sábado, 20 de abril de 2013

Apagón en la Feria de Sevilla


Este mes de abril andamos muy revueltos porque Canorea y compañía han orquestado un apagón televisivo en La Maestranza: ni Digital Plus ni autonómicas. Carta de ajuste y a volar. Los iluminados empresarios de la calle Adriano pensaron que así asomaría menos cemento en los tendidos. Craso error. Desgraciadamente para algunos y afortunadamente para otros, hoy en día, aquello que no se televisa no existe. Por ello, este año, los aficionados más románticos hemos vuelto a congregarnos alrededor de la radio, que ya no es de cretona sino que viaja por Internet, para escuchar las transmisiones desde La Maestranza. Luego "tuit a tuit", telegramas del siglo XXI, hemos reconstruido el apagón maestrante para hacernos una idea de lo que se cocía por el Baratillo.
 
Al leer la crónica de Antonio Díaz-Cañabate que reproduzco a continuación, uno se da cuenta de que, en el fondo, no hemos cambiado tanto... Y esto produce en mí un profundo sentimiento de tranquilidad.
 
 
"Escribo este artículo lejos de Sevilla, lejos de su abril, que no importa sea lluvioso para que sea esplendente. Lo escribo lleno de nostalgia. Porque ir a los toros en cualquier parte siempre es alegre. Pero cogerse el caminito del Baratillo, por entre calles que huelen a azahar, todavía con el regusto en el gaznate de un vino sanluqueño o jerezano, unas tapitas de jamón, una tortilla de bacalao, unas aceitunas gordales aliñás y el asombro del pescado frito, que fue, no nuestro almuerzo, porque en la feria de Sevilla no se come, sino que se picotea aquí y allá, en esta caseta y en la otra, es algo que sólo en Sevilla sentimos, porque lo taurino en Sevilla está en el aire.
 
 
Vamos a los toros con la absoluta seguridad de divertirnos. No importa que los toros salgan mansos y que los toreros estén mal. Nos basta con la plaza de La Maestranza y con su público. Cuando en el ruedo no ocurre nada que prenda nuestra atención, los ojos se recrean en la maravilla de sus arcos, gráciles, como curvas femeninas, y por los oídos nos entra la música del acento andaluz, que canta los decires del ingenio. Nos basta y nos sobra con la gracia que auténticamente se derrocha en los tendidos.
 
 
[...] La feria de Sevilla, la primera importante de la temporada, cuenta mucho en el planeta de los toros. Desde lejos la siguen todos sus habitantes. Valoran, adivinan las faenas por el tono de las crónicas y el laconismo de los telegramas. Muchos, muchísimos, no conocen Sevilla. Pero ya sabemos que en el planeta de los toros abunda la imaginación. Y se figuran "La Campana" y la calle Tetuán y la de las Sierpes talmente como si las estuvieran viendo. Y no digamos nada de las corridas de la feria. A las ocho de la noche de cada día de feria, en los colmados, en los cafés y en los corrillos callejeros madrileños se sabe lo que ha ocurrido en Sevilla, toro a toro y pase a pase. Los informes suelen ser muy escasos. Unos cuantos han llamado por teléfono a la casa de los apoderados o de los diestros que han toreado, y allí les han dicho lo que ocurrió, velado con velos tupidísimos, si la tarde se dio regular, o aumentando las exageradas hipérboles si hubo suerte y corte de orejas.
 
 
[...] El caso es que a poco de acabar la corrida en Sevilla ya todo el planeta de los toros madrileño está en conmoción. Cada uno habla de la feria según le va en ella... al torero de su predilección. Si éste flojea se argumenta así:
 
- Ningún torero ha estado bien nunca en la feria de Sevilla. Los toreros no están puestos. Los toreros no se centran hasta San Fermín, en Pamplona. De ahí p´alante es cuando las figuras del toreo empiezan a desarrollar.
- Pero, ¿y el Mengano que ha cortado orejas dos tardes?
- ¡Nada, orejillas sevillanas! ¡Todo eso de que el público de Sevilla entiende de toros es una leyenda! Del toro saben algo, lo concedo; pero lo que es del toreo, ¡quiá!
- Del toreo sólo sabes tú y un tío tuyo.
- ¡Naturalmente que sé!
 
Si el torero predilecto lleva bien la feria se echan a vuelo las campanas.
- ¡Ahí, ahí, en Sevilla, en la feria de abril está la llave de la temporada, porque el público de Sevilla es el más inteligente de España, y allá no pasa gato por liebre, y los toros van de grano y con cara y con tipo, y el pingüi no vale. Hay que torear y luego irse tras de la espada. Todas las figuras del toreo han cortado orejas en la feria de Sevilla".
 
