A contraquerencia de los tiempos. Este es un lugar pasado de moda, irremediablemente demodé; como una taberna aislada en la era de los pubs y las discotecas: vacía, silenciosa, sombría, con el dueño acodado en la barra, ataviado con su mandil, entre el olor a madera y vino. Este blog es como esa taberna, condenado a desaparecer.
Como afirma un buen amigo, la Tauromaquia es una religión pagana. Por eso los toreros encarnan, o deberían encarnar, a los sacerdotes de este dogma. Cuando aparcan los tours y las presentaciones de temporada en Joy Eslava, se acercan bastante. Hace unos años, por Semana Santa, Antonio García Barbeito comparó con enorme lirismo y belleza una corrida de toros en La Maestranza y una procesión en Sevilla. Las fotografías que ilustran el texto pertenecen a Atín Aya,
Es la misma ciudad, la misma gente,
pero ya es otra la pasión que empuja, y el aire –el mismo- de otra
forma embruja, pagano donde ayer fue reverente. Olvida la ciudad; se
hace presente toda. Y gira en torno de una aguja –el toro- que
convoca y arrebuja para hacerla la misma y diferente. La banda que
tocaba tras el Cristo tiene en su partitura ya previsto pasodobles de
arte y torería. La ciudad que rezaba entre varales, reza por seis o
siete naturales…, “devota de Frascuelo y de María”.
La misma pluma que llenó el tintero de
incienso y azahar y algo de cera, se ha saltado el tintero a la
torera para cantar la gloria del torero. ¡Hay tanto parecido entre
el plumero de un “armao” –ay, Roma callejera- y el de un
alguacilillo que acelera el trote del caballo hacia el chiquero..! El
viva es óle y la iglesia es plaza. Todo para su todo se entrelaza. Y
aunque no es Jueves Santo, la mantilla… Ni drama, ni sainete, ni
comedia. Es ya Resurrección. Las seis y media. Y han cambiado los
pasos de Sevilla…
El capataz es un apoderado, y pasó a
subalterno el contraguía; ejerce el mozoespada una priostía al pie
de su maestro preparado. El suave terciopelo con bordado que en
sagradas imágenes lucía, ahora es seda bordada en fantasía que
viste a un dios de reino limitado. “¡Poco a poco…!” fue ayer;
hoy, “Más despacio…”, pero todo se mueve en ese espacio donde
lo exacto vive sin medida. Ni veinticuatro horas las separan. Pero
las dos pasiones acaparan la sevillana concepción de vida.
Y la pasión tan carpetovetónica –en
una levantá o en un desplante-, y ese grito “¡el izquierdo por
delante!”, y el mismo nombre para la verónica. Y la encendida
tinta de la crónica, el dilatado tiempo de un instante, lo justo, lo
difícil, lo importante, y que se cuenta con razón ucrónica. Y la
cadencia de una bambalina, y el remolino de una chicuelina, y gotas
de sudor, gotas de cera… Y el paseíllo, y los nazarenos…
Distintos, pero hermanos los terrenos. Todo es posible aquí en la
primavera.
La alpargata es zapatilla y el costal
es la montera, pero el cambio, a la manera que hace los cambios
Sevilla. Impertérrita, acaudilla la multitud de su gente. Taurino es
el penitente que camino de los toros, en ese cambio de oros, hermana
lo diferente. No le busque la razón a tan distintas pasiones. Ni se
dé a la reflexión para entender inflexiones. Que en Sevilla, las
razones están en el corazón.
Viendo reír a Belmonte cuando se habla de supersticiones, y oyéndole exponer sus gustos, nadie diría que este muchacho es sevillano, y además torero. Más bien parece un yankee práctico y escéptico.
- La prueba de que no creo en esas cosas -contesta cuando se le pregunta si es supersticioso- está en que la vez primera de toreé en Madrid, que era un día en que se iba a decidir mi porvenir, llevé un mozo de espadas que era tuerto... El que yo tengo, que es además un buen amigo mío, estaba enfermo; el tuerto se me ofreció, y yo le dije: "Sí, hombre, sí: echa p´alante pá que traguen paquete todos estos...". Y no me fue mal con él, gracias a Dios.
