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martes, 8 de enero de 2013

La mujer que viste de luces al torero

"Y en tu muleta de raso florecen
rosas de sangre que a cada lance crecen..."
(Augusto Algueró)
 
Fotografía: Paloma Aguilar
 
En los caminos del torero -juventud, majeza, gloria, dinero- suelen cruzarse muchas mujeres. Y ante ellas al torero no le resulta difícil convertirse en un irresistible y afortunado "Don Juan" conquistador. Aunque a la larga sea el propio torero el conquistado. Y la primera en resistirse y desvirtuarse en la viril certeza que reclama su absorbente profesión. Prefiero silenciar esta maléfica influencia que tantas veces enerva y rebaja sus poderes. Y evocar otra presencia femenina de distinto signo. Que es todo un símbolo: la bordadora.
 
La mujer que llega hasta el torero a través del raso bordado, entre puntadas de flores y temblor de alamares. Yo he visto cómo esas mujeres bordan trajes de luces en la Casa Manfredi de Sevilla, una de las sastrerías para toreros con más solera y garbo del mundo. Muchos son los toreros que desde América vienen a vestirse a Sevilla en Manfredi. Entonces estaban bordándole tres ternos completos a un torero mexicano.
 
Estas bordadoras son auténticas artistas, especializadas, cada una, en determinada prenda del traje taurino. Y especificadas exclusivamente en bordar trajes de luces. Sin un nuevo aprendizaje y entrenamiento no podrían bordar mantos de vírgenes. Y viceversa. Porque se trata de dos técnicas completamente distintas.
 
¿Se acordará el torero, alguna vez, de estas manos de mujer que se acercan a su vida para cubrirlo de flores? ¿Podrá haber más bella definición de la bordadora? Es: la mujer que viste de luces al torero.
 
 
Hoy quiero hablarte, Cristo,
de una mujer.
 
No sé quién es. Ni el nombre. No la he visto.
Y ni la quiero ver.
 
Prefiero adivinarla, lejana y misteriosa,
mientras siento el placer
de llevar todo el cuerpo cubierto rosa a rosa
por la mano callada y pudorosa
de esa bella mujer.
 
¿Cómo se llamará? ¿Carmen, Concha, Dolores?
¿O Gabriela, o Pastora?
 
Yo solamente puedo llamarla "bordadora",
y soñar que este traje de luces con sus flores
nació jardín de raso terso en sus bastidores,
cuando ella se inclinaba sobre él como la aurora.
 
Me volcó por las espalda las rosas brazadas.
Tan cerca de mi piel, tan apretadas,
que han hundido en mi carne su raíz y semilla.
Si hago un desplante airoso, las rosas, deshojadas,
van resbalando en pétalos de curvas perfumadas
cubriendo, hasta los machos, toda la taleguilla.
 
Mi capote es el parque de María Luisa entero
bordado en miniatura;
y para el paseíllo me lo ciño y aprieto
con cuidado y esmero,
pues lleva tantas flores que a mí se me figura
que se vaya a ir cayendo mientras cruzo el albero.
 
¿Guadan mis lentejuelas chispas de sus miradas?
Si las miro parecen mil ojos que me miran.
 
¿Llevo en mis alamares lágrimas colgadas?
A veces sobre el pecho en un temblor suspiran
cual si en mí se apoyaran dos mejillas mojadas.
 
Y esa rosa bordada sobre mi corazón,
¿no gritará en su hoguera roja de mil puntadas
su secreta ilusión?
 
Yo sólo sé, Señor, que ella, la bordadora,
ha cubierto de flores, rosa a rosa, mi piel.
Donde quiera que apunte la cornada traidora
tendrá primero el toro que partir un clavel.
Adelantó tu amor, mujer madrugadora,
antes ya que la herida, el bálsamo y la miel.
 
[...] Señor, vengo a pedirte por esa bordadora
que a tocarme, vestido de luces me ha dejado.
Y perdona otra mano de mujer pecadora
que me vistió de sombras. Los dos hemos pecado.
 
Dale a la bordadora, para alfombrar sus pasos,
tantas flores como ella bordó sobre mis rasos [...]".

RAMÓN CUÉ
"Dios y los toros"
 
Fotografía: Paloma Aguilar
 
"Y en un taller de bordados
donde voy a trabajar
cierto famoso torero
su capote dio a bordar.
Y como me tienen por más diestra,
me dice la maestra que lo bordase yo.
Umos dibujos caprochosos,
adornos primorosos,
mi mano allí trazó.
De aquel torero fue
de quien me enamoré,
pero en la humilde obrerilla
no se fijó aquel torero,
que se rifaba a las hembras
ante el imán del dinero.
La prenda lucía
ante otra mujer que él quería.
Qué tarde aquella, Dios mío,
nunca la podré olvidar.
Ante las astas del toro
se quedó al ir a matar.
Y gritos de angustia resonaban
que el alma lo dejaba transida de dolor.
Y yo corrí a la enfermería
por ver al que moría
en alas de mi amor.
Y cuando allí llegué,
sin vida lo encontré.
Una mujer solamente
ante el torero se hallaba:
la que bordó su capote,
la que de veras lo amaba.
Las otras se fueron
y ni rezarle supieron".
 
