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viernes, 11 de julio de 2014

Se cae la aceituna

¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!
Miguel Hernández
 

Siempre, por este mes, al solano último de agosto, a la lluvia temprana, al calor postrero y apretado, comienza a caerse la aceituna. De buenas a primeras, una mañana, aparecen inexplicablemente los primeros puntillos verdes sobre el suelo del olivo, tersos al principio, encogiéndose rápidamente,  hasta quedar el hueso mondo y lirondo.
 
La caída de la aceituna siempre llega por los mismos días, repicando a otoño, entreabriendo molinos, empujando a los calores finales, a las tórtolas y golondrinas atrasadas, dejando el aire vacante para tordos y estorninos, avisando con el cobre primero a las hojas, para la partida. Sabe a lluvia que no va a tardar, a neblina primera, a sol pálido. Las últimas moras están a punto. El vallado las ofrece a cientos. Ya no queda un maizal en pie, y el viento barre los últimos melonares.
 
Surco a surco, el braván va borrando el amarillo del campo, vistiéndolo de colores severos, blanquecino en los alberos, rojizo en los polvillares, grisáceo en los riquísimos bujeos. Ya nadie duerme al raso y los primeros escalofríos comienzan a pedir las primeras candelas.

José Antonio Muñoz Rojas


[...] Verdes,
innumerables,
purísimos
pezones
de la naturaleza,
y allí
en
los secos
olivares
donde
tan sólo
cielo azul con cigarras,
y tierra dura
existen,
allí
el prodigio,
la cápsula
perfecta
de la oliva
llenando
con sus constelaciones el follaje:
más tarde
las vasijas,
el milagro,
el aceite.
 
Pablo Neruda
 
 
Mare, yo tengo un novio aceitunero,
Que tiene vareando mucho salero...

viernes, 27 de junio de 2014

Las anchas tardes


¡Qué anchas eran las tardes! Se perdía uno en ellas. Estaba el cielo alto sobre el patio, o el jardín, la tarde, como el mar en los mapas, llenándolo todo de azul, y nosotros como barquillos en el mar. No sabíamos dónde ir, ni en qué quedarnos, ni para qué. Subíamos a los corredores o bajábamos al jardín y nos quedábamos junto a la fuente, metíamos la mano en su agua, oíamos los gorriones, quizá cruzaba un palomo, o caía una campanada. Por la calle, nadie. Porque los que pasaban a diario acababan por no ser nadie, ser un poco más de aquel silencio, tan grave, de la tarde.
 
Y uno andaba vacío, de acá para allá, sin tener dónde asirse, vanamente; de acá para allá, esperando con vaguedad la llegada de algo sobre la tarde, tan ancha, tan serena e impenetrable.
 

[...] Se estaba bien, tumbado, sin hacer nada, sobre las baldosas si era verano porque estaban frescas, sobre una estera, si no, mirando al techo, mirando las sombras de la calle por la pared, o el juego del sol tras las persianas. Diciéndose:
- Debe ser el mulo del hortelano.
O:
- El agua de la fuente.
- Las jacas de don Pedro.
- El coche de los muertos.
- Nada, ahora nada.
 
Pero la nada no era tan sencilla. Transcurría. Hasta que de nuevo la sombra o la voz de una muchacha cantando, o el ruido de otra que lavaba, o la campanilla. ¿Quién sería? Podía ser todo. El huésped maravilloso, la esperada señora, el regalo mayor. Y mientras, nosotros, tumbados como si nada. La vida era así. Una sombra de fuera, reflejada en la pared, el paréntesis entre dos ruidos, una suspensión maravillosa, la posibilidad de que llamaran y se entrara por las puertas quién sabe quién. O nada. Simplemente estar tumbado y que no pasara nada. Un aleteo, un asomarse a un barandal precioso, a un paisaje temblador. El puro reflejo de todo en algo que estaba dentro de nosotros y que debía parecerse a un agua tranquila, a una tarde sin límite.
 
José Antonio Muñoz Rojas
Las musarañas (1957)

miércoles, 30 de abril de 2014

Aquí te espero, amor, por las veredas

Nos despedimos de abril, mes en que la espiga comienza a relucir...
 

I
 
Aquí tienes, amor, tu antiguo huerto,
con su doblada hilera de granados,
que abril dejó de verde coronados
y junio con sus flores ha cubierto.
 
Y donde en flor segura y fruto incierto
se muestran los olivos blanqueados,
y van al amarillo los sembrados,
y al calor las gayombas se han abierto.
 
Aquí te espero, amor, por las veredas
que no vienen ni van a parte alguna
sino a aquel corazón en donde habitan,
 
y donde aun sin venir siempre te quedas,
y haces mi soledad tan oportuna,
que la paz y el silencio la visitan.
 
