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lunes, 13 de octubre de 2014

La guerra y el nuevo look (1940-1949)


La moda de la década de 1940 estuvo limitada por una época turbulenta. La guerra entre Inglaterra y Alemania comenzó en 1939, y en 1942, con el bombardeo de Pearl Harbor, japoneses y estadounidenses se implicaron en la contienda. Hasta entonces, París había permanecido en el centro de la moda, pero al comenzar la guerra muchos diseñadores, incluida Chanel, tuvieron que suspender sus operaciones. Mainbocher, el responsable del vestido de novia de la duquesa de Windsor, se trasladó a Nueva York, donde continuó creando su propia colección, así como uniformes para las Girl Scouts y la Cruz Roja. Los estadounidenses, además, contaban con muchos talentos como Hattie Carnegie, Normal Norell y Claire McCardell.

 
Aunque la taquillera película Lo que el viento se llevó era aparentemente una obra de época, sus modelos se hicieron un hueco en la calle. Los sombreros de Vivien Leigh, adornados con cintas, plumas y velos de encaje -diseñados por John P. John-, inspiraron a las mujeres más modernas de la década, al igual que la tendencia del cabello enrollado o con redecillas.

 
Si el acento en 1920 estaba puesto en los conjuntos universitarios, en 1940 la noción de "mercado juvenil" se aplicaba en un sector aún más joven. En las películas de Andy Hardy, el adolescente Mickey Rooney ganaba fans igual que su personaje conquistaba a otras estrellas como Judy Garland, Lana Turner y Ava Gardner. El vocalista Frank Sinatra atraía a multitudes de seguidoras llamadas bobby-soxers porque llevaban calcetines cortos y zapatos bicolor.

 
Durante la guerra, los fabricantes estuvieron sujetos a estrictas normas de racionamiento que pusieron fin a dispendiosos artículos como las capuchas y los chales, las faldas con mucho vuelo, los cinturones anchos y las mangas de abrigo dobladas. El uso de cremalleras y cierres de metal también se vio restringido, lo que llevó a nuevas creaciones, como la falda cruzada. La escasez de nailon para las medias favoreció la tendencia de dibujar en las piernas unas costuras con un lápiz de cejas. Sin duda, la década de 1940 fue una época de modas pasajeras. Las mujeres lucieron turbantes, gorros de marinero y "lunares" adhesivos hechos de pequeños trozos de seda. Los adolescentes varones lucían botas militares y las chicas vaqueros enrollados y grandes camisas de hombre.

El "nuevo look" de Dior
 
La moda femenina en los años de guerra, práctica y austera, reflejaba el estado del país. Después de la contienda, sin embargo, el diseñador parisino Christian Dior supuso, acertadamente, que los soldados veteranos, a su regreso, soñarían con mujeres esperándolos en casa, muchas de las cuales, por cierto, habían estado trabajando o sirviendo en las fuerzas armadas y estaban deseosas de recobrar un aspecto más femenino. La primera colección de posguerra de Dior de 1947 es una de las más veneradas. Su estilo constituyó un nuevo comienzo con faldas más largas y más vuelo, además de chaquetas que enfatizaban un pecho con relleno y una minúscula cintura de avispa encorsetada, todo ello acompañado de unos zapatos puntiagudos con tacón de aguja. La editora de Harper´s Bazaar Carmel Snow lo denominó el "nuevo look".

Anuncios de moda en la década de 1940-1949:

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Farewell to you, indian summer

Tutto ricominciò con un'estate indiana...
 
 
Vivimos las últimas horas del "verano indio" ("indian summer"), una expresión anglosajona que describe los primeros días del otoño, cuando aún luce el sol y la temperatura continúa siendo veraniega. En España bautizamos este fenómeno como "veranillo de San Miguel" (festividad que se celebra el 29 de septiembre), "veranillo de San Martín" (11 de noviembre) o "veranillo del membrillo". Lo del membrillo está claro porque, durante estos días, se recolecta el fruto ya amarillo, símbolo del amor y la fecundidad en la Grecia Clásica. No en vano, los recién casados debían comer uno antes de entrar en la habitación nupcial. "Por el veranillo de San Miguel están los frutos como la miel".
 
 
Sin embargo, el origen histórico del término "indian summer" resulta confuso. La teoría más poética asegura que proviene de la expresión "indian giver" (algo así como "el indio que da"), refiriéndose a alguien que regala algo pero que después lo exige de vuelta. Por ello, la temperatura veraniega durante los primeros días del otoño es sólo un regalo pasajero de algún indio tornadizo. Con razón, otro refrán popular reza: "indio comido, indio ido".
 
 
Summer, you old indian summer,
You´re the tear that comes after june-times laughter,
You see so many dreams that don't come true,
Dreams we fashioned when summertime was new.


Cantaba melancólico Sinatra: "verano, tú, viejo verano indio, eres el rasguño que viene tras las risas de junio, ves tantos sueños que no se han hecho realidad, sueños que forjamos cuando el verano era nuevo". Farewell to you, indian summer.
 