ANTONIO DÍAZ-CAÑABATE

jueves, 18 de abril de 2013

Tarde y noche en la feria


LA TARDE
 
La feria queda poco tiempo sola. A poco de irse los de la mañana, una mañana que se alarga con unas horas de la tarde, y se fueron a los toros los que se quedaron a almorzar en la feria, empieza a llegar otro público. El que no va a los toros.
 
Por la tarde tiene la feria otra cara. Se han retirado los caballos y han entrado los coches que vienen de la plaza. La mujer que iba a caballo por la mañana, va ahora en el coche con la mantilla y flores. Esta es la hora y el atuendo y el sitio de las flores. Insistimos que a caballo, no. En las casetas empieza el baile por sevillanas, que ya se ha iniciado por la mañana, que ya no ha de cesar hasta que se duerma la feria de madrugada. Se habla de toros. No de toros, que de toros ya no se habla, sino de los toreros que tomaron parte en la corrida, sin mencionar el toro. Es decir, que se habla a medias.
 
En la época de Gallito y Belmonte había tres casetas muy taurinas: la de Joselito, la de Belmonte y la de Rafael el Gallo. Puede que alguno se extrañe de que José y Rafael, hermanos, tuvieran casetas distintas. Sepan que tenían distintos partidarios, porque era distinto su toreo. Entonces los partidarios tenían un sentido del toreo. Los partidos no tienen o no deben tener nombre, tienen estilo. La caseta y los partidarios de Rafael ("El Gallinero") respondían a su estilo. No eran aficionados, eran creyentes.

 
LA NOCHE
 
El ruido de la feria ha llegado a su tono máximo. Pianos, palillos (casteñuelas), palmas, sevillanas cantadas y bailadas, tacones que pisan fuerte en madera, cascabeles de coches, voces que van de un lado a otro como serpentinas invisibles, todo esto, al fundirse, hace el ruido de la feria. Y aún se refuerza con un eco de altavoces y estampidos que llegan de la calle del Infierno. Cuando el día está tardeando para irse, se enciende la feria, y un sol se empalma con otro sol, como si el sol viniera a ver la feria. En el cielo estrellado de Andalucía no se ve esta noche ni una estrella, porque con todas se ha hecho el toldo luminoso de la feria. En las casetas, sobre un fondo de sevillanas, que quiebran las ágiles y flexibles cinturas, y hay un revuelo de lunares, mientras los brazos acarician el aire. ¿Cuántos palillos chocan a un tiempo? ¿Cuántos brazos se elevan en la exaltación del baile?

 
Hay bailes que son un monólogo, solitarios de la dama, como supervivientes de una pareja que la muerte separó. Este de las sevillanas es un diálogo; tiene su pareja enfrente, se acarician con los brazos y con los ojos, se buscan con los pies, y se dicen cosas al oído con los labios de las castañuelas. Aunque parecen esquivarse, es para retardar el momento, para desearse más. Al fin se rinden: la cintura quebrada, las caras juntas, el brazo de él en el talle de ella, los brazos de ellas, después de elevarlos en dos interrogantes, caen desmayados, con los dedos deshechos en cintas de colores, que buscan para ocultarse los flecos donde el mantón de deshace en llanto de crespón.
 
[...] La emoción se había apoderado de la noche; los flamencos, cambiando el gesto de burla por el de admiración, decían, con su acusada sensibilidad, que aquello "no se podía aguantar".
 
GREGORIO CORROCHANO
"Cuando suena el clarín", 1961
 

miércoles, 17 de abril de 2013

La mañana de feria

Quisiera llevarte, mujer, a la feria de Sevilla, porque si es verdad que estuve muchas veces, no sabré decirte cómo es. Para escribir de la feria de abril no es suficiente ser escritor; es necesario saber pintar, saber montar a caballo como un garrochista, y quizás también saber tocar la guitarra. Y después de todo esto tampoco te haría sentir lo que los andaluces llaman duende, que es algo así como el espíritu de las cosas que nos rodean y que al parecer vive en la feria. La feria de Sevilla hay que verla. Si no la has visto, si no la has vivido, por mucho que leas de la feria, nunca sabrás cómo es la feria de Sevilla.

 
LA MAÑANA
 
Tiene la mañana de la feria un aire especial, y no me refiero al aire que se respira, filtrado por campos verdes y parques (María Luisa) florecidos, sino a su aire, a su gracia, a su movimiento, a su empaque, a su estilo.
 
