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miércoles, 1 de octubre de 2014

Era octubre


El coronel destapó el tarro del café y comprobó que no había más que una cucharadita. Retiró la olla del fogón, vertió la mitad del agua en el piso de tierra, y con un cuchillo raspó el interior del tarro sobre la olla hasta cuando se desprendieron las últimas raspaduras del polvo de café revueltas con óxido de lata.

Mientras esperaba a que hirviera la infusión, sentado junto a la hornilla de barro cocido en una actitud de confiada e inocente expectativa, el coronel experimentó la sensación de que nacían hongos y lirios venenosos en sus tripas. Era octubre. Una mañana difícil de sortear, aun para un hombre como él que había sobrevivido a tantas mañanas como ésa. Durante cincuenta y seis años -desde cuando terminó la última guerra civil- el coronel no había hecho nada distinto de esperar. Octubre era una de las pocas cosas que llegaban.
 
Gabriel García Márquez
"El coronel no tiene quien le escriba"

jueves, 25 de septiembre de 2014

Cuencos de café con leche

"Desayuno continental" de Pablo Lozano
 
Se sorprende a sí mismo soplándose los dedos como cuando era niño y se echa a reír mientras le viene a la garganta una bocanada nostálgica de pan dormido empapado en café con leche. ¡Hay que ver los recuerdos! Cualquier cosa te desencadena un amontonamiento de imágenes rotas.
 
- Joan, no jodas más y tómate la leche.
 
 
Le decía su abuelo. Como él mismo podría decírselo día tras día a sus hijos […] Se echa a reír. El niño pone entonces cara de orgulloso obligado por las circunstancias y engulle la leche con perfección técnica, incluso despreciativa. Beber la leche, de mañana, con las manos adaptadas al cuenco, buscando el misterioso calor que parece subirle desde el centro de la tierra. Yo tazas de ésas no quiero, le dijo a su mujer cuando vio que había comprado una vajilla de duralex. Para la leche nos las quiero. Estás cargado de cuentos. Mira, no sé por qué, pero si no me tomo la leche en tazón no me parece buena, sobre todo la leche de la mañana. La que tiene que limpiarlas soy yo y la loza se desconcha, siempre es un nido de mierda, tú muy señorito, pero...

- ¡Se acabó lo que se daba! ¡La leche en tazón y no hablemos más!

De vez en cuando hay que sacar el genio porque si no a uno le toman por el pito del sereno. Ya sé que son manías, pero tampoco está cargado uno de tantas como para no permitirse ésta. El tazón de leche le permitía recuperar la infancia, rostros de fondo, casi imposible recuperarlos del todo.
 
Manuel Vázquez Montalbán
("La soledad del manager")
 

jueves, 17 de octubre de 2013

Libros para migar en el café


"Un cortado y un libro, por favor". Hay un lugar en Madrid, con puertas azules y suelo de tarima que cruje al pasar, donde conviven obras de Tolstoi o Albert Camus con  café recién hecho, como si fueran páginas para migar en la leche. Ese sitio se llama La Fugitiva y se encuentra a pocos metros de la Filmoteca Nacional, en la calle Santa Isabel, 7.

 
Una combinación entre cafetería, librería y biblioteca, sin música ni ruido de fondo, donde puedes sentarte y hojear un libro mientras desayunas. O comprarlo y llevarlo a casa. En sus estanterías, encuentras un poco de todo: ensayo, teatro, poesía, novelas, obras sobre cine o música... También tienen algunas revistas interesantes, como los últimos ejemplares de Jot Down. Un plan agradable y barato para las tardes otoñales.

 
El escaso público es igualmente variopinto: resulta fácil ver a un lector tatuado hasta los tuétanos mientras merienda una porción de tarta de queso en una mesita al lado del ventanal. Un claro ejemplo de fusión.

 
Curiosamente, sirven algunos dulces portugueses, muy finos, como pastéis de nata, tortas de Azeitao o queijadas de leite. Se agradece que la misma sociedad que ha apuñalado al Café Gijón aún respete negocios como La Fugitiva.