 
II
 
En este olivarillo de la loma
que apenas tiene sombra, apena flores
que ilustren su pobreza con colores
o alegren su silencio con aroma,
 
y que devuelven en fruto cuanto toma
de la tierra, y nos da con sus sudores
aceite, que en dorados resplandores
la dura oscuridad reduce y doma;
 
en este olivarillo, mi consuelo
me vino, sin saber cómo ni cuándo,
mientras iba por él entretenido;
 
no sé si es de la tierra o si es del cielo;
sólo sé que lo siento aquí alentando,
y el corazón lo tiene por latido.
 
José Antonio Muñoz Rojas
(Abril del alma, 1942-1943)

jueves, 19 de diciembre de 2013

Ya están ahí las nubes


¿De dónde, ligeras, pesadas, blancas, grises pasajeras del cielo, amantes del viento, vosotras nubes? ¿Qué sería de los cielos sin vosotras a quienes desgarran las montañas y a quienes tan dulcemente se entregan lomas y cerros? Cuando va vuestra sombra sobre los llanos, cuando se pliega sobre los barrancos, cuando parte en claros y oscuros los trigos, cuando bajáis tremendas, o graciosas subís, vosotras nubes, nostalgia de la tierra, ligeras desterradas, apresuradas amantes, cuyo besar nunca es largo, cuyo destino es tan humano que está pendiente del primer viento.
 
- Ya están ahí las nubes, dicen los labradores. Y vuestra enorme presencia muda, llenando el cielo, añade no sé qué misterio a la vida. Ya están ahí las nubes.
 
Es un ligero humo blanco primero, tenue, casi invisible, un algodoncillo sobre la sierra que se confunde con la nieve, y luego unas manos inmensas que van palpando el azul, estrujándolo, ciñiéndolo, abriéndolo en grandes lagunas por donde se escapan los ojos.
 
- Ya están ahí las nubes.
 
Y las nubes, como los enamorados, se hacen huidizas con el deseo e impertinentes con la abundancia. Pero su presencia llena su nombre, como su fecundidad.
 
JOSÉ ANTONIO MUÑOZ ROJAS
 
 
El cielo poblado de nubes suntuosas, blancas, grisáceas o tormentosas, parecía más inmenso. Y la alegría de la tierra se exaltaba con estos días de azul y nubes [...] Cuando llovía y hacía sol al mismo tiempo, los chiquillos, en el pueblo, cantaban coplas alusivas a ciertas desconsideraciones del demonio. Pero el campo estaba limpio, transparente, prometedor, como el aire inicial de una caricia ilimitada y tiernísima.
 
Las nubes bogaban, majestuosas, a través de la inmensidad. Cúmulos de nácar, montañas de nieves, gigantescas masas verticales -rosas, celestes, cárdenas-, tras las que parecía ocultarse no el cielo azul de los soles y los astros, sino la eternidad de los ángeles, las vírgenes y el Padre Eterno.
 
JOAQUÍN ROMERO MURUBE 

miércoles, 10 de julio de 2013

Polvo y dureza en el campo


"Pasó el reinado del jaramago. Pasó la trama en los olivos. Reinan los nardos, el sembrado es rastrojo. Comienzan a perderse las codornices. El zureo de las tórtolas es menos fresco. Las zarzamoras deslíen su florecilla malva en el vallado y la matalahúga pierde a diario plata de su cabeza. El viento es seco y duro. Las aceitunas engordan. Los caminos son polvorientos. Apenas si a la luz primera o la brisa última del atardecer, los hacen transitables. Polvo y dureza en el campo. Reina lo duro: el olivo, la paja reseca. El verde se defiende mal. Al centro del día el campo se queda mudo. Tal vez la chicharra. Que no se sienta un arroyo que el campo entero se volcará de sed. Tanta tiene. Hay que dejar que el sol se desfogue y buscar la sombra, la recachita, la penumbra en las bodegas húmedas, las cuadras silenciosas. Hasta la luz de la luna parece tibia como el agua de la alberca o las piedras que el sol calentó todo el día. Pero la era sigue su rueda al trote cansino de las yeguas. Crujen los trillos, salta la gravilla, dormitan los gañanes. Al primer anuncio de brisa, ya están aventando. El biergo y el viento se hacen cada uno lo suyo y el grano cae. Luego henchirá los trojes, se repartirá, tornará a caer en el surco, será briznilla, caña juncal, hoja ancha. Será espiga y pasto de era.
 
Con un filo de luna en el cuello volvemos. Los maíces tienen un peculiar rumor con el viento: suenan a acero. Y por el camino, entre el polvo, brillan y desaparecen, conforme vamos avanzando, los ojos encendidos de las zumayas".
 
