...] Lo que más le molesta al puro es quedarse en casa después de comer, y cuando alguien lo enciende en el comedor, empieza a oler mal y a echar toda su ceniza encima de los trajes de la gente, y toda la familia se marea y se pone mala, como si hubiese habido algún incendio.
 
 
Las esposas aborrecen los puros, porque saben que es el amigo malo del marido, el que les lleva a las juergas y el que les hace jugarse el sueldo en el frontón. Saben que con un puro sus esposos no podrán ir a la ópera, que es el sitio más serio, y, como consecuencia, en cuanto ven un puro en el bolsillo del marido, van y se lo fuman.
 
LA CODORNIZ
 
El olor a puro recién encendido asalta a los caminantes que bajan Alcalá hacia Ventas.
Sólo existe un aroma mejor: el de pan horneado