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sábado, 31 de octubre de 2015

Los "Tosantos" contra Halloween


La noche del 31 de octubre al 1 de noviembre, los algecireños celebran una fiesta que no es Halloween ni se le parece. La llaman "Tosantos", contracción de "Todos los santos", y consiste en visitar la plaza de abastos con el fin de comprar frutos secos, castañas asadas, cañas de azúcar, garrapiñadas, chirimoyas, boniatos, granadas y otros productos típicos del invierno. La tradición se remonta a finales del siglo XVIII, cuando este mercado se instalaba en una de las entradas de la ciudad, próxima a las huertas del Río de la Miel. La costumbre, lejos de extinguirse, fue aumentando, transmitiéndose de padres a hijos, y aún hoy, la plaza de abastos se llena de niños y adultos que hacen sus compras mientras la banda de música interpreta temas populares.


Una de las ventanas de mi casa, la de la cocina concretamente, da hacia el mercado. De cría, jamás supe qué era Halloween. A mí lo que me interesaba era ver cómo los puestos de frutos secos se iban montando desde primera hora de la tarde y todo comenzaba a oler a castañas asadas. Cuando se hacía de noche, bajaba, principalmente a comprar nueces -que después había que partir-, dátiles -nunca me gustaron, pero en mi casa tenían gran aceptación-, garrapiñadas -eso sí que me interesaba-, buñuelos y "huesos de santo". La noche del 31 de octubre nunca me disfracé, ni dije "truco o trato", ni pedí caramelos. Aquellas costumbres quedaban demasiado lejos. 


El botín gastronómico de los "Tosantos" solía durar hasta Navidad, y a veces aún sobraba. Los restos de almendras, normalmente, se aprovechaban para hacer algún postre. Y así, un año tras otro, hasta que abandoné Algeciras para vivir fuera y buscarme la vida. Sin embargo, cada 31 de octubre, sigo pensando en los vendedores de castañas de la plaza de abastos.

domingo, 25 de octubre de 2015

Tiriti-traun-traun

No hay alegrías que valgan la pena -flamencas, digo- sin su "tiriti-traun-traun". Que se lo pregunten a Camarón cuando cantaba: "Tiriti-traun-traun, yo soy aquel contrabandista que siempre huyendo va, y que cuando salgo con mi jaca, ay, del Peñón de Gibraltar...". 

 

Curiosamente, de Gibraltar no sólo "salió" el contrabandista: también la muletilla del "tiriti-traun-traun". A finales del siglo XVIII, tras el Gran Asedio del Peñón (1779-1783), cuando los españoles intentaron por última vez, y sin éxito, recuperar la roca, los habitantes vivieron un período de paz y prosperidad. De hecho, la población civil aumentó considerablemente y los gibraltareños -también llamados "llanitos"- se pusieron flamencos. Tanto que inventaron una cancioncilla que decía: 

“There is a town, town, town
 down in the south, south, south…
 and it will be soon, soon
 a richer town, town, town…” 

(“Hay una ciudad, ciudad, ciudad
en el sur, sur, sur…
y será pronto, pronto
una rica ciudad, ciudad, ciudad…”)


Los gaditanos de la zona -los vecinos de La Línea, San Roque, Algeciras-, que de inglés no entendían ni papa, intentaron reproducir, como buenamente pudieron, la cantinela de los llanitos. De esta manera, el “There is a town, town, town…” se convirtió en el salao “tiriti-traun-traun” que ha llegado, hasta nuestros días, en numerosos temas flamencos.

lunes, 29 de junio de 2015

El secreto de saber mirar


Al principio, pensaba que lo quería porque era mío. Uno siente afecto por aquello que posee, aunque sea feo. Después, con el tiempo, llegué a la conclusión que lo quería porque, realmente, era bonito. No diría que un paraíso, pero sí un lugar con encanto. Al fin y al cabo, se trata de mi pueblo y es humano sentir orgullo por el sitio donde se ha nacido. El secreto de vivir en Algeciras consiste en saber mirar. Puede que se trate de algún síndrome producido por los vendavales de levante, no lo descarto. Sin embargo, la luz y el mar -mezclados con la miseria- también influyen en este cariño por los orígenes; sin olvidar la desembocadura del río Palmones, la playa de Getares, la sempiterna silueta del Peñón, la despreocupación de los vecinos, las campanadas de la iglesia de La Palma (en Madrid rara vez se escuchan las campanas), las paredes encaladas del barrio de San Isidro, el pescado fresco a la venta en el mercado, las palmeras del parque María Cristina y la casa donde uno se ha criado. Regresar a Algeciras implica reajustar una brújula interior; comprobar que, en el fondo, todo sigue igual, al menos en lo fundamental.