(JOSÉ ANTONIO MUÑOZ ROJAS)
 
 
Al leer este palpitante final de Muñoz Rojas, ¿cómo olvidar aquella zumaya, ave rapaz nocturna, algo más grande que la lechuza, de la copla de Rafael de León y Juan Solano, "Aquella Carmen"?
 
"Cuando pasaste la raya
y tu llama se apagó,
ya no cantó la zumaya
ni la guitarra tembló.
Carmen, Carmen, Carmen..."
 
 

lunes, 6 de mayo de 2013

Hombres del campo. Y sus perros


"Hombres del campo, hechos al polvo y a la pena, con la copla sin alegría, pardos, contra el suelo, surco va, surco viene, ya al arado, ya a la hoz o al azadón uncidos a la tierra, nobles hombres del campo, en el olvido y en la desesperanza.
Se vive como se puede, malamente; se mantiene malamente la esperanza, nadie sabe de qué.
Os sospecháis siempre cerca de la tierra, apenas os saca de ella una hora en que el mundo se dora, el aire se hace ingrávido, la noche alegre y amáis. Luego os ata la carga, el amor, se os arruga la cara, se os hace pesado el andar, duras las manos, torcida la sonrisa. No hay nada que esperar.
Al frío seguirá el calor, al relente de la noche la chicharrera del mediodía.
Y en vuestros pueblos, sobre un costerón tapiado de blanco, el lugar seguro y pobre donde la tierra que os persigue, os hará suyos para siempre".

JOSÉ ANTONIO MUÑOZ ROJAS


¿Qué sería de estos hombres del campo sin la fiel compañía de sus perros? Sombras de su sombra. Nobles compañeros en el trabajo diario. Amigos y defensores. El campo siempre se embellece con la silueta de un can oteando el horizonte.
"Era la llave de mi cortijo
y del ganao su centinela,
no había lobo que se acercara
a los corderos en la ribera.
Era valiente con los valientes
y no lo había con más nobleza,
había que verlo cuando jugaba
con mis chiquillos en la dehesa.
No había otro perro como mi perro".


martes, 23 de abril de 2013

Puertas a la incontenible primavera

La primavera es la estación más exuberante del año. Desconozco el motivo, pero el texto de José Antonio Muñoz Rojas “Las puertas al campo” me trae el recuerdo de una copla: “Sombra de mi sombra”, con letra de Rafael de León. Quizás sea por el elegante erotismo inherente a ambas creaciones. Y porque las dos huelen a campo.


"¿Quién sabe las razones de un amor? Son secretas como las aguas bajo la tierra, que luego salen en manantial donde menos se espera. Nada se guarda y el amor menos que nada. A fuerza de pasar los ojos sobre este campo, lo vamos conociendo como el cuerpo de una enamorada, distinguimos todas sus señales, sabemos la ocasión del gozo, la de la esquivez. ¡Oh enorme cuerpo del amante! Por tus barrancos y por tus veras, por tus graciosos cielos, por tus caminos, ya polvorientos, ya encharcados, por tus rincones ocultos y tus abiertas extensiones, por agostos y por eneros, te he cabalgado. Tú también conoces los cascos de mi caballo. En la más dura coscoja, en la mantilla más oculta, en vuelo y en terrón, en todo te he buscado.

Eres un río de hermosura pasando, sonando, ajustándote a la noche, al día, a la estación. Por ti siento pasos antiguos, correr sangre de esta misma de mis venas. Todos somos como tú, algo que ni empieza ni acaba, como la hermosura o estos olivares cuyo fin nunca alcanzan mis ojos.

Y esperamos. A veces es algo áspero este roce del corazón. Todo por fuera está inmutable y algo por dentro roza. ¿Qué será? Un gran aletazo del amor nos sacará a su luz. Quedará todo limpio. Allá en nuestro rinconcillo, el amor sigue. Oh campo, esta hermosura no tiene página ni espejo y sólo, a veces, se deja seducir por el temblor de la palabra, por la insinuación de la poesía. Pero, ¿recogerte, encerrarte? ¿Quién pone puertas al campo?".

(ANTONIO MUÑOZ ROJAS)

"Eras mi delirio, eras mi pasión 
y te camelaba por las cuatro esquinas
de mi corazón.
Me olía tu cuerpo a trigo y clavel
y en tu boca roja como una granada
saciaba mi sed
Primeros de mayo, últimos de abril,
con otra persona que más te gustaba
te fuiste de mí.
Sombra de mi sombra, pena de mi pena,
cómo echo de menos cuando estoy a solas
tus carnes morenas.
Tus brazos de hombre, tus muslos de trigo,
en la noche negra de mi desventura
ya no están conmigo.
Paso por tu culpa fatigas de muerte
porque tengo en vilo la raíz del alma
de tanto quererte".
(RAFAEL DE LEÓN)

lunes, 28 de enero de 2013

Enero es así


"Enero es así. Con días como éste da gloria. Está todo tan limpio, tan lavado el aire, tan recién vestidas tierras y sierras, todo estrenándose. La tierra estrenándose. No hay apenas planta de hombre, huella de animal; sólo, aquí y allá, aparece el aire turbado por la candela de algún talador o aceitunería. Ni apenas pájaros. Alguna avefría silenciosa, alguna primilla a lo suyo, dos lentos grajos. Todo se está quieto. Los caminos perdidos con las lluvias últimas y el agua derramándose sin su uso y sin tasa, por zanjas y regueras, hace más solo el campo con su rumor. Bella, mineral y fría.