Ese caballo de cuello arqueado, con la cara metida, en doma de garrochistas. Ese jinete, que en el brazo derecho de mano entreabierta, se adivina, se ve la garrocha. Al pasar huele a marisma.

 
Esa mujer que cabalga, vestida de chaqueta corta y falda negra, sombrero ancho, muy encajado en la frente, dándole sombra a los ojos de sombra, moño bajo y sin flores en el pelo. Las flores tienen su hora, su sitio y su atuendo: el palco de la plaza de toros, el coche por la tarde. A caballo, no. A la feria, ni mujer a la grupa con flores en el pelo, ni vestido de lunares. Esta es la estampa de la romería, del Quintillo o del Rocío. No digo que no se vean: lo que digo es que no debieran verse. El señorío de la feria debiera cuidarse más.
 
La feria por la mañana tiene una tradición de campo, estilizada, que no desvirtuada. Es el campo vestido de limpio, acaso estrenando traje de día de fiesta; más bruzado el caballo, más nuevos los atalajes del coche, y más pulcro el cochero; pero todo al estilo del campo andaluz, que huele a toro bravo, y a rodeo de ganado, y a caballo sudoroso en el acoso, y a hierba pisoteada en el galope.

 
Vamos hasta la Venta de Antequera a ver las corridas. Antes se presentaban en la Venta Vieja, cantada por Villalón, al final de la Palmera. Estaba todo más a mano; de una galopada llegabas. Hacían parada los toros en el Cortijo de Cuarto. Este nombre de cortijo y la ganadería de Miura tienen el mismo eco, el mismo apartado en el recuerdo. Todos los días del año, con agua o con sol, venía don Eduardo, el ganadero, en su coche de mulas, al Cortijo de Cuarto. Aquí tenía los toros de salida y aquí apartaba sus famosas y temidas corridas. Apartaba el ganadero. En el Cortijo de Cuarto, no pasaba la alambrada del cercado de los toros ningún hombre de chaqueta larga.

 
La víspera de la feria iban llegando las corridas conducidas por garrochistas que venían del Cortijo de Cuarto. ¡Qué garrochistas aquéllos! Ni un sombrero mal puesto, ni una garrocha mal cogida, ni un caballo mal llevado. Era el cuadro de Las Lanzas.

 
Con la del Conde de Santa Coloma, venían a caballo el Duque Mauricio Gort y doña Sol, nombre con que Sevilla conocía con respetuoso cariño popular a la Duquesa de Santoña. Toros de aristocracia. Toros de frac y guante blanco -les llamó "Don Modesto"-, y la metáfora es muy acertada, si el toro es negro, botinero, de larga y sedosa cola. Joselito mató seis en una corrida de feria de San Miguel, y cortó la primera oreja que se dio en Sevilla [...] Cerraban la corrida de Miura los hijos de don Eduardo, Antonio y Pepe, con Naranjito y Aurelio y otros garrochistas. ¡Ay, cuánta garrocha partida!


Fotografía tomada del blog de Julio Domínguez Arjona
 
Era un espectáculo ver entrar a los toros, con las paradas de bueyes iguales, como de ganaderos de rumbo y buen gusto. Los capirotes de Santa Coloma, los berrendos de Miura, con sus cencerros sonoros, como para que no oyeran otro ruido los negros toros que arropaban en la carreta. El campo llegaba hasta la Venta de Antequera, que es la puerta taurina de Sevilla, y aquí sale a recibirles la ciudad. Ya no son los toros del ganadero, ya son del público que se agolpa en los tapiales y los mira desde todos los ángulos. El ganadero se ha alejado; sus afanes, sus desvelos, terminaron en la Venta. Su preocupación por la lluvia, por la falta de piensos, por las epizootias, aquí se quedaron, porque aquí acabó la vida del toro. Ahora, ¡qué Dios nos dé suerte el día que se lidien! Todo esto lo piensa el ganadero, y disuelve la pena de apartarse de sus toros en una copa de vino, que es el agua de azahar de los hombres que tienen callo de garrocha. Es muy bonito ver entrar los toros, como es muy bonita la corrida. Pero todo lo de los toros, con ser muy bonito, tiene su reflejo triste, que, afortunadamente, no se ve.
 