Los que han nacido en un lugar "naturalmente bello" tienen más fácil el asunto de saber mirar... Algunos opinan que amar una ciudad como Algeciras conlleva su mérito. En casos extremos, los jureles de Tarifa ayudan.

Fotos realizadas en junio de 2015

miércoles, 25 de marzo de 2015

El vapor que se alejaba hacia el Peñón

[...] Yo tuve que ir a Cádiz en aquellos días y le escribí citándola allá, caso de que pudiera venir [...] Al final ella no apareció, como era más que probable que sucediera. A la semana siguiente, por lo tanto, fui yo a Algeciras, expresamente para verla. Le puse un telegrama: "Meet me lobby Hotel Cristina Saturday noon".


Salí de Sevilla en el coche de línea a las 6 de la mañana; pasé por Jerez a las 8, por Medina a las 10 y por Alcalá a las 11. A las 11.50 llegué a Algeciras. Tomé una habitación en el Hotel Madrid, un hotel rococó de barandillas y escayolas. Desde la ventana se veía la torre colonial de la plaza entre palmeras, sobre una perspectiva picassiana de muros blancos, tejados y azoteas. Bajé la calle y tomé un taxi:


Estaba algo más delgada que cuando la dejé en Cambridge y me sonrió con su leve modo triste de siempre. Yo me atropellaba hablando. Le quería hacer en dos minutos el resumen de todo cuanto había pasado en tres años largos. Le hablé de demasiada gente para no tener que hablarle de mí mismo [...] Almorzamos en el mismo hotel, aún con cierta tensión de personas que se conocieran menos de lo que nosotros nos habíamos conocido, porque, habiendo pedido platos distintos, el camarero se equivocó al servir y nosotros no nos dimos cuenta hasta después de empezar a comer. Así, no atreviéndonos a proponer el cambio, hubimos de comer cada cual lo que no había pedido.


Después de comer salimos a la pérgola de la terraza a tomar café. Entre el jardín y el mar escamoteaban el pueblo. Escogimos una mesita entre sol y sombra y nos sentamos mirando a la bahía, yo a la sombra y ella al sol.


[...] El resto de la tarde lo pasamos por las calles del pueblo, de tienda en tienda. Ella buscaba una mantelería; yo, tela de nylon para un traje de flamenca. Ella encontró el encaje que buscaba, pero no se lo llevó porque el juego tenía sólo seis servilletas y ella necesitaba ocho. Yo encontré el nylon, pero el tendero me dijo que a nadie se le ocurría hacerse un traje de flamenca de dicho material. Yo le dije que no era cosa mía, sino de mis hermanas que me habían hecho el encargo. El tendero creyó oportuno añadir que el nylon no admite el almidonado de los volantes [...] Al pasar frente al consulado inglés, cuya bandera ondeaba sobre barandas de cal y apliques de escayola como haciendo señas cifradas al Peñón, nos abordó un vendedor de anillos y relojes. Comenzó pidiendo el oro y el moro en lo que él juzgaba que era inglés. Yo me hice el inglés y el tonto y conseguí que dejara el anillo en 15 chelines y el reloj en dos libras esterlinas. A última hora no cerramos el trato y el hombre se largó echando maldiciones.


[...] Cuando el vapor comenzó a desatracar sólo quedaba en ella la sonrisa de siempre, cuya suave tristeza se me clavaba, más implacable que nunca, en lo más hondo. El vapor se alejaba hacia el Peñón. Éste era como un perro echado, indiferente a todo, dando la espalda al fracaso de cristales del poniente. Entre el vapor y mis ojos se interponía un laberinto de rayas multicolores y resplandores a contraluz, mástiles, cordajes, arboladuras, tejados, azoteas, vidrios azul y oro, redes de pesca o de tenis que el salitre de la marea endurecía y atirantaba.

