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jueves, 11 de junio de 2015

Querencias: antología de cuentos costumbristas

Tras un mes acudiendo como autómatas a los toros -Kafka habría disfrutado con los abonados de Las Ventas-, tristemente, hay que ir pensando en planes "post-isidriles". Como alternativa a las tardes de sol y moscas, la editorial Modus Operandi ha lanzando su último libro, una antología de cuentos costumbristas titulada "Querencias", que ya puede encontrarse en librerías.
 

"En una época en la que se busca con desesperación la tumba de Miguel de Cervantes a pesar de que casi nadie lee ya libros, la editorial Modus Operandi se afana en una quijotesca cruzada literaria: recuperar un género tan nuestro y olvidado como el costumbrismo. Éste es el objetivo de la presente obra, una recopilación de cuentos que oscilan desde la vertiente más pura del costumbrismo hasta el surrealismo-pícaro, pero todos con algo en común: descubrir las querencias de sus autores. La Real Academia Española define la palabra querencia como “acción de amar o querer bien”, “inclinación o tendencia del hombre a volver al sitio en que se ha criado o tiene costumbre de acudir” y “tendencia natural de un ser hacia algo”. En este libro, hay relatos que tratan sobre el puesto de frutos secos de la Manuela, sueños blancos de nieve, torrijas bañadas en miel, banderilleros a los que se les atravesó la vida, Nochebuenas malditas, pardales que aprenden a volar, primeros amores, dioses y Santos.

Albert Camus escribió que España, sin tradiciones, no sería más que un bello desierto. Tradiciones y costumbres se engarzan en esta antología de relatos donde los autores nos desvelan cuáles son sus querencias: Andrés Amorós, Aquilino Duque, Antonio Burgos, Carlos Colón, Domingo Delgado de la Cámara, Antonio García Barbeito, Tomás Paredes, Manuel Jesús Roldán, André Viard y Javier Villán son sólo algunos de los escritores que pueblan estas páginas, salvándolas de la sequía que predijo Camus, con cuentos costumbristas, cautivadores por su sencillez, por contener la magia de lo cotidiano, cualidades que los hacen intemporales y universales".
 

El libro, de manejable formato, cuenta con 248 páginas y está ilustrado por la artista francesa Lucie Geffré. Los nostálgicos venteños encontrarán bastantes relatos taurinos y algunos nombres que les resultarán familiares. Que lo disfruten: hasta que arranque San Fermín, nos esperan tardes de lectura.

miércoles, 11 de junio de 2014

El magnolio de la Catedral

"Luis Cernuda evocaba siempre a Sevilla a la sombra de un magnolio en flor..." (Antonio Burgos)
 

Se entraba a la calle por un arco. Era estrecha, tanto que quien iba por en medio de ella, al extender a los lados sus brazos, podía tocar ambos muros. Luego, tras una cancela, iba sesgada a perderse en el dédalo de otras callejas y plazoletas que componían aquel barrio antiguo. Al fondo de la calle sólo había una puertecilla siempre cerrada, y parecía como si la única salida fuera por encima de las casas, hacia el cielo de un ardiente azul.
 
En un recodo de la calle estaba el balcón, al que se podía trepar, sin esfuerzo casi, desde el suelo; y al lado suyo, sobre las tapias del jardín, brotaba cubriéndolo todo con sus ramas el inmenso magnolio. Entre las hojas brillantes y agudas se posaban en primavera, con ese sutil misterio de lo virgen, los copos nevados de sus flores.
 
Aquel magnolio fue siempre para mí algo más que una hermosa realidad: en él se cifraba la imagen de la vida. Aunque a veces la deseara de otro modo, más libre, más en la corriente de los seres y de las cosas, yo sabía que era precisamente aquel apartado vivir del árbol, aquel florecer sin testigos, quienes daban a la hermosura tan alta calidad. Su propio ardor lo consumía, y brotaba en la soledad unas puras flores, como sacrificio inaceptado ante el altar de un dios.
 
Luis Cernuda
 

Como escribió en su día Antonio Burgos, el mejor monumento que Sevilla puede dedicarle a Luis Cernuda es el monumental magnolio que crece en la esquina de la Catedral, frente a Correos. Tristemente, esta primavera apenas da flores porque nadie lo cuida. ¿Quién salvará al magnolio?
 

Las manos amorosas de una mujer loreña, que saben de la calor del solano, han cortado tres flores de un magnolio de la Dehesa de Tablada, por donde el mismo río de su pueblo anda ya más cerca de la mar, y me las han traído hasta el escritorio, como una despedida de la primavera. Orgullosas, altivas, rotundas, traen las tres magnolias solitarias la compaña breve del tallo que en el árbol las sostuvo, con unas pocas, lustrosas hojas como para alancear la tarde. Tienen la color tan blanca que de azúcar cande parecen. O no. Son de terciopelo blanco del manto de una reina de cuentos infantiles. Como la túnica de los mercedarios de la cofradía de Pasión, parece ahora que están en el cristal de su florero como escapadas de las esquinas de un paso de gloria, y en su color recuerdan a todas las flores blancas de Sevilla, al furtivo azahar de marzo, al abrileño jazmín , los agosteños nardos de la Virgen. Hay una Sevilla de flores blancas y una Sevilla de flores de color. Una Sevilla de magnolias y una Sevilla de buganvillas, una Sevilla de acacias y una Sevilla de jacarandas.
 