GREGORIO CORROCHANO
"Cuando suena el clarín" (1961)

martes, 16 de abril de 2013

A bailar sevillanas de Chamberí


El año pasado, por estas fechas, me apunté a una academia para aprender a bailar sevillanas. Todos tenemos pequeños traumas infantiles y el mío era justamente ése: haber vivido veinte años en Andalucía y no conocer ni los pasos de la primera. Una frustración que medio superé en Chamberí, en todo el cogollo castizo de Madrid (y digo "medio" porque conseguí que mis piernas bailasen sevillanas, pero mis brazos se empeñaron en ir por otro lado). Perro viejo no aprende nuevos trucos.  
 
 
Mi profesor chamberilero, más castizo que la taberna de Antonio Sánchez, era sumamente eficaz: a golpe de taconazo y grito militar, nos tenía a todos con las orejas tiesas. No podía describirse, precisamente, como un tipo saleroso. Aquel mes, igual que a los prisioneros de guerra, nos machacó con las "Cartas iban y venían" y "Que también es de Sevilla". Una vez, otra, y venga otra...
 
Cartas iban y venían desde Londres a Madrid,
Desde Londres a Madrid
Cartas iban y venían
Desde Londres a Madrid
Yo estoy loco vida mía
Lo mismo que tú por mí.
 
 
Quedamos con un tiro dado. Lo peor eran las vueltas y no saber jamás si había que meterse por el pitón derecho o por el izquierdo. Para aclarar mis dudas, al llegar a casa me ponía el tutorial del alemán Hans.
 
 
En el último año no he tenido fuerzas para volver a bailar sevillanas de Chamberí ni a correrme una juerga en la Feria de Abril. Lo que no pué ser no pué ser y, además, es imposible... pero he superado mi trauma infantil, algo que está muy de moda entre los psicólogos.
 
 
Ahora son las sevillanas
entre falsas alegrías
las que vende Andalucía
de Nueva York a París.
 Y vienen para aprenderlas,
más serios que magistraos,
banqueros y diputaos,
señoritos de postín,
acuden a la academia
queriendo sacar la gracia
lo mismito que se saca
el carné de conducir.
Y entre sombras y luces de Andalucía,
tó el papel de la gracia se la vendía.
Cómo luce y reluce. ¡viva Madrid!,
a bailar sevillanas de Chamberí
y a correrse una juerga en la feria de abril.
 
(Antonio Burgos)
 

lunes, 15 de abril de 2013

Dumbo, al matadero

"En el toro de Victorino se bordeó el ridículo. El animal le pidió los papeles y Manzanares estaba indocumentado ante este tipo de ejemplares, con guasa y mal estilo" (crónica de Carlos Ilián).
 
 
José María Manzanares Jr., el rey que iba desnudo, está ofuscado porque el Victorino que le tocó lidiar durante su encerrona en La Maestranza, de nombre "Vengativo", no dejaba de mover las orejas. Así lo explicó este domingo en Carrusel Taurino:
 
"Yo lo vi muy malo. Quitando una tanda por el lado izquierdo, que se dejó más, luego se orientó muy rápido y para matar me tapaba la salida. Lo vi, más que complicado, que apenas se le podían pegar muletazos. Él no pegaba puntada sin hilo, cuando estaba delante de él no dejaba de mover las orejas, estaba pendiente de todo lo que ocurría a su alrededor".

Francamente, con la que está cayendo, no sé qué pretenden estos ganaderos que crían toros con orejas móviles. Las orejas están para cortarlas y tenerlas bien quietas. Luego nos extrañamos cuando desaparecen encastes. Dumbo, al matadero. Por ser cárdeno y mover las orejas. Lo sentimos. Lo manda Manzanares.
 
 

Ponerse flamenca

Próxima estación... ¡la Feria!

Con el Lunes del Pescaíto, llega la Feria de Abril y los cuerpos se ponen flamencos. Como bien se sabe, los trajes de flamenca se visten de día y nunca de noche, siempre con el pelo recogido, grandes pendientes a juego con el color de la tela y tacón. Se prohíben las gafas de sol y los relojes de pulsera. El vestido será comprado o alquilado, nunca financiado con fondos públicos. El hombre que acompaña a la flamenca llevará traje o, en su defecto, chaqueta; nada de polos o ropa casual.
 

Sere…serenito, guarda el pito.
No me tomes por ladrón, ladrón,
pito, pito, pito, pito, pii…
Guarda, guarda el pito serenito,
pito, pito, pito, pón.


Las flamencas, ya sean honradas o amantes de lo ajeno, antes de lucir palmito en el Real, tienen que estudiar con detenimiento los mandamientos del traje de faralaes (palabra prohibida, por cierto, en el diccionario sevillano). ¿Y cuáles son esas diez tablas de la ley? En el blog "Entre cirios y volantes" lo explican divinamente:

Un traje "serrano". Se recomienda conservar en frío.
 