(Aquilino Duque escribió este cuento, titulado "La historia de Sally Gray", en enero de 1959, en Venecia, aunque los hechos que relata sucedieron en Algeciras. Finalmente, se casó con Sally).

lunes, 23 de marzo de 2015

El origen de La Ruta del Toro

Por todos es conocido el arte de Hércules para burlar y capturar toros. Quizás por ello, Euristeo le encargó asesinar a Gerión, rey mitológico de Tartessos, y robarle sus famosos astados retintos que pastaban en la desembocadura del Guadalquivir. Hércules, eficaz como de costumbre, cumplió con su cometido; sin embargo, más ducho en asuntos bélicos que cabestreros, perdió por el camino parte de la manada cuando intentaba llevársela como ofrenda a Euristeo. Cuenta la leyenda que, tras avatares diversos, algunos toros del fallecido Gerión quedaron en el Campo de Gibraltar.


A comienzos del siglo VIII, las tropas árabes desembarcaron en la Península Ibérica y fundaron una ciudad que llamarían Isla Verde, embrión de la actual Algeciras. Los musulmanes quedaron sorprendidos por los toros tan fuertes, lustrosos y bien armados que encontraron en aquella zona… descendientes, probablemente, del hato perdido por Hércules. Hasta tal punto que, al poco de tiempo de instalarse, decidieron acabar con los animales más violentos porque no les permitían arar las tierras. 



Dichosamente, algunas cabezas sobrevivieron a la matanza, formando, muchos años después, las ganaderías de Cebada Gago, Torrestrella, Carlos Nuñez, Gavira, Núñez del Cuvillo y otras divisas, fundadoras todas ellas de la mítica Ruta del Toro, entre Jerez de la Frontera y Tarifa. Lo que habría disfrutado Hércules en la Venta El Frenazo, a las puertas de Los Alcornocales, con esa sopa de tomate, capaz de resucitar al mismísimo Gerión.


lunes, 16 de febrero de 2015

Miguelín, La Taurina y La Perseverancia


Algeciras tuvo un coso llamado La Perseverancia (¡qué nombre tan apropiado!) y un café llamado La Taurina. Este último, se encontraba en la Plaza Alta -antigua Plaza de la Constitución-, pegado, pared con pared, a la Capilla de Europa. Bar e iglesia eran vecinos, cumpliendo aquel máximo latino de primum vivere, deinde philosophari, es decir, primero tómese unas cañas y después rece un Padre Nuestro. Por aquel entonces -finales de los 40 y la década de los 50-, Algeciras todavía vivía del mar y de la pesca.


Agustín Coronil Sarriá, padre de Andrés Coronil Rodríguez, comenzó a trabajar en La Taurina con tan sólo 12 añitos. Para llegar al fregadero, tenía que encaramarse a un cajón de cerveza, desde donde escuchaba las tertulias de los aficionados. Allí, entre vasos y clientes, se hizo un hombre. Fue su primer empleo y siempre lo recordó con cariño.


En abril de 1955, con 16 años, el torero Miguel Mateo Salcedo, Miguelín, debutó con picadores en La Perseverancia. A los 17 años, Agustín cambió de trabajo, el Café La Taurina desapareció, La Perseverancia fue demolida en 1975 y Algeciras le dio la espalda al mar.


Los aficionados más veteranos, cuando se reúnen en la Peña Miguelín de la Avenidad Fuerzas Armadas, aún recuerdan cómo su torero -heterodoxo y rebelde- provocaba a El Cordobés. Conocida es la anécdota del San Isidro de 1968, cuando el diestro de Algeciras se lanzó de espontáneo al ruedo madrileño vestido con chaqueta y corbata mientras su rival lidiaba un toro sin casta ni codicia; provocación que le valió una multa de 40.000 pesetas. No obstante, su verdadera venganza tuvo lugar durante la Corrida de la Prensa cuando, ante toros de don Antonio Pérez, Miguelín cortó la friolera de seis orejas, demostrando que era uno de los toreros de moda. El jueves 4 de julio de 1968, el ABC publicó la siguiente crónica: "El rotundo triunfo de Miguelín lo obtuvo a pulso, lo obtuvo con el reposo del torero que sabe lo que hace y lo que hacer, que sabe que esta Corrida de la Prensa era para él la definitiva. Y lo ha sido. Un grito coreado, muy futbolístico, resonó por los tendidos: ¡Miguelín! ¡Miguelín! Era el grito que le alzaba vencedor".

jueves, 9 de octubre de 2014

Todo es silencio en el jardín

Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!
 