Quizá hayan sido las jacarandas, mujeres que amo, las que me hayan traído hasta el escritorio estas tres magnolias como una despedida. O quizá sean el tiempo detenido en el baile de los seises. Yo recuerdo tardes de silencio y campanas, de pregones por las esquinas, cuando estaba ya florecido el magnolio del Alfolí, frente a Correos [...].
 
Antonio Burgos
 

lunes, 31 de marzo de 2014

El Machado equivocado (retrato de un dandi andaluz)

Yo, poeta decadente.
Yo, poeta decadente,
español del siglo veinte,
que los toros he elogiado,
y cantado
las golfas y el aguardiente
y la noche de Madrid,
y los rincones impuros,
y los vicios más oscuros
de estos bisnietos del Cid:
de tanta canallería
harto estar un poco debo;
ya estoy malo, y ya no bebo
lo que han dicho que bebía
.

El pasado sábado, en su columna diaria en el ABC, Antonio Burgos le pegó un pase del desprecio a algunos sevillanos, muy amantes de los monumentos, e incapaces de entender la obra poética de Antonio Machado.
 
Hablaron del monumento a Antonio Machado y aquí viene la incorrección de mi artículo sabatino. Vamos a ver, póngase la mano en el pecho, ahora que celebran al Greco en Toledo, y dígame en conciencia: ¿a qué Machado le debe en verdad Sevilla un monumento? ¿A Antonio o a Manuel, el que prefería la Macarena a Montmartre, el que mamó Sevilla en Triana con su abuela, el del piropo insuperable del "...y Sevilla"? ¿Qué hizo Antonio Machado por Sevilla? Pues casi, casi lo que Pilar Bardem: nacer aquí. A los ocho años se fue. Se quedó, pues, con "mi infancia son recuerdos" de un etcétera.
 

Un olé por el señor Burgos que, al fin, pone las cosas en su sitio y rehabilita al pobre Manuel, algo que ya hizo en su día Juan Ramón Jiménez con una hermosa semblanza:
 
De toda su poesía se desprende esta bella sentencia: olvidarlo todo por una mujer o por un vaso de vino [...] ¿Ha llorado alguna vez? Se parece un poco a Fuentes, el torero. Y estoy seguro de que tiene en casa un capote celeste y oro, de paseo. Es caprichoso; cree en Venus y la cree más de carne que de estrella. Si tuviéramos que dividir entre los dos a una mujer, ninguno de los dos reñiríamos por la parte que habría de tocarnos; mía sería de cintura para arriba; él querría movimiento de salamandra partida. Es, gracias a Dios, un decadente. Ama el peligro y, como Rusiñol, haría un discurso contra el sentido común [...] ¿Poeta femenino, débil, funambulesco, contradictorio? En su escudo podría ir bien este lema: "A mí, ¿qué?" o "¿qué importa?" o "¿qué más da?". Es sinuoso como un cuerpo de mujer. Y como a un cuerpo de mujer se le termina pronto el encanto y no se le termina nunca [...] Admiro a Manuel Machado porque sería capaz de suicidarse de intensidad de amor súbito, de ahogarse con un pecho de mujer, de cortarse la garganta con un cabello rubio. Y es capaz, sobre todo, de olvidar después [...] Y aquí está, en Madrid, trabajando poco, amando lo que pasa a su lado, muriéndose un poquito cada día, pero sin melena, sin gesto romántico, con la coleta desrizada debajo del sombrero y embozado con una capa andaluza que quizá tiene vueltas de seda de París.
 

Ramón Gómez de la Serna también destacó que Manuel era un dandi andaluz aterido de frío en Madrid.
 
Durante toda mi vida le he visto pasar por las calles de Madrid como andaluz que se escabulle al aire peligroso del invierno madrileño, haciendo un quite a los cuernos del Guadarrama, arremetido por las esquinas. Simpático, marchoso, generoso, Manuel Machado defendía la cordialidad de la casa de los Machado. Siempre nos saludábamos cortando el aire con la mano, como haciendo lonchitas de jamón con el aire del saludo. Él con su andaluz inolvidado después de tantos años de Madrid y yo madrileño imitando su andaluz.
- ¡Adiós, don Manuel!
[...] Dicharachero, consciente, dentro de esa alegría del mundo que le ha tocado vivir perentoriamente [...] Manuel Machado, alegre, con sus dientes mellados de gracioso, con sus ojos pequeños y agudos de soñador, con su risa cariñosa y cumplida de gran poeta, me saludaba como desde su tendido de sol.
 