1. No llevarás el pelo suelto.
2. No te pintarás el famoso lunar.
3. No te pondrás gafas de sol.
4. No te pondrás el mantoncillo a la cintura.
5. No usarás manoletinas (una flamenca no es nadie sin su tacón).
6. No usarás el móvil como un nuevo complemento de flamenca.
7. No vestirás chaquetas con tu traje de flamenca.
8. No lucirás mil complementos a la vez.
9. No enseñarás tu ombligo por todo el Real de la Feria.
10. No llevarás a tu pareja desarreglá.

Ideas poco recomendables para bailar en el Real
 
"Una flamenca es una flamenca y una gitana es una gitana. Aunque la una se vista de la otra. El traje de flamenca es una cualificada elaboración de los vestidos con mucho vuelo, vistoso colorido y adornos en la basquiña que usaban en otros tiempos las gitanas andaluzas y que ya no usa nadie en el día a día... salvo las inmigrantes rumanas llegadas en los últimos años. No hay edad para vestirse de flamenca, el único traje regional que sigue los dictados de la moda y que admite variaciones casi hasta la náusea" (Javier Rubio en el ABC).



domingo, 14 de abril de 2013

El rey iba desnudo (crónica taurina)

El que hasta ayer llamaban "el príncipe de Sevilla".
No todos los hombres sirven para posar en Vogue o Vanity Fair,
de la misma manera que no todos los hombres sirven para matar un Victorino.

Hace muchos años vivía un rey que era comedido en todo excepto en una cosa: se preocupaba mucho por su vestuario. Un día escuchó a dos charlatanes llamados Guido y Luigi Farabutto decir que podían fabricar la tela más suave y delicada que pudiera imaginar. Esta prenda, añadieron, tenía la especial capacidad de ser invisible para cualquier estúpido o incapaz para su cargo. Por supuesto, no había prenda alguna sino que los pícaros hacían lucir que trabajaban en la ropa, pero estos se quedaban con los ricos materiales que solicitaban para tal fin.

Sintiéndose algo nervioso acerca de si él mismo sería capaz de ver la prenda o no, el emperador envió primero a dos de sus hombres de confianza a verlo. Evidentemente, ninguno de los dos admitieron que eran incapaces de ver la prenda y comenzaron a alabar a la misma. Toda la ciudad había oído hablar del fabuloso traje y estaba deseando comprobar cuán estúpido era su vecino.

Los estafadores hicieron como que le ayudaban a ponerse la inexistente prenda y el emperador salió con ella en un desfile sin admitir que era demasiado inepto o estúpido como para poder verla.

Toda la gente del pueblo alabó enfáticamente el traje temerosos de que sus vecinos se dieran cuenta de que no podían verlo, hasta que un niño dijo:

«¡Pero si va desnudo!»


La gente empezó a cuchichear la frase hasta que toda la multitud gritó que el emperador iba desnudo. El emperador lo escuchó y supo que tenían razón, pero levantó la cabeza y terminó el desfile.

Hans Christian Andersen (1837)


Moraleja: No tiene por qué ser verdad lo que todo el mundo piensa que es verdad.
Moraleja (2): La manzana estaba envenenada.

sábado, 13 de abril de 2013

Sed de toros cuando llega la primavera

Afirmaba el escritor, diplomático, profesor y cartelista Ernesto Giménez Caballero que su vocación secreta siempre fue la de torero, tocador de guitarra y caballista. Pero decía también que en las vocaciones fracasadas residía el origen del arte: "dime lo que has soñado ser y te diré cómo escribes". No en vano, definía su estilo como un espontáneo que se quita la chaqueta y se tira al redondel. Quizás por ello, fue uno de los primeros impulsores del surrealismo en España...

 
"Hasta hace pocos años, yo había ido consiguiendo refrenar –al llegar la primavera española– una voluptuosidad obsesionante que me ascendía por las entrañas con más apetito que un apetito sexual […] Me aparecía inexorablemente tal libido, se hacía esta confluencia estacional del año español en que ahora estamos: cuando la Semana Santa, el primer sol fuerte y las primeras corridas de toros llenan el aire nuestro de un temblor como trágico.