 
Siempre fugitiva y siempre
cerca de mí, en negro manto
mal cubierto el desdeñoso
gesto de tu rostro pálido.
No sé adónde vas, ni dónde
tu virgen belleza tálamo
busca en la noche. No sé
qué sueños cierran tus párpados,
ni de quién haya entreabierto
tu lecho inhospitalario.

Detén el paso belleza
esquiva, detén el paso.
Besar quisiera la amarga,
amarga flor de tus labios.
 
(Antonio Machado)

sábado, 21 de septiembre de 2013

¿Pero es que queda alguien que aún pida una taza de café con leche?


Nunca el café había estado tan de moda. La archiconocida frase de "a relaxing cup of café con leche" -quizás fruto del azar o una premeditada estrategia publicitaria- se ha impreso ya sobre tazas, camisetas y tiras cómicas, emborrona varias pizarras de todo el país y ha dado pie a un perfil de Twitter.
 
 
Sin embargo, desde que nacieron las cafeteras de cápsulas, tomar café produce cualquier reacción excepto la calma. Decantarse por un sabor ya provoca un auténtico dilema vital. ¿Qué elegir? ¿Un Dulsão do Brasil? ¿Un Rosabaya de Colombia? ¿Un Espresso Arpeggio? ¿Un Indriya from India? ¡El quebradero de cabeza de las capsulitas es mortal! Casi imperceptiblemente, el café solo, el cortado o el manchado han sido expulsados de nuestras vidas.
 
 
Mucho peor son los maceteros de café que sirven en el Starbucks. Últimamente, a las celebrities norteamericanas les gusta dejarse ver por la calle con un tanque de Frappuccino en la mano.
 
 
Así que nada de "relaxing cup". Eso es de antiguos. Para los Juegos Olímpicos de Madrid 2040, ya pueden estar actualizando el eslogan. Quién nos iba a decir que, no hace tanto, este país sólo conocía la achicoria y el torrefacto. ¿Qué habría pensado doña Rosa, en La Colmena de Cela, con esta proliferación de cafés?
 
 


La dueña da media vuelta y va hacia el mostrador. La cafetera niquelada borbotea pariendo sin cesar tazas de café exprés, mientras la registradora de cobriza antigüedad suena constantemente. Algunos camareros de caras fláccidas, tristonas, amarillas, esperan, embutidos en sus trasnochados smokings, con el borde de la bandeja apoyada sobre el mármol, a que el encargado les dé las consumiciones y las doradas y plateadas chapitas de las vueltas. El encargado cuelga el teléfono y reparte lo que le piden.
-¿Conque otra vez hablando por ahí, como si no hubiera nada que hacer?
-Es que estaba pidiendo más leche, señorita. 

-¡Sí, más leche! ¿Cuánta han traído esta mañana?
-Como siempre, señorita: sesenta.

-¿Y no ha habido bastante?
-No, parece que no va a llegar.
-Pues, hijo, ¡ni que estuviésemos en la Maternidad! ¿Cuánta has pedido?
-Veinte más.
-¿Y no sobrará?
-No creo.
-¿Cómo "no creo"? ¡Nos ha merengao! ¿Y si sobra, di?
-No, no sobrará. ¡Vamos, digo yo!
-Sí, "digo yo", como siempre, "digo yo", eso es muy cómodo. ¿Y si sobra?
-No, ya verá como no ha de sobrar. Mire usted cómo está el salón.
-Sí, claro, cómo está el salón, cómo está el salón. Eso se dice muy pronto. ¡Porque soy honrada y doy bien, que si no ya verías a donde se iban todos! ¡Pues menudos son!
Los camareros, mirando para el suelo, procuran pasar inadvertidos.
-Y vosotros, a ver si os alegráis. ¡Hay muchos cafés solos en esas bandejas! ¿Es que no sabe la gente que hay suizos, y mojicones, y torteles? No, ¡si ya lo sé! ¡Si sois capaces de no decir nada! Lo que quisierais es que me viera en la miseria, vendiendo los cuarenta iguales. ¡Pero os reventáis! Ya sé yo con quienes me juego la tela. ¡Estáis buenos! Anda, vamos, mover las piernas y pedir a cualquier santo que no se me suba la sangre a la cabeza.
Varias relaxing cups para ellos y ellas
 