En otras cosas, los gustos de Juanito, son también "escépticos". La lotería, por ejemplo, no le gusta. La cree, según afirma, un mal, causa de muchos males.
- Y por eso -añade firme en su juicio- tengo hacia ella aborrecimiento.
Al extremo, es verdad, que alguna vez que, en su último tiempo, le obsequiaron con participaciones, las rechazó si tenía confianza, o las regaló apenas las hubo recibido.
En la mesa, sus gustos son también delicados.
- Como de todo -dice- porque de todo tengo costumbre de comer; pero si puedo elegir, tomo cosas ligeras, generalmente que no sean de carne. Los calamares, por ejemplo, son, entre todos, mi plato favorito.
[...] - Y los toros, ¿cómo te gusta verlos cuando eres tú en ellos espectador?
Juan Belmonte responde:
- Al sol. Si yo no temiera que mi gesto se comentase y se me dijera cursi y tonto, los vería siempre desde un tendido de sol. Porque, yo no sé explicarlo bien, pero desde la sombra me parece que se ven de otra manera menos artística, menos castiza, menos española... ¡Yo no sé, no sé!...
Este mes de abril andamos muy revueltos porque Canorea y compañía han orquestado un apagón televisivo en La Maestranza: ni Digital Plus ni autonómicas. Carta de ajuste y a volar. Los iluminados empresarios de la calle Adriano pensaron que así asomaría menos cemento en los tendidos. Craso error. Desgraciadamente para algunos y afortunadamente para otros, hoy en día, aquello que no se televisa no existe. Por ello, este año, los aficionados más románticos hemos vuelto a congregarnos alrededor de la radio, que ya no es de cretona sino que viaja por Internet, para escuchar las transmisiones desde La Maestranza. Luego "tuit a tuit", telegramas del siglo XXI, hemos reconstruido el apagón maestrante para hacernos una idea de lo que se cocía por el Baratillo.
Al leer la crónica de Antonio Díaz-Cañabate que reproduzco a continuación, uno se da cuenta de que, en el fondo, no hemos cambiado tanto... Y esto produce en mí un profundo sentimiento de tranquilidad.
"Escribo este artículo lejos de Sevilla, lejos de su abril, que no importa sea lluvioso para que sea esplendente. Lo escribo lleno de nostalgia. Porque ir a los toros en cualquier parte siempre es alegre. Pero cogerse el caminito del Baratillo, por entre calles que huelen a azahar, todavía con el regusto en el gaznate de un vino sanluqueño o jerezano, unas tapitas de jamón, una tortilla de bacalao, unas aceitunas gordales aliñás y el asombro del pescado frito, que fue, no nuestro almuerzo, porque en la feria de Sevilla no se come, sino que se picotea aquí y allá, en esta caseta y en la otra, es algo que sólo en Sevilla sentimos, porque lo taurino en Sevilla está en el aire.
Vamos a los toros con la absoluta seguridad de divertirnos. No importa que los toros salgan mansos y que los toreros estén mal. Nos basta con la plaza de La Maestranza y con su público. Cuando en el ruedo no ocurre nada que prenda nuestra atención, los ojos se recrean en la maravilla de sus arcos, gráciles, como curvas femeninas, y por los oídos nos entra la música del acento andaluz, que canta los decires del ingenio. Nos basta y nos sobra con la gracia que auténticamente se derrocha en los tendidos.
[...] La feria de Sevilla, la primera importante de la temporada, cuenta mucho en el planeta de los toros. Desde lejos la siguen todos sus habitantes. Valoran, adivinan las faenas por el tono de las crónicas y el laconismo de los telegramas. Muchos, muchísimos, no conocen Sevilla. Pero ya sabemos que en el planeta de los toros abunda la imaginación. Y se figuran "La Campana" y la calle Tetuán y la de las Sierpes talmente como si las estuvieran viendo. Y no digamos nada de las corridas de la feria. A las ocho de la noche de cada día de feria, en los colmados, en los cafés y en los corrillos callejeros madrileños se sabe lo que ha ocurrido en Sevilla, toro a toro y pase a pase. Los informes suelen ser muy escasos. Unos cuantos han llamado por teléfono a la casa de los apoderados o de los diestros que han toreado, y allí les han dicho lo que ocurrió, velado con velos tupidísimos, si la tarde se dio regular, o aumentando las exageradas hipérboles si hubo suerte y corte de orejas.