A fuerza de rechazar ese ansia vaga –pero bárbara y hermosa– a las alcantarillas de mi ser, obtuve lo que se obtiene de todo frenazo: un desviamiento, una perversión. O –hablando idealmente– una pedantería. Me refiero con estas elipses a la querencia primaveral «de ir a los toros», de ir de «sangre y fiesta», que omniprimaveralmente me sacude los nervios sin apenas poder remediarlo.
[…] Afortunadamente, una inmersión de aquel instinto mío en una coyuntura ocasional de toros, me sanó de repente y me devolvió la salud. Haciéndome ver claro que lo que yo intentaba era estrangular un signo prócer de mi casta: la afición táurica. Y que aquello que yo estimaba como libido infantil y pecaminosa era nada menos que un egregio cordón umbilical tendido entre mi alma y las almas antiguas y aristocráticas del mundo (pongamos la de Teseo, por ejemplo, el matador de Maratón). Lazo umbilical que una tradición piadosa y espléndida me había conservado selectamente, para mi casta, diferenciándola así de otras castas auténticamente bárbaras, modernas, humanitaristas y pedantes.
[…] He ido a los toros recién nacido y en mantillas. De niño he visto tripas despanzurradas de caballo y hombres traspasados de muerte. Sólo dejé de ir a los toros en un periodo crítico y pedante en que me sentí "institucionista". Cuando en la Universidad me dijo algún maestro que las corridas eran una fiesta antieuropea, antiprogresista y bárbara, pero me duró poco.


Fotografía de Rafael Sanz Lobato

[…] Los toros son el último refugio que resta a la España heroica, audaz, pagana y viril, ya a punto de ser asfixiada por una España humanitarista, socializante, semieuropea, híbrida, burguesa, pacifista y pedagógica. Los toros son el último reflejo del español que se jugó la vida en aventuras, que conquistó América, que invadió dominador la Europa del Renacimiento.
Ennoblecer de nuevo esta fiesta, extraer su esencia mítica, es la labor de los nuevos españoles, consecuentes de un pasado y de un porvenir: orgullosos y leales de una gran tierra milenaria, como España.
[…] La única diferencia entre el escritor y el torero es que un día éste puede retirarse del peligro y vivir ya sin público y sin toro. Pero el escritor no. Necesitamos hasta el final una idea que nos embista y alguien que nos contemple. Y si el escritor no lleva coleta y no necesita cortársela es porque siempre tenemos una coletilla para rematar nuestra faena".

jueves, 11 de abril de 2013

Tauroguía de Sevilla

La pasada primavera, un buen amigo de Elorrio me pidió que le hiciera una guía para visitar Sevilla durante la Feria de Abril. Las casetas y el recinto ferial le importaban un pimiento. Su naturaleza vasca y pragmática le marcaban tres objetivos: ir a los toros (a la corrida de Cuadri, por supuesto), pasear por los alrededores de La Maestranza y comer bien. Con estas premisas, elaboré una breve tauroguía que quizás resulte útil a próximos viajeros.
 
 
Una tauroguía sevillana debe, irremediablemente, arrancar en El Arenal, el barrio más torero de la ciudad. En el Siglo de Oro fue, por su solera, tradición y paisanaje -compuesto de marineros, pícaros, prostitutas y gente de mal vivir-, el arrabal predilecto de Lope de Vega, Quevedo y Cervantes. Más adelante llegaron los toreros y La Real Maestranza se convirtió en el centro neurálgico de la zona. Cada año, cuando se aproxima la Feria de Abril, los alrededores de la plaza se llenan de curiosos, reventas, turistas, vendedoras de romero y gente del mundillo. Por eso merece la pena atracar algunas horas en El Arenal y no perder ojo. Recomiendo pedir un vino (a ser posible jerez o manzanilla) en Pepe Hillo o Taquilla, ambos en la calle Adriano, enfrente de La Maestranza. Para tomar una copa antes de los toros, cerca de allí, en la calle López de Arenas, se encuentra La Esclavina”.

 
Para comer, dos sugerencias: una de día y otra de noche. Para el almuerzo, El Donaldque, aunque por su discreta localización (calle Canalejas, 5) y extraño nombre pasa desapercibido para el gran público, posee una de las mejores cartas de tapas de Sevilla. Su dueño, Mariano García, es un excelente aficionado que se deja ver todos los años en ferias como Azpeitia o Bilbao. Quizás por ello, la decoración está inspirada en motivos taurinos: carteles antiguos, fotografías de los grandes maestros, estampas típicas… En “Donald” preparan una ensaladilla digna de abrir la Puerta del Príncipe.

Para después de los toros, una excelente alternativa es cenar en la taberna
Los Coloniales (calle Fernández y González, 36). Todas las tapas son exquisitas (por cierto, no pueden irse de Sevilla sin probar un buen salmorejo). Otra opción tan típica como el salmorejo o el gazpacho, consiste en hincarle el diente a un “Piripi” en la Bodeguita de Antonio Romero (calle Gamazo, 16). Los sevillanos dicen que existe “un antes y un después” del “Piripi”. Y no les falta razón.