domingo, 25 de noviembre de 2012

El café de los ganaderos charros


Los lunes de mercado, cuando se instalaba el mercado de animales en los bajos del Puente Romano de Salamanca, los ganaderos charros se reunían al mediodía en el Café "Las Torres". Alrededor de su barra, alargaban la compra-venta hasta la hora del almuerzo. Algunos novilleros caninos también se dejaban caer con disimulo por si cazaban al vuelo la fecha de un tentadero.


El 11 de mayo de 1946, don Luis Nieto González compró el café, que hasta ese día había pertenecido a las hermanas García Hernández, doña Josefa y doña Romana. El traspaso costó 750.000 pesetas y la renta se fijó en 2.250 al mes. El local, inaugurado en 1927, se encontraba en la Plaza Mayor de Salamanca, en el mismo flanco que el histórico "Novelty".


Así anunció la agencia Company el traspaso de "Las Torres":
 
"Salón bien puesto; simétricamente REGULAR, y en el mejor sitio de Salamanca, PLAZA MAYOR.
Tiene 62 mesas con 200 sillas y está rodeado todo él de magníficos divanes. Cuenta con una magnífica BARRA instalada con todo detalle y perfección más moderno que existe. Su cafetera es OMEGA y de ocho tazas.


GASTOS
:
Trabajan 8 camareros, a 60 ptas. cada uno.
2 hechadoras a 50 ptas. cada una.
2 fregadoras a 220 ptas. cada una.
Cuenta con instalación perfecta y muy moderna, y de HELADORAS marca YOR LIMAN.
Vende anualmente sobre 800.000 ptas. largas pero esta cifra puede pasar del 1.000.000 ptas. si el que lo compra sabe manejar el negocio".


Poco después del traspaso a Luis Nieto, el Café "Las Torres" ya tenía una canción:

"Date prisa, no te pares,
corre, corre, corre, corre,
a ver si encontramos mesa
en el gran Café Las Torres.

No es posible, si se prueba,
que de la mente se borre
lo bien que se pasa el rato
en el gran Café Las Torres.

Don Luis, lo vigila todo
con su numerosa prole
y atienden a los clientes
empleados de ole y ole.

Los artistas que allí actúan
son estrellas en su arte
y la orquesta que dirige
Betoré, es formidable".


Al fondo del Café, había un escenario donde, cada tarde, la orquesta "Las Torres" acompañaba a una famosa tonadillera... En abril de 1951, Seguros La Providencia encargó un gran banquete al que asistieron 215 comensales, la cifra más alta alcanzada hasta entonces en la ciudad.


Don Luis, dipuesto a tirar la casa por la ventana y deseoso de que su nuevo negocio se convirtiera en la sensación de Salamanca, viajó a Madrid en busca de un maestro repostero, Federico Alfonso. En 1957 creó la colosal tarta "Charros", de 150 kilos, hecha con placas de cobertura blanca sobre crocante y caramelo. La pareja de charros que coronaba el pastel era una sorprendente figura de mazapán que pesó cerca de 30 kilos.


La cafetería "Las Torres", que aún pertenece a la familia Nieto y no se ha movido del número 26 de la Plaza Mayor, es famosa en el siglo XXI no por su ambiente taurino, sino por su bollería y  consistente chocolate con churros. Estos provienen de un obrador contiguo al local, fundado en 1955. A principios de los 70, el histórico negocio sufrió una importante remodelación, aunque se respetó el llamativo relieve de la entrada: dos mujeres desnudas que dan la bienvenida al visitante.