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lunes, 5 de enero de 2015

El día de los caramelos


El 5 de enero es el día de los caramelos; los que arrojan con brío Sus Majestades, los Reyes Magos de Oriente, durante la cabalgata. Tras la dulce metralla real, los niños se lanzan al suelo para aumentar su botín de dulces, terminando el desfile con un colosal entripado. Pero también hay caramelos que gustan a los adultos...

 
A comienzos de los 70, los hermanos José y Delfín Amaya, familiares de la genial bailaora Carmen Amaya, versionaron el tema Caramelos a ritmo de rumba. La canción, con cierto toque erótico y picarón, fue un enorme éxito.

Mira, nenita, yo traigo unos caramelos,
si tú los pruebas, chiquita,
te comes hasta los dedos.
 
Los traigo de coco y piña,
de limón y menta, nena,
de piña para las niñas,
y limón para las viejas.
 
 
Y hablando de caramelitos de menta que elevan los espíritus a primera hora de la mañana, imposible pasar por alto la farruca, también picantona, de Ochaíta y Solano compuesta para Marifé de Triana a finales de los 60.
 
Ay, bésame, besa,
bésame en la cara,
caramelitos de menta
por la noche y la mañana.
Ay, bésame, besa,
bésame en los labios,
caramelitos de menta
por la mañana temprano.
 
 
La canción sobre caramelos -en este caso, piruletas- más depravada de la historia de la música fue maquinada, por supuesto, por Serge Gainsbourg. Corría el año 1966 cuando l'Enfant Terrible le pidió a la inocente France Galle que le explicase por qué le gustaban tanto las piruletas, sin que ésta sospechara el doble sentido erótico de la letra. Si el texto dejaba dudas, el vídeoclip las disipó.
 

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Cogióme a tu puerta el toro

Cogióme a tu puerta el toro,
linda casada,
no dijiste: ¡Dios te valga!
 
El novillo de tu boda
a tu puerta me cogió;
de la vuelta que me dio
se rió la aldea toda,
y tú, grave y burladora,
linda casada,
no dijiste: ¡Dios te valga!


Inspirándose en esta canción que Lope de Vega compuso para la obra Peribáñez y el comendador de Ocaña, José Antonio Ochaíta, la voz de la Alcarria, escritor teatral en sus comienzos y alumno de Miguel de Unamuno, compuso una copla monumental. ¿No era Ochaíta un auténtico poeta, a la altura de García Lorca, Juan Ramón Jiménez o Rubén Darío? Escribe Tomás Gismera Velasco que fue el propio Rafael de León quien le animó para introducirse en el mundo del folclore, firmando joyas como "El maletilla", "Cinco farolas" o la descarnada "La Guapa". "Cogióme a tu puerta el toro" fue, durante muchos años, un éxito cincelado en la voz apasionada de doña Concha Piquer.

El toro de siete hierbas
saltó por el burladero
y con la espada en la cruz,
se echó a la calle de en medio.
Patatuses de las damas,
¡ay! ¡que me mu que me muero!,
y el señor corregidor
colgadito en un alero.
Yo estaba en tu puerta, puerta,
puerta de mi pensamiento...
¡Ábreme que viene el toro
y trae la muerte en los cuernos!
Cogióme a tu puerta el toro,
linda casada, linda casada,
y no me quisiste abrir,
ni me quisiste decir,
caballero ¡Dios te valga!
Yo estaba en los hospitales
con el corazón partido;
lo que tú hiciste en un año,
el toro ¡que pronto lo hizo!
Que me den la Santa Unción,
con el aceite de olivo,
que tú no me llorarás,
porque ya tienes marido.
El corregidor de luto;
las damas entre suspiros...
Me pasarán por tu puerta
en una caja metido...