Contra el verde tierno del vallado, contra el verde duro y eterno de los olivos, los árboles que perdieron las hojas, hacen como un humo vagoroso. Y donde hay un almendro, hay un poquito de luz que es un temblor. ¿Un temblor? ¿Una música? El aire está delicado alrededor del almendro. Dentro de unos días, cuando menos se espere, temblará. Ahora abriga la sierra unos colores increíbles, hondos, morados, verdes, un vaho de ternura que la ciñe. Ya estarán a punto los primeros lirios entre las grietas de roca con tierra mullida, los primeros narcisos silvestres con su enorme olor".

*****

"El corazón discurre sobre estos campos. Lo llevan los ojos, los oídos, el olfato. Se hace sentido. Lo sabe, lo acecha todo, lo espera todo, se tiende sobre la tierra, se abriga entre dos surcos, pasa entre los olivos. La belleza es un vuelo. ¿Quién lo dijo? No se está quieta en las cosas y no se mueve de ellas. Dentro y fuera. ¿Cómo decirlo? Parece que somos pocos oscuros, hondos, donde nada llega. Y asomándonos, está todo. La loma, el peñascal, la vera de la zanja, la desazón, la felicidad acechadora, la alegría que apunta, la sombra cernida. ¡Ay corazón, lento y oscuro!


Enero es bellísimo. Va abriendo día a día, surco a surco, secretos al campo. El campo es una inmensa caja de secretos. Y hay que saber verlos. Espiarlos hasta que nos los entregue. Así, yendo de pronto, el simple color de una piedra junto a la que pasamos mil veces sin repararla, la forma de un árbol, la luz de un camino.


Todo va quedando. Lo mismo que la hoja caduca sobre el sembrado añadirá lozanía al tallo, lustre a la hoja, cargazón a la espiga. El sol de esta tarde está creando dentro y fuera, en alma y tierra, calor, sin que nunca acabe enteramente de morir. ¿Qué muere? Todo esto sigue. Y el sonar del campo, del río, entre estas riberas de cielo hermosísimas, deja un largo eco, una llamada eterna a la belleza".

Texto: JOSÉ ANTONIO MUÑOZ ROJAS
Pinturas: ANGLADA-CAMARASA

jueves, 10 de enero de 2013

Helada de enero


"Siempre, en estos meses, se vive con el temor a la helada. Es una muerte nocturna y segura que viene todos los años a hacer de las suyas. Trae poco y se lleva lo que puede, aceituna o pegujal. Hija de los cielos serenos y de las noches claras, invisible y extensa, deja su huella por los campos, blancos al amanecer, aterida la planta, encogido el fruto.
 
- ¡Buena ha caído esta noche!

 
Y el resuello humea en el aire. No hay quien se asome a la puerta. Les tiembla todo el mundo.
Las manda, sin duda, el hielo durísimo de las estrellas a besar la tierra, en unas nupcias tremendas, que detienen la vida, en medio del silencio de la noche. Su cuerpo de amante inmenso y mortal, queda extendido en desolación y blancura sobre el campo.

 
Por las mañanas no hay quien se mueva. Se engarrotan hombres y plantas. Todo va hacia los adentros. El pegujal se encepa, busca el calorcillo interior de la tierra, echa su fuerza hacia abajo. La aceituna sin madurar se avinata y empequeñece, y la cortedad de los días no da tiempo al sol de rodear los olivos y deja en su lado norte que la helada de una noche aguarde a la de otra.
 
- ¡La que va a caer!

 
Y el cielo está impasible, preparándose. Y apenas oscurecido, con las últimas luces y las primeras estrellas, invisible, sobre la tierra inerme, sobre la plantilla recién despuntada, sobre la flor que se adelantó y el caminante retrasado, sobre las aves, comenzará a caer la helada.

 
Mañana se hallarán dondequiera sus despojos. Y hombres y animales se anunciarán con una larga vaharada. Sobre el paisaje se cernirá un halo, un velo de niebla que hará fantásticas las perspectivas, tiernas las lejanías, íntimo el campo".

(José Antonio Muñoz Rojas)
 
Jamás olvidaré aquella helada...