(Copla popular)
 
Sastrería de toreros (Fotografía: Alfonso Sánchez Portela)



lunes, 17 de diciembre de 2012

¿Qué tienes tú, Curro Puya, que hasta el corazón se para?

Gitanillo de Triana toreando a la verónica

El fragmento que reproduzco hoy pertenece al libro "Dios y los toros" (1991) escrito por el padre mexicano Ramón Cué Romano. Antes, haré una introducción sobre el torero gitano Francisco Vega de los Reyes (Sevilla, 1904 - Madrid, 1931), conocido como Curro Puya y, sobre todo, como "Gitanillo de Triana", después de que Juan Belmonte, impresionado tras verle manejar los trastos en un tentadero donde Antonio Flores, sentenciara: "¡Cómo torea ese gitanillo de Triana!". El sevillano, continuador de la escuela belmontina, fue considerado un torero elegante, puro, de gusto exquisito, además de un maestro de las verónicas templadas y mano baja.
 
"Los lances de tu capote
han dormido a la Giralda
y han hecho llorar al río
por seguiriyas gitanas.
[...] Ya se inició el paseíllo
y hay un silencio en la plaza...
Los chiqueros se han abierto,
el toro al albero salta,
y Curro -cristal y bronce-
con sus muñecas quebradas,
va dando ritmo y cadencia
a verónicas templadas,
igual que se templa el hierro
con el compás de la fragua.
[...] ¿Qué tienes tú, Curro Puya,
que hasta el corazón se para,
y haces detener al tiempo,
y pones de pie a la Plaza?
¿Qué tienes? Dime, ¿qué tienes?
Dime el secreto que guardas,
que has hecho llorar al río
por seguiriyas gitanas
y soñando con tus lances
se ha dormido la Giralda..."
(Rafael Peralta Revuelta)

Cuando Curro Puya toreaba el 31 de mayo en Madrid de 1931, sufrió una cogida por el toro Fandanguero -de la ganadería de Graciliano  Pérez-Tabernero-, que le asestó tres mortales cornadas. Cuando lo traslaban a la enfermería, el diestro de Triana le confesó a su mozo de espadas: "Este toro me ha desbaratado".
 
Traslado a la enfermería
 
Falleció en un sanatorio de la capital, el 14 de agosto, con tal sólo 27 años, tras una larga agonía de setenta y cinco días. Sus últimas palabras fueron: "ya no veo".
 
"Qué triste tarde aquella
que te cogió Fandanguero
está de luto Triana
se quedó sin el requiebro
de la gracia del toreo.
Triana lloró de pena
la Cava quedó callada
Triana en silencio
llorando la muerte
de un gitano torero".
(José Manuel López Mohiño)
 
Tras la muerte de “Gitanillo de Triana”, la Junta de Gobierno de la Hermandad de la Estrella de Triana decidió vestir de luto a su imagen titular.


(Tras esta introducción, ahora sí reproduzco,
palabra por palabra, el texto del Padre Cué)
Es perfectamente explicable que la madre del torero viva con los ojos clavados en la Madre de Cristo.

Que el destino doloroso de María sea el espejo en que mire proyectado su propio destino.
Que su angustia busque el amparo de la fe que fue y se llama Angustias.
Y que en la soledad por la muerte del hijo en el ruedo, se refugie en la compañía de la Mujer que también se llama Soledad y que la más sola – ¡aunque llena de Dios! – que ha existido en la historia de las almas.
El féretro de Curro Puya camino del cementerio de San Fernando, en Sevilla.

Por eso se comprende en todo su valor ese gesto inspirado, tantas veces repetido por las madres de los toreros en la muerte sangrienta del hijo: ¿Qué destino mejor puede tener ese capote de paseo o ese traje de luces – con sangre en sus bordados – que convertirlo en saya o en manto de una Virgen Dolorosa?
De madre, a Madre. De soledad, a Soledad. De angustias, a Angustias.
¡Qué triste estás, y qué bonita estás, Angustias de los gitanos, en Sevilla, cuando te visten la saya blanca y oro que fue traje de luces de Curro Puya, «Gitanillo de Triana», y que te regaló su madre angustiada por la muerte trágica del hijo!
Y quedas toda envuelta, Angustias, blanca y oro, en el exquisito homenaje de sus verónicas lentas, gitanas, melancólicas...
(- «Curro, ¿no se te para el corazón cuando toreas?»)
Curro Puya con su madre, Carmen de los Reyes (Málaga, 1930)

Madre de un torero es cosa
muy mal pensada, Señor.
O haces toreros sin madre,
o madres sin corazón.
¿Qué no vaya a la corrida?
Pues no iré. ¿Y adónde voy?
Desde el rincón de mi casa
vivo en la barrera yo.
No es él solo el que torea,
que toreamos los dos.
Y sí su toro es un miura,
es miura mi corazón.
¿Qué no vaya a la corrida?
Corrida, ¡la tengo yo!
Mi pecho es cosa de lidia,
mi sangre escarba en hervor,
mi boca se muerde un grito,
mi oído acecha su voz...


Detalle de la tumba de Gitanillo de Triana