Ochaíta, natural de Jadraque, falleció en Pastrana en 1973, mientras recitaba el poema "Tengo la Alcarria entre las manos".

domingo, 13 de enero de 2013

Amores marineros


La copla también huele a mar y canta a los amores porteños: cafés de marineros, voces roncas de aguardiente, barcos con nombre extranjero, riñas de guapos en un puerto, hombres rubios como la cerveza... Tras escuchar en la radio este fin de semana tres temas a cual peor ("En el muelle de San Blas" de Maná, "Soldadito marinero" de Fito y los Fitipaldis y "Naturaleza muerta" de Mecano), he elegido mis tres coplas marineras favoritas. La primera es un clásico del repertorio: "La Lirio", con sus sienes moraítas de martirio. Antes de convertirse en copla, Rafael de León compuso este bello y extenso romance sin musicar (merece la pena leerlo completo):  

«
Por la arena de la playa
va con un hombre la Lirio.
La tarde pone en sus ojos
un barco de plata y vidrio,
mientras que Cádiz se enciende
a lo lejos como un cirio,
en un altar encalado
de torres en equilibrio.

-No sé qué sería de mí
si me dejaras, mocito-,
suspira dulce y lejana
y en un sollozo, la Lirio.

El hombre moreno y alto
con voz de viento salino
le dice mientras su talle
aprieta como un jacinto:
-Llevo tu nombre en el brazo
tatuado desde niño
y en el corazón un ancla
de juramento perdido».

Sobre este romance, en 1944, el propio Rafael León, junto a Manuel Quiroga y José Antonio Ochaíta, compuso la Lirio de la copla, en la que un hombre venido de Cuba, por cincuenta monedas de oro, le arrebató su lirio moreno a aquel mocito tatuado de amor.


  
Si loco de celos se volvió el novio de la Lirio, no fueron más livianos los jachares de la protagonista de la siguiente copla, "Celos":

«
Llegaste un día en un velero
silbando, alegre, una canción
y desde entonces, compañero,
ya no di cuenta ni razón.

Entre tus brazos, como loca,
luna y estrellas vi pasar
y me dejaste en la boca
como un regusto a vino y mar».


Sin embargo, los hombres que de lejos trae el mar, tal y como reza otra copla, no son de fiar: "se parecen a las olas y nadie sabe si volverán". Se marchan una tarde, con rumbo ignorado, en el mismo barco que lo llevaron a puerto, dejando olvidados besos y promesas. 
«Él vino en un barco
de nombre extranjero
lo encontré en el puerto
un anochecer,
cuando el blanco faro
sobre los veleros
su beso de plata
dejaba caer.

Era hermoso y rubio como la cerveza,
el pecho tatuado con un corazón,
en su voz amarga
había la tristeza
doliente y cansada
del acordeón.

Y ante dos copas de aguardiente,
sobre el manchado mostrador,
él fue contándome entre dientes
la vieja historia de su amor».




La célebre "Tatuaje" de Xandro Valerio, León y Quiroga -para algunos, la mejor copla de la historia- también tuvo un precedente poético titulado "Café de Puerto":

«La puerta no se cierra ni de día ni de noche
y el mar es el cliente mejor de la taberna,
que tiene un nombre ambiguo de tienda de perfume
lejano de las algas y enemigo del viento.
[…] El farol de la puerta lo ha encendido la tarde;
alguien canta lejano en idioma extranjero;
el mostrador se llena de aguardiente y de risa
y los hombres discuten de mujeres y barcos.
“Te pareces a un novio que yo tuve hace tiempo;
se tatuó mi nombre y mis dos apellidos,
y cuando no bebía en las noches de luna
me cantaba canciones de su tierra caliente...»
Después de este repaso, seguro que alguien me lee la cartilla por no incluir "Amor marinero", inmortalizada en la voz de Rocío Jurado (aunque su versión tampoco es mi preferida). Lo lamento: es una canción demasiado moderna para mí y, además, tiene un final feliz. Las auténticas coplas que provienen del mar no dejan miel en la boca, sino labios cuarteados por culpa de la sal... y las lágrimas.