Aunque popularmente se diga que Gibraltar es español, a lo largo de la historia, los británicos han dejado su huella en Algeciras, sobre todo cuando se construyó el hotel Reina Cristina, inspirado en la arquitectura colonial británica. A finales del siglo XIX, Guillermo Jaime Smith, vicecónsul del Reino Unido, vendió unos terrenos en la villa vieja de Algeciras a la compañía de ferrocarril. Sobre esta parcela, el promotor Alexander Henderson financió el hotel, como respuesta a las necesidades de alojamiento derivadas de la inauguración del tren hasta Bobadilla.
 
 
El esbelto edificio, casi a orillas del mar y articulado alrededor de un patio central, mezcla el estilo inglés con elementos típicos de la arquitectura andaluza. Todavía hoy se conservan los exuberantes jardines adyacentes, cuajados de pinos, palmeras y eucaliptos. Numerosos personajes ilustres se han alojado en las habitaciones del Reina Cristina a lo largo de la historia, como Winston Churchill, Charles de Gaulle, Arthur Conan Doyle, Orson Welles... o el torero Ignacio Sánchez Mejías.
 
 
El 16 de abril de 1925 aparece en La Unión el primer artículo de Ignacio, “La hora de Belmonte y Joselito”, fechado en el Hotel Cristina de Algeciras, con esta nota introductoria: “El valiente matador de toros Ignacio Sánchez Mejías nos remite gentilmente la adjunta crónica de una fiesta en el campo de las Utreras, propiedad de los ganaderos Hermanos Gallardo”.

[…] Todo el artículo parece estar bañado por una luz cárdena: en la arena del coso valenciano, en las nubes grises, en la erala brava... Cita Sánchez Mejías a Zuloaga, pintor y torero. Leído desde hoy, el artículo parece preludiar esas “banderillas de tiniebla” con que le evocará García Lorca.

En comparación con las crónicas cinegéticas, el torero ha avanzado mucho en ambiciones literarias. Lo vemos en la finura poética de este paisaje nocturno:

“Hay luna creciente. Abrimos el balcón y contemplamos, un momento, el parque que rodea el hotel. Está solo. Todo el suelo es plata. Así lo hizo la luna. En el fondo hay unas palmeras y unos cipreses. El viento y el mar enmudecieron esta noche. Todo es silencio en el jardín...”.
 
(Andrés Amorós, fragmento de su biografía sobre Ignacio Sánchez Mejías)

 
De pequeña, solían llevarme a los jardines del Reina Cristina los sábados y domingos por la mañana. Recuerdo haber jugado en un pozo rodeado de buganvillas, trepado a una jacaranda, recogido piñones y lanzado pan a los gorriones. Nunca imaginé que, por aquel mismo parque, hubiera paseado Ignacio, nueve años antes de llevar toda su muerte a cuestas. 
 

jueves, 27 de febrero de 2014

Un lugar de paso entre dos aguas


Nadie ha descrito mejor la ciudad donde nací -"un tanto disparatada y caótica, bonita y, sobre todo, furiosamente alegre"- que César González-Ruano. Algeciras es, ciertamente, un lugar de paso, menos para aquellos que aprendimos a andar en sus calles. Quizás por eso siempre tengo ganas de volver. Allí, entre dos aguas, con siete años, comenzó a tocar Francisco Sánchez Gómez, Paco de Lucía, cuya guitarra se contagió pronto de esa luminosidad transitoria, breve como una marea. Nos dejó en México, pero mirando al mar. Descanse en paz.
 

Se ha calado muchas veces la piel del alma aquella luz tremenda, graciosa y a la vez terrible, de Algeciras. Siempre causa un efecto previo de disposición saber que se va a pisar la tierra poblada por Augusto con gentes de plurales climas peninsulares y gentes del África vecina que huele ya en la plaza Alta, en la plaza Baja y en la plaza de San Isidro, entre una supuesta palmeranía de siesta.
 
Yo me empapaba de aquella luz de Algeciras, la alegre, perezosa y llena de gracia, la que en realidad nadie ve porque Algeciras es, principalmente, un lugar de paso.
 

Las terrazas de sus descuidados y alegres cafés estaban siempre llenas de gente que esperaba irse. Sobre los veladores el sol, y junto a los veladores alguna maleta de mano.
 