Hasta ahora, siempre nos hemos movido por las inmediaciones del Arenal y la plaza de toros, pero si quieren bajar la cena y disfrutar del buen tiempo, les aconsejo un paseo por la otra orilla del río. Para ello, suban el paseo Colón hasta el puente Triana, crucen hasta el
Altozano y saluden al maestro Juan Belmonte, que vigila día y noche La Maestranza desde la otra ribera del Guadalquivir. Recorran la calle Betis y contemplen iluminadas La Maestranza y La Giralda. Callejeen luego por la calle Pureza hasta la plazuela de Santa Ana y entren en su exquisita iglesia del siglo XIII, probablemente, la más elegante de Sevilla. A la salida encontrarán uno de los refugios del diestro Emilio Muñoz: el bar Santa Ana donde, a propósito, sirven un maravilloso salmorejo.

Sevilla es una ciudad para recorrerla a pie. Además del paseo por Triana, entre corrida y corrida, tienen que pasear por el
Barrio de Santa Cruz, admirar la Catedral y el
Archivo de Indias, comprar un cartucho de pescado frito en los numerosos puestos de la ciudad, cruzar el Arco del Postigo, recorrer las calles de Sierpes y Tetuán, saborear una caña con sus correspondientes olivas en la plaza del Salvador, tomar el fresco en el Parque de María Luisa y fotografiar la Plaza de España. Allí no encontrarán toros, pero les gustará. Si quieren seguir con el ambiente taurino, si bien está un poco lejos, merece la pena acercarse al barrio donde, antiguamente, se levantó La Monumental de Joselito. Ya sólo se conserva una de sus puertas y un bar con mucho sabor llamado de igual manera: La Monumental” (calle Diego Angulo Iñiguez, 9).

Si van con niños o son golosos, desayunar y/o merendar en las terrazas del
Horno de San Buenaventura o Confitería Los Ángeles
” resulta una bendición. Y, sobre todo, disfruten del sol y del olor a azahar. Salgan los toros como salgan, no tienen parangón.


Consejo extra para "tunear" el móvil: Convierta tu dispositivo iOS en una caña rociera, y lleve el compás en la Feria de abril con esta aplicación.
Golpee en los laterales de su iPhone o iPad para producir el característico sonido de este instrumento, y acompañe al cante y al baile flamenco. Además, podrá reproducir los mp3 de tu iPod directamente desde la app para tocar la caña en playback.
 

miércoles, 10 de abril de 2013

Volver a empezar


El 11 de abril de 1983, España ganaba su primer Oscar en la categoría de mejor película en lengua no inglesa. Han pasado 30 años desde que Garci recorriera el mítico Dorothy Chandler Pavilion de Los Ángeles con un "bogartiano" smoking blanco. Curiosamente, "Volver a empezar" (1982), que narra la historia de un reconocido escritor asturiano, exiliado tras la Guerra Civil, que al final de su vida se reencuentra con el amor de su juventud, cosechó muy malas críticas en España.


Desde luego, Garci las había rodado mejores y menos lacrimógenas; sin ir más lejos el fabuloso "Crack" (1981), una joya del cine negro protagonizada por Alfredo Landa. ¿Qué habría sido de la cinematografía española sin Germán Areta, alias "El Piojo", nuestro Sam Spade ibérico?


El detective interpretado por Landa era capaz de trabajar día y noche a base de cigarrillos, café y bocatas de calamares. Decía Umbral que si la Castellana miraba a París, la Gran Vía lo hacía a Nueva York o Chicago. Eso se refleja en la magistral fotografía de "El Crack", acompañada por la acertada banda sonora de Jesús Gluck.


Si bien "El Crack" es magnífica, tampoco ocupa, para mi gusto, el primer puesto dentro de la filmografía de Garci. La corona se la lleva "Tiovivo c. 1950" (2004), un aguafuerte del Madrid de la postguerra; una "Colmena", quizás menos áspera, llevada a la gran pantalla. Historias de gente soñadora en una época gris: un reventa de entradas, un camarero que desea ser actor, una taquillera de cine, un mecánico, un torero, un director argentino, unos oficinistas de un banco, una mecanógrafa, el dueño de una academia de baile... todos ellos, supervivientes al fin y al cabo, atrapados en un tiovivo -decorado por la mano maestra de Gil Parrondo- que no deja de girar.