Pero quienes mejor conocían a Manuel Machado no eran sus amigos abonados a los toros y a la poesía. Era el propio Manuel. He aquí su retrato. Sin duda, habría sido un buen banderillero.
 
Ésta es mi cara y ésta es mi alma: leed.
Unos ojos de hastío y una boca de sed...
Lo demás, nada... Vida... Cosas... Lo que se sabe...
Calaveradas, amoríos... Nada grave,
Un poco de locura, un algo de poesía,
una gota del vino de la melancolía...
¿Vicios? Todos. Ninguno... Jugador, no lo he sido;
ni gozo lo ganado, ni siento lo perdido.
Bebo, por no negar mi tierra de Sevilla,
media docena de cañas de manzanilla.
Las mujeres... -sin ser un tenorio, ¡eso no!-,
tengo una que me quiere y otra a quien quiero yo.

Me acuso de no amar sino muy vagamente
una porción de cosas que encantan a la gente...
La agilidad, el tino, la gracia, la destreza,
más que la voluntad, la fuerza, la grandeza...
Mi elegancia es buscada, rebuscada. Prefiero,
a olor helénico y puro, lo "chic" y lo torero.
Un destello de sol y una risa oportuna
amo más que las languideces de la luna
Medio gitano y medio parisién -dice el vulgo-,
Con Montmartre y con la Macarena comulgo...
Y antes que un tal poeta, mi deseo primero
hubiera sido ser un buen banderillero.
Es tarde... Voy de prisa por la vida. Y mi risa
es alegre, aunque no niego que llevo prisa.
 

miércoles, 15 de enero de 2014

El Café de Levante

"En el Café de Levante,
entre palmas y alegrías,
cantaba La Zarzamora;
se lo pusieron de mote
porque dicen que tenía
los ojos como las moras"
 

¿Dónde estaba aquel Café de Levante donde cantaba La Zarzamora? Según lo escrito por algunos autores, en el mismo corazón de Madrid. De hecho, este negocio tuvo tres ubicaciones, todas ellas alrededor de la Puerta del Sol: primero en la calle Alcalá (hasta 1857), luego en el número 5 de la misma Puerta del Sol (1860-1966) y, finalmente, en Arenal. Sin embargo, probablemente la copla hacía referencia a otro Café de Levante, quizás uno gaditano ya inexistente, puesto que el madrileño siempre se distinguió por su silencio y sus tertulias, fundamentalmente las literarias. No en vano, a causa de su tranquilidad, era frecuentado por militares retirados.
 

Cuando estuvo en Sol, el Café de Levante también alcanzó cierto prestigio gastronómico, gracias a la calidad de su bistec. Tampoco podemos olvidar que Manuel Fernández y González, de quien se decía que sus iniciales correspondían a "Mentiras Fabrico, y Gordas", escribió en este céntrico local la novela titulada El cocinero de Su Majestad, ambientada en tiempos del Felipe II.


Recorte en el Diario El Globo que demuestra que en Cádiz hubo un Café de Levante
(Gracias a Javier Osuna García y Rafael Román por su indispensable ayuda)


Actual Café de Levante en Cádiz (gracias a Teresa Torres)

Volviendo a la copla, seguramente tenga razón Antonio Burgos, quien sostiene que el Café de Levante de La Zarzamora era producto de la imaginación de Rafael de León, como sucedió con La Bizcocha de La Lirio o la Taberna El Tres de Espadas de La Ruiseñora. "Tampoco en Chicote estaba la crema de la intelectualidad, sino del puterío", apostilla Burgos. Si la leyenda resulta más hermosa que la realidad, mejor contar la leyenda.

En Cai, tié la Bizcocha,
un café de marineros,
y en el café hay una niña
color de lirio moreno.

 
En la Taberna del Tres de Espadas
entre guitarras y anís de mora,
cómo cantaba de madrugada
por soleares La Ruiseñora.

lunes, 21 de octubre de 2013

Ponga un gato en su vida

"No creo que haya un animal más literario que el gato. Su prestigio literario avalado por los 57 gatos que tenía Hemingway en su casa de La Habana, por las canciones de Lorca y los poemas de Borges es muy superior a su prestigio social" (Antonio Burgos)
 

Cuando alguien pregunta cuál es mi animal favorito y respondo que el gato, mi interlocutor suele pensar que le tomo el pelo. Morfológicamente, un gato me parece más elegante y bello que un toro. Admiro su forma de caminar y cómo los omóplatos se marcan al compás de sus pisadas. Me gustan sus ojos grandes y curiosos, "el fuego de sus pupilas pálidas, claros fanales, vívidos ópalos, que me contemplan fijamente", como escribió Baudelaire. También su flexibilidad, su apariencia frágil y sus saltos: "la elástica línea de su contorno firme y sutil es como la línea de la proa de una nave", firmó Neruda. Detesto los gatos gordos que no se mueven del sofá. Su carácter arisco, indiferente e independiente también provoca que me caigan especialmente bien ("Oh, fiera independiente de la casa...").
 