Todo quedaba curioso, vivo, provisional y como erótico. La rodilla rubia de la inglesa sobre los bucles acerados del limpiabotas berberisco. Los organillos acercaban Sevillas y Madriles distantes y aún Parises de "val-musette".
 

¿Qué mucho más podía ser África, al menos el África próxima que aquel delirio policromo y caliente de Algeciras, con gitanas errantes, con niños comidos de roña antigua, con las legiones de vendedores de avellanas, de almendras, de mojama, de quisquillas?
 
Lo que se observa inmediatamente al llegar a Algeciras es que uno está permanentemente observado. Observado por aquellos inverosímiles mirones que se quedan mirando, mirando, y que ni siquiera piden nada y que de hablar no dirán lo que quieren, y que de querer no dirán lo que dicen.
 
¡Pequeños y grandes mirones de Algeciras, cómo os hospedáis, tozudos y alegres en la memoria lejana! ¡Inquietantes mirones, adolescentes o viejos, que si se les llama huyen atolondrados como pájaros, vergonzosos como vírgenes, volviendo la cabeza continuamente y mostrando una sonrisa entre imbécil y tremendamente inteligente!
 

Pero quizá para la primera vez que se va a Algeciras sobren horas de un solo día. Algeciras es acaso demasiado difícil de entender y por eso mismo todo en ella parece demasiado fácil. Recuerdo de esta primera vez que no sabía qué hacer con mi día de Algeciras. Subí dos veces a Correos, a las tres plazas, a mirar de nuevo Santa María de la Palma, a entrar en los mismos cafés... Y la ciudad, un tanto disparatada y caótica, es bonita y, sobre todo, furiosamente alegre. Estalla la vida sobre la cal y el canijo árbol urbano. Nos deslumbra y nos hace guiñar los ojos.
 
Hay, en fin, una Algeciras que con esos ojos entornados apenas se entrevé, una Algeciras seria, acaso voluntariamente triste, burguesa y cerrada.
 
CÉSAR GONZÁLEZ-RUANO
Nuevo descubrimiento del Mediterráneo (1960)
 

miércoles, 26 de febrero de 2014

Ministerio de Asuntos Femeninos

La debilidad que los ministros de Asuntos Exteriores de Franco sentían por las faldas rayaba lo patológico. Empecemos por Juan Luis Beigbeder (Cartagena, 1888 - Madrid, 1957).
 
El "dúo" de Exteriores: Beigbeder y Serrano Súñer
 
Tras participar en la Guerra del Rif y granjearse las amistad de las autoridades marroquíes durante la contienda civil, fue nombrado Alto Comisario de España en Marruecos en 1937 (¡un puestazo!). No contento con eso, cuando el bando nacional tomó el mando, se convirtió en el primer ministro de Asuntos Exteriores de la dictadura franquista, cargo que ocupó apenas catorce meses, hasta octubre de 1940. Sin embargo, en poco tiempo, Beigbeder sorteó un toro muy difícil de lidiar, puesto que recibió, casi a porta gayola, el arranque de la Segunda Guerra Mundial. Y no tuvo mejor ocurrencia que llevar en su "cuadrilla" a una inglesa con vocación de espía, Mrs. Rosalinda Powell Fox, algo que levantó todo tipo de suspicacias entre los hombres afines a Franco, muy germanófilos. El propio Generalísimo no confiaba en Beigbeder a causa de su debilidad por las mujeres, y en especial "por las señoras exóticas".
 
Beigbeder jurando su cargo ante Franco
 
Efectivamente, Rosalinda Fox (1910-2006) era singular. Rubia, de tez blanca, guapa, distinguida y con temperamento, había nacido en el seno de una familia acomodada en la India durante la esplendorosa época del Imperio Británico. Cuando cumplió dieciséis años, la casaron con un rico comerciante asentado en Calcuta. De aquella unión nació Johnny, su único hijo. Tras diagnosticarle una tuberculosis bovina, regresó a Europa -primero a Inglaterra y después a Suiza, Portugal y España- con una nada despreciable pensión de 30 libras mensuales, mientras que su marido prefirió seguir con sus negocios y devaneos en la India sin mujer ni crío que lo incordiasen. Fue en Tánger donde Rosalinda conoció a Beigbeder en 1938.
 