miércoles, 5 de diciembre de 2012

Nombres de perdición


La copla se nutre de dos prototipos femeninos radicalmente contrapuestos: de un lado, la mujer sumisa, fiel y sacrificada; de otro, la mujer libre, rebelde y mal vista por la sociedad de la época. En este segundo grupo, una de las alhajas del cancionero lleva por título Yo soy ésa (Quintero, León y Quiroga, 1952), una desgarradora zambra en la que la protagonista, una oscura clavellina que va de esquina en esquina, se ha convertido en la perdición de los hombres tras jurarles falso amor. Afirmaba Manuel Rey: "Si cantas Yo soy ésa, te conviertes en una puta. Si te cantas Tatuaje, además de puta, eres borracha". A pesar de su enorme éxito popular, gracias en buena parte a Juanita Reina, la censura echó el guante a Yo soy ésa entre 1952 y 1967, fecha en la que por fin se le permitió a Pedrito Rico interpretarla en tono cómico.


"Si alguien me pregunta que como me llamo,
Me encojo de hombros y contesto así:

Yo soy...ésa.
Esa oscura clavellina
Que va de esquina en esquina
Volviendo atrás la cabeza.
Lo mismo me llaman Carmen,
Que Lolilla que Pilar.
Con lo que quieran llamarme
Me tengo que conforma.
Soy la que no tiene nombre,
La que a nadie le interesa,
La perdición de los hombres,
La que miente cuando besa.
Ya lo sabe… Yo soy... ésa".

La guapa, guapa
-escrita en 1954 por la segunda gran tripleta de la copla, Ochaíta, Valerio y Solano- narra la historia de otra hembra indómita que pierde hasta su nombre tras cometer un crimen por las hambres del querer. Es una canción genial que sólo Concha Piquer tuvo los reaños de estrenar.

"Al preguntarme los jueces
¿por qué en el banquillo estás?
yo les respondí cien veces
que por guapa y nada más.
¡Por Guapa, por Guapa, por Guapa!
Ahora escondo mi amargura en lugar que nadie sabe
y de mi puerta cerrada más de cien tienen la llave.

Dime ese nombre tuyo que se me escapa,
porque quiero que seas tú mi querida.
Que yo no sé mi nombre lo sabe el Papa;
que soy sólo una hembra comprometida
y cuando firmo un pliego, firmo: La Guapa.

Pa´las hambres del querer
basta con eso: La Guapa,
que mi nombre de mujer
se borró un amanecer
en los vuelos de una capa".

La tercera copla que alude el tema de la prostitución es, por supuesto, la inmortal Bien Pagá, otra mujer que es arrastrada por los desengaños amorosos hasta lo más profundo de su ser. Fue escrita durante los años de la Segunda República por Ramón Perelló y Juan Mostazo, aunque su estreno resultó un rotundo fracaso. Miguel de Molina la rescató del olvido hasta convertirla en un puntal del género cuando la incluyó en su repertorio en 1938.

"Bien pagá,
si tú eres la bien pagá
porque tus besos compré
y mi te supiste dar
por un puñao de parné,
bien pagá, bien pagá fuiste, mujer.

No te engaño,
quiero a otra,
no pienses por eso
que te traicioné.
No cayó en mis brazos
me dio solo un beso,
el único beso
que yo no pagué.

Na te pido,
na me llevo,
entre esta paredes
dejo sepultás
penas y alegrías
que te he dao y me diste
y esas joyas que ahora
pa´otro lucirás".

La última copla está abierta a todo tipo de interpretaciones: ¿la protagonista de la historia también cobraba por sus besos? Tengo mis dudas; sea como fuere, cualquier excusa es buena para volver a escuchar En una esquina cualquiera, compuesta en 1960 por Molina Molés, Rafael de León y el maestro Quiroga para Marifé de Triana. Se trata de una de las letras más terribles, y a la vez hermosas, de mujeres echadas a la perdición a causa del engaño de un hombre.