[...] El caso es que a poco de acabar la corrida en Sevilla ya todo el planeta de los toros madrileño está en conmoción. Cada uno habla de la feria según le va en ella... al torero de su predilección. Si éste flojea se argumenta así:
- Ningún torero ha estado bien nunca en la feria de Sevilla. Los toreros no están puestos. Los toreros no se centran hasta San Fermín, en Pamplona. De ahí p´alante es cuando las figuras del toreo empiezan a desarrollar.
- Pero, ¿y el Mengano que ha cortado orejas dos tardes?
- ¡Nada, orejillas sevillanas! ¡Todo eso de que el público de Sevilla entiende de toros es una leyenda! Del toro saben algo, lo concedo; pero lo que es del toreo, ¡quiá!
- Del toreo sólo sabes tú y un tío tuyo.
- ¡Naturalmente que sé!
Si el torero predilecto lleva bien la feria se echan a vuelo las campanas.
- ¡Ahí, ahí, en Sevilla, en la feria de abril está la llave de la temporada, porque el público de Sevilla es el más inteligente de España, y allá no pasa gato por liebre, y los toros van de grano y con cara y con tipo, y el pingüi no vale. Hay que torear y luego irse tras de la espada. Todas las figuras del toreo han cortado orejas en la feria de Sevilla".
«Porque el toreo también es tan bonito como un amor imposible, ése que a lo mejor ya no vuelve o puede volver mañana mismo».
(Alfonso Navalón)
Jóvenes con mantilla en el palco de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla (Atín Aya)
«La mujer, engranaje esencial del universo, tiene un lugar especial en el mundo del torero, solicitado como héroe. A veces tiene un aura maldita, como una especie de aniquiladora del valor. Un dicho popular afirma: "Torero enamorado, torero acabado". Pero es refranero, a veces, es de una sabiduría mostrenca refutable. Más bien se refiere a cierto desorden orgiástico que puede marcar la sentimentalidad del torero cuando alcanza el triunfo y se le abren puertas cerradas hasta entonces. Ejemplos hay de amadores incontinentes que, en vez de acabarse con las mujeres, con ellas alcanzaron prez y fama. Hay toreros escépticos ante ese fenómeno de seducción que consideran una leyenda. Roberto Domínguez afirmaba que un torero en pijama pierde mucho. Manili, cuando triunfó en Madrid y accedió a la riqueza, decía que, de seguir así, las mujeres acabarían por encontrarle guapo. Pepe Dominguín, un gran seductor, dejó escrito: "No sé qué significa tener éxito con las mujeres. Éxito es elegir la que te gusta, la que te va y la que te dure mucho. Lo otro, lo que se considera éxito, son muchos pequeños fracasos".
Manili dando la vuelta al ruedo (1988)
La mujer, en el toreo como en cualquier aspecto de la vida, puede ser de plomo o de corcho. Si de plomo, hunde a quien a ella se aficiona, si de corcho, ayuda a flotar incluso en las peores tormentas. Para muchos toreros el sexo la noche antes de la corrida es una maldición y la mujer una especie de mantis devoradora. Para Manuel Benítez, el Cordobés, no había miedo ni mantis. Es fama que momentos antes de vestirse para ir a la plaza su ritual favorito era la fornicación. En cambio, Espartaco, torero de recio corazón, declaraba en una entrevista hace años que "si has estado con una mujer, el toro se da cuenta y te echa mano". En la expresión "te echa mano", Juan Antonio Ruiz, Espartaco, coincide con José Gómez Ortega. José consideraba las relaciones femeninas dulces y hermosas pero peligrosas durante la temporada. A veces empeñaba una medalla mellada por el pitonazo de un toro que "le echó mano". "La noche anterior la había pasado mirándome en los ojos de una mujer". Parece ser que fue Rafael el Guerra el precursor de la abstinencia, incluso conyugal, hasta el extremo de no pernoctar en casa para no caer en la tentación. Julián García Candau, en su libro Celos, amor y muerte, le atribuye la siguiente frase: "Para ser figura del toreo no se puede pensar más que en el toro". Y otra más expresiva: "A los toreros se les va el valor por la picha".