 

domingo, 23 de septiembre de 2012

Moon River

"Desayuno con diamantes" (Blake Edwards, 1961) es una película ramplona con una música tan maravillosa que resiste y mejora con el paso de los años. No en vano, Henry Mancini se llevo los "óscars" a la mejor banda sonora y a la mejor canción por "Moon River", cuya letra, de Johny Merced, fue escrita expresamente para Audrey Hepburn, que no tenía nociones de canto -su voz de grillo era inversamente proporcional a su encanto-. No en vano, la escena de Holly cantando en el alfeizar de la ventana casi fue eliminada, aunque en el último momento, y gracias al empeño de la actriz, se mantuvo. Curiosamente, se convirtió en un éxito y hasta la fecha ha sido versionada por múltiples cantantes como Frank Sinatra, Andy Williams o Louis Armstrong.


Lo mejor que se ha escrito sobre "Moon river" lleva la firma del inigualable José Luis Alvite en un artículo titulado "Hidra de luz":

"Puede que lo mío por Henry Mancini sea algo más que devoción y que si me gustan sus partituras y sus arreglos sea tal vez porque me producen un placer sencillo, casi elemental, que me permite percibir cierta sofisticación en las circunstancias menos propicias. Sin ser un músico capaz de sustraerte de la realidad, en cambio es uno de los mejores para hacértela más llevadera, hasta el punto de que no hay un martini que no mejore su sabor si en el momento de probarlo suena la melodía que nos recuerda la secuencia de «Charada» en la que el «bateau mouche» se desliza por el Sena como un témpano de flúor, como una hidra de luz. Cualquier conversación resulta más interesante si suena de fondo una de esas melodías de Mancini en las que a mí me parece que, a pesar del frío de la calle y de la lluvia en la ventana, siempre hace buen tiempo. Con el trasfondo de su piano parafraseando lo más agradable de la vida cotidiana, he conseguido a veces parecerle a mis parejas más inteligente de lo que soy. Puede que la suya sea eso que los intelectuales desprecian por considerarla «música de ascensor», pero a mí eso me trae sin cuidado. Yo no administro las emociones en función de su densidad académica, ni me planteo siquiera que Mancini pueda haber compuesto algunas de sus mejores partituras transcribiendo en un pentagrama el ruido de la cubertería del casino de Montecarlo al extenderla sin criterio sobre el teclado del piano.

Me basta con haberme dado cuenta de que si la Audrey Hepburn de «Desayuno con diamantes» resulta hermosa mientras canta «Moon river» en la escena del alfeizar de su ventana es porque su rostro es hermoso aunque se haya maquillado con el agua del lavabo y también porque con la partitura de Henry Mancini cualquier mujer resulta diez años más joven y cinco quilos más delgada. Algo tendrá esa canción, en apariencia tan sencilla, para que haya perdurado como una de las memorables del cine. Aunque estas cosas son siempre opinables, resulta evidente que sin la melodía de Mancini a su favor, ni la belleza de Audrey nos parecería de verdad indiscutible, ni «Desayuno con diamantes» habría superado con tanta dignidad los inevitables estragos del tiempo. Hubo y hay actrices más hermosas que ella, y también las hay que resultan profesionales más brillantes, con la diferencia de que así como uno puede recordar la belleza casi dogmática del rostro de Ava Gardner, gracias al delicioso Henry Mancini podremos estar de acuerdo en que la de Audrey Hepburn es una cara que recordaremos no sólo por sus facciones limpias, por sus gestos tan aseados, casi farmacéuticos, sino, y sobre todo, porque aunque cometiésemos el pecado de olvidar su nombre, podríamos tararear su rostro".


"Moon River, wider than a mile,
I'm crossing you in style some day.
Oh, dream maker, you heart breaker,
wherever you're going I'm going your way.
Two drifters off to see the world.
There's such a lot of world to see.
We're after the same rainbow's end
waiting 'round the bend,
my huckleberry friend,
Moon River and me".


"Me casaría con usted si tuviera dinero, por eso es una suerte que ninguno de los dos seamos ricos", decía una pragmática Hepburn al incauto George Peppard. En la película, ni ella era prostituta de lujo (el personaje se convirtió en una chica alocada que pedía 50 dólares para ir al tocador), ni él un gigoló. Así se resolvió la versión light de la novela de Capote para no contravenir la moral puritana de la época. Peppard era como esos buenos toreros que nunca entraban en los carteles y eran maltratados sistemáticamente por los empresarios. Actuaba bien, tenía clase y, después de Paul Newman, era el hombre más guapo de Hollywood. Sólo protagonizó dos pelis de éxito -"Desayuno con diamantes" y "Con él llegó el escándalo", además de la serie "El equipo A"- y murió, siendo prácticamente un desconocido, a los 65 años de un cáncer de pulmón. Un café con Peppard sí que era un desayuno con diamantes ante un escaparate de ojos azules.