 
Entre los escritores, los gatos han tenido brillantes partidarios, como Alejandro Dumas, Charles Dickens, Mark Twain, Allan Poe, Víctor Hugo, Raymond Chandler, o Ernest Hemingway, a quien pertenece el siguiente fragmento:
 
Abría y leía cartas y bebía de un vaso de whisky con agua que cada vez dejaba a un lado. La mano del hombre encontraba el vaso siempre que lo deseaba.

El gato ronroneaba, pero él no lo oía porque su ronroneo era silencioso. Con los dedos de una mano acariciaba la garganta del gato mientras sujetaba una carta en la otra.

–Tienes un micrófono en la garganta, Boise –dijo al gato–. ¿Me quieres?

El gato comenzó a amasar suavemente con sus pequeñas garras el grueso jersey del hombre por la parte del pecho. Sintió el peso tibio y amoroso del animal y percibió el ronroneo bajo sus dedos.

–Es una zorra, Boise –dijo al gato. Y abrió otra carta. El gato puso la cabeza bajo la barbilla del hombre y se frotó contra ella.

–Te matarán a arañazos, Boise –dijo acariciando al animal con el cepillo de la barbilla sin afeitar–. Es mejor que no te gusten las mujeres. Es una vergüenza que no bebas, muchacho. Haces casi todo lo demás.

El gato fue llamado así al principio por el crucero Boise pero hacía ya mucho tiempo que el hombre le llamaba Boy para abreviar.

Leyó la segunda carta sin hacer comentarios, estiró la mano y bebió un trago de whisky con agua.

–Te digo que así no llegamos a ninguna parte, Boy. ¿Sabes lo que podríamos hacer? Tú lees las cartas y yo me tumbo sobre tu pecho a ronronear. ¿Te gustaría?

El gato levantó la cabeza y se frotó de nuevo con la barbilla del hombre, que siguió el juego acariciándole las orejas y la parte superior de la cabeza, empujando con su crecida barba, así como el lomo, mientras abría la tercera carta.


Decía Oswaldo Soriano que un escritor sin gato es como un ciego sin lazarillo. Pero, además de en la literatura, estos gráciles animales también han asomado sus bigotes en la música y en el cine. ¿Acaso alguien ha olvidado la escena crucial de "El Tercer Hombre", cuando el espectador descubre por primera vez el rostro de Harry Lime, tras seguirle la pista a un simpatiquísimo gato?

 
No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
divino, te buscamos vanamente;
más remoto que el Ganges y el poniente,
tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.
 
(Jorge Luis Borges)
 

Un lindo gatito en los escalones de la vieja plaza de tientas
 

martes, 30 de julio de 2013

En busca del mejor helado del mundo


Los señores eurodiputados, que están en todo y son unos linces, han aprobado la creación del Día Europeo del Helado Artesano. ¿Y qué fecha han elegido para tan veraniego motivo? El 24 de marzo, coincidiendo con el deshielo y la Semana Santa. Euro-parajódico.
 
 
Dicen que, gracias a los helados, 300.000 personas tienen un puesto de trabajo en el Viejo Continente, donde existen unas 50.000 heladerías. Un poco más hacia el este, en Rusia, también se pirran por los helados. No en vano, el pasado mes de abril, la cadena de yogurt helado Llaollao abrió su primer establecimiento en San Petersburgo y amenaza con montar otro chiringuito en Moscú. ¿Se imaginan ustedes saboreando una tarrina en plena Plaza Roja, a quince grados bajo cero? Curiosamente, el país más heladero del planeta es Nueva Zelanda, seguido de Estados Unidos, Australia y Suiza. ¿Cuál es el sabor más consumido? El de vainilla. ¿Y dónde sirven el mejor helado del mundo? Sobre esta cuestión transcendental debaten cada dos años en Rímini, durante la Coppa del Mondo della Gelateria.
 
Ante Paul Newman no sólo se derriten los helados

Mi hermana antropófago, cada verano, elabora un ranking con sus helados favoritos (la vainilla le parece una simpleza). Todas las tardes camina hasta una heladería de Punta del Moral llamada Popeye y, tras un detenido estudio de las neveras -la que acoge las Cremas Artesanas y las Cremas Premium-, elige un sabor, que luego puntúa con extrema severidad. El top five está compuesto por: "Philadelphia con fresas", "Bombón Noisette", "Limón Glacé", "Fresas con fresitas" y "Chocolate Fondant". Este verano le voy a dar una alegría porque en Popeye hay tres sabores de estreno: "Triple Mix", "Cacahuetes con trocitos caramelizados" y "Crème Brûlée". También he visto por ahí un "Pink Pastel" que me huele a Pantera Rosa y, conociendo su afán catador, seguro que cae.