Bella espectadora en la antigua plaza de toros de Cádiz
Mujeres con mantilla en los toros
Belmonte, gran amador, prefería correr el riesgo de una noche tumultuosa, aunque luego no se tuviera en pie en el ruedo por los excesos amatorios y la mala alimentación. Chaves Nogales refiere en la fantástica biografía del trianero cómo el amor maldito a punto estuvo de truncar una carrera que si siquiera había empezado. "Yo era un torerito valiente y me enamoré de una mujer casada, guapa, con mucho temperamento y muy experta en lides amatorias; arriesgaba su bienestar y su crédito por el amor de un torerillo sin nombre y sin dinero y me entusiasmé hasta el punto de que mi vida cambió radicalmente. Los toros dejaron de ser una obsesión para mí". A tal extremo dejaron de interesarle que una tarde no pudo matar un novillo, mejor dicho, un toraco: entró cien veces a matar, fue cogido quince o veinte, sonaron los tres avisos y le echaron los cabestros. Pero se recuperó y siguió engolfado en aquel amor. A fin de cuentas, no debió de ser tan malo, pues Belmonte llegó a ser lo que fue. Hay diferentes tipos de mujer, no obstante, en la vida de los diestros...» (fragmento del último libro de Javier Villán).
Ava Gardner y Luis Miguel Dominguín en la plaza de toros de Toledo
Un torero me dijo en una ocasión que a las mujeres deberían prohibirnos la entrada de barrera: desconcentramos una barbaridad, me confesó.
«Por culpa de una sonrisa que echaste a unos ojos que había en barrera,
un toro de mi divisa manchó de amapolas tu estampa torera».
¿No desconcentra más tener a Arrabal en el callejón?
La teoría de las mujeres de plomo y la mantis devoradora no es tan descabellada. Algunas señoras tienen peores ideas que un Saltillo resabiado. Y cuando se torea, se está a setas o a Rólex. Viene como anillo al dedo aquel pasodoble, poco conocido, compuesto por el linense Ignacio Román y titulado "Ojalá", que cuenta la historia de una mujer, enamorada de un torero que, tras echarle todas las maldiciones habidas y por haber, se arrepiente porque termina matándolo un toro. El "ahojalá" llegó un poco tarde.
«Torero de cuerpo entero. Su sino, cómo me duele. Lo quiero de compañero sin verlo por los carteles.
Me dice: “Deja los cantes”. “Deja los toros”, le digo yo. Nos vamos con un desplante, pero el despecho llora en mi voz.
Ojalá te coja el toro sin gloria y en tierra extraña. Ojalá que en sangre y oro, tu historia no llegue a España.
Ay, mi cariño bravío. Ay, tu locura torera. ¡Qué mano a mano, Dios mío, pa´verlo desde barrera!
Ojalá tus ojos moros, con pena me suplicaran. Ojalá no hubiera toros ni arena y mis besos te bastaran.
La plaza gritó en la tarde el aire quedó empañao. El toro sembró, cobarde, claveles en su costado.
Corrí hasta la enfermería y entre mis brazos lo vi morir. De luto desde aquel día con mi palabra me revestí.
Ojalá te coja el toro. Qué historia la de mi duelo. Ojalá que, en sangre y oro, la gloria te den los cielos.
Ay, mi cariño bravío. Ay, qué veneno en mi boca. ¡Ay, qué castigo, Dios mío, que voy a volverme loca!
Ojalá te coja el toro. ¡Qué historia de mala suerte! Ojalá con un te adoro pudiera arrancarte de los brazos de la muerte».
Eduardo Gallo, evidentemente a setas, besa a sus partidarias a su llegada a Las Ventas (Juan Pelegrín)