"En una esquina cualquiera,
Con sus ojos me encontré,
Y mis veinte primaveras
Se me pusieron de pie,
Morena, quieres un vaso,
De un mosto que es oro fino,
La lumbre de sus ojazos,
Me quemaba más que el vino.

Oscuridad de tormenta,
Donde ciega me perdí,
Cuando quise darme cuenta,
En sus ojos yo me vi.

Ojos negros de locura,
Ojos negros de pasión,
Centinelas de amargura,
De mi pobre corazón,
Son dos pozos, dos luceros,
Dos carbones encendidos,
Son dos lobos traicioneros,
Que al camino me han salío".

sábado, 27 de octubre de 2012

El mantenido


"Yo mantuve a Julián Muñoz y le di todo el dinero. Él no tenía nada. Yo le seguí y lo hice todo por él" (Isabel Pantoja, 23 de octubre de 2012).



"Te di mi rosa primera
y tú ¿qué me diste a mí?
La flor que está en mis ojeras,
de hacerme tanto sufrir.

De mi parte los cuidaos,
de quien estaba tan ciega.
De la tuya, el vino aguao
que le sobró a tu bodega.

Cuchillo, cuchillito de agonía.
Por Cristo, no me avasalles
cuando este llanto derramo.
Acuérdate de aquel día
en que te encontré en la calle,
igual que un perro sin amo.

¿Cómo puede ser que olvides
lo que te di a manos llenas?
Moriré, si me lo pides
como una rosa de pena.

Diciendo a los cuatro vientos,
que a mí no me debes ná;
las luces del firmamento,
se apagan con tu maldad.

Con tu sarta de mentiras,
ni a dar la cara te atreves,
si hasta el aire que respiras,
a esta mujer se lo debes".

(Ochaíta, Valerio y Solano...
y
otra versión maravillosa de Miriam Domínguez)

miércoles, 3 de octubre de 2012

Versiones y perversiones: El Príncipe Gitano

"Me manda un amigo un vídeo extraordinario, impagable, que está en Internet: el Príncipe Gitano vestido de smoking, con faja negra y pajarita, cantando en supuesto inglés una versión fascinante, friki total, del In the ghetto de Elvis Presley. «Vas a alucinar», me anuncia en el mensaje adjunto. Y no tengo más remedio que decirle: llegas tarde, chaval. A mí del Príncipe Gitano no se me despintan ni los andares".


"Me encantaba ese tío. Sin reservas. Su pinta de chuleta, su manera de cantar. Tuve, además, el privilegio de verlo actuar en persona. Eso fue a principios de los ochenta, cuando el Príncipe Gitano ya estaba en el tramo final -y absolutamente cuesta abajo- de su carrera artística. Cómo sería lo de la cuesta, que yo iba a verlo, cada noche que podía, a un garito infame que entonces todavía estaba abierto en la Gran Vía de Madrid. No recuerdo ahora si se trataba del J'Hay o de La Trompeta, pero era uno de esos dos. Sitios de música y puterío, con moqueta raída, camareros con pinta de rufianes y mesas donde servían champaña chungo a lumis maduras y jamonas vestidas con trajes largos, como las de toda la vida. Y allí, en un escenario crujiente y cochambroso, pisando cucarachas y alumbrado por un foco, el Príncipe Gitano, cincuentón lleno de arrugas y teñido el pelo, pero todavía gitano fino y apuesto en trajes de corte impecable -entallados, con patas y solapas anchas-, desgranaba una tras otra las canciones que en sus buenos tiempos le habían dado dinero y señoras de bandera. Y yo, emocionado en mi rincón, haciendo como que bebía aquellos mejunjes infames, me calzaba sus actuaciones canción tras canción, disfrutando como un gorrino en un charco. Y juro por las campanas de Linares de Manolo Caracol que las pavas -en aquel tiempo las putas eran casi todas españolas- le tiraban besos y aplaudían como locas, y gritaban: «¡Príncipe, otra!... ¡Canta otra, Príncipe!... ¡El reloj! ¡Tani! ¡Rosita de Alejandría! ¡Los Mimbrales!». Y le decían guapo. Y el artista, obsequioso, chulillo, aún flaco y elegante pese a los años, se erguía en aquel escenario infame, sobre el fondo de polvorientos cortinones de terciopelo rojo y grueso, levantaba una mano haciendo círculo con el índice y el pulgar, y cantaba lo de: «Segá por el brillo de su dinero / dehó ar shiquillo». Y las lumis, lo juro, lloraban como criaditas oyendo el serial de la radio. Y a mí, sentado en mi rincón con el vaso de matarratas en la mano, se me erizaba el pellejo. Y en este momento me ocurre exactamente lo mismo al recordar, mientras le doy a la tecla".

