- Me voy sin merendar del disgusto que llevo. ¡Sin merendar! Y los flamenquines fríos.
Exterior de Las Ventas. Nueve y cuarto de la noche. Un señor que porta una nevera de camping color azul sube las escaleras hacia el paso de peatones. Dentro de la plaza, varias docenas de almohadillas reposan sobre el albero. La encerrona de Talavante ha terminado. Afortunadamente, ha sido breve.
No se produjo un solo quite. Los toros se pusieron ante el caballo de mala gana. Se picó mucho y mal. En las seis faenas de muleta no hubo un ápice de pasión. Frío. Frío el ambiente y gélido el torero. Estocadas atravesadas y caídas. Silencio, silencio, ovación, silencio, silencio y pitos. Un sainete insalvable. Sin corazón no se torea.
Sobre los toros, una ganadería de la categoría de Victorino Martín tiene que aspirar a más. Es una obligación. No hubo bravos ni alimañas. Preocupa la deriva que está tomando la divisa extremeña. Sin embargo, tampoco mereció una lidia tan mediocre ni seis tercios de varas desmedidos. Hubo toros para cortar una oreja.
Talavante aún está esperando una alineación inter-planetaria para ponerse a torear. Siempre se le podrá echar la culpa al viento.