 
Hasta no hace mucho, en este país subsistíamos con fresa, nata, vainilla y chocolate. Teníamos menos sabores, pero valores más sólidos... y menos eurodiputados:

Manuela la del puesto vendía los helados que ella misma hacía en su casa. Algunas tardes, antes de que con su pregón se acabara solemnemente la siesta en el pueblo serrano del veraneo, íbamos a verla hacer los helados. Era una mágica barrica de corcho, sobre la que tenía colocada una manivela con la que dos aspas daban dentro vueltas a la dulce melaza del helado de vainilla, oloroso y amable, como el barrunto de aquel pregón que poco después estaría por las esquinas proclamando la hora del paseo de la tarde, pescadoras recién planchadas y bicicleta con guardabarros niquelados:
--- ¡ Hay mantecado helado, qué riquillo es...!


Hermana antropófago con su tarrina Bombón Noisette:imagen de la felicidad, inquebrantable al paso del tiempo, que proporciona un helado de chocolate

lunes, 17 de junio de 2013

Mucho cuidado con los de Utrera

"En la puerta del cortijo para un Ford.
Es el amo. Ya no llega en su jaca como antes...
Es un nieto de los viejos labradores caminantes
y jinetes atrevidos que murieron. Va vestido de Milord".
(Fernando Villalón, Campiña de Utrera).


... Y ahora, los nietos del Milord -atrincherados en un ayuntamiento que fue el antiguo palacio de los duques de Vistahermosa- se han propuesto que los niños de Utrera no pisen una plaza de toros hasta que no cumplan siete años. Es peligroso que se familiaricen desde tan temprano con la sangre y las armas blancas. Es vieja la afición utrerana por las facas, cuchillos y navajas. Y no con el fin de cortar mostachones en los postres, precisamente.


Entre todas las flamencas de La Bizcocha,
ramillete de rosa temprana,
una niña con ojos de menta,
morena y graciosa, su cante desgrana.
Dicen que vino de Utrera,
con historia y ambición,
diecinueve primaveras,
se hace corta esta canción.
Consolación, la de Utrera,
por un querer de perdición,
se echó a rodar por los caminos,
Consolación, la de Utrera,
por el dolor de una traición,
cambió de rumbo su destino.
Muy poquita confianza,
que la niña es de cuidado,
y en la miel de su esperanza,
hay veneno camuflado.
Te libre Dios, compañero,
de que lo mismo que un ciclón,
sus diecinueve primaveras,
te digan: "Como te quiero",
porque no tiene corazón,
Consolación, la de Utrera.
Al café de La Bizcocha, llegó de Utrera,
un campero de rumbo gitano,
y la niña morena y graciosa, como una pantera,
saltó faca en mano.
Mírame, bien a la cara,
para que sepas quien te dio,
piensa un poco y arrepara,
que te mato por ladrón.
Avísenle a los tricornios,
para que vengan preparados,
se llamaba Juan Antonio,
y con otra está casado.
Te digo adiós, compañero,
que ya pagaste tu traición,
y el ser tan malo como eras,
si no me matan, me muero,
porque no quiere ni el perdón,
Consolación, la de Utrera.
(Autores: Ignacio Román y Francisco García Tejero)
 
"Por encima del utreranísimo olor del mostachón en cuyo papel de estraza escribo la presente, a mí este asunto me da un tufillo a separatismo de Cataluña que tira de espaldas. Así empezaron en Barcelona, donde comenzaron prohibiendo que los niños entraran en la Monumental y acabaron prohibiendo la Fiesta y haciendo de paso rico a Balañá, que todo hay que decirlo […] ¿Sombreros de ala ancha, dice usted? Pues no sé, quizá pronto lo prohibirán también, y declararán obligatoria la barretina al cerrar la plaza de toros" (artículo de Antonio Burgos publicado en el ABC el pasado domingo, 16 de junio).
 
Como de costumbre, la responsabilidad individual no se lleva. En Utrera, la cuna del toro bravo sin toro, tampoco. Las "autoridades" conducen por nosotros, deciden qué debemos comer, crían a nuestros hijos, eligen nuestras aficiones y vicios, etc. Prohibido pensar. Prohibido elegir.
 
 

martes, 11 de junio de 2013

Los titulares en tinta roja

"No sé cómo los periódicos pueden hacerse sin café de verdad -no de máquina-, sin tabaco y sin whisky. Los de ahora están peor escritos y con demasiados comunicados de prensa. Mi gran fuente de inspiración para mis artículos es Mercadona, adonde me iré en cuanto acabe esta entrevista" (entrevista a Antonio Burgos en el ABC de este martes).


