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viernes, 23 de junio de 2017

Aprender a ser mortal

Leí recientemente una reflexión de Javier Gomá que es perfectamente extrapolable al mundo del toro. Decía que asumir nuestra mortalidad es la condición indispensable para que seamos heroicos en nuestra vida cotidiana, y ponía como ejemplo el mito de Aquiles. Gomá se preguntaba los motivos por los que Aquiles (hijo de un hombre y una diosa) eligió entregar su propia vida luchando en la guerra de Troya en vez de conservar su naturaleza inmortal dentro del gineceo. Aquiles madura, se hace hombre, cuando asume su mortalidad, se enfrenta al exterior y acude a la batalla. Un niño aún no tiene conciencia de su muerte, por lo que no puede comportarse de manera heroica.


Todos los toreros llevan un Aquiles dentro. Cada tarde de corrida, todos acuden al ruedo asumiendo las consecuencias y peligros que puede desencadenar la lucha contra un toro bravo. Ellos nos enseñan a "ser mortales". Estremece ahora leer aquellas palabras de Iván Fandiño días antes de lidiar seis toros en Las Ventas, cuando declaró: "Tengo una cita con la historia, y si he de morir, moriré libre".


La tarde de la tragedia, en el callejón de la plaza francesa de Aire Sur L'Adour había un niño, un niño a quien Fandiño regaló la última oreja que cortó en su vida. El torero se acercó hasta la barrera, abrazó al muchacho por la espalda y, cariñoso, le entregó el trofeo aún caliente. Terminada la feliz vuelta al ruedo, apenas unos minutos más tarde, durante un quite, un toro mató a Iván de una cornada en el costado, igual que Aquiles cayó en Troya por una herida de flecha. Sacrificando una vida larga y tranquila -es decir, abandonando la protección del gineceo-, ambos héroes alcanzaron la gloria.


Unos pocos días más tarde, ese mismo niño, testigo mudo de la fatalidad, regresó al ruedo de Aire, donde una foto en blanco y negro recordaba la efigie del torero ya muerto. El crío observó, serio pero sereno, la imagen del héroe mientras posaba sobre el cristal su palma derecha, la misma mano que recogió el último laurel de una batalla anunciada perdida de antemano por el oráculo. El niño anónimo de pantalones cortos, sin saberlo, en ese instante, estaba abandonando prematuramente la protección del gineceo para mirar, por primera vez, a la muerte cara a cara. Quizá, el día de mañana, él también será un héroe.


"Lo que nos hace individuales es precisamente la mortalidad. El precio de morir es un precio digno de pagarse si el premio es ser individuales. Lo más alto que alguien puede ser es ser individual, ser ejemplo y tener un nombre. Aquiles se convirtió en Aquiles en el momento en que aceptó morir. Dio como barato la inmortalidad, la eternidad, algo que en mi planteamiento es siempre algo magmático, amorfo, sin identidad, sin personalidad, sin individualidad, característico del estadio adolescente. El gineceo representa esta adolescencia, el estadio estético, y Troya representa el estadio ético, el maduro. Allí encontré la clave de la verdad del destino del hombre" (Javier Gomá).


No volverá a nacer otro "Fandiño", ni siquiera uno con un parecido más o menos superficial. Fandiño llegó a la muerte agotando su "cupo de individualidad": perseguía la gloria del toreo -la cumbre- con el fracaso asumido desde las primeras pendientes. La individualidad absoluta, total y completa de Fandiño no habría permitido otra muerte más que ésta, a orillas del Adour (que en vasco significa "suerte" o "tendencia"), por un toro que no era el suyo y que no podía dejar pasar. Fandiño agotaba cada tarde el toro de la muerte, el toro de su propia muerte, hasta la última gota. Eso le hacía único, y de ahí, el vacío y el abismo ante ferias y carteles que no volverán a llevar su nombre. Acaba de irse y ya se le extraña.

domingo, 10 de noviembre de 2013

¿Ganarse la vida o vivir de la sopa boba?


El término negocio deriva de las palabras latinas nec y otium, es decir, "aquello que no es ocio". Para los romanos, otium era lo que se hacía durante el tiempo libre sin recibir ninguna recompensa. El negocio, por el contrario, constituía una actividad lucrativa. Sin embargo, desde la nefasta cultura del 68 hasta nuestros días, se confunde con frecuencia el ocio y el negocio, lo que conduce, invariablemente, a pretender vivir del cuento. En el siguiente artículo, Javier Gomá reflexiona con acierto sobre el arte de ganarse la vida:


"La obligación y responsabilidad del auténtico educador es operar sobre las tendencias naturales del pupilo para crear en él una segunda naturaleza -la cultura- que lo transforme en individuo emancipado y crítico con todo y con todos, y muy en particular con respecto a quienes le tutelaron mientras era niño.
 
El proceso de socialización del yo incluye una especialización doble: la del oficio y la del corazón (producción y reproducción). Por un lado, la mayoría de los hombres y de las mujeres, tarde o temprano, se enamoran y, en compañía de la persona amada, fundan una casa. Pero, por otro lado, tanto para fundar una casa como, más genéricamente, para ser independiente, es requisito necesario integrarse en la economía productiva de la sociedad y realizar en ella una labor que estime y remunere. Acertar a encontrar una ocupación pagada, dentro del gran sistema de oficios y profesiones organizado en cada sociedad, es lo que usualmente se designa como ganarse la vida [...] La figura del profesional competente que desempeña su especialidad de forma experta y eficaz, prestando con su trabajo bien hecho un servicio útil a la sociedad, es la personificación más acabada del hombre que sabe ganarse la vida.
 

[...] La locución ganarse la vida indica que la vida no es un regalo. Soñamos, sí, con una vida regalada, pero la inmensa mayoría de los casos pesa sobre nosotros la obligación de trabajar para lograr una posición en el mundo. Durante algunos años, la infancia y la adolescencia, vivimos en una situación de ociosidad subvencionada por los padres, por el Estado. Pero la educación que recibimos tiene la finalidad de hacernos autónomos, dotarnos de los instrumentos para valernos por nosotros mismos [...] Sabemos que hoy a la juventud le resulta difícil y costoso obtener ingresos para pagar esa independencia -piso, alimentos, ocios- y eso explica actitudes dilatorias que prorrogan la permanencia en el hogar familiar y que permiten a esa juventud la aplicación de todos sus medios económicos a la última de las partidas (ocio), compatible a menudo con una reclamación de libertad sin límites en lo tocante a los estilos de vida. 
 
[...] Pero hay también que reconocer que el imperativo de ganarse la vida y de desarrollar alguna especialización profesional ha carecido, desde el Romanticismo a esta parte, de todo prestigio cultural y moral [...] El resultado es la extendida creencia de que el verdadero hombre es aquel que, como el genio, vive exclusivamente para su propio mundo y sus necesidades interiores. En consecuencia, el modo de ganarse la vida se le antoja a este sujeto moderno -artista genial en potencia- algo enojoso, indigno de él, un accidente de la vulgar exterioridad ajena a su mundo".
 
JAVIER GOMÁ LANZÓN