No sé cuántas veces habré visto "Tiovivo c. 1950". ¿Veinte? ¿Treinta? Es, junto a "Doctor Zhivago", una cita obligada cada Navidad que culmina con una cita de Manuel Alcántara: "Corrían muy malos tiempos, pero vistos a distancia quizás fueran los más nuestros".


Aviso a navegantes: no recomiendo el visionado de "Tiovivo c.1950" a aquellas personas que consideren franquista enseñar en los colegios el recorrido de los ríos españoles. Riesgo alto de sarpullido.
 
 

martes, 9 de abril de 2013

La puta al río

"Oh, Salamanca, entre tus piedras de oro
aprendieron a amar los estudiantes..."

Ayer, los salmantinos celebraron su tradicional "Lunes de Aguas".


- Oye, ¿y eso del "Lunes de Aguas" qué es?
- Celebramos que las putas volvieron a la ciudad. Y comemos hornazo.
- Eso me lo tienes que explicar mejor...


Con dieciséis tiernos abriles en la boca, Felipe II llegó a Salamanca para contraer matrimonio con su prima María Manuela de Portugal. Corría el año 1543. Durante cinco días, los salmantinos celebraron las bodas principescas con saraos de todo tipo, incluidas corridas de toros. A pesar de ser muy joven, al futuro monarca, que poseía un carácter severo y sobrio, profundamente religioso,  no le entraban en la cabeza semejantes excesos, ni que la señorial Salamanca, templo del saber, se hubiera convertido en un putiferio.
 
 
"Y es que Salamanca en aquellos años encierra en su seno a más de ocho mil estudiantes (sirva como dato esclarecedor que Madrid tenía once mil habitantes en el primer tercio del siglo XVI), entre los cuales hay becados, sopistas, señoritos de postín; y mueven a su alrededor un complejo mundo humano plagado de criados, mozos de cuadra, taberneros, curas corruptos, catedráticos rectos y catedráticos visionarios y ocultistas, prostitutas para todos los bolsillos y dones, rameras con más bachillerías que los propios estudiantes, lavanderas, amas de llaves, buhoneros y feriantes. De tal modo que Salamanca es la primera de las universidades destos reynos, la más rancia y antigua, y al mismo tiempo es el mayor burdel de Europa, la Sodoma y Gomorra Occidental".

"Como en los troncos vivos de los árboles
de las aulas así en los muertos troncos
grabó el Amor por manos juveniles
su eterna empresa.
[…] Allí Teresa, Soledad, Mercedes,
Carmen, Olalla, Concha, Bianca o Pura,
nombres que fueron miel para los labios,
brasa en el pecho".
(Miguel de Unamuno)
 
Antes de partir, Felipe II promulgó un edicto por el cual ordenaba que, durante la Cuaresma y la Semana Santa, quedaba terminantemente prohibido catar carne de cualquier tipo y, para alejar la tentación, mandó que las prostitutas fueran expulsadas de la ciudad y conducidas a la otra orilla del Tormes.
 
- ¿Y cómo le sentó esto al personal?
- Como un tiro. Te puedes imaginar. El Felipe II tuvo que pensar aquello de "o follamos todos, o la puta al río". Y no iba desencaminado...
 
 
Así, el segundo Lunes de Pascua, las rameras regresaban a Salamanca para regocijo de los estudiantes, que iban a recibirlas borrachos a la ribera del Tormes. Ellos mismos las cruzaban en barca hasta la ciudad, con alguna orgía a mitad de camino. La bacanal culminaba con un remojón colectivo, de ahí el nombre de "Lunes de Aguas".    
 
"De conducir a las meretrices y pupilas tanto a su exilio temporal, como a su aclamado regreso, se encargaba un pintoresco personaje. Un sacerdote picarón llamado Padre Lucas, y que por degeneración del término, era conocido por los estudiantes por el nombre de Padre Putas, el cual se encargaba de concertar el momento del advenimiento carnal de estudiantes y doctoras de la cátedra del placer".

 
En la actualidad, la carne de las prostitutas se ha sustituido por la que encierra el hornazo -una recia empanada elaborada con lomo de cerdo, chorizo y jamón- y la orgía estudiantil ha terminado siendo un "macro-botellón" junto al Puente Romano. Por supuesto, Salamanca tampoco da ya estudiantes como Luis de Góngora ni rectores como Miguel de Unamuno.
 
 
"Al pie de tus sillares, Salamanca,
de las cosechas del pensar tranquilo
que año tras año maduró en tus aulas,
duerme el recuerdo..."