Menos bromas con el Príncipe Gitano, que en sus años mozos era un galán que enloquecía a las mujeres. Escribía Álvaro Retana: "Ya no es Enrique Vargas aquel niñato gitano que desde el escenario del Reina Victoria soliviantaba al elemento femenino, recién debutado, con su gallardía de machito joven y su acertada interpretación del repertorio aflamencado. Pero al perder la adolescencia y ganar en reciedumbre varonil ha ganado también perfección artística". El repertorio del Príncipe Gitano se las traía...; su "Cariño de legionario", aunque en castellano, también era de "agárrense que vienen curvas". Se atrevía con todo, incluso con el francés...


Otra joya del repertorio era "Chivato", de José Antonio Ochaíta y Xandro Valerio. Ojito con la letra...:

"El oficio que aprendiste
tiene en baja su papel;
y aunque en oro te lo paguen
cobras odio y cobras hiel.
En lo más oscuro de tu nombre
llevas la condenación
y los niños y los viejos
te lo repiten: ¡Soplón!
¡Chivato! ¡Chivato!
Tu gallo canta la traición.
¡Chivato! ¡Chivato!
Te ciega el odio y la razón.
Una novia sufre y llora...
¡Chivato!
Una madre está penando...
¡Chivato!,
que tu soplo, en mala hora,
¡chivato!,
la virtud fue difamando...
Como lobo en los rincones
vives tú para morder
un rosal de corazones
cuando van a florecer.
Te ciega el odio y la razón
la sentencia de la gente,
aunque toque a rebato,
acallará tu voz...
Por traicionero,
por ser chivato...
¡Y aún queda Dios!"

Se llamaba Enrique Castellón Vargas y nació en Valencia en el año 1928, hijo de padres calés que se dedicaban a la venta ambulante y al trato de ganado. Él mismo contaba que empezaron a llamarle "príncipe" cuando una mañana, en la que su madre lo paseaba siendo aún niño, una vecina, sorprendida por su guapura y ojos claros, exclamó que parecía un príncipe. De joven quiso ser torero e, incluso probó suerte en algunos tentaderos y novilladas, pero el miedo pudo con su afición. A cambio, se dedicó al cante y al baile con un desparpajo sin parangón.


Firmaba Matanzos el 7 de abril de 1928 en el Diario de Zamora: "Del Príncipe Gitano sólo diremos que no le conocía nadie como torero hasta que ayer se vistió por vez primera, para torear con caballos, el traje de luces. Suponemos que haya sido este arresto una humorada del famoso cantaor. Su debut como torero -no podemos decir que como matador ya que no mató él a ninguno de sus dos enemigos-, su presentación en público no ha podido ser más desafortunada. Estas humoradas, genialidades si se quieren llamar, que tienen a veces los artistas, son muy peligrosas. Tanto que pueden terminar trágicamente. Que siga cosechando gloria y aplausos en el cante para el que Dios le ha concedido excepcionales facultades. Pues no creemos que pretenda trocar la sólida popularidad que ha logrado en su arte por estas genialidades que ofrecen el ruido tenebroso y los comentarios de los fracasos. ¡Lástima de tarde, y pobres toretes!".