A Antonio Burgos -uno de mis periodistas de cabecera- acaban de concederle el premio Luca de Tena. Olé. Sus "recuadros" mantienen viva la más brillante literatura costumbrista española y, por si fuera poco, además de aficionado a los toros, es uno de los mayores conocedores de la canción popular andaluza. Su libro "Rapsodia española", una deliciosa antología de la poesía nacida del pueblo, se ha convertido en la Biblia de todos los que amamos la copla y la "cultura rancia". 


Tiene razón el señor Burgos cuando afirma que las redacciones de los periódicos cada día se asemejan más a la sala de espera de un hospital: perfectamente esterilizadas e higiénicas, sin una voluta de humo, pero frías y sin alma.
 

Yo comencé a trabajar en una redacción donde se fumaba mucho. Entré de becaria en septiembre de 2007. Mi jefe era el clásico periodista vividor, con el pitillo en los labios y múltiples corruptelas, de mucho nervio, camisa entallada, y al que le sentaba mal envejecer. Digo clásico pero ya quedan pocos así. Algunas madrugadas, en una grieta de debilidad, tras una sobredosis de mentiras que le reportaban un sobre lleno de billetes, le martilleaba, levemente, la mala conciencia. Decía que un buen periodista jamás se apoyaba en el respaldo de la silla: debía estar siempre en tensión, siempre en el filo, siempre alerta.
Cuando quería una entrevista, nos soltaba como perros de presa, a la yugular, y pobre de nosotros si escapaba iba vivo. Aprendí mucho de él. A pesar del hambre -cenar en esa redacción era misión imposible-, guardo buenos recuerdos de aquella época.
 

Ahora, como dice José Luis Alvite, otro periodista que debería leerse en todas las Facultades de Comunicación, queremos tener vicios que sean virtuosos.
 

"Lo malo es que nos hemos mezclado con el poder y con las finanzas y hemos olvidado a quienes esperaban nuestras noticias en el quiosco con el sueño en los ojos y una moneda en la mano. Curiosamente, las redacciones tienen ahora un aspecto más aséptico que cuando yo me senté por primera vez en una y lo primero que hice fue aplastar una cucaracha con el mazo de la baraja. En cualquier redacción hay ahora más limpieza que en la mejor perfumería de la ciudad y más higiene que en cualquier hospital. Pero, ¿y el entusiasmo? ¿Y aquella sagrada sensación de que la gente esperaría a primera hora por nuestro trabajo en el quiosco de la esquina? ¿Y qué ha ocurrido para que nos demos cuenta de que lo que las nuevas generaciones aprenden en las facultades no es en absoluto mejor que lo que habían aprendido aquellos otros periodistas sentados en el sillón del peluquero?" (Alvite).
 
 

martes, 16 de abril de 2013

A bailar sevillanas de Chamberí


El año pasado, por estas fechas, me apunté a una academia para aprender a bailar sevillanas. Todos tenemos pequeños traumas infantiles y el mío era justamente ése: haber vivido veinte años en Andalucía y no conocer ni los pasos de la primera. Una frustración que medio superé en Chamberí, en todo el cogollo castizo de Madrid (y digo "medio" porque conseguí que mis piernas bailasen sevillanas, pero mis brazos se empeñaron en ir por otro lado). Perro viejo no aprende nuevos trucos.  
 
 
Mi profesor chamberilero, más castizo que la taberna de Antonio Sánchez, era sumamente eficaz: a golpe de taconazo y grito militar, nos tenía a todos con las orejas tiesas. No podía describirse, precisamente, como un tipo saleroso. Aquel mes, igual que a los prisioneros de guerra, nos machacó con las "Cartas iban y venían" y "Que también es de Sevilla". Una vez, otra, y venga otra...
 
Cartas iban y venían desde Londres a Madrid,
Desde Londres a Madrid
Cartas iban y venían
Desde Londres a Madrid
Yo estoy loco vida mía
Lo mismo que tú por mí.
 
 
Quedamos con un tiro dado. Lo peor eran las vueltas y no saber jamás si había que meterse por el pitón derecho o por el izquierdo. Para aclarar mis dudas, al llegar a casa me ponía el tutorial del alemán Hans.
 
 
En el último año no he tenido fuerzas para volver a bailar sevillanas de Chamberí ni a correrme una juerga en la Feria de Abril. Lo que no pué ser no pué ser y, además, es imposible... pero he superado mi trauma infantil, algo que está muy de moda entre los psicólogos.
 
 
Ahora son las sevillanas
entre falsas alegrías
las que vende Andalucía
de Nueva York a París.
 Y vienen para aprenderlas,
más serios que magistraos,
banqueros y diputaos,
señoritos de postín,
acuden a la academia
queriendo sacar la gracia
lo mismito que se saca
el carné de conducir.
Y entre sombras y luces de Andalucía,
tó el papel de la gracia se la vendía.
Cómo luce y reluce. ¡viva Madrid!,
a bailar sevillanas de Chamberí
y a correrse una juerga en la feria de abril.
 
(Antonio Burgos)
 

sábado, 16 de marzo de 2013

Buñuelos de bacalao... y cuaresma


"Un viejo camarero jubilado del Ritz de Barcelona conservaba el tarjetón del menú de cuando hospedaron allí a Himmler, el 23 de octubre de 1940, y me dijo que uno de los bocaditos que probó y aprobó el Reichsfürer y antiguo criador de pollos fueron precisamente los buñuelos de bacalao. Bueno, por lo menos algún recuerdo positivo se llevó el buen hombre de nuestra tierra, porque lo demás fueron contrariedades: creía que los monjes de Montserrat le iban a revelar el paradero del Grial y le dijeron que allí no había tal cosa y que, si la hubiera, en seguida se la iban a enseñar a él; traía unas escopetas en el maletero pensando que podría cazar antílopes y otra fauna africana y, diluvió de tal manera en los días de su estancia, que hasta se deslució en el quinto toro lacorrida de Las Ventas a la que lo invitó su anfitrión, Serrano Súñer. En fin, un desastre sólo redimido por los buñuelos de bacalao.

Este plato es típico de Semana Santa, cuando comer carne se considera pecado. En Viernes Santo, en la larga Madrugá, cuando la gazuza contiende con la devoción, los bares de Sevilla se ponen a reventar de penitentes vestidos de túnica cofrade, el capirote debajo del brazo, que degluten cantidades notables de tapas; se observará cómo guardan la Cuaresma en que se abstienen de comer carne: ¡ahí triunfan por igual el bacalao y la fe!".
(Juan Eslava Galán, autor de "Cocina sin tonterías").
 
A propósito de los buñuelos de bacalao, aquí pueden leer cómo se lo pasó Himmler en Las Ventas. Además, les recomiendo encarecidamente un artículo de don Antonio Burgos sobre los Soldaditos de Pavía.
 
Y si me permiten un último consejo para sus próximas paradas semana-santeras, el mejor acompañamiento para la ración de buñuelos de bacalao es, sin lugar a dudas, la "Crema del Penitente", la primera bebida con sabor cofrade con un "ligero" toque a incienso.

lunes, 21 de enero de 2013

Cae la tarde en la marisma

"Es tan ancho mi reino
que las aves de paso
dejan en él, de serlo"
(Aquilino Duque)

"Geográficamente, la Baja Andalucía se extiende por las tierras bajas del valle del Guadalquivir; en contraposición a Andalucía la Alta, referida al territorio montañoso que se extiende desde sierra Morena a la Penibética. Pertenecen a Andalucía la Baja la vega del Guadalquivir, la comarca de Sevilla, el Aljarafe, el Bajo Guadalquivir, las marismas del Guadalquivir, Doñana, la costa noroeste de Cádiz, la bahía de Cádiz, la campiña de Jerez, el Condado, la comarca de Huelva y la costa occidental de Huelva.

[...] Sin embargo, Andalucía la baja no es aprehensible por código alguno, porque trasciende los límites físicos y legales. La Baja Andalucía son sus poetas, su campo, su estilo de vida, sus gentes. Andalucía la Honda es, como las tierras del Po de Guareschi o los territorios de Lampedusa, un pequeño mundo regido por normas ancestrales, por relaciones humanas en desuso y por códigos de comportamiento inescrutables en el mundo actual. Dos magníficas citas de Antonio Burgos lo acreditan:


- Compadre don Manuel, oiga usted este silencio que se ha levantado en el campo, que ya se pone violeta el horizonte y va a saltar la marea. Escuche usted este silencio del campo andaluz, compadre don Manuel Halcón, que el campo le guarda luto al último andaluz que guardó luto por su caballo.

La tarea de Villalón no fue sólo poética, sino misional. Fue en el campo de Andalucía la Baja un firme baluarte de lo auténtico, y difícilmente lo falso lograba prosperar en su presencia".

JUAN CARLOS SÁNCHEZ SAMPER
"Donde los toros tienen los ojos verdes"


"Betis es plateado. No es azul este rio,
porqué el mar Océano le mueve las entrañas…
y sus peladas márgenes entumecen de frio
sin las sombras del fresno, ni de las verdes cañas.
En la estepa desierta, esa cinta de plata
que del Templo de Venus que en Sanlúcar había,
a las marismas riega y en Sevilla se ata
para que la Diosa se pasee por la Ría.
Braman los toros negros en su feraz orilla,
y los potros retozan… Un jinete vaquero
pasea con su garrocha y su moruna silla…
¿Será un abencerraje… o un moro guerrillero
que no quiso entregarse al conquistar Sevilla…?
Una vela muy blanca viene a son de marea.
Dormita el marinero… Un perro en el timón,
aparece sentado y su cola menea
hasta que ha despertado a su amo dormilón…
Por popa viene un buque… Ya suena su ruido…
va rozando su quilla el fondo del canal
y avante claro pita cuando el velero ha huido…
y un toro que bebía huyó hacia el carrizal".
FERNANDO VILLALÓN



"¿Qué serán lo que sienten
cuando la miran
esos hombres de bronce
de la marisma?"