Portada del libro que publicó Rosalinda
y retrato de su querido Juan Luis
 
Además de Alto Comisario de España en Marruecos, él era un hombre culto, feucho pero atractivo, con grandes gafas, apasionado por el mundo árabe, 22 años mayor que ella y casado. Todos estos inconvenientes no impidieron que se hicieran amantes de por vida. Cuando Beigbeder se convirtió en ministro, Rosalinda, que hablaba perfectamente español, lo acompañó hasta Madrid, pero su piso estaba constantemente vigilado por los amigos de la Gestapo. En 1940, él fue sustituido por el cuñado de Franco, Serrano Súñer, y confinado bajo arresto domiciliario en Ronda. Ella, preocupada por su propia vida, huyó a Lisboa, donde montó un garito de altos vuelos llamado "El Galgo", probablemente una tapadera para colaborar con los servicios de inteligencia americanos.
 
Ni la tuberculosis bovina ni la guerra pudieron con Rosalinda
 
A comienzos de la década de los 50, con el panorama internacional más sereno, Beigbeder y Rosalinda volvieron a encontrarse en Guadarranque, en plena bahía de Algeciras. Ambos compraron una casita encalada con vistas a África y al Peñón de Gibraltar, mas Beigbeder, enfermo, disfrutó poco de la nueva vivienda, decorada al estilo marroquí, puesto que falleció unas semanas después de la mudanza. Sin embargo, ella ya no se movió de su Quinta Rosalinda, hasta morir en 2006 con 96 años. Los vecinos más viejos de San Roque recuerdan que le gustaba leer, escribir, jugar al bridge, visitar mercadillos de antigüedades e invitar a los niños de la zona a merendar.
 
Quinta Rosalinda, en Guadarranque
 
Sobre las "debilidades" del otro responsable de Asuntos Exteriores de Franco, Ramón Serrano Súñer, ya hablamos en este blog largo y tendido. Su idilio con la marquesa de Llanzol fue el mayor culebrón de la postguerra española. Aquel ministerio parecía un putiferio. Menos mal que después llegó Francisco Gómez-Jornada Sousa, hombre recortadito y tranquilo, a poner un poco de mesura.

lunes, 30 de diciembre de 2013

La carreta fantasma llega por Nochevieja


Al cumplir cuatro años, me hice socia por primera vez de un videoclub. Emilio, el dueño, tenía una nutrida colección de películas de dibujos animados y todas estaban a mi disposición. La única condición consistía en rebobinar la cinta antes de devolverla. Con la aparición del DVD, Emilio cerró su negocio, desencadenando en mi persona un pequeño drama existencial. Afortunadamente, no transcurrió demasiado tiempo hasta que Mario abrió el videoclub Acción, en la calle Agentes Comerciales. Me enorgullece afirmar, sin el menor género de dudas, que Algeciras posee el mejor videoclub de España. La colección es tan amplia que las películas, guardadas de canto, no caben en las estanterías. Hay de todos los géneros: comedia, drama, romance, suspense, musical, histórico, acción, fantástico, erótico, cine español, cine internacional, novedades y clásico.
 

El 25 de diciembre por la noche, después de la ciclogénesis que se llevó por delante techos y cornisas, en una Algeciras desierta, el videoclub Acción permanecía abierto. Era la única luz encendida en la calle Agentes Comerciales, y dentro, como de costumbre, estaba Mario, buscando un hueco para la última remesa de películas. Había una novedad que no pasaba desapercibida en la estantería de Cine Clásico: "La carreta fantasma" (1921) del genial director sueco Víctor Sjöström, autor también de esa pequeña joya del mudo titulada "El viento" (1928). Por 1´80€, "La carreta fantasma", basado en un libro de Selma Lagerlöf, recaló en casa.
 
 
Según una leyenda nórdica, si un gran pecador es la última persona que muere al finalizar el año, sufre la condena de conducir la temible Carreta Fantasma, encargada de recoger las almas de los fallecidos, hasta las campanadas de la siguiente Nochevieja. Para narrar esta sombría historia, repleta de hallazgos cinematográficos, Sjöström, con su virtuosismo habitual, inventó las sobreimpresiones y perfeccionó el flashback, recursos prácticamente inéditos en 1921, año en el que Chaplin rodó "El Chico" y, en España, José Buchs hizo lo propio con "La verbena de la paloma".
 

 
Sean prudentes, pues, esta Nochevieja, pequen lo justo, visiten un buen videoclub si tienen oportunidad, y péguenle un recorte a la carreta fantasma.