jueves, 13 de septiembre de 2012

Las madres de los toreros

Escribe Javier Villán: "La madre ha nutrido fecundamente la biografía de los toreros y la literatura taurina. Hay casos excepcionales, como la madre de José Miguel Arroyo, totalmente ajena a la vida de su hijo, adoptado por la familia Martín Arranz, a la que Joselito considera sus verdaderos padres. O la de Sebastián Castella, algo lejano y acaso también doloroso. La tradición y la liturgia sitúan a la madre y a la novia o esposa recluidas en casa durante la corrida, rezándoles a todas las vírgenes y a todos los santos, para que nada le suceda al héroe de su corazón. La primera llamada al terminar la corrida, si no ha habido contratiempo, es para ellas; y si lo hay, también, para disimular la gravedad del percance [...] La modernidad no ha dado figuras tan importantes como doña Angustias o la señá Gabriela".

¿Quién era la señá Gabriela? Pues Gabriela Ortega Feria, nacida en Cádiz, en la calle Santo Domingo, el 30 de julio de 1862, bailaora de tronío y notable cantaora -trabajaba en el famoso Café del Burrero-, que contrajo matrimonio con el diestro Fernando Gómez "El Gallo" y dejó su profesión para ser  madre de tres toreros -Rafael, Joselito y Fernando, los Gallo- y suegra de otros tres, casados con sus hijas Gabriela, Trini y Dolores. Nadie cuenta y recita mejor la vida de Gabriela Ortega Feria que su nieta, Gabriela Ortega Gómez:


Los días de corrida, la casa de la señá Gabriela -nombre que en hebreo significa Fuerza de Dios- se llenaba de oraciones, estampas y velás enrizás. Una imagen de la Virgen de la Macarena presidía una de las habitaciones de la vivienda sevillana. Allí, la madre de los Gallo, sentada en su mecedora, con el sonido del reloj rompiendo el silencio de las calurosas tardes de verano, esperaba a que llegaran los temidos y anhelados telegramas. A partir de esta imagen, Rafael de León compuso la copla "Los niños de la Gabriela" que estrenó Lola Flores en 1947.

"Rafaé ya está en Er Puerto,
Fernandose fué a Jeré,
los dos hermanos, por sierto,
con toros de Guadalé.
Pero tengo un cuchillito
que me ronda la sintura;
en Córdoba, Joselito
con seis toros de Miura.
La mare está dormivela...
son tres clavos de amargura
los niños de la Gabriela".


Doña Gabriela falleció en 1919, un año antes de la trágica muerte de su hijo Joselito en la plaza de Talavera de la Reina, cuando el toro Bailaor, de la ganadería de la Viuda de Ortega, le asestó una cornada mortal en el viente tiñiendo el Gelves con sangre de los Ortega.


Continúa así Villán su repaso materno: "A la madre de El Fundi, Ana Martín, se la ve y se la escucha en los tendidos de Las Ventas preferentemente. Un día la tuve detrás de mí. Era una tigresa que defendía al cachorro sin pararse en razones, con las garras del corazón. Yo quedé fascinado por una dialéctica del agravio que me remitió a las grandes heroínas clásicas. Cuando aparecía por el callejón cierto afamado radiofonista le increpaba a voz en grito para que la escuchara no sólo el aludido, sino cualquiera que no se tapara los oídos en cien metros a la redonda. "¿Qué pasa, que mi hijo no te paga y por eso lo pones mal? Somos pobres y no pagamos a periodistas trincones". Gran aplauso. Y luego, encarándose con los del 7, los llamaba "hijos de víbora y alacrán". Eso me pareció un hallazgo de tal calibre lingüístico que cada vez que tengo que insultar a alguien me apropio de esa joya de doña Ana. Y quedo como Dios: fino y original sin ofender a la madre. Hijo de víbora y alacrán, o sea, la maldad suprema".