MANUEL GARRIDO



"Y chumbera del camino
camino de la Cigüeña
ya no tiene la alegría
cuando pasan las carretas".

MARTÍN VEGA
Un refrán dice: "Por San Antón, media hora más de sol".
Ya se nota...


"La marisma es un ruedo sin fronteras.
Es la plaza de toros donde Fernando el Gallo
le corta las orejas al toro de San Lucas".

AQUILINO DUQUE

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Un libro y cinco toritos negros

Si Papá Noel ha pasado de largo ante su casa, es señal de que vive en un hogar castizo y con las tradiciones en su sitio. Los Reyes son quienes reparten el bacalao. Cuando apenas quedan diez días para comprar los regalos, si me lo permiten, voy a sugerirles un obsequio más valioso que el oro, el incienso y la mirra: un libro. Pero no un libro cualquiera, sino uno de los pilares de la cultura popular de nuestro país: "Rapsodia española", escrito por don Antonio Burgos, y que la Esfera de los Libros ha vuelto a editar. Desde 2005, esta Biblia recitada con la voz del pueblo vive en mi mesilla, siempre a mano, junto a obras como la biografía de Juan Belmonte firmada por Chaves Nogales, el "Viaje a los toros del Sol" de Navalón o "Historia de una taberna" de Cañabate. Lean las siguientes críticas y comprobarán que no exagero:
 
 
«No es un libro de poesía, sino de Historia de España» (José Luis Garci); «Un viaje a la memoria lleno de recovecos en los que detenerse» (Juan Ignacio García Garzón); «Un bellísimo y vertiginoso libro dedicado al amor por la poesía popular» (Alfonso Ussía); «Poesía popular que fue felicidad y cultura de esas masas que ciertos poetas remilgados y críticos soplacirios tanto desprecian» (Arturo Pérez-Reverte).
Manuel Benítez Carrasco con Lola Flores (1963)


Si tuviera que rescatar una perla entre el poemario seleccionado por Burgos, quizás elegiría los cinco toritos negros de Manuel Benítez Carrasco (1922-1999), "granadino del Albaycín, heredero universal de los grandes poetas populares españoles y también de los inolvidables rapsodas [...] Manuel Benítez Carrasco tenía el absoluto dominio de la palabra: al escribirla y la declamarla [...] Sus poemas tienen la fuerza dramática del propio teatro de la vida que describen, del amor al desamor, del dolor a la alegría. En cincuenta versos, Benítez Carrasco era capaz de declamar todos los sentimientos del hombre [...] Manuel Benítez Carrasco es el último de los grandes clásicos populares".

 
"Contra mis cinco sentíos,
tus cinco toritos negros:
torito negro tus ojos,
torito negro tu pelo,
torito negro tu boca,
torito negro tu beso,
y el más negro de los cinco
tu cuerpo, torito negro.
Barreras puse a mis ojos,
tus ojos me las rompieron.
Barreras puse a mi boca,
tu boca las hizo leño.
Puse mi beso en barreras,
tu beso las prendió fuego.
Barreras puse a mis manos,
las hizo sombra tu pelo.
y puse barreras duras
de zarzamora a mi cuerpo,
y saltó sobre las zarzas
el tuyo, torito negro.
¡Deja, que no quiero verte!
¡Déjame, que no te quiero!
 Y luego monté mis ojos
sobre un caballo de miedo;
 tus ojos me perseguían
como dos toritos negros.
y luego metí mis manos
bajo un embozo de fuego;
... tu pelo se me enredaba
igual que un torito negro.
y luego junté mi boca
contra la cal de mi encierro;
... tu boca estaba acechando
igual que un torito negro.
y luego mordí mi almohada
para contener mi beso;
tu beso me corneaba
igual que un torito negro.
y luego arañé mi carne,
de tentación y deseo,
para que no gritara
que yo te estaba queriendo;
y tu cuerpo encandilado
mimbre, luna, bronce y fuego
se me plantó ante mis ojos
igual que un torito negro".
 
"Tus cinco toritos negros", que comenzó siendo un extenso poema, el pueblo -con la inestimable ayuda del maestro Solano- la hizo copla. Fue estrenada por Rocío Jurado, que acentuó, si esto fuera posible, la sensualidad de sus versos.
 

Antonio Burgos saca de los chiqueros dijes como los toritos negros de Carrasco y muchos otros versos que un día fueron nuestros. Por eso, estos Reyes Magos no pido eau de toilette ni e-books, yo quiero rapsodia, "Rapsodia española".