Mostrando entradas con la etiqueta Jacinto Benavente. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Jacinto Benavente. Mostrar todas las entradas

martes, 15 de octubre de 2013

¿Sabe que yo tengo un hijo como usted?


Hoy nos adentramos en el anecdotario coplero para hablar de la madre de Estrellita Castro, Sebastiana Navarrete, conocida popularmente como "La Sebastiana", una malagueña de irreprimible desparpajo casada con un pescador gallego. "La Sebastiana" trajo al mundo a una docena de niños, entre ellos a la guapa Estrella Castro Navarrete, a la que acompañaba en todas sus actuaciones. El primer viaje que Estrellita realizó a América supuso un verdadero tormento para su señora madre, que se negaba a ser vacunada. Finalmente, para ponerle aquella inyección, le contaron que todos los pasajeros del barco se hacían un pequeño e indoloro tatuaje... y así la convencieron. Fue tal la popularidad de "La Sebastiana" que, incluso, llegó a interpretar un pequeño papel en el Teatro Romea de Barcelona, donde actuaba su hija, protegida desde niña por el diestro Ignacio Sánchez Mejías.
 
Estrellita Castro
 
En cierta ocasión, Estrellita fue invitada a una recepción donde acudieron diversos personajes del mundo de la cultura, la diplomacia y la política. Y hasta allí se plantó con su inseparable madre. En un rincón del salón, "La Sebastiana" coincidió con el escritor Jacinto Benavente, al que le espetó con su habitual gracejo:
- ¿Sabe usted, don Jacinto, que yo tengo un hijo como usted?
- ¿Es también escritor? -le preguntó el Premio Nobel.
A lo que "La Sebastiana" respondió de improviso:
- No. ¡Es maricón!
 
Jacinto Benavente
 
Rafael de León no desaprovechó la oportunidad de escribirle una copla a la genial Sebastiana. En ella, la describe en el marco de su ventana, "recién lavada y en matinée", con el crepé, los rizadores, la peineta y el espejito. Una vecina cotilla que, mientras se acicala, va leyéndole la  cartilla a los "tunos madrugadores". Sólo con mirar los pies de los caminantes, reconoce quién pasa o deja de pasar. En esta copla, "La Sebastiana" se pasa la mañana diquelando (en caló: "estar pendiente de algo que interesa") y linquindoy ("permanecer alerta a algún asunto sin que se note demasiado").

 
En el marco de su ventana
recién lavada y en matinée,
aparece la Sebastiana,
antes con antes de amanecer.

Que el crepé, que los rizadores,
que el espejito, que la peineta…
y a los tunos madrugadores
les va leyendo la papeleta.

Ay, que te vi. ¡Deja, que te vi!
Te he visto de entrar. Te he visto salir.
Ay, que yo sé la gachí quién es
por aquellos pies, que es un alguacil.

Sebastiana está diquelando.
Sebastiana está al liquindoy,
y adivina del qué y del cuándo,
del sube y baja, del vengo y voy.
 

miércoles, 15 de mayo de 2013

Falsificación de rosquillas


El 10 de mayo de 1950, Jacinto Benavente firmaba en el ABC una columna sobre las rosquillas de San Isidro: "Quizá de ninguna golosina pueda ofrecerse tanta variedad en sabor, tamaño y aspecto [...] Las llamadas del Santo son de tres clases: las tontas, las de Fuenlabrada o yema; y las de Villarejo de Salvanés, o de la Tía Javiera, que por rosquillas hizo famoso su nombre y el de su pueblo. Todavía se recuerda el anuncio: Yo, como la verdadera Tía Javiera, no tengo hijas ni sobrinas; porque eran muchas las que se anunciaban, cuando la Tía Javiera ya había muerto, como verdaderas sobrinas de la Tía Javiera.


Por haber sido mi padre médico titular de Villarejo de Salvanés y por ser de allí mi madre, he tenido cabal noticia de la verdadera Tía Javiera y de su descendencia. Cuando yo nací, ya no existía la Tía Javiera, que, en efecto, no había dejado hijas ni sobrinas, pero sí una sobrina segunda, que todos los años, por San Isidro, venía a Madrid y tenía su puesto con las más legítimas rosquillas de Villarejo y de la Tía Javiera. De niño, iba yo con mis padres a la Romería, en la víspera del Santo, y mis padres, que conocían a la vendedora, compraban en su puesto las rosquillas. No vestía de lugareña, como las de otros pueblos similares, vestía a lo señora de pueblo y llevaba al cuello un collar de aljófar de muchas vueltas. Hablaba con mis padres de sucesos y personas del pueblo y me obsequiaba con una rosquilla. Podía yo haberme olvidado de todo, pero no me he olvidado de la rosquilla; a la rosquilla van engarzados el recuerdo del collar de aljófar y del señoril agrado de la vendedora al departir con mis padres y celebrar mis ojos.


Las rosquillas especiales de Villarejo eran las de baño blanco, y la gracia de ellas estaba en que el baño no se cuarteaba ni se desprendía al partirlas. Su elaboración era muy esmerada. Sus componentes, harina, huevos y azúcar, habían de ser de la mejor calidad.


Hoy ignoro si se mantiene la elaboración en Villarejo, ni si vendrán todavía a venderlas en la Romería, ni si quedará alguna descendiente de la Tía Javiera [...] ¡Romería de San Isidro! Más de sesenta años hará que no he vuelto a ella. Entonces yo ni miraba, ni me daba cuenta de que allí cerca estaban tres cementerios. ¿Quién pensaba en la muerte? Hoy, de todo ello, sólo vería un cementerio, en el que descansan seres queridos, con los que yo fui tantas veces a la Romería a comprar rosquillas de Villarejo, las verdaderas rosquillas de la Tía Javiera".

Feliz día de San Isidro, gatos... porque